Los siguientes tres meses fueron los más pesados de mi vida, en términos de trabajo. Fueron demasiadas cosas las que debimos organizar con Efraín, un montón de viajes, por lo menos uno cada semana, tanto a Europa como a Las Bahamas, el lugar en donde se llevaría a cabo el concurso. También aprovechamos la excelente recepción que tuvo su lanzamiento para hacer una selección de participantes que no solo promocionara el lanzamiento del evento, sino que también dejara algunos beneficios económicos al proyecto, que consumía recursos a un nivel que no llegué a considerar y la coproductora aliada, una televisora inglesa, ya estaba montada sin haber todavía pagado su pasaje, así que la única chequera que estaba trabajando era la mía.
Pero no todo fue trabajo durante ese tiempo. Cuando Gerardo me co
Habían pasado casi cuatro meses desde el evento en el hotel y había sido, por un poco más de dos, sous chef de Anura. La fecha de inicio del concurso ya había sido confirmada y se grabaría con un margen de una semana de diferencia respecto a su transmisión en la televisión europea. Hacían falta solo dos días para el viaje a Las Bahamas, casi no lograba dormir y Anura detectó mi ansiedad. —Has recibido todo lo que te he podido dar, en este tiempo tan corto, para que vayas aún mejor de lo que eras hace cuatro meses —dijo en lo que, supuse, era nuestra despedida, no definitiva, pero sí la de antes del viaje—. Estoy segura de que, con el nivel que tienes en este momento, puedes ganar. Solo te haría falta una pizca muy pequeña de suerte, porque todo lo demás lo aportas con tu talento. Agradecí lo que hizo por mí, las oportunidades que me había dado y lo que
—Aunque me temo, señor, que eso puede ser un problema.Ese día no cabía de la dicha y desbordaba felicidad. Pasé más de veinte minutos en la ducha, casi el doble vistiéndome y, al llegar a mi despacho, hice algo que nunca había hecho o se me había ocurrido hacer: entré bailando luego de obsequiarle una rosa, que tomé de uno de los jarrones que decoraban los pasillos del hotel, a Berta.—Para una bella dama —dije, en el momento en que se la entregué.Me serví un brandy con Coca-Cola y miré por el ventanal, hacia el lugar en donde estaba el bistró en el que había conocido a la mujer que, en ese momento, me hacía el hombre más feliz del mundo. No había visto a Héctor tan apuesto como esa tarde, cuando se acercó y, tomándome por sorpresa, puso su mano sobre mi brazo desnudo para llamar mi atención. Me giré y vi el brillo de sus ojos claros, entre azules y verdes, sonrientes porque éramos cómplices de lo que parecía un amor oculto, siéndolo sin serlo del todo, al menos solo por un tiempo, como me advirtió cuando hablamos para citarnos fuera del hotel. Nadie se puede enterar de que nos morimos por besarnos, que deseamos andar tomados de la mano y acariciarnos cuando estemos solos, o en compañía, sentados en una banca, en la sala de mi casa, en el restaurante al que ahora nos dirigimos y qué se ha llenado de tantos recuerdos en tan pocos meses. Nos dimos el gusto de tomar nuestras manos cuando estábamos a varias cuadras del hotel, próximos a entrar en la Sazón de Emilia. Ya no se formaba la largaDe paso por el Sazón de Emily
Era la primera vez que iba a viajar en avión y no estaba nerviosa. ¡Estaba aterrorizada! Se suponía que, como su mamá y protectora, debía transmitirle seguridad a Verónica, pero la verdad era que ella estaba más tranquila que yo y hasta se paraba en la silla, miraba para un lado y otro, subía y bajaba la ventanilla, preguntaba por la función de cada uno de los botones del asiento, de la pantalla de televisión, del control, de lo que hacía o dejaba de hacer el equipo de oxígeno sobre el asiento y yo solo pensaba que, cuando nos fuéramos a elevar, el avión iba a fallar y nos íbamos a chocar contra el suelo.—¿Estás bien, mamá? Es que te veo muy blanca. ¿Quieres ir al baño? ¿Tienes dolor de estómago? A mí me pasa que cuando me duele la barr
El hotel era precioso y las habitaciones lo eran más. No podía creer la cantidad de lujos que tenía. Las dos camas eran tamaño Queen y estaban en el mismo espacio, frente a un televisor de cincuenta pulgadas. Había otro espacio más sencillo, con una cama doble y un televisor de treinta pulgadas que, supuse, sería par al niñera de Verónica. Había, además, un comedor sencillo, de cuatro puestos, una pequeña cocina con un microondas -el artículo más odiado por los cocineros profesionales, debo decir-, una cafetera y una estufa de dos hornillos. Estaba también el característico mini-bar y la neverita de todos los hoteles, y, sobre la encimera que dividía la cocina de la sala -un pequeño espacio con un sofá y dos sillas, frente a un gran balcón que, de inmediato, odié que estuviera, por la seguridad de Ver&oacut
Al momento de ingresar en el restaurante Boca Canoa, que estaba reservado para los concursantes, fui ovacionada como la “chica del cartel”, lo que me sonrojó mucho más de lo que ya estaba por el hecho de haber sido la última en entrar y llamar la atención de todos por el precedente de haber superado a Teressa Bianchi. Para mis colegas, varios de ellos chefs con grandes restaurantes de renombre, yo ya era una estrella y tenían una muy alta expectativa de mí.Los saludé a todos antes de sentarnos y ser presentados. Reconocí a algunos chefs famosos, la mitad del grupo, mientras que a los demás no los identifiqué. Después me enteraría de que el formato del concurso había reunido a chef reconocidos con amateurs, como yo.Cuando me aproximé a Tere
Imágenes hermosas que no me puedo, y no me quiero, sacar de la cabeza, la de Esmeralda en ropa interior. Qué sexy y tierna se vio en ese momento, toda sonrojadita y apenada, pobrecita, pero me encantó esa estampa. Es preciosa, tiene el cuerpo de un hada. Delgada, sin mucho busto, las piernas de una bailarina de ballet y, aunque no lo alcancé a ver, fue sencillo adivinar, por sus proporciones, que también tiene una colita encantadora, dos suaves almohadones en los que no veo la hora de recostar mi cabeza.Pero, por ahora, durante estos dos meses de grabación del concurso -o a menos que sea descalificada antes- solo puedo imaginarla en esa estampa de semidesnudez y pasar saliva al hacerlo.También, por el momento, me debo contentar con el espectáculo del que disfrutarán mis ojos cuando la vea en
Pese a que me esforcé, no pude dormir un solo minuto. Desde las once de la noche, hora en que llegué a la habitación, hasta las seis de la mañana, cuando sonó el teléfono del hotel para “despertarme”, no pude dejar de pensar y dar vueltas en la cama. Estaba muy nerviosa. Me duché y vestí sin hacer apenas ruido, para no despertar a Verónica, que dormía a sus anchas. La niñera, Nicole, me saludó con la mirada y, de la misma forma, me indicó que no me preocupara. Le agradecí con un gesto y salí del cuarto. Afuera, Alice me estaba esperando para el desayuno.—¿Dormiste? —Me preguntó.—Nada, pese a lo cansada que creía que iba a estar.—Es normal, no