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Capítulo III: El imperio de Ildrias

Era temprano, prácticamente de madrugada, el sol apenas comenzaba a despuntar lejanamente en el horizonte, por lo que el cielo aún estaba más oscuro que iluminado, mezclando el azul, violeta, y gris.  Valiester no podía conciliar el sueño, por lo que había salido a la proa del navío en el que llevaba treinta y dos días viajando; el viento era suave, y el oleaje débil, por lo que podía ver claramente su reflejo en el agua. Desde la lejanía, oía el eco del graznido de las gaviotas

Observó sus manos, las cuales temblaban de frío y tenían las llemas de los dedos rojas, apretó los puños mientras trataba de ocultarlos bajo su ropa. No muy lejos, veía nítidamente el majestuoso puerto de Ildrias, repleto de luces que a la lejanía, no sería difícil confundir con estrellas. 

Un sonoro bostezo escapó inconscientemente de sus labios, al tiempo que,  recargando su espalda en el barandal de madera, fantaseaba con la tentadora idea de volver a dormirse,  pequeños fragmentos de sus pesadillas, tales como una casa en llamas, la sofocante sensación de asfixia, y la visión borrosa de una mujer, golpearon su mente como advertencias, lo cual le sirvió para despabilarse por completo. 

Se preguntó si Saimale también estaba así de nerviosa cuando viajó a Ildrias, sí quizá, meses atrás, ella también se encontraba parada donde él estaba ahora, en una madrugada sin poder conciliar el sueño, con su vista fija en el horizonte cuando su mente divagaba sobre todo tipo de trivialidades intentando obviar el hecho de que a cada segundo estaba más lejos del único hogar que conocía, para dirigirse a una ciudad completamente inédita, la cual, si bien durante mucho tiempo había idealizado como de ensueño, adquiría un aire cada vez más intimidante a medida que se acercaba a ella. 

— Nah —dijo en voz alta, descartando la idea. —Sai siempre ha sido más valiente que yo. 

Seguramente ella no podría dormir de la emoción, y pasaría toda la mañana caminando de un lado a otro impaciente, observando con una gran sonrisa y ojos brillantes la figura de Ildrias, de la cual estaba cada vez más cerca.

Un ronco aullido anunció la presencia de un pequeño gato blanco con unas cuantas manchas negras y anaranjadas dispersas por su cuerpo, el cual, impasible ante la idea de caer al inmenso océano a su lado, caminaba tranquilamente por la barandilla de madera, balanceando su larga cola de un lado a otro. 

Al verlo tan cerca del peligro, Valiester por poco sufre de un ataque de pánico, por lo que rápidamente tomó al gato entre sus brazos, y avanzó por la cubierta hasta que su espalda chocó contra un mástil, sobre el cual se recargó. 

— ¡Sasa, eso es peligroso! —le regañó mientras miraba al gato, como si este pudiese entenderle, —¡Pudiste caer al agua!

Sasa volvió a maullar y simplemente posó una de sus patas en el rostro de su dueño, para que este lo soltara. 

Eadlyn, que llevaba un tiempo despierto, sin lograr dormirse nuevamente, salió también a cubierta, para encontrar a Valiester sentado en el suelo con su espalda apoyada en un mástil, mientras jugaba con ese sucio gato al que había insistido en llevar. 

— Veo que estás animado desde temprano —Exclamó con cierta hostilidad mientras se acercaba al muchacho. 

— ¿Tampoco podías dormir? —Respondió Valiester, sonriendo amablemente. 

— Siempre me levanto a esta hora, —al oírlo, el rostro de Valiester se contrajo en una mueca de confusión, lo que alertó a Eadlyn. —¿Cuánto tiempo llevas despierto?

— Eh… un buen rato, supongo. 

— Ve a descansar, de todas formas faltan horas para el desembarque.  —concluyó Eadlyn de forma terminante.

A pesar de que dudaba poder dormir, Valiester le obedeció y silenciosamente, con su gato en brazos, echó una última mirada al cielo ya celeste con el sol naranja en su punto máximo, y se preguntó en qué momento había tenido lugar el fenómeno del amanecer, y como había podido pasarlo completamente por alto, finalmente, se dirigió a su camarote, deseando no ser nuevamente atormentado por pesadillas. 

***

En algún punto, mecido por el suave oleaje y el relajante sonido de alta mar, había caído presa de un pesado sueño del cual incluso tras despertar, no pudo deshacerse del adormecimiento tras varias horas. 

Valiester bajó del barco con la espalda curvada y dos grandes bolsas violáceas bajo sus ojos entreabiertos debido al gran peso de sus párpados. 

