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Capítulo IV: El emperador

La majestuosidad que el palacio mostraba por fuera, era apenas la mitad de lo que era por dentro, llevaba sólo cinco minutos caminado, pero a Valiester ya le dolía el cuello de mirar hacia arriba, la onírica pintura que se exhibía en el techo llena de colores, seres mágicos y hermosos héroes de leyenda, Eadlyn tuvo que tironear de su brazo para que prestara atención a sus propios pasos, a riesgo de tropezarse con alguien, o algo. 

— ¿Qué acaba de pasar? —inquirió el más joven en un discreto susurro a su acompañante. 

— No hables, —le respondió Eadlyn, con suma firmeza, sin siquiera dedicarle una mirada. —Y camina derecho.

Valiester hizo caso omiso, y en silencio fue guiado por una galería de espejos, donde no podía evitar observar su reflejo avanzando por el enorme pasillo, viéndose tan simplón dentro de un lugar tan hermoso, tanta extravagancia colosal comenzaba a sentirse aplastante y fuera de lugar. 

— ¿A dónde vamos? —inquirió, con un nuevo susurro, acercándose más a Eadlyn, como si temiera perderlo de vista. 

— Al parecer, nos llevan al aula caelesti, el salón donde el emperador suele conceder audiencias privadas. —Le explicó su mentor, señalando el final del pasillo que parecía interminable. 

El joven duque se sintió un tanto aliviado al tener a Eadlyn consigo, no podía evitar imaginarse a sí mismo teniendo que afrontar todo este nerviosismo por su cuenta, y nuevamente admirado del coraje de su hermana mayor, quien seguramente fue recibida de la misma forma que él, y debió atravesar esa misma galería con paso altivo y seguro, igual que Eadlyn, para encontrarse con el emperador cara a cara. 

Quería hacer muchas preguntas, más en el semblante de Eadlyn se dejaba ver que no daría más respuestas.

Sus manos sudaban demasiado, por lo que se las secó utilizando su ropa, preguntándose si algún miembro de la comitiva estaría pendiente de sus movimientos, y mientras seguía desvariando sobre sus inseguridades, una gran puerta de mármol fue abierta, y la férrea orden de entrar en soledad, hizo que nuevamente volviera en sí mismo.

Con postura firme y semblante de hierro, el hombre de traje púrpura esperó unos instantes en el umbral, hasta que finalmente entró en la habitación, seguramente la persona dentro le indicó silenciosamente que podía acercarse, Valiester se encontraba al final de la comitiva, y Eadlyn lo había apartado a un costado, por lo que no podía ver el interior del cuarto, solo escuchó las palabras “Su Majestad Imperial, tal como se la ha ordenado a este humilde siervo, el duque Sancriel se encuentra finalmente aquí, listo para oír sus designios.”

Al oír su nombre, Valiester sintió escalofríos, y rápidamente observó a Eadlyn, quien se encontraba a su lado, mientras respiraba profundamente para calmarse, repitiendo una y otra vez lo afortunado que era, y preguntándose qué habría hecho Saimale, afrontando todo esto en soledad.

Unos eternos segundos se sucedieron hasta que el hombre de traje púrpura abandonó la habitación, para acercarse a él e indicarle, con un grácil movimiento de su mano, que de unos pasos al frente. 

— Su majestad imperial desea conocerlo, su alteza. —  Advirtió, en tono cordial. 

Debido a los nervios, Valiester demoró un largo instante en comprender el significado de aquella oración luego de haberla oído; como cuando un golpe es tan fuerte que primero deja la piel adormecida, y es después de un rato que comienza el dolor. Observó a Eadlyn a su lado, intentando balbucear palabras que no llegaban a salir, Eadlyn reconoció inmediatamente el pedido de ayuda en los ojos de Valiester, pero sabía perfectamente que nada podía hacer por ahora. 

— Ve.—Ordenó  con firmeza, provocando que el más joven palideciera. —No hagas esperar al emperador.

Valiester tragó en seco, sintió un helado escalofrío, similar a la sensación de ser electrocutado, y con la espalda tensamente recta, dio torpes pasos hacia al frente, hasta adentrarse en aquella habitación que por alguna razón asemejaba la boca de un lobo.

