Era temprano, prácticamente de madrugada, el sol apenas comenzaba a despuntar lejanamente en el horizonte, por lo que el cielo aún estaba más oscuro que iluminado, mezclando el azul, violeta, y gris. Valiester no podía conciliar el sueño, por lo que había salido a la proa del navío en el que llevaba treinta y dos días viajando; el viento era suave, y el oleaje débil, por lo que podía ver claramente su reflejo en el agua. Desde la lejanía, oía el eco del graznido de las gaviotas
Observó sus manos, las cuales temblaban de frío y tenían las llemas de los dedos rojas, apretó los puños mientras trataba de ocultarlos bajo su ropa. No muy lejos, veía nítidamente el majestuoso puerto de Ildrias, repleto de luces que a la lejanía, no sería difícil confundir con estrellas.
Un sonoro bostezo escapó inconscientemente de sus labios, al tiempo que, recargando su espalda en el barandal de madera, fantaseaba con la tentadora idea de volver a dormirse, pequeños fragmentos de sus pesadillas, tales como una casa en llamas, la sofocante sensación de asfixia, y la visión borrosa de una mujer, golpearon su mente como advertencias, lo cual le sirvió para despabilarse por completo.
Se preguntó si Saimale también estaba así de nerviosa cuando viajó a Ildrias, sí quizá, meses atrás, ella también se encontraba parada donde él estaba ahora, en una madrugada sin poder conciliar el sueño, con su vista fija en el horizonte cuando su mente divagaba sobre todo tipo de trivialidades intentando obviar el hecho de que a cada segundo estaba más lejos del único hogar que conocía, para dirigirse a una ciudad completamente inédita, la cual, si bien durante mucho tiempo había idealizado como de ensueño, adquiría un aire cada vez más intimidante a medida que se acercaba a ella.
— Nah —dijo en voz alta, descartando la idea. —Sai siempre ha sido más valiente que yo.
Seguramente ella no podría dormir de la emoción, y pasaría toda la mañana caminando de un lado a otro impaciente, observando con una gran sonrisa y ojos brillantes la figura de Ildrias, de la cual estaba cada vez más cerca.
Un ronco aullido anunció la presencia de un pequeño gato blanco con unas cuantas manchas negras y anaranjadas dispersas por su cuerpo, el cual, impasible ante la idea de caer al inmenso océano a su lado, caminaba tranquilamente por la barandilla de madera, balanceando su larga cola de un lado a otro.
Al verlo tan cerca del peligro, Valiester por poco sufre de un ataque de pánico, por lo que rápidamente tomó al gato entre sus brazos, y avanzó por la cubierta hasta que su espalda chocó contra un mástil, sobre el cual se recargó.
— ¡Sasa, eso es peligroso! —le regañó mientras miraba al gato, como si este pudiese entenderle, —¡Pudiste caer al agua!
Sasa volvió a maullar y simplemente posó una de sus patas en el rostro de su dueño, para que este lo soltara.
Eadlyn, que llevaba un tiempo despierto, sin lograr dormirse nuevamente, salió también a cubierta, para encontrar a Valiester sentado en el suelo con su espalda apoyada en un mástil, mientras jugaba con ese sucio gato al que había insistido en llevar.
— Veo que estás animado desde temprano —Exclamó con cierta hostilidad mientras se acercaba al muchacho.
— ¿Tampoco podías dormir? —Respondió Valiester, sonriendo amablemente.
— Siempre me levanto a esta hora, —al oírlo, el rostro de Valiester se contrajo en una mueca de confusión, lo que alertó a Eadlyn. —¿Cuánto tiempo llevas despierto?
— Eh… un buen rato, supongo.
— Ve a descansar, de todas formas faltan horas para el desembarque. —concluyó Eadlyn de forma terminante.
A pesar de que dudaba poder dormir, Valiester le obedeció y silenciosamente, con su gato en brazos, echó una última mirada al cielo ya celeste con el sol naranja en su punto máximo, y se preguntó en qué momento había tenido lugar el fenómeno del amanecer, y como había podido pasarlo completamente por alto, finalmente, se dirigió a su camarote, deseando no ser nuevamente atormentado por pesadillas.
