No había donde escapar, el fuego se expandió demasiado rápido, devorando todo a su paso. Incluso los altos pilares de mármol que sostenían el techo no tardarían en ceder ante el vigor de las llamas que trepaban ávidamente, hasta el más mínimo rincón del gran palacio se llenó de humo negro que impedía respirar.
Una dama de mediana edad corría desesperada por un interminable pasillo, cargando un niño pequeño en su pecho mientras que con su brazo izquierdo sostenía vigorosamente la muñeca de una niña de cuatro años cuyas pequeñas piernas apenas le permitían correr detrás de ella, si su madre la soltara, inevitablemente se quedaría atrás.
La dama solía llevar lujosas vestimentas, pero en ese momento solo tenía una maltrecha túnica blanca, su cabello rubio atado en un moño se había esparcido por sus hombros debido al constante movimiento y frenesí, llevaba algunas joyas como brazaletes o collares los cuales a primera vista podrían contrarrestar con lo desalineado de su aspecto actual, no obstante adquirían sentido al comprender que ella estaba tan desesperada por huir y poner a salvo a sus bebés que no llegó a quitárselos. El pequeño en su pecho lloraba y tosía a la vez que mantenía los ojos firmemente cerrados, la niña que llevaba de la mano jadeaba en busca de aire, parecía al borde de la hiperventilación.
La dama se detuvo en seco al oír pesados pasos subiendo las escaleras hacia la planta alta donde se encontraban, sin saber a donde más escapar, se adentró en una habitación cuya puerta estaba destartalada; allí había un gran arcón de madera roja.
— ¡Rápido! — Exclamó con voz ronca ahogada por el humo, al tiempo que torpemente entregaba al niño de dos años a la pequeña. — Entren ahí.
La niña permaneció unos instantes totalmente conmocionada, sin comprender, o quizá sin querer comprender, la situación en la que se encontraba, sus labios entreabiertos, su rostro pálido, y sus ojos sin brillo alguno, ni siquiera escuchaba las palabras de su madre, como si su alma hubiese abandonado su cuerpo, y ahora observaba todo de la lejanía, era como si no estuviese realmente allí. Solo el brutal llanto de su hermano pequeño, el cual ahora estaba en sus brazos, pudo traerla de nuevo a la realidad.
Sin saber que decir, la niña agitó la cabeza en negación, varias veces, pero su madre la empujó de forma casi violenta dentro del arcón, al tiempo que intentaba acallar los constantes sollozos del niño.
La niña tuvo que acostarse con las rodillas dobladas contra su pecho, a la vez que acomodaba a su hermanito protectoramente sobre su pecho y lo aprisionaba entre sus rodillas, el arcón era demasiado pequeño y no quedaba más espacio para que se mueran, antes de cerrarlo sin cerrojo, la madre puso en la mano temblorosa de su hija una arandela con varias llaves.
— Hay cerradura de ambos lados, —explicó la mujer, mientras cerraba con fuerza el puño de la niña alrededor de las llaves. —Por si acaso no voy a poner la traba, pero si alguien más entra en la habitación, ciérralo de inmediato.
La niña no podía ver el rostro de su madre, pero por lo entrecortado y ronco de su voz, supo que estaba llorando, y en el momento en el que puso las llaves en su mano, supo que ya no iba a regresar.
— Intentaré distraerlos, el fuego no llegará hasta aquí, traten de aguantar. — Continuó la madre, la desesperación en sus ojos, volvía evidente que no estaba realmente segura de sus palabras, pero en ese momento, no podía pensar en otra cosa.
— Mamá, no… — La pequeña no había terminado de hablar cuando su madre cerró el arcón, dejándolos a ambos apretujados dentro.
El arcón tenía una pequeña hendidura a través de la cual se podía ver el exterior y debido a la incómoda posición en la cual se encontraban los hermanos, el pequeño tenía el rostro pegado a una de las paredes, y su ojo derecho quedaba perfectamente frente a esta hendidura. El niño no paraba de llorar, su garganta ardía, y se asfixiaba lentamente no solo por la tos, sino también por la ferviente congoja de sus sollozos.
