Capítulo 3: Búsqueda

Ya había llorado bastante con el apoyo de mamá. Me sentía seca y que ya no me iba a salir ninguna lágrima, mucho menos si evitaba recordar a Dante.

—Ya verás que todo te saldrá bien, no te puedes echar a morir por un hombre que no vale la pena ¿De acuerdo? —Llevó la palma de su mano a mi mejilla.

Estábamos sentadas en la cama de la que alguna vez fue mi habitación. Mis padres quisieron conservarla para el recuerdo, sin saber que algún día volvería a ella, por lo que tenía todavía algunos póster de las bandas de rock que solía escuchar.

—Nunca he trabajado... No sé qué haré —murmuré, con las manos temblorosas.

—Hey, mírame —me obligó a mirarla—. No digas tonterías. Todos tenemos la capacidad de aprender cualquier cosa, nuestra mente es la que nos limita —añadió, tocando mi frente con la yema de sus dedos.

—Tengo veintiocho años, mamá ¿Quién va a querer contratar a una novata con esa edad? —inquirí, alzando una ceja.

—Tengo el empleo perfecto para ti. Hace poco vi en el periódico que hay una vacante disponible en una empresa cerca de aquí. Podrías empezar por ahí, buscan una mujer entre veinte y treinta años, con o sin experiencia —argumentó, con una sonrisa de lado.

—¿Y cuál es el cargo? No lo sé, mamá... Tal vez prefieran a alguien más joven —murmuré, abrazando mi propio cuerpo.

—No seas estúpida, Ximena. Espabila y deja atrás a Dante, empieza a forjar tu propio camino en donde no tengas que depender de ningún hombre —demandó, se mostraba algo enojada—. Es mejor intentarlo y fracasar, a no haberlo intentado y quedarte con la duda.

—Está bien, mamá... Solo necesito tiempo —resoplé, derrotada.

—Vas a ir hoy mismo. Te acompañaré, así distraes un poco la mente ¿De acuerdo? Necesitas olvidar lo malo, hija —alegó, levantándose.

—¿Qué? Pero mírame, parezco sacada de una película de terror —defendí.

Había llorado a mares y no tenía buen aspecto.

—Báñate y te ayudaré a arreglarte, con suerte consigues una entrevista  —indicó, saliendo de la habitación.

A veces mamá se tomaba las cosas de manera diferente a mí. Yo prefería quedarme encerrada ahogando mis penas, pero ella insistía en que había que distraer la mente de alguna forma para no pensar en los malos recuerdos.

Negué con la cabeza. Aproveché que el baño quedaba al lado de la habitación e hice lo que me mandó. Dejé que el agua recorriera mi cuerpo para tranquilizarme, aunque la punzada en mi pecho no se iba por más que intentara alejarla.

Me preguntaba cuánto tiempo me costaría superar a Dante... Después de todo, fue una parte importante en mi vida. Me marcó y mi corazón no lo eliminaría así de fácil, tampoco de la noche a la mañana...

Dios, estaba pensando tanto. Debía calmarme y hacerle caso a mamá, ella estaba llena de años de experiencias y antes de casarse con papá, tuvo muchos romances buenos y malos.

(...)

Mi progenitora me había ayudado en arreglarme. Me vi en el espejo una última vez antes de salir porque me resultaba extraño verme elegante.

Estaba acostumbrada a andar en casa con cualquier trapo, sin maquillaje y de vez en cuando me solía peinar, pero nada más allá que una coleta.

Mamá se encargó de alisar mi cabello negro con una plancha para que hiciera juego con mis largas pestañas. También me colocó algo de maquillaje y sacó mi mejor ropa, la cual traje en la maleta. Unos jeans negros pegados, haciendo notar mis prominentes muslos y caderas anchas, junto a una chaqueta de cuero color caoba.

Me prestó una botas negras que eran de ella. Por suerte teníamos la misma talla.

—Ya verás que esta salida te distraerá la mente. Y bueno, conseguí uno de tus viejos curriculums, solo tuve que cambiarle la edad y listo —afirmó, sus tacones sonaban a medida que caminábamos a la puerta.

—Mamá, esos curriculums son de hace años —resoplé.

—Años en donde nunca adquiriste alguna otra experiencia, ¿o me vas a decir que ser ama de casa cuenta? —se burló, con la mano en la cintura—. Bien, tendremos que tomar un taxi ya que tu papá se llevó el auto.

—Nunca debí irme a vivir con Dante antes de casarnos... —murmuré, cabizbaja.

Ya habíamos salido de la casa e íbamos a la parada que quedaba en la esquina.

—No es tiempo de lamentos, hija. Ahora es cuando vas a renacer como una mejor mujer —alegó, risueña.

La miré de reojo con el ceño fruncido porque algo me decía que mamá estaba tramando algo. Pero lo dejé pasar.

—Bueno, tú no eres muy diferente a mí, si también vives con papá —mascullé, de brazos cruzados.

—Pero yo sí trabajo, así que cuando me toque separarme de él, estaré bien porque soy independiente, tú no lo eras —refutó, ganando la discusión.

Me quedé callada porque tenía razón en todo. Me disgustaba haber sido muy dependiente de alguien... Sacarlo de mi cabeza sería tortuoso y difícil. Tal vez necesitaría terapia si no lo lograba.

Tomamos el taxi y no tardamos más de cinco minutos en llegar a lo que parecía un edificio. Aunque el letrero me resultaba familia, pero no indagué mucho para seguir a mamá quien llevaba un cohete en el culo de lo rápido que se bajó y caminó hasta la entrada.

Lo primero que vimos fue a una mujer de recepcionista en el lugar, mi madre no dudó en acercarse a ella, apoyó su mano en el mesón.

—Buenas tardes. Me han informado que están buscando personal en esta empresa —comentó, haciéndose la tonta.

—Así es. Buscamos una mujer que cumpla con los requisitos de nuestro jefe para el cargo de recepcionista —alegó la mujer, tecleando en el computador—. Yo me retiraré por asuntos personales por lo que mi puesto estará vacante dentro de poco.

Mamá me tomó de la mano para jalarme ya que me encontraba un poco lejos de ellas. Forzó una sonrisa piadosa ante la recepcionista, quien nos veía confundida con esos azulados ojos.

—Mi hija necesita el trabajo. Ella sabe manejar Word, Excel y ese tipo de cosas en la computadora —argumentó, dejándome con los ojos abiertos.

Bueno, no era mentira eso. Yo sí sabía usar los programas básicos en una computadora gracias a que Dante solía pedirme que le redactara algunos documentos de su trabajo. Todavía recordaba el día que me enseñó todo eso...

De nuevo me dolió el pecho al pensarlo.

—Perfecto entonces ¿Trajo algún curriculum? —cuestionó, mirándonos.

—Sí —respondí, entregándole el papel.

Ella lo estuvo chequeando durante un buen rato mientras sostenía su mentón de forma pensativa.

—Un momento, permítanme notificarle a mi jefe. Será rápido —dictaminó, haciéndonos señas de que esperemos.

La mujer salió casi corriendo de la recepción con mi curriculum en mano. A saber qué habrá visto que pareció tensarse un poco. Mamá y yo nos quedamos en shock por su repentina reacción.

—¿Crees que te conozca? —inquirió la castaña, dudosa.

—No creo, siempre me la pasaba en casa y casi que no coincidí con los allegados de Dante, exceptuando a su hermano que lo conocí una vez en un evento que hizo... —expliqué, mordiéndome el labio.

No recordaba muy bien al hermano de Dante, más allá de que sus aspectos físicos eran similares y que el menor trabajaba como secretario del otro. Lo que sí sabía era que su hermano era un poderoso CEO que podría hundir a cualquiera con tan solo chasquear los dedos.

—No lo sé, se mostró interesada cuando leyó tu curriculum. ¿Por qué otra razón se lo llevaría en persona a su jefe? —continuó mamá, algo no le cuadraba.

—Ya, mamá, todo estará bien.

La recepcionista regresó con la respiración agitada, posiblemente por el trote que hizo con esos tacones. Inhaló hondo para calmar  su pecho que subía y bajaba.

—Ximena, ¿no? —preguntó. Yo asentí—. De acuerdo. Tendrás una entrevista el viernes a las ocho de la mañana con el mismísimo jefe ¿Te parece bien? —comentó.

Mis párpados se abrieron y me vi en conjunto con mamá quien no dudó en sujetar mis manos por la emoción. Si me solicitaron de una vez, significaba que había la posibilidad de que me contrataran.

—P-por supuesto —balbuceé—. Estaré aquí a la hora exacta —añadí.

—Bien, entonces nos vemos el viernes —La mujer me regaló una última sonrisa y salí de ahí con mamá.

—Lo sabía —chilló cuando ya estábamos afuera—. Este será un nuevo cambio para bien, cariño.

—Puede que tengas razón, mamá. Aunque no sé por qué me escogieron si no tengo mucha experiencia —aclaré, con mi mano en la barbilla.

—No importa por qué lo hayan hecho, lo importante es que con una distracción podrás olvidar a Dante, y quién sabe y puedas encontrar otro hombre —insinuó, con picardía.

—No, mamá. No estoy para eso ya —resoplé—. Dante me dañó lo suficiente, no quiero que vuelvan a hacerlo.

—No todos los hombres serán como Dante. ¿O no ves a tu padre? Él haría cualquier cosa por mí, aunque ya tengamos más de cincuenta años —se echó a reír.

Y era verdad, mi madre tenía unos cincuenta y tres si mal no recordaba. Sonreí junto a ella y ambas nos tomamos de la mano.

Me hacía recordar el pasado, cuando era una niña a penas y esa mujer me llevaba agarrada para que no me sucediera nada malo. Mi madre siempre había sido mi pilar, nunca supe en qué momento eso cambió y la abandoné por irme bajo el techo de un hombre.

Aun así, ella me apoyó porque he sido su única hija y principalmente estaba mi felicidad, por más que yo fuera una terca que defendió muchísimo a Dante en su momento, cuando éramos adolescentes y papá no lo aceptaba...

¿Desperdicié mi vida?

No mucho, porque gracias a Dante aprendí lo que era amar a alguien de verdad, así como también me enseñó lo que era el dolor de tener un corazón roto.

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