Valiester abrió los ojos de golpe, a la vez que un ronco grito escapaba de su reseca garganta. Toda su piel estaba cubierta con una fina capa de sudor frío, que le heló las entrañas apenas fue acariciado por la brisa primaveral.
El muchacho permaneció unos instantes sentado en la cama, observando su entorno con aire aturdido, intentando regular su agitada respiración. Solo cuando reconoció el mobiliario, y comprendió que se encontraba en su propia habitación, fue capaz de calmarse, aún así la sensación de sofocamiento y la dificultad para respirar no habían desaparecido del todo, por lo cual, arrastrando los pies desnudos sobre las frías losas, se asomó por la ventana entreabierta, y con los ojos cerrados inhaló una gran bocanada de aire frío en el cual podía olerse la sal del océano.
Independientemente de la estación del año, para quienes vivían cerca del mar, todas las noches serían frías, sin excepción, por lo cual, era común que las puertas y ventanas de las viviendas fuesen lo suficientemente gruesas para cerrarse herméticamente y no dejar pasar el frío, Valiester era, sin duda, una excepción; considerado excéntrico por unos, y demente por otros, puesto que jamás cerraba del todo las ventanas; de día estas estaban abiertas de par en par, y de noche, podía verse un fino borde que daba paso al interior de la habitación. Sin importar que tan ferozmente el gélido clima azotase allá afuera, el joven simplemente no podía tolerar los espacios cerrados y sin darle mayor importancia a la idea de contraer un resfriado, o morir de frío, jamás cerraría las ventanas.
Luego de unos instantes en los que no hizo más que quedarse parado frente a la ventana abierta con los ojos cerrados, el viento finalmente pareció calar en lo profundo de sus huesos, y con un leve escalofrío cerró las pesadas cortinas color blanco, volvió a su cama y se dejó caer pesadamente sobre ella, pensando que difícilmente podría volver a dormir, pero tampoco tenía ganas de hacer cualquier otra cosa.
Unas pocas horas después, Saimale, su hermana mayor, entró por esa ventana abierta, para encontrarlo profundamente dormido, con la cara hundida de la almohada, al ver el espectáculo negó varias veces con la cabeza, al tiempo que sus ojos se ponían blancos.
Lo primero que hizo fue cerrar la ventana por la cual aún entraba un helado viento, y luego se acercó a la cama en la que Valiester dormía; su idea original se basaba en simplemente despertarlo, pero cuando lo vió tan sumergido en las profundidades del sueño, decidió que ya que irresponsablemente se encontraba durmiendo hasta tarde, no estaría mal darle un susto para que escarmiente.
Con esa idea en mente, tosió unas pocas veces para luego forzar su voz al estado más ronco que pudiese lograr, y finalmente, habló.
— ¡¿Así que durmiendo en clases?! ¡Recita el Codex Ildriano completo ahora, o serás azotado hasta que tus manos queden sin piel!
Presa del pánico, Valiester abrió los ojos inyectados en sangre, mientras que inconscientemente, sin analizar la situación, se sentó en postura recta, y con voz alta y cargada de genuino terror, comenzó:
— Primer apartado, para la caballería imperial: Un caballero imperial sirve al emperador y al pueblo del emperador; Un caballero imperial dará su vida honorablemente por el emperador; un caballero imperial jamás desobedece las órdenes del emperador, un caballero imperial nunca… — Había soltado todas esas palabras de tirón, sin detenerse a tomar aire, apenas pausó su lección unos instantes, se vió en su habitación, y a su hermana junto a la cama conteniendo la risa, no fue difícil comprender la situación.
Al ver el rostro de Valiester, el cual aún seguía contorsionado por el horror, no pudo evitar estallar en carcajadas histriónicas.
— Me las vas a pagar. —Musitó el menor de los hermanos con sorna, tras calmarse.
— Deberías agradecer que te desperté, —respondió Saimale. — Si sales corriendo ahora mismo, quizá llegues a tiempo a clases y no te azoten.
El color que apenas había regresado a su rostro, no tardó en ser drenado nuevamente al escuchar esas palabras.
— Que… — Guardó silencio unos instantes, como si evitando hacer la pregunta pudiese marcar diferencia alguna. — ¿Qué hora es?
— Diez y media de la mañana.
No hizo falta decir más, se levantó de la cama con la velocidad de un rayo, y bajo la divertida mirada de su hermana, se cambió lo más rápido que pudo, para luego, salir sin siquiera desayunar.