***
En algún punto, mecido por el suave oleaje y el relajante sonido de alta mar, había caído presa de un pesado sueño del cual incluso tras despertar, no pudo deshacerse del adormecimiento tras varias horas.
Valiester bajó del barco con la espalda curvada y dos grandes bolsas violáceas bajo sus ojos entreabiertos debido al gran peso de sus párpados.
Eadlyn, se sintió un tanto confundido, cuando esperaba ver a un muchacho emocionado y rozagante, correteando de un lado otro con los ojos enormemente abiertos y cargados de asombro admirando cada pequeña cosa que se cruce frente a él, y en vez de eso vio una persona cansada y ojerosa que simplemente quería llegar a un buen lugar donde poder seguir durmiendo.
— ¿Deberíamos ir a una posada? —inquirió Valiester con voz ronca.
Eadlyn lo meditó unos instantes antes de responder.
— Nah, creo que lo mejor es ir directamente al palacio, será más cómodo descansar allí.
El más joven no respondió, simplemente volvió a bostezar al tiempo que seguía a Eadlyn, quien contrató una diligencia para que los llevara a su destino. Nuevamente, el mayor se sorprendió de que Valiester ni siquiera se molestase en observar a través de la ventanilla, por el contrario, cerró con fuerza la oscura cortina carmesí, y se recostó en el asiento, para continuar durmiendo.
— Avísame cuando lleguemos. —fue lo único que dijo, para nuevamente caer dormido durante todo el transcurso del viaje, mientras que Sasa, su gato, se acurrucaba sobre el estómago de su dueño, para tomar también una siesta.
Eadlyn suspiró con desgano al tiempo que negaba varias veces con la cabeza, preguntándose internamente qué sería de ese chico si hubiese ido al continente solo.
Con Valiester totalmente dormido, Eadlyn descorrió levemente la cortina carmesí para poder observar al exterior, viéndose nuevamente en su ciudad natal, luego de veintidós años, no pudo evitar ser invadido por una enorme oleada de nostalgia, que incluso logró humedecer sus ojos; la diligencia pasó por el imponente anfiteatro, el palacio de justicia, la gran biblioteca, cada que la tenue y borrosa figura de uno de estos majestuosos edificios entraba en su campo visual, sentía el impulso de despertar al muchacho a su lado para que los vea, pero con lo perceptivo que este niño era a veces, no pasaría por alto la emoción en el rostro de su maestro, y haría demasiadas preguntas, por lo que decidió dejarlo descansar, y guardarse su entusiasmo y recuerdos para sí mismo; incluso cuando pasaron cerca del castrum, a pesar de que ni siquiera llegó a verlo, su ceño se frunció por reflejo, como si un desagradable recuerdo surcara su mente, pero al instante sonrió con una inusitada dulzura, de la cual Saimale y Valestier nunca fueron testigos.
Las horas pasaron, el sol fue decayendo lentamente, cediendo a la luna su lugar en el firmamento completamente teñido de azul, y salpicado de estrellas, incluso Sasa se cansó de descansar, y en busca de una nueva posición, saltó para acomodarse sobre el regazo de Eadlyn, cuyos recuerdos de su juventud parecieron desenterrar una faceta sensible dentro de su ser de piedra, provocado que no solo no lo echara, sino que incluso pasó un buen rato acariciando el suave pelaje de su lomo.
Los sueños de Valiester no fueron perturbados por sanguinarios episodios que le recordasen la muerte de un familiar, o la horrible sensación de asfixia, sino que todo esto pareció ser quemado y convertido en cenizas por el enorme e imponente ave de fuego, la cual, con solo batir sus alas magnas, convirtió todo a su alrededor en un cúmulo de fuego y humo, oscilando entre el sueño y la inconsciencia, Valiester recordó las palabras de Eadlyn, hablando de un pájaro, se preguntó si esto tenía algo que ver con ello, y nuevamente cayó al profundo abismo del sueño, protegido por el imponente fénix, cuya figura asustaba a cualquier pesadilla que siquiera osase con perturbarlo.