El sonido de sus pasos inmediatamente fue ahogado por una hermosa alfobmra azul marino con bordados floreados, no pudo evitar echar un curioso vistazo a su alrededor, en cada punto cardinal había una vasija del tamaño de un hombre adulto, de color indigo, con formas esculpidas tan detalladamente que parecían contar una historia, por no mencionar, como de la boca de cada una brotaban todo tipo de flores exoticas, en un inmenso mar de colores, cuya fragancia también llenaba el aire. A pesar de una inmensa araña colgando del techo sin velas,la luz provenía de un gran ventanal. 

Desde que había llegado al palacio, Valiester había experimentado una sobrecarga sensorial, todo era tan pomposo, tan extravagante, tan diferente de su humilde día a día, que no podía centrarse en una sola cosa, sentía que todos esos objetos, todos esos lujos, contaban historias distintas, ni siquiera mil años serían suficientes para terminar de captar en detalle el nuevo mundo que se abría a su alrededor. 

Si bien, logró bajar la guardia por un momento al ser abrumado por los lujos, en cuanto sintió las enormes puertas cerrarse a sus espaldas, el escalofrío similar a la picadura de una serpiente nuevamente se apoderó de él. 

— S-su majestad… — Balbuceó, poniéndose de rodillas, deseando ser tragado por la tierra. 

Al otro extremo, detrás de una larga cortina de seda violácea un tanto transparente, apenas lograba divisar una figura recostada sobre un diván. 

Tras su reverencia, la persona del otro lado de la seda se puso de pie, y se acercó a la cortina para descorrerla, entonces una pequeña mano pálida, en la cual se notaban venas verdosas y violaceas, llena de anillos apareció, Valiester no comprendía por qué sentía tan exagerado nerviosismo, pero era como si esa cortina fuese una línea de protección, y temía profundamente de lo que podría salir de allí una vez estar terminara de correrse, no obstante, sus miedos inmediatamente fueron tirados a un rincón, cuando la persona detrás de la cortina asomó su cabeza y la mitad de su pecho, demostrando no ser más que un muchacho joven y delicado, de cabellos rubios y  ojos azules. 

— ¡Querido primo! —exclamó el emperador, acercándose emocionado, con una cálida sonrisa.

Valiester permaneció clavado en su sitio, con una mirada totalmente perpleja, mientras que el muchacho rubio, vestido únicamente con una túnica blanca mal atada que dejaba ver parte de su pecho, se precipitaba emocionado hacia él, para finalmente abrazarlo con fuerza. 

¿Este niño era el emperador? No podía creerlo, Valiester estaba seguro de que lo doblaba tanto en tamaño como en edad, y al ver el rostro del niño estampado contra su pecho, mientras que sus brazos luchaban por abrazarlo en su totalidad, mientras él permanecía estático con los brazos al aire, una enorme incomodidad se apoderó de él.

— Su majestad… —Balbuceó luego de un breve carraspeo, siendo dominado por el profesor que llevaba en su alma, no obstante, inmediatamente recobró la compostura, y sus palabras quedaron en el aire, ¿Que iba a decirle? ¿Que no sea impropio? ¿Que modere su conducta? ¡Se trataba del emperador en persona!

— ¡Es un placer conocerte al fin! —Exclamó con alegría el muchacho, como si no hubiese oído nada. — ¡Saimale habló tanto de tí, que siento que somos amigos de toda la vida! 

Al oír el nombre de su hermana, los ojos de Valiester destellaron con júbilo, como un niño a punto de recibir un regalo, pero inmediatamente contuvo su euforia, para responder de forma neutral.

— Lo mismo digo de usted, el nombre de su majestad fue una constante en las cartas de Sai… male. 

El rostro del emperador se tiñó de rojo al oírlo, y una vez terminada la emoción, no tardó en separarse de su primo, recobrando la compostura y la dignidad de su cargo. 

— No tienes que ser tan recatado conmigo primo, somos familia, esta es tu casa. 

Valiester asintió varias veces con una tensa sonrisa en su rostro. 

— En ese caso, primo ¿Podrías decirme el motivo para solicitar mi presencia y la de mi hermana? —preguntó con cierto temor e intranquilidad, pero la peocupación por Saimale era más fuerte que su juicio. — ¿Dónde está ella? ¿Puedo verla?

La sonrisa que convertía los ojos del emperador en dos medialunas cerradas desaparecieron, dejando ver el profundo color azul que poseían, tomó una prolongada bocanada de aire antes de hablar, y exhaló con cierta amargura. 

— Me temo que Saimale no se encuentra aquí, sino hubiese sido la primera en ir a recibirte apenas supiéramos de tu llegada. —Explicó con rostro apenado. 