Eadlyn, se sintió un tanto confundido, cuando esperaba ver a un muchacho emocionado y rozagante, correteando de un lado otro con los ojos enormemente abiertos y cargados de asombro admirando cada pequeña cosa que se cruce frente a él, y en vez de eso vio una persona cansada y ojerosa que simplemente quería llegar a un buen lugar donde poder seguir durmiendo. 

— ¿Deberíamos ir a una posada? —inquirió Valiester con voz ronca. 

Eadlyn lo meditó unos instantes antes de responder. 

— Nah, creo que lo mejor es ir directamente al palacio, será más cómodo descansar allí. 

El más joven no respondió, simplemente volvió a bostezar al tiempo que seguía  a Eadlyn, quien contrató una diligencia para que los llevara a su destino. Nuevamente, el mayor se sorprendió de que Valiester ni siquiera se molestase en observar a través de la ventanilla, por el contrario, cerró con fuerza la oscura cortina carmesí, y se recostó en el asiento, para continuar durmiendo.

— Avísame cuando lleguemos. —fue lo único que dijo, para nuevamente caer dormido durante todo el transcurso del viaje, mientras que Sasa, su gato, se acurrucaba sobre el estómago de su dueño, para tomar también una siesta. 

Eadlyn suspiró con desgano al tiempo que negaba varias veces con la cabeza, preguntándose internamente qué sería de ese chico si hubiese ido al continente solo. 

Con Valiester totalmente dormido, Eadlyn descorrió levemente la cortina carmesí para poder observar al exterior, viéndose nuevamente en su ciudad natal, luego de veintidós años, no pudo evitar ser invadido por una enorme oleada de nostalgia, que incluso logró humedecer sus ojos; la diligencia pasó por el imponente anfiteatro, el palacio de justicia, la gran biblioteca, cada que la tenue y borrosa figura de uno de estos majestuosos edificios entraba en su campo visual, sentía el impulso de despertar al muchacho a su lado para que los vea, pero con lo perceptivo que este niño era a veces, no pasaría por alto la emoción en el rostro de su maestro, y haría demasiadas preguntas, por lo que decidió dejarlo descansar, y guardarse su entusiasmo y recuerdos para sí mismo; incluso cuando pasaron cerca del castrum, a pesar de que ni siquiera llegó a verlo, su ceño se frunció por reflejo, como si un desagradable recuerdo surcara su mente, pero al instante sonrió con una inusitada dulzura, de la cual Saimale y Valestier nunca fueron testigos. 

Las horas pasaron, el sol fue decayendo lentamente, cediendo a la luna su lugar en el firmamento completamente teñido de azul, y salpicado de estrellas, incluso Sasa se cansó de descansar, y en busca de una nueva posición, saltó para acomodarse sobre el regazo de Eadlyn, cuyos recuerdos de su juventud parecieron desenterrar una faceta sensible dentro de su ser de piedra, provocado que no solo no lo echara, sino que incluso pasó un buen rato acariciando el suave pelaje de su lomo. 

Los sueños de Valiester no fueron perturbados por sanguinarios episodios que le recordasen la muerte de un familiar, o la horrible sensación de asfixia, sino que todo esto pareció ser quemado y convertido en cenizas por el enorme e imponente ave de fuego, la cual, con solo batir sus alas magnas, convirtió todo a su alrededor en un cúmulo de fuego y humo, oscilando entre el sueño y la inconsciencia, Valiester recordó las palabras de Eadlyn, hablando de un pájaro, se preguntó si esto tenía algo que ver con ello, y nuevamente cayó al profundo abismo del sueño, protegido por el imponente fénix, cuya figura asustaba a cualquier pesadilla que siquiera osase con perturbarlo. 

Despertó a la madrugada, con las energías renovadas, y el estómago vacío exigiendo comida con fuertes gruñidos, a su lado Eadlyn dormitaba con Sasa sentada cómodamente sobre su regazo. De haber tenido tinta y papel en su mano, definitivamente habría inmortalizado aquella escena, para restregarsela a su tutor por el resto de su vida cada que este se atreviera a llamar a Sasa “sucia bestia callejera”, pero lamentablemente, solo podía guardar la bella y divertida imagen en su mente, esperando que Eadyn despierte para molestarlo.

Valiester bostezó, al principio le había costado un poco dormir por el hecho de que la jornada laboral apenas comenzaba, y tratándose de la gran capital, epicentro del comercio, claramente las calles estarían llenas de ruido, pero ahora, tan entrada la noche, apenas y oia unos pocos ecos en la lejanía. 