Las clases habían comenzado hace más de media hora, en un gran salón, construido enteramente en piedra sillería, con enormes ventanales por los cuales el sol bañaba el interior con su luz, un hombre alto y desgarbado, vestido enteramente de negro, observaba con el ceño fruncido, y sus ojos rodeados de oscuras ojeras, recorría una y otra vez al círculo de personas que lo rodeaban, sin encontrar a quien particularmente buscaba, cuando entonces, el eco de apresurados pasos resonó por el inmenso pasillo de mármol, mientras que un muchacho con el cabello despeinado, ostentando un uniforme color azul marino mal puesto, y el rostro rojo por la agitación, se precipitaba hacia adelante.
El anciano Eadlyn puso los ojos en blanco y suspiró con exasperación, mientras que el muchacho se detenía en seco frente al gran umbral, sin atreverse a entrar sin permiso de su tutor, este incluso se disponía a preguntarle qué había ocasionado su tardanza, pero al acercarse un poco y descubrir que la sonrosada mejilla del joven aún mantenía la marca vektorica de la almohada, la respuesta se hizo muy obvia.
— ¡Sancriel! — Espetó su apellido con furia.
Con solo ese llamado de atención, el cabello de Valiester se erizó.
— Lo puedo explicar, juro que se lo puedo explicar…
Sabiéndose de memoria el número teatral que su joven asistente estaba a punto de montar, Eadlyn simplemente puso los ojos en blanco.
— Ya… ponte a trabajar —ordenó sin más, deseando saltarse toda la pantomima.
— ¡Muchas gracias! ¡Juro que no volverá a suceder! — Exclamó el más joven al tiempo que el alma le volvía al cuerpo.
Toda la isla de Sefalis, pertenecía al instituto de formación primaria y superior Krusias, donde los niños ingresaban con cinco años, para irse al cumplir los veinte, tras recibir la educación más cara de todo el país. Valiester ya había concluido sus estudios hacía más de un año, no obstante, hace mucho tiempo se había resignado a que jamás saldría de la isla, es más, su hermana mayor, quien concluyó sus estudios con notas sobresalientes, se trataba de un gran prodigio listo para ser un miembro activo de la sociedad, más allí seguía retenida, donde ambos pasarían el resto de sus vidas hasta marchitarse en las tinieblas; por esta razón, Valiester cumplía la función de asistente para varios eruditos, dando clases a los más jóvenes, de modo que tempranamente aprendiera la vocación que no tendría otra opción más que desempeñar en el futuro.
El académico responsable de impartir clases sobre retórica, solo dijo unas cuantas palabras para dar inicio a la misma, y luego se sentó, dejando a Valiester continuar con la lección.
El muchacho desempeñó magistralmente su tarea de profesor, puesto que a diferencia de los viejos amargados que no soportaban a la juventud inquieta, Valiester rebosaba tanto de paciencia como amabilidad, además de que no le resultaba difícil hacerse entender con palabras, y no dudaría en explicar mil veces lo mismo, sin enojarse; tampoco le agradaban los castigos físicos, siendo que él mismo había recibido más de los que podía recordar; con todo esto, no es de extrañar que los alumnos lo prefirieran antes que a cualquier otro maestro.
Siendo Valiester el de carácter más indulgente y compasivo, si no es que el único, pocos eran los que se atrevían a faltarle el respeto, temiendo que adquiera un comportamiento más hostil, similar al del resto, por lo cual, tampoco le dificultaron demasiado las cosas.
Primero pasó una hora, luego dos, tanto el cansancio como el aburrimiento comenzaban a notarse en los rostros de los muchachos, el mismo Valiester se sentía fatigado de tanto hablar, por lo cual decidió darles un descanso para que fueran a tomar un respiro.
En cuanto el último niño abandonó el gran salón, Valiester se acercó al anciano que se mantenía leyendo un viejo ensayo sobre composición poética, y lo invitó a acompañarlo a dar una vuelta por el vasto jardín.
Mientras caminaban tranquilamente alrededor del blanco rosedal, intercambiando opiniones referentes a un libro, y vigilando de vez en cuando a los alumnos, Eadlyn terminó haciendo la pregunta que tanto atormentaba su joven aprendiz.
— ¿Ya decidiste en que te vas a especializar? — Inquirió rozando con su mano una de las flores al avanzar.
Valiester suspiró, meditando una forma adecuada de formular una respuesta que no ofenda ni decepcione al viejo.