Luego de tal revelación el rostro de Valiester se contrajo y perdió todo color. Si bien las palabras del emperador no eran necesariamente reveladoras, por alguna razón se le antojaron sumamente aterradoras, como si Saimale corriera un gran peligro estando fuera del palacio.

— ¿Dónde está ella entonces? — preguntó, intentando mantener la calma y los modales, a pesar que sentía gotas de sudor deslizándose por su frente y mejillas. 

El emperador volvió a suspirar, y su mirada pensativa fue directo al ventanal a través del cual el sol iluminó su rostro, y sus pálidos cabellos rubios, con la luz daban la ilusión de ser completamente blancos, lo cual le otorgaba un aspecto aún más delicado. 

— Ella se encuentra bien, si es lo que te preocupa. — Respondió. —La conoces mejor que yo, sabés que no es alguien fácil de intimidar. 

— Es terca como mula. —se lamentó Valiester negando varias veces con la cabeza. 

El emperador soltó una leve carcajada, que inmediatamente se convirtió en  una falsa tos, para mantener los modales. 

— El viaje debió ser muy agotador, apuesto a que ni siquiera pudiste ver la ciudad. —Se lamentó el emperador, cambiando radicalmente de tema de conversación. 

Valiester se encogió de hombros conteniendo un bostezo, creyó que luego de dormir prácticamente todo un día, podría pasar bastante tiempo antes de que el cansancio regresara, pero no fue así. 

— Dormí todo el viaje, —explicó. — Padezco una extraña enfermedad, constantemente estoy cansado y puedo quedarme dormido sin darme cuenta, por favor no se ofenda si esto sucede mientras conversamos, le juro que no puedo controlarlo. 

El emperador escuchó en silencio, para luego responder con una cálida sonrisa. 

— No te preocupes primo, se mejor que nadie que uno no es culpable de sus padecimientos, avisame si es que en algún momento alguien te falta al respeto, pareces demasiado amable, y aquí incluso los sirvientes son pirañas que intentan aprovecharse de los débiles. 

La forma en la que el emperador pronunció esas palabras, fue muy distinta del resto, por lo que Valiester había notado, su voz, su expresión, todo en él tenía un aire de extrema paz y amabilidad, pero esto último, sonó tan frío, que incluso su voz parecía más grave. Valiester no supo qué responder. 

— Por suerte, hasta ahora no he recibido más que el mejor de los tratos, pero… respecto a Saimale. 

— Me temo, primo querido, que lo que a ella concierne no es tan trivial como para contártelo ahora, — hizo una pausa, pensando en lo que iba a decir, —Toma el día de hoy para descansar debidamente, mañana se celebrará un gran banquete para darte la bienvenida, y al día siguiente, a primera hora, te haré saber todos los detalles. 

— ¿Está en peligro? ¡¿Le sucedió algo grave?! —Volvió a preguntar Valiester, cuyo rostro se tornó completamente pálido ante las palabras del emperador. 

— Primo, si te hace sentir mejor, te juro por mi vida que la de ella no corre ningún peligro, creeme que entenderás perfectamente por qué actúo así, una vez que conozcas los detalles, por hoy y mañana, por favor descansa y relájate, aprovecha para conocer la patria que abandonaste siendo un niño. 

— Primo… —Valiester guardó silencio unos segundos, sus ojos azules se posaron sobre los del emperador, con mayor profundidad de la que creía. — Yo nací en Sefalis. 

El emperador retomó su sonrisa habitual y asintió varias veces. 

— Perdona mi descuido, —se disculpó —Mi cabeza está tan llena con asuntos estatales que a veces digo cosas sin sentido. 

— Entiendo, te admiro enormemente primo, a pesar de tu edad eres la cabeza de todo un estado. —Respondió Valiester dándole una palmada en la espalda. 

— ¿Edad? —repitió el emperador confundido, para luego soltar una histriónica risa que enrojeció su cara por completo. — ¡Primo! —exclamó secándose las lágrimas una vez que las carcajadas disminuyeron lo suficiente para dejarle hablar. — Tengo treinta y dos años.

¿Treinta y dos? ¿Este niñato que apenas parecía haber dejado atrás la pubertad hace unos días tenía treinta y dos años? No podía ser cierto. Valiester dedicó una mirada estupefacta a su primo, mientras en su mente hacía cuentas para calcular su edad, hasta finalmente descubrir, que no había una pizca de mentira en sus palabras. ¡Tenía treinta y dos años, y ya iba para los treinta y tres!

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