Despertó a la madrugada, con las energías renovadas, y el estómago vacío exigiendo comida con fuertes gruñidos, a su lado Eadlyn dormitaba con Sasa sentada cómodamente sobre su regazo. De haber tenido tinta y papel en su mano, definitivamente habría inmortalizado aquella escena, para restregarsela a su tutor por el resto de su vida cada que este se atreviera a llamar a Sasa “sucia bestia callejera”, pero lamentablemente, solo podía guardar la bella y divertida imagen en su mente, esperando que Eadyn despierte para molestarlo.
Valiester bostezó, al principio le había costado un poco dormir por el hecho de que la jornada laboral apenas comenzaba, y tratándose de la gran capital, epicentro del comercio, claramente las calles estarían llenas de ruido, pero ahora, tan entrada la noche, apenas y oia unos pocos ecos en la lejanía.
Dormir casi por un día entero, habría drenado todo tipo de cansancio en su cuerpo, tenía tantas ganas de estirar las piernas y moverse, que incluso comenzó a sentirse asfixiado dentro de las cuatro paredes de la diligencia.
Interminables horas se sucedieron, y el sol cambió de posición varias veces en el cielo, hasta que finalmente, cuando las primeras estrellas comenzaron a despuntar, llegaron al imponente palacio.
Siendo que Valiester en toda su vida jamás puso un pie fuera de Sefalis, no conocía más que la teoría de cómo funcionaba el mundo de afuera, las personas con las que solía codearse eran distinguidos académicos cuya vestimenta siempre era impecable, estudiantes cuyo uniforme consiste en finas sedas con bordados a realce, y por último, con los pueblerinos que vivían a los pies del instituto, cuyas ropas no se caracterizaban por ser tan lujosas, pero ninguno de ellos sirvió como punto de comparación para discernir de quienes se trataba la pequeña comitiva que le dio la bienvenida, sus ropas, si bien eran más elegantes que el promedio, no ostentaban el lujo que se esperaría de alguien que residiera en el palacio.
Y al pensar en ello, siguiendo esa regla, se observó a sí mismo, vestido con una túnica blanca y una estola azul pálido, lo único lujoso que llevaba eran unas cuantas joyas de oro, las cuales Eadlyn le insistió en llevar, ya que incluso él lo encontraba incómodamente ostentoso, siendo un miembro de la familia real, pariente directo del emperador.
— ¿Vas a bajar o esperas que te bajen?—exclamó Eadlyn, sacudiendo el brazo derecho para llamar su atención.
Valiester sacudió la cabeza, y bajó con cierta torpeza de la diligencia, las personas que lo esperaban se inclinaron respetuosamente ante él, al tiempo que un anciano de traje violeta lo recibía con un “Sea bienvenido, su excelencia”, a lo que respondió inclinándose también.
Levantó la cabeza, y se encontró con el imponente palacio de doce enormes columnas blancas decoradas con grabados de fornidos titanes, las cuales por su altura bien podrían sostener el cielo, de no ser por techo de mármol.
Valiester se consideraba a sí mismo una persona sencilla y modesta, lo más presumible de su persona, a sus ojos, era su excelente educación, pero sus modales poseían la misma austeridad que el resto de su ser, esto nunca le pareció algo malo, solo que ahora, viendo la pomposa reverencia que se le daba por su llegada, comenzaba a temer quizá no ser lo suficientemente efusivo o educado.
Quien lo dejó completamente estupefacto fue Eadlyn, el hombrecito encorvado como trol de bosque, que siempre hablaba en un alto tono de voz y andaba con el ceño fruncido, parecía una ilusión creada por su inconsciente, que nada tenía que ver con la persona frente a él.