— No estoy seguro, —musitó— no es que alguna especialidad me llame particularmente la atención, por el contrario, me gustan todas.
— Lo entiendo, cuando uno es joven, cree que debe saberlo todo lo antes posible, pero a medida que creces, te das cuenta que nunca eres lo suficientemente viejo para seguir aprendiendo.
El aprendiz se sentó en el húmedo pasto sin preocuparse por cómo este afectaría sus ropas, y miró al cielo con aire cándido, envidiando a las aves dueñas de su propio destino que podían simplemente extender sus alas e ir a donde quisieran.
— ¿Y si no quiero pasar toda mi vida estudiando? —se aventuró a preguntar.
El anciano detuvo su marcha en seco al oírlo, y volteó, solo para descubrir que lo había dejado atrás por varios pasos.
— Explícate.
La mirada de Valiester se desvió hacia el horizonte, donde una perfecta línea recta diferenciaba el vasto océano azul del cielo; para cruzar en barco desde el imperio de Ildrias, a la isla Sefalis, era necesario un més de viaje, y eso solo si el clima fuese favorable, salvo por las embarcaciones que venían cada cierto tiempo a proveer mercadería del continente, o cuando a principio de año llegaban nuevos alumnos, era difícil ver caras nuevas, y para alguien que llevase veintidós años viviendo allí sin abandonar jamás la isla, claramente sus ansias de conocer el mundo desbordarían en cualquier momento; su curiosidad era tan voraz, que ya pocos libros eran capaces de saciarla, tanto los conocimientos teóricos como empíricos dejaban de interesarle, y no veía en ellos más que un simple dato sin color, lo que ansiaba eran experiencias, pero se veía separado de ellas por ese inmenso océano que cubría el mundo.
— Cree usted que, en un futuro, tal vez yo podría… —guardó silencio, temeroso de sus propias palabras. — ¿Dejar Sefalis? Es decir, recientemente, en el mercado, llegó un barco que traía traducciones de libros extranjeros, he aprendido mucho de un interesante filósofo de otro continente, su nombre es Al-Akram, también supe que se han descubierto nuevas civilizaciones en una tierra que se creía deshabitada; el mundo es tan grande, que en cada parte de él existen personas con visiones tan distintas entre sí… Me gustaría hacer un viaje, y recopilar las doctrinas de diferentes pensadores alrededor del mundo, para comparar sus diferencias y similitudes, tal vez…
— Valiester, ya tienes veintidós años,—lo interrumpió con sequedad— no es malo tener sueños tan fantasiosos de niño, pero a tu edad ¿No es ya tiempo de poner los pies sobre la tierra?
Esas palabras fueron un tanto más duras de lo que esperaría, el viejo profesor de retórica, era su principal mentor, y quien prácticamente lo crió a él y a su hermana desde que llegaron a la isla, Valiester lo consideraba como su padre, y nunca se atrevería a compartir sus sueños y esperanzas sobre un futuro en el mundo exterior, si no se tratase de alguien de suma confianza y familiaridad; que una persona de su círculo más íntimo, desestime sus sueños de forma tan cruel, lo dejó increíblemente desanimado.
— Por supuesto que solo era una idea, realmente no pensé demasiado en ello. —dijo intentando disimular la amargura en su voz.
— Creo que es hora de terminar el recreo, los chicos deben volver a clases. —dijo Eadlyn, dando por terminado el tema y dejándolo en el olvido.
La segunda mitad de la clase fue totalmente diferente de la primera, por mucho esfuerzo que Valiester pusiera en mantenerse alegre y concentrado, se le notaba visiblemente decaído, al punto que incluso los alumnos temían hacerle preguntas por miedo a una reprimenda.
Al finalizar el día, Valiester no poseía demasiadas ganas de hablar con nadie, por lo que simplemente decidió descender hacía la playa, y mientras que paseaba en soledad por la costa, tarareando una melancólica canción sin letra, observando tranquilamente como el azul nocturno y el anaranjado ocaso se disputaban el cielo, su hermana se acercó sentándose en la arena, e invitándolo a que la acompañe.
— ¿Eadlyn te mandó?— Inquirió sin tapujos, al tiempo que se sentaba junto a ella de mala gana.
— No, ¿Pelearon? No lo he visto desde hoy en la mañana.
Valiester se encogió de hombros, y sus ojos se posaron en los de su hermana.
— Yo no diría que fue una pelea, —suspiró— pero de todas formas me siento regañado.