La dama abrazó el gran baúl una última vez, mientras que las lágrimas derramadas sobre sus mejillas se evaporaban antes de llegar al suelo, finalmente, se puso de pie, dispuesta a salir y dar su vida para enfrentar a lo que sea que la esperase, se lamentó al instante, de la falta de tiempo, pensar que su vida terminaría al dar unos pocos pasos, y las últimas palabras que le había dicho a sus bebés eran “Traten de aguantar” Quería acariciar el cabello de Saimale, decirle que era una niña hermosa, fuerte, inteligente, y valiente y que estaba profundamente orgullosa de ella, o sostener de nuevo a su pequeño Valiester, llenarle de besos su pequeña y rechoncha cara y decirle que se convertiría en un caballero tan gallardo como su padre, y sobre todo, decirle lo mucho que los amaba, y que sin importar lo que pase, siempre estaría con ellos.
Aferrándose a esos pensamientos, la sonrisa de sus hijos, el recuerdo de su esposo, todo aquello que quería proteger, fue que cruzó el umbral, encontrándose al pie del pasillo con un hombre de casi dos metros de altura, y una armadura sin casco cubierta de sangre la cual ensuciaba el piso con cada paso que daba.
— Saura… — Musitó el hombre con pesar, al tiempo que daba un paso hacia adelante.
Al oír su nombre, la mujer sintió como todo su cuerpo se congelaba al instante, cerró los ojos al tiempo que intentaba calmarse para poder hablar correctamente, más la tos se lo impedía.
— Su majestad, —sus palabras tuvieron la misma fuerza que un suspiro, mientras luchaba por mantener la compostura, —cualquiera que sea el crimen por el cual me castiga, le suplico que perdone a mis hijos… ellos son inocentes.
El hombre al cual se refería como “su majestad” paseó su mirada cargada de tristeza, por el tembloroso y débil cuerpo de Saura.
— Son nobles… —explicó con cierto pesar en su voz, al tiempo que daba un paso hacia adelante, provocando que la dama retroceda instintivamente. — Nobles de sangre pura, con un nombre escrito en la línea de sucesión real, nobles que podrían disputar el poder, y fragmentar el imperio.
— No lo harán, te doy mi palabra, ellos jamás…
— No puedes prometer eso. —la interrumpió el emperador. —El tiempo pasa, y las generaciones jóvenes olvidan las luchas por las que pasaron sus ancestros, sé que mis hijos no entenderán lo importante que es mantener el imperio unido, es por eso que intento facilitarles las cosas, asimismo, tú no puedes decir si tu descendencia deseará hacerse con el poder en el futuro.
El ojo derecho del niño pequeño seguía pegado a la hendidura, a pesar de que todo estaba borroso por el humo y el llanto, aún reconocía la forma y voz de su madre en esa mancha borrosa.
No podía respirar, tenía tanto miedo que su desenfrenado corazón en cualquier momento reventaría en su pecho, la mano de su hermana mayor le apretaba con fuerza la boca y la moquienta nariz impidiendo llorar, pero también asfixiándolo.
— ¿Sabes? — dijo el hombre mientras que una amarga sonrisa curvaba sus temblorosos labios. — Mientras venía de camino hacia aquí, no pude evitar pensar en que todo esto es una gran ironía; si en ese entonces, nosotros… — guardó silencio abruptamente, repensando cuidadosamente sus palabras. —tus hijos, ahora serían mis hijos también, y yo no haría esto ¿No crees que el destino tiene un sentido del humor increíblemente macabro?
No se percibía una pizca de diversión en su voz, por el contrario, mientras más decía, más roto parecía estar, por más que se esforzaba en sonreír, su rostro se contraía más y más en lo que eventualmente se convertiría en un estallido de lágrimas.
— Kiess — lo llamó Saura, intentando apelar a lo poco que quedaba su humanidad. —Déjalos vivir, por favor, haré lo que quieras, seré tuya si así lo deseas, per…
— No sigas. — Al oír su nombre, en boca de la mujer a la que siempre amó, y que desde hacía muchos años se refería a él únicamente como “su majestad”, y ver esos grandes ojos color café encogidos por el miedo, no pudo evitar que el torrente de lágrimas se deslizara sin permiso por sus mejillas.