Con la espalda recta, el ceño fruncido de Eadlyn, que ahora debía mirar a los demás desde arriba, adquirió un aire altivo y hostil, por no mencionar, lo sutiles que eran sus movimientos, la forma en la que sostenía la estola roja sobre su hombro, como dio una sutil reverencia, y sin detenerse en nada más ordenó a las personas de la comitiva anunciar al emperador su llegada, incluso parecía haber rejuvenecido diez años, Valiester se le quedó mirando atónito, no comprendía adonde se fue el anciano cascarrabias que lo crió.
— Disculpe, ¿Es usted acompañante del duque? —preguntó el hombre de traje violeta, dejando ver su hastío ante una intervención ajena.
— Algo así. —respondió Eadlyn con cierta indiferencia, mientras que se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja, con la obvia intención de hacer notar una sortija de oro macizo en su dedo anular, la cual ostentaba un escudo heráldico.
Valiester no comprendía lo que estaba sucediendo, nunca antes había visto a Eadlyn portar ese anillo, ni ninguna otra joya, pero el hombre de traje violeta palideció al reconocer el escudo, y con voz queda, apenas logró musitar torpemente “su alteza”.
— El duque Sancriel es mi protegido, cuando se solicite su presencia, sin importar la cuestión, deberé ser consultado antes que nadie. —continuó, ocultando el anillo heráldico, bajo sus largas mangas, mientras avanzaba hacia adelante, subiendo los grandes escalones del palacio imperial sin esperar invitación alguna.
Las personas de la comitiva se limitaron a asentir repetidas veces, al canto de “Cómo su alteza ordene”.
La majestuosidad que el palacio mostraba por fuera, era apenas la mitad de lo que era por dentro, llevaba sólo cinco minutos caminado, pero a Valiester ya le dolía el cuello de mirar hacia arriba, la onírica pintura que se exhibía en el techo llena de colores, seres mágicos y hermosos héroes de leyenda, Eadlyn tuvo que tironear de su brazo para que prestara atención a sus propios pasos, a riesgo de tropezarse con alguien, o algo.— ¿Qué acaba de pasar? —inquirió el más joven en un discreto susurro a su acompañante.— No hables, —le respondió Eadlyn, con suma firmeza, sin siquiera dedicarle una mirada. —Y camina derecho.Valiester hizo caso omiso, y en silencio fue guiado por una galer&
El día transcurrió tan rápido y tan lento a la vez, que Valiester genuinamente se preguntó si acaso el tiempo corría de forma distinta dentro de la capital. Por un lado, ansioso como estaba por ser la primera vez que pisaba tierra no perteneciente a Sefalis, quería compactar todo el imperio en una sola calle para poder recorrerlo en un día. Acompañado por Eadlyn, sin ningún sirviente, visitó el anfiteatro, llevando consigo la carta de Saimale donde le narraba su visita a este, como si se tratase de una especie de reseña o como si a través de esa carta ella pudiera acompañarlo, lamentablemente su tiempo no sería suficiente para quedarse a ver una obra, esa misma noche sería el banquete que el emperador dispuso en su honor. El plan original, era simplemente pasar el día en el palacio, pero su mente se mantenía demasiado inquieta, no podía dejar de preocuparse por Saimale, y el emperador se encontraba en una
Su segunda noche en el palacio no fue más tranquila que la primera, pero al menos sí más distendida, contando con el cansancio que ya arrastraba desde temprano, más el que su condición le proporcionaba por defecto, bajó del carruaje casi dormitando, afortunadamente gran parte de la servidumbre había sido informada de su condición, por lo que se precipitaron hacia él para ayudarlo a bajar, y guiarlo al interior del palacio, Valiester estaba en modo automático, por lo que vagamente se percató de ver al emperador dándole una señal, mientras que la servidumbre lo llevaban a su habitación donde fue bañado y vestido con ropas más caras y vistosas de lo se atrevería a usar por cuenta propia, y su cabello fue cuidadosamente peinado, como si fuese una noble cortesana, lo que lo hizo sonrojarse, en Sefalis la vida era tan modesta que m&aa