— Te estaba buscando, porque hay algo que quiero mostrarte, no se a quien más pedirle consejo. — Confesó Saimale, al tiempo que su cabeza caía sobre el hombro de su hermano pequeño.
— Yo también quiero pedirte un consejo — Respondió este.
— Tu primero —espetó ella encogiéndose de hombros.
Valiester tomó una larga bocanada de aire, y con una diminuta rama comenzó a garabatear sobre la arena húmeda, hasta que sucias líneas formaron una especie de flor.
— Cuando te graduaste y elegiste una especialidad, ¿Que te hizo decidir la herbolaria? — Inquirió denotando cierto nerviosismo, como si apoyara en esa pregunta diminutos fragmentos de esperanza que ni él sabía que poseía, esperando que su hermana mayor dijera algo que pudiese convencerlo, o en todo caso, hacerle darse cuenta, que podría tener un futuro allí.
Para Saimale, no importaba que la persona sentada a su lado le sacara dos cabezas de alto, ni que el resto de ancianos lo traten como un igual; ella no era capaz de vislumbrar otra cosa más que un niño pequeño e indefenso, al cual debía cuidar a toda costa; quizá, con el paso del tiempo había adquirido algunas actitudes maternales con respecto a este niño, por ejemplo, el hecho de que su rostro representaba para ella un libro abierto en el cual las emociones eran completamente legibles, por lo que solo le bastó una mirada para comprender la confusión por la que pasaba, y sentía tristeza al no poder ayudarlo.
— Simplemente fue por descarte; —explicó con una mezcla de dulzura y amargor —odio filosofía, retórica, también odio aritmética, la herbolaria es simplemente lo que odio un poco menos que el resto, por el simple hecho de que es lo más sencillo de estudiar, así que puedo dedicarle más tiempo a cosas que realmente me interesen.
Ciertamente, no había mentira en sus palabras, pero tampoco estaba contando la verdad completa, solo que su hermano pequeño era demasiado ingenuo para ensuciar su inocencia con viejos asuntos.
— Oh… comprendo.
Esas palabras fueron prácticamente sopladas con disgusto, y Valiester se cruzó de brazos, para permanecer totalmente callado observando al océano. Pensando en que no había salida, su hermana, al igual que él, era otro pájaro enjaulado, el cual solo podía darle consejos para sentirse un poco menos miserable sin dejar jamás la jaula.
— ¡Hey, no te deprimas! —exclamó Saimale dandole un suave golpe en el brazo, intentando animarlo, — En un año haré el examen de maestría, y abriré una cátedra de esgrima y combate, tu puedes hacer lo mismo, estudia una especialidad sencilla, y tras realizar el examen de maestría abre una cátedra de lo que desees.
— Me temo que soy un fiasco con la espada, con cualquier arma, de hecho, no podría serte de utilidad.
No hacía falta ser un genio, para notar por sus palabras, que Valiester ni siquiera se había molestado en escucharla. Saimale suspiró con amargura, el cielo se había tornado completamente azul, las estrellas se reflejaban en el océano, y el aire comenzaba a enfriarse, por lo cual pudo ver el vaho de su suspiro, pareciendo recordar algo de forma repentina, con su mano blancuzca rozó la carta que llevaba en el bolsillo, como si deseara asegurarse de que seguía allí, temiendo perderla.
— Creo que ya es mi turno para pedir un consejo.
Las palabras le supieron mal al pronunciarlas, no se sentía bien buscando consejo en Valiester, cuando ella no fue capaz de hacer lo mismo por él.
— Te escucho. —respondió este, frotando sus manos para así no sentir frío.
Sin más demoras, Saimale extrajo la carta de su bolsillo, y la extendió hacia su hermano, para que este pudiese leerla.
Valiester la abrió, se trataba de cuatro simples líneas, escritas con tinta obsidiana.
“Su majestad, el emperador Mieres III, solicita con urgencia la presencia de su prima, la duquesa Saimale Eliria Sancriel, en el palacio Solmieres, este asunto debe ser tratado con la mayor urgencia y secreto que sea posible.“
Desconfiando de las palabras leídas, la vista de Valiester decayó, para encontrar en la parte baja del papel la firma del cónsul vitalicio, seguido de un “Larga vida al emperador” y por último, el sello oficial que demostraba la autenticidad de la carta.
La releyó varias veces, sin ser capaz de creerlo, buscando constantemente algún detalle que haya pasado por alto o alguna marca de agua en el papel, pero la carta era totalmente verídica. Sin aviso alguno, y tras sentirse bien todo el día, de pronto se formó un nudo en su estómago, el cual le causó fuertes náuseas, a la vez que comenzó a sudar a pesar del frío, de no ser por el hecho de que había salido de casa a las apuradas, olvidando desayunar, por lo cual su estómago estaba completamente vacío, probablemente ya estaría vomitando.
— ¿Te encuentras bien? —Inquirió Saimale con las cejas alzadas y la boca entreabierta por la preocupación, a la vez que su mano se dirigía inconscientemente a la frente de Valiester, para tomar su temperatura.
— Si… — Valiester le devolvió la carta, y con cierto asco se secó el sudor, para luego inhalar el helado aire salado, sintiendo que este lo desintoxicaba por dentro. —Deberías acatar las órdenes del emperador.
Saimale se quedó helada, solo la brisa que hizo bailar sus largos cabellos rubios daban indicios de que era humana, ya que la rigidez de su cuerpo la haría pasar completamente por una estatua.
— No es como si pudieras desobedecer al emperador —explicó Valiester con obviedad, al tiempo que encogía de hombros y sonreía. — Además, ¿No es una oportunidad para poder largarte de aquí? Yo la tomaría.
— Es que quiero tomarla, —confesó Sai. —Lo que no quiero es dejarte, ni a tí ni al viejo.
— ¡Que no se entere que lo llamas así, o le va agarrar un ataque! —espetó intentando sonar serio, pero con una pequeña sonrisa asomando por la comisura de sus labios. —Si tu puedes dejar la isla, eventualmente yo también podré, y siendo dos afuera, podremos ejercer presión y hacer que el viejo se jubile de una vez para traerlo con nosotros.
Saimale sonrió, Valiester le tomó de las manos.
— Hazlo, —concluyó— ¿O realmente deseas hacer un examen de maestría y quedarte aquí encerrada como una instructora de esgrima y combate por el resto de tu vida?
La muchacha negó con la cabeza, y abrazó a su hermano menor con todas sus fuerzas, como si quisiera absorberlo dentro de su cuerpo, volviéndolo parte de ella para nunca tener que dejarlo.
— Gracias — musitó con el rostro escondido en su cuello.
Valiester no dijo nada, y correspondió a su abrazo, sólo dos días después, ella partió hacia Ildrias.
Desde que Saimale se había ido, los días de Valiester se volvieron un poco más grises y monótonos de lo habitual, no solo porque su principal compañera de juegos, su mayor confidente, y quien siempre lo defendía cuando cometía un error o se metían con él ya no estaba, sino por el hecho en sí, de que alguien que representaba un pilar de su vida en los veintidós años que llevaba de esta, por primera vez no estaba a su lado, y eso, incluso para alguien que vivía en un entorno tan tranquilo y protegido como el suyo, resultaba un tanto aterrador; toda su vida había transcurrido en condiciones estáticas e imperturbables, esta era la primera vez que experimentaba un cambio. Viéndolo en retrospectiva, si la partida de su hermana ya había trastocado tanto las cosas, no se imaginaba cómo podría arreglárselas si ge
Era temprano, prácticamente de madrugada, el sol apenas comenzaba a despuntar lejanamente en el horizonte, por lo que el cielo aún estaba más oscuro que iluminado, mezclando el azul, violeta, y gris. Valiester no podía conciliar el sueño, por lo que había salido a la proa del navío en el que llevaba treinta y dos días viajando; el viento era suave, y el oleaje débil, por lo que podía ver claramente su reflejo en el agua. Desde la lejanía, oía el eco del graznido de las gaviotasObservó sus manos, las cuales temblaban de frío y tenían las llemas de los dedos rojas, apretó los puños mientras trataba de ocultarlos bajo su ropa. No muy lejos, veía nítidamente el majestuoso puerto de Ildrias, repleto de luces que a la lejanía, no sería difícil confundir
La majestuosidad que el palacio mostraba por fuera, era apenas la mitad de lo que era por dentro, llevaba sólo cinco minutos caminado, pero a Valiester ya le dolía el cuello de mirar hacia arriba, la onírica pintura que se exhibía en el techo llena de colores, seres mágicos y hermosos héroes de leyenda, Eadlyn tuvo que tironear de su brazo para que prestara atención a sus propios pasos, a riesgo de tropezarse con alguien, o algo.— ¿Qué acaba de pasar? —inquirió el más joven en un discreto susurro a su acompañante.— No hables, —le respondió Eadlyn, con suma firmeza, sin siquiera dedicarle una mirada. —Y camina derecho.Valiester hizo caso omiso, y en silencio fue guiado por una galer&
El día transcurrió tan rápido y tan lento a la vez, que Valiester genuinamente se preguntó si acaso el tiempo corría de forma distinta dentro de la capital. Por un lado, ansioso como estaba por ser la primera vez que pisaba tierra no perteneciente a Sefalis, quería compactar todo el imperio en una sola calle para poder recorrerlo en un día. Acompañado por Eadlyn, sin ningún sirviente, visitó el anfiteatro, llevando consigo la carta de Saimale donde le narraba su visita a este, como si se tratase de una especie de reseña o como si a través de esa carta ella pudiera acompañarlo, lamentablemente su tiempo no sería suficiente para quedarse a ver una obra, esa misma noche sería el banquete que el emperador dispuso en su honor. El plan original, era simplemente pasar el día en el palacio, pero su mente se mantenía demasiado inquieta, no podía dejar de preocuparse por Saimale, y el emperador se encontraba en una
Su segunda noche en el palacio no fue más tranquila que la primera, pero al menos sí más distendida, contando con el cansancio que ya arrastraba desde temprano, más el que su condición le proporcionaba por defecto, bajó del carruaje casi dormitando, afortunadamente gran parte de la servidumbre había sido informada de su condición, por lo que se precipitaron hacia él para ayudarlo a bajar, y guiarlo al interior del palacio, Valiester estaba en modo automático, por lo que vagamente se percató de ver al emperador dándole una señal, mientras que la servidumbre lo llevaban a su habitación donde fue bañado y vestido con ropas más caras y vistosas de lo se atrevería a usar por cuenta propia, y su cabello fue cuidadosamente peinado, como si fuese una noble cortesana, lo que lo hizo sonrojarse, en Sefalis la vida era tan modesta que m&aa
La ostentosa orquesta, tan elegantes que hasta parecían una parte del decorado, detuvo su vals de forma súbita, en perfecta coordinación, esto desconcertó a todos los invitados, quienes se vieron descolocados sin sentir ya la hermosa música de fondo, la mayoría de los presentes ya se encontraban en sus asientos, solo faltaban unos pocos invitados,Valiester no ignoró el detalle de que las pocas sillas que se encontraban vacías, eran las más cercanas al trono del emperador, él y Eadlyn eran los únicos sentados en esa sección, y no tardó en preguntarle a Eadlyn donde estaba toda esa gente. —Son el séquito personal que acompaña al emperador, llegarán junto a él, —mientras decía esto, algo pareció hacer clic en su mente, y se puso de pie casi de un salto. — Escuchame, —agregó, encorvandose y apoyando ambas manos en la mesa. — Me voy a cambiar de lugar, yo no soporto a esta gente, y sinceramente no es con
— Lo siento, no entiendo de lo que estás hablando. — Respondió Valiester, visiblemente tenso, con la mirada inquieta evitando los ojos de su compañera, y los puños tan apretados que sus nudillos emblanquecían. — Su excelencia no puede no saber de lo que hablo, la masacre que marcó una época. — Contestó Aenteiris confundida, una persona tan letrada como lo era Valiester, no podía desconocer hechos históricos de los cuales, en cierto modo, él mismo era parte. — No estoy diciendo que no sepa de lo que hablas, — Corrigió Valiester. — Sino que no entiendo que tendría que ver eso conmigo, yo nací en Sefalis, lejos de la capital. A pesar de que Valiester se esforzaba en mantenerse amigable y guardar calma, la forma en la que sus ojos iban de un lugar a otro, o cómo de repente le dió un tic
No había donde escapar, el fuego se expandió demasiado rápido, devorando todo a su paso. Incluso los altos pilares de mármol que sostenían el techo no tardarían en ceder ante el vigor de las llamas que trepaban ávidamente, hasta el más mínimo rincón del gran palacio se llenó de humo negro que impedía respirar.Una dama de mediana edad corría desesperada por un interminable pasillo, cargando un niño pequeño en su pecho mientras que con su brazo izquierdo sostenía vigorosamente la muñeca de una niña de cuatro años cuyas pequeñas piernas apenas le permitían correr detrás de ella, si su madre la soltara, inevitablemente se quedaría atrás.La dama solía llevar lujosas vestimentas, pero en ese m