Tío Héctor

El hotel era precioso y las habitaciones lo eran más. No podía creer la cantidad de lujos que tenía. Las dos camas eran tamaño Queen y estaban en el mismo espacio, frente a un televisor de cincuenta pulgadas. Había otro espacio más sencillo, con una cama doble y un televisor de treinta pulgadas que, supuse, sería par al niñera de Verónica. Había, además, un comedor sencillo, de cuatro puestos, una pequeña cocina con un microondas -el artículo más odiado por los cocineros profesionales, debo decir-, una cafetera y una estufa de dos hornillos. Estaba también el característico mini-bar y la neverita de todos los hoteles, y, sobre la encimera que dividía la cocina de la sala -un pequeño espacio con un sofá y dos sillas, frente a un gran balcón que, de inmediato, odié que estuviera, por la seguridad de Ver&oacut

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