Me reuní con Gerardo en la noche, luego de una intensa sesión con la junta directiva para que aprobaran un ajuste en el presupuesto y, de esta forma, poder hacer realidad la transmisión del concurso en la televisión europea. Mi mamá no participó de la reunión y lo hizo por medio de uno de sus abogados, que actuó con un poder para negarse a votar de forma favorable; sin embargo, dado el impulso que el proyecto obtuvo por la excelente demostración del día anterior, los demás miembros de la junta votaron favorablemente y solo tuve que añadir mi voto para opacar el intento de boicot de mi madre.
Cuando leí el acta que me permitió un aumento de hasta el treinta y cinco por ciento del costo aprobado el día anterior, no pude dejar de preguntarme qué opinarían los miembros de la junta si sup
La velada estaba muy entretenida, pero todos teníamos trabajo al día siguiente y nos fuimos a acostar. Rubí me ofreció el cuarto en donde ya estaba durmiendo Verónica, así como un cepillo de dientes que no había abierto y una de sus pijamas. Agradecí sus atenciones y, después de pasar al baño, me acosté al lado de mi sobrina. Aunque estaba muy cansada y con el vino en la cabeza, no conseguí dormirme, pensando en la decisión que debía tomar y comunicar en solo unas horas.Daba vueltas sin conciliar el sueño, ajustando los pesos en la balanza. Los veía muy parejos, pero sabía que había algo que los estaba desequilibrando y me esforzaba por saber qué era, porque ahí estaba la respuesta que necesitaba.Creo que lo p
Pese a que me lo suplicó y llegó a echarse al piso, de rodillas, no le dije a Rubí lo que había decidido. Quería conservarlo en secreto hasta no haber hablado con Anura.—Y una pistica, así, pequeñita —insistió, encogiendo los dedos—. Porfis, a mí, que te dio posada anoche.—Posada y serenata —dije, con ganas de desquitarme por lo colorada que llegó a ponerme frente a su novio, con sus comentarios sobre mis pretendientes.—¿Serenata?Imité el sonido de sus jadeos.—Ahhh, aaahhh, aaaaahhh.Se puso coloradísima, pero de la risa que la
Era mediodía y no había recibido noticias sobre la decisión de Esmeralda, lo que me tenía en un estado de zozobra tan lamentable, que me costaba concentrarme en otra cosa que no fuera mi celular, que atendía ante cualquier sonido, a la espera del mensaje que esperaba leer, fuera positivo o negativo. Cuando terminé la reunión con uno de los proveedores y bajé al restaurante a almorzar, no aguanté más y llamé a Gerardo, pero debí colgarle de inmediato cuando vi a mi mamá en la entrada del hotel.—Mamá, qué sorpresa. —La saludé y besé su mejilla—. Sigue. ¿Vienes a almorzar?—Precisamente, necesito hablar contigo.Caminamos juntos al restaurante y nos sentamos.
Cuando le comuniqué mi decisión a Anura, vi que reaccionó de una forma muy distinta a la que había esperado que lo hiciera. No me dijo nada, solo se levantó, se acercó y yo me paré. Me abrazó.—Sabía que eso era lo que ibas a decidir, pero me gustaría saber cuáles son tus razones —dijo después de que me hubiera soltado.Esperé a que ella se sentara para volver a hacerlo.—No voy a vivir sabiendo qué habría pasado…—Si no hubiera ido al concurso —concluyó ella—. En mi vida hay algo que tengo muy claro, Esmeralda, y es que siempre prefiero arrepentirme por algo que hice, que por algo que dejé de hacer.
Los siguientes tres meses fueron los más pesados de mi vida, en términos de trabajo. Fueron demasiadas cosas las que debimos organizar con Efraín, un montón de viajes, por lo menos uno cada semana, tanto a Europa como a Las Bahamas, el lugar en donde se llevaría a cabo el concurso. También aprovechamos la excelente recepción que tuvo su lanzamiento para hacer una selección de participantes que no solo promocionara el lanzamiento del evento, sino que también dejara algunos beneficios económicos al proyecto, que consumía recursos a un nivel que no llegué a considerar y la coproductora aliada, una televisora inglesa, ya estaba montada sin haber todavía pagado su pasaje, así que la única chequera que estaba trabajando era la mía.Pero no todo fue trabajo durante ese tiempo. Cuando Gerardo me co
Habían pasado casi cuatro meses desde el evento en el hotel y había sido, por un poco más de dos, sous chef de Anura. La fecha de inicio del concurso ya había sido confirmada y se grabaría con un margen de una semana de diferencia respecto a su transmisión en la televisión europea. Hacían falta solo dos días para el viaje a Las Bahamas, casi no lograba dormir y Anura detectó mi ansiedad. —Has recibido todo lo que te he podido dar, en este tiempo tan corto, para que vayas aún mejor de lo que eras hace cuatro meses —dijo en lo que, supuse, era nuestra despedida, no definitiva, pero sí la de antes del viaje—. Estoy segura de que, con el nivel que tienes en este momento, puedes ganar. Solo te haría falta una pizca muy pequeña de suerte, porque todo lo demás lo aportas con tu talento. Agradecí lo que hizo por mí, las oportunidades que me había dado y lo que
—Aunque me temo, señor, que eso puede ser un problema.Ese día no cabía de la dicha y desbordaba felicidad. Pasé más de veinte minutos en la ducha, casi el doble vistiéndome y, al llegar a mi despacho, hice algo que nunca había hecho o se me había ocurrido hacer: entré bailando luego de obsequiarle una rosa, que tomé de uno de los jarrones que decoraban los pasillos del hotel, a Berta.—Para una bella dama —dije, en el momento en que se la entregué.Me serví un brandy con Coca-Cola y miré por el ventanal, hacia el lugar en donde estaba el bistró en el que había conocido a la mujer que, en ese momento, me hacía el hombre más feliz del mundo. No había visto a Héctor tan apuesto como esa tarde, cuando se acercó y, tomándome por sorpresa, puso su mano sobre mi brazo desnudo para llamar mi atención. Me giré y vi el brillo de sus ojos claros, entre azules y verdes, sonrientes porque éramos cómplices de lo que parecía un amor oculto, siéndolo sin serlo del todo, al menos solo por un tiempo, como me advirtió cuando hablamos para citarnos fuera del hotel. Nadie se puede enterar de que nos morimos por besarnos, que deseamos andar tomados de la mano y acariciarnos cuando estemos solos, o en compañía, sentados en una banca, en la sala de mi casa, en el restaurante al que ahora nos dirigimos y qué se ha llenado de tantos recuerdos en tan pocos meses. Nos dimos el gusto de tomar nuestras manos cuando estábamos a varias cuadras del hotel, próximos a entrar en la Sazón de Emilia. Ya no se formaba la largaDe paso por el Sazón de Emily