Dormir casi por un día entero, habría drenado todo tipo de cansancio en su cuerpo, tenía tantas ganas de estirar las piernas y moverse, que incluso comenzó a sentirse asfixiado dentro de las cuatro paredes de la diligencia. 

Interminables horas se sucedieron, y el sol cambió de posición varias veces en el cielo, hasta que finalmente, cuando las primeras estrellas comenzaron a despuntar, llegaron al imponente palacio. 

Siendo que Valiester en toda su vida jamás puso un pie fuera de Sefalis, no conocía más que la teoría de cómo  funcionaba el mundo de afuera, las personas con las que solía codearse eran distinguidos académicos cuya vestimenta siempre era impecable, estudiantes cuyo uniforme consiste en finas sedas con bordados a realce, y por último, con los pueblerinos que vivían a los pies del instituto, cuyas ropas no se caracterizaban por ser tan lujosas, pero ninguno de ellos sirvió como punto de comparación para discernir de quienes se trataba la pequeña comitiva que le dio la bienvenida, sus ropas, si bien eran más elegantes que el promedio, no ostentaban el lujo que se esperaría de alguien que residiera en el palacio. 

Y al pensar en ello, siguiendo esa regla, se observó a sí mismo, vestido con una túnica blanca y una estola azul pálido, lo único lujoso que llevaba eran unas cuantas joyas de oro, las cuales Eadlyn le insistió en llevar, ya que incluso él lo encontraba incómodamente ostentoso, siendo un miembro de la familia real, pariente directo del emperador. 

— ¿Vas a bajar o esperas que te bajen?—exclamó Eadlyn, sacudiendo el brazo derecho para llamar su atención. 

Valiester sacudió la cabeza, y bajó con cierta torpeza de la diligencia, las personas que lo esperaban se inclinaron respetuosamente ante él, al tiempo que un anciano de traje violeta lo recibía con un “Sea bienvenido, su excelencia”, a lo que respondió inclinándose también. 

Levantó la cabeza, y se encontró con el imponente palacio de doce enormes columnas blancas decoradas con grabados de fornidos titanes, las cuales por su altura bien podrían sostener el cielo, de no ser por techo de mármol.

Valiester se consideraba a sí mismo una persona sencilla y modesta, lo más presumible de su persona, a sus ojos, era su excelente educación, pero sus modales poseían la misma austeridad que el resto de su ser, esto nunca le pareció algo malo, solo que ahora, viendo la pomposa reverencia que se le daba por su llegada, comenzaba a temer quizá no ser lo suficientemente efusivo o educado. 

Quien lo dejó completamente estupefacto fue Eadlyn, el hombrecito encorvado como trol de bosque, que siempre hablaba en un alto tono de voz y andaba con el ceño fruncido, parecía una ilusión creada por su inconsciente, que nada tenía que ver con la persona frente a él. 

Con la espalda recta, el ceño fruncido de Eadlyn, que ahora debía mirar a los demás desde arriba, adquirió un aire altivo y hostil, por no mencionar, lo sutiles que eran sus movimientos, la forma en la que sostenía la estola roja sobre su hombro, como dio una sutil reverencia, y sin detenerse en nada más ordenó a las personas de la comitiva anunciar al emperador su llegada, incluso parecía haber rejuvenecido diez años, Valiester se le quedó mirando atónito, no comprendía adonde se fue el anciano cascarrabias que lo crió.

— Disculpe, ¿Es usted acompañante del duque? —preguntó el hombre de traje violeta, dejando ver su hastío ante una intervención ajena. 

— Algo así. —respondió Eadlyn con cierta indiferencia, mientras que se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja, con la obvia intención de hacer notar una sortija de oro macizo en su dedo anular, la cual ostentaba un escudo heráldico. 

Valiester no comprendía lo que estaba sucediendo, nunca antes había visto a Eadlyn portar ese anillo, ni ninguna otra joya, pero el hombre de traje violeta palideció al reconocer el escudo, y con voz queda, apenas logró musitar torpemente “su alteza”. 

— El duque Sancriel es mi protegido, cuando se solicite su presencia, sin importar la cuestión, deberé ser consultado antes que nadie. —continuó, ocultando el anillo heráldico, bajo sus largas mangas, mientras avanzaba hacia adelante, subiendo los grandes escalones del palacio imperial sin esperar invitación alguna. 

Las personas de la comitiva se limitaron a asentir repetidas veces, al canto de “Cómo su alteza ordene”.

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