La ostentosa orquesta, tan elegantes que hasta parecían una parte del decorado, detuvo su vals de forma súbita, en perfecta coordinación, esto desconcertó a todos los invitados, quienes se vieron descolocados sin sentir ya la hermosa música de fondo, la mayoría de los presentes ya se encontraban en sus asientos, solo faltaban unos pocos invitados,Valiester no ignoró el detalle de que las pocas sillas que se encontraban vacías, eran las más cercanas al trono del emperador, él y Eadlyn eran los únicos sentados en esa sección, y no tardó en preguntarle a Eadlyn donde estaba toda esa gente. —Son el séquito personal que acompaña al emperador, llegarán junto a él, —mientras decía esto, algo pareció hacer clic en su mente, y se puso de pie casi de un salto. — Escuchame, —agregó, encorvandose y apoyando ambas manos en la mesa. — Me voy a cambiar de lugar, yo no soporto a esta gente, y sinceramente no es con
— Lo siento, no entiendo de lo que estás hablando. — Respondió Valiester, visiblemente tenso, con la mirada inquieta evitando los ojos de su compañera, y los puños tan apretados que sus nudillos emblanquecían. — Su excelencia no puede no saber de lo que hablo, la masacre que marcó una época. — Contestó Aenteiris confundida, una persona tan letrada como lo era Valiester, no podía desconocer hechos históricos de los cuales, en cierto modo, él mismo era parte. — No estoy diciendo que no sepa de lo que hablas, — Corrigió Valiester. — Sino que no entiendo que tendría que ver eso conmigo, yo nací en Sefalis, lejos de la capital. A pesar de que Valiester se esforzaba en mantenerse amigable y guardar calma, la forma en la que sus ojos iban de un lugar a otro, o cómo de repente le dió un tic
No había donde escapar, el fuego se expandió demasiado rápido, devorando todo a su paso. Incluso los altos pilares de mármol que sostenían el techo no tardarían en ceder ante el vigor de las llamas que trepaban ávidamente, hasta el más mínimo rincón del gran palacio se llenó de humo negro que impedía respirar.Una dama de mediana edad corría desesperada por un interminable pasillo, cargando un niño pequeño en su pecho mientras que con su brazo izquierdo sostenía vigorosamente la muñeca de una niña de cuatro años cuyas pequeñas piernas apenas le permitían correr detrás de ella, si su madre la soltara, inevitablemente se quedaría atrás.La dama solía llevar lujosas vestimentas, pero en ese m
Valiester abrió los ojos de golpe, a la vez que un ronco grito escapaba de su reseca garganta. Toda su piel estaba cubierta con una fina capa de sudor frío, que le heló las entrañas apenas fue acariciado por la brisa primaveral. El muchacho permaneció unos instantes sentado en la cama, observando su entorno con aire aturdido, intentando regular su agitada respiración. Solo cuando reconoció el mobiliario, y comprendió que se encontraba en su propia habitación, fue capaz de calmarse, aún así la sensación de sofocamiento y la dificultad para respirar no habían desaparecido del todo, por lo cual, arrastrando los pies desnudos sobre las frías losas, se asomó por la ventana entreabierta, y con los ojos cerrados inhaló una gran bocanada de aire frío en el cual podía olerse la sal del océano. Independientemente de la estación del año
Desde que Saimale se había ido, los días de Valiester se volvieron un poco más grises y monótonos de lo habitual, no solo porque su principal compañera de juegos, su mayor confidente, y quien siempre lo defendía cuando cometía un error o se metían con él ya no estaba, sino por el hecho en sí, de que alguien que representaba un pilar de su vida en los veintidós años que llevaba de esta, por primera vez no estaba a su lado, y eso, incluso para alguien que vivía en un entorno tan tranquilo y protegido como el suyo, resultaba un tanto aterrador; toda su vida había transcurrido en condiciones estáticas e imperturbables, esta era la primera vez que experimentaba un cambio. Viéndolo en retrospectiva, si la partida de su hermana ya había trastocado tanto las cosas, no se imaginaba cómo podría arreglárselas si ge