— Dijiste que no matarías a tus hijos. —Soltó Saura como última esperanza, viendo que el hombre frente a ella había perdido toda cordura.
Lo siguiente que el niño oculto en el baúl vio, fue como su madre y este hombre aterrador se abrazaban con fuerza, como si fuesen viejos amigos, y por un segundo, creyó que todo estaría bien, que ese hombre quizá no fuese tan malvado, parecía querer mucho a su mamá, incluso podría ayudarlos a escapar de allí.
Llevaban un largo rato abrazados, el hombre mantenía su rostro oculto en el cuello desnudo de Saura, cuando entonces, para el horror del niño quien veía todo, posó sus manos en el blanco y delicado cuello de su madre, y todo lo que sucedió luego, a pesar de ser tan solo unos cinco minutos, el niño vio todo en una prolongada y lenta secuencia, escena por escena.
Como las grandes manos de ese hombre se dirigían al cuello de Saura, que hasta hace pocos segundos contenía su llanto, como apretó la blanca y suave piel, ella luchó por unos instantes, luego otro sonido, similar al quiebre de una rama seca en invierno, los brazos de Saura que luchaba para soltarse, cayeron inertemente a los lados de su cuerpo, el hombre retiró sus manos, dejando ver marcas violáceas en el cuello roto de la mujer, que cayó con un ruido seco en el suelo.
El niño estaba tan horrorizado como sofocado, quería llorar, quería gritar con todas sus fuerzas por ayuda, pero la mano de su hermana siquiera le permitía respirar, el ruido del cuello de su madre al ser quebrado seguía resonando en bucle en su mente, entonces, el hombre pasó por delante del cadáver, dirigiéndose al arcón donde los niños se escondían, dispuesto a abrirlo.
Valiester abrió los ojos de golpe, a la vez que un ronco grito escapaba de su reseca garganta. Toda su piel estaba cubierta con una fina capa de sudor frío, que le heló las entrañas apenas fue acariciado por la brisa primaveral. El muchacho permaneció unos instantes sentado en la cama, observando su entorno con aire aturdido, intentando regular su agitada respiración. Solo cuando reconoció el mobiliario, y comprendió que se encontraba en su propia habitación, fue capaz de calmarse, aún así la sensación de sofocamiento y la dificultad para respirar no habían desaparecido del todo, por lo cual, arrastrando los pies desnudos sobre las frías losas, se asomó por la ventana entreabierta, y con los ojos cerrados inhaló una gran bocanada de aire frío en el cual podía olerse la sal del océano. Independientemente de la estación del año
Desde que Saimale se había ido, los días de Valiester se volvieron un poco más grises y monótonos de lo habitual, no solo porque su principal compañera de juegos, su mayor confidente, y quien siempre lo defendía cuando cometía un error o se metían con él ya no estaba, sino por el hecho en sí, de que alguien que representaba un pilar de su vida en los veintidós años que llevaba de esta, por primera vez no estaba a su lado, y eso, incluso para alguien que vivía en un entorno tan tranquilo y protegido como el suyo, resultaba un tanto aterrador; toda su vida había transcurrido en condiciones estáticas e imperturbables, esta era la primera vez que experimentaba un cambio. Viéndolo en retrospectiva, si la partida de su hermana ya había trastocado tanto las cosas, no se imaginaba cómo podría arreglárselas si ge
Era temprano, prácticamente de madrugada, el sol apenas comenzaba a despuntar lejanamente en el horizonte, por lo que el cielo aún estaba más oscuro que iluminado, mezclando el azul, violeta, y gris. Valiester no podía conciliar el sueño, por lo que había salido a la proa del navío en el que llevaba treinta y dos días viajando; el viento era suave, y el oleaje débil, por lo que podía ver claramente su reflejo en el agua. Desde la lejanía, oía el eco del graznido de las gaviotasObservó sus manos, las cuales temblaban de frío y tenían las llemas de los dedos rojas, apretó los puños mientras trataba de ocultarlos bajo su ropa. No muy lejos, veía nítidamente el majestuoso puerto de Ildrias, repleto de luces que a la lejanía, no sería difícil confundir
La majestuosidad que el palacio mostraba por fuera, era apenas la mitad de lo que era por dentro, llevaba sólo cinco minutos caminado, pero a Valiester ya le dolía el cuello de mirar hacia arriba, la onírica pintura que se exhibía en el techo llena de colores, seres mágicos y hermosos héroes de leyenda, Eadlyn tuvo que tironear de su brazo para que prestara atención a sus propios pasos, a riesgo de tropezarse con alguien, o algo.— ¿Qué acaba de pasar? —inquirió el más joven en un discreto susurro a su acompañante.— No hables, —le respondió Eadlyn, con suma firmeza, sin siquiera dedicarle una mirada. —Y camina derecho.Valiester hizo caso omiso, y en silencio fue guiado por una galer&
El día transcurrió tan rápido y tan lento a la vez, que Valiester genuinamente se preguntó si acaso el tiempo corría de forma distinta dentro de la capital. Por un lado, ansioso como estaba por ser la primera vez que pisaba tierra no perteneciente a Sefalis, quería compactar todo el imperio en una sola calle para poder recorrerlo en un día. Acompañado por Eadlyn, sin ningún sirviente, visitó el anfiteatro, llevando consigo la carta de Saimale donde le narraba su visita a este, como si se tratase de una especie de reseña o como si a través de esa carta ella pudiera acompañarlo, lamentablemente su tiempo no sería suficiente para quedarse a ver una obra, esa misma noche sería el banquete que el emperador dispuso en su honor. El plan original, era simplemente pasar el día en el palacio, pero su mente se mantenía demasiado inquieta, no podía dejar de preocuparse por Saimale, y el emperador se encontraba en una
Su segunda noche en el palacio no fue más tranquila que la primera, pero al menos sí más distendida, contando con el cansancio que ya arrastraba desde temprano, más el que su condición le proporcionaba por defecto, bajó del carruaje casi dormitando, afortunadamente gran parte de la servidumbre había sido informada de su condición, por lo que se precipitaron hacia él para ayudarlo a bajar, y guiarlo al interior del palacio, Valiester estaba en modo automático, por lo que vagamente se percató de ver al emperador dándole una señal, mientras que la servidumbre lo llevaban a su habitación donde fue bañado y vestido con ropas más caras y vistosas de lo se atrevería a usar por cuenta propia, y su cabello fue cuidadosamente peinado, como si fuese una noble cortesana, lo que lo hizo sonrojarse, en Sefalis la vida era tan modesta que m&aa
La ostentosa orquesta, tan elegantes que hasta parecían una parte del decorado, detuvo su vals de forma súbita, en perfecta coordinación, esto desconcertó a todos los invitados, quienes se vieron descolocados sin sentir ya la hermosa música de fondo, la mayoría de los presentes ya se encontraban en sus asientos, solo faltaban unos pocos invitados,Valiester no ignoró el detalle de que las pocas sillas que se encontraban vacías, eran las más cercanas al trono del emperador, él y Eadlyn eran los únicos sentados en esa sección, y no tardó en preguntarle a Eadlyn donde estaba toda esa gente. —Son el séquito personal que acompaña al emperador, llegarán junto a él, —mientras decía esto, algo pareció hacer clic en su mente, y se puso de pie casi de un salto. — Escuchame, —agregó, encorvandose y apoyando ambas manos en la mesa. — Me voy a cambiar de lugar, yo no soporto a esta gente, y sinceramente no es con
— Lo siento, no entiendo de lo que estás hablando. — Respondió Valiester, visiblemente tenso, con la mirada inquieta evitando los ojos de su compañera, y los puños tan apretados que sus nudillos emblanquecían. — Su excelencia no puede no saber de lo que hablo, la masacre que marcó una época. — Contestó Aenteiris confundida, una persona tan letrada como lo era Valiester, no podía desconocer hechos históricos de los cuales, en cierto modo, él mismo era parte. — No estoy diciendo que no sepa de lo que hablas, — Corrigió Valiester. — Sino que no entiendo que tendría que ver eso conmigo, yo nací en Sefalis, lejos de la capital. A pesar de que Valiester se esforzaba en mantenerse amigable y guardar calma, la forma en la que sus ojos iban de un lugar a otro, o cómo de repente le dió un tic