Aire. Aire era lo que necesitaba para saber que estaba vivo, y eso lo tomaba. Aire. Estaba tan frío, su visión nublada, el corazón muy agitado, la garganta muy seca, casi llena de una tierra fantasma, las manos entumecidas como el resto de su cuerpo frío, ese aire era tan poquito pasando por sus vías, todo era muy extraño ahora, como se sentía no se había sentido jamás, era estar ahí pero no estar. A escasas horas o tal vez eran muchas horas de haber sido apuñalado por su esposa.
Cuando cayó al piso del baño si acaso sus oídos quedaron medio despiertos, el cuchillo muy filoso entró y salió. María de Lourdes era derecha, pequeña,con la fuerza del odio si, y eso lo hizo sangrar mucho, también le dolía pero con lo poco de energía que le quedaba, sin contar que no podía apoyar las piernas por el terrible dolor que esto le produc
Cerré la ventana de la habitación, había comenzado a refrescar y necesitaba calma para realizar la llamada y dar la grandiosa noticia.Acomodé a Graciela en la cuna, me arreglé el cabello y después de marcar el número esperé. Yo tenía señal perfecta, esperaba que Isabel también. ¿Qué estaría haciendo ella ahora mismo? ¿Le sorprendería mi llamada, sabría para qué? Ella era muy perceptiva,¿qué consejo me daría? Porque yo quería volver a Betel y vivir esto con ella, con la gente de allá, las niñas maravillosas que eran mis amigas, los chicos, hasta los trabajadores y las mascotas debían enterarse que pronto en Betel otro pequeño jugaría y que sus hijos tendrían un futuro en las tierras que tanto les gustaba trabajar.–¡Isabel!– Le grité cuando por fin ate
Fernando bajó del auto y le lanzó las llaves a su ballet. El mismo que lo esperaba todos los días y estaba al pendiente de cada uno de sus requerimientos.Hacía lo mismo a diario, el trabajo del vallet era fácil, estaba tranquilo y estable,sin novedades más que el dueño requiriera algo y eso casi nunca pasaba pues este dueño no demostraba gran confianza en los hombres para sus necesidades, según había escuchado era al eficiencia que él y su hermana habían demostrado durante años de trabajo que lo hacía inclinarse ante el sexo femenino para cualquier necesidad que tuviese. Todo eso iba perfecto, no se quejaba si él no era necesario, hasta que una tarde Fernando lo llamó y le pidió que consuma discreción arreglara su visa, pasaporte, identificación y hasta pusiera sus impuestos en regla.–¿Viaje de negocio señor? –
Gracia suspiró tres veces frente al espejo del pasillo. Cuando ya pensaba que tenía todobajo control surgía esto y traía de regreso a Yvonne.Al siguiente día de su llegada a Madeira se encontró con unas conocidas en la farmacia y le refirieron lo felices que estaban por el regreso de la hija mayor yde paso con prole. Algo verdaderamente desagradable.El último aire que tomó fue para entrar a la habitación donde su esposo la esperaba.Estaba de pie mirando por la ventana y cuando entró se volteó con indiferencia.–Contigo quería hablar.–Sabes dónde encontrarme, no estoy en condiciones de correr ni de esconderme. –Le respondió él tranquilo y con tono tan pesado como el de ella.–Por lo menos no estas sentado en esa ridícula silla. –La señaló.–Por lo menos tú no tienes que gui
–¿Es tan obvio queme encanta su vino? –Le pregunté levantando la copa y sonriéndole amistoso. Sin embargo, amistad no era justamente lo que esta señora buscaba y ni siquiera lo inspiraba. Sus ojos azules llevaban delineador negro, esta señora estaba maquillada a toda hora,inclusive dentro de la casa, su hija menor también tenía cierto rubor en las mejillas y los ojos resaltados, Graciela tenía ojos de cielo despejado, de días soleados, de océano tranquilo, de olas cálidas, definitivamente nada que ver con los de esta mujer.–Es obvio que necesitas algo para drenar la ansiedad de salir de esta casa, de regresar a tu país.Fue directa. No esperaba menos de ella. Se acercaba a mí elegantemente, con ademan es de señora de edad que no pierde el estilo ni en los peores momentos,ni en esos donde tiene que mirar a la cara a un yerno con el que no congenia.
–¿Te gustan los hospitales? –Adriana levantó por fin los ojos de su regazo y se encontró con los de Fernando, llevaban casi veinte minutos en la sala de espera del hospital, todo impecable y solo.–Disculpe. –Lo había escuchado con claridad pero necesitaba tiempo para asimilar su mirada.–Pregunte si te gustan los hospitales.Fernando llevaba rato observándola, las manos en el regazo, mirada baja, ojos bien abiertos, falda un poco subida, una cuarta de la rodilla, escote discreto.–¿A quién le podría gustar un hospital? –Se encogió de hombros–Definitivamente no,no me gustan.–Yo estuve hace poco con mi padre en uno, dormí un par de noches ahí y me pareció tan calmado, silencioso, relajante.–Existen otros lugares silenciosos y tranquilos, los prefiero a un hospital.–¿Cómo
Apenas había podido cerrar los ojos. Tuvo que recoger todo lo del niño, desde juguetes hasta ropa, doblarla y llevar o a lavar o a sus gavetas. La mayoría del tiempo el día se terminaba en cuando comenzaba, había tanto quehacer atendiendo al pequeño Fernando, ayudando a la señora Gracia en sus cuidos personales, sumándole la casa y todas las necesidades que esta exigía, desde limpieza hasta orden, siguiendo con la comida, tenía suficiente trabajo para que el día pasara a gran velocidad sin descuidar por supuesto al bebé de tres años. El señor llegaba pasadas las seis y salía antes de la siete, a él lo atendía con charlas. Le pedía que le hablara en italiano para no olvidar su lengua y ella lo complacía, eran conversaciones breves, el clima,los juegos de Fernando, pero a él le parecía bien considerando que venían de la joven de serv
– ¿José puedes detenerte por favor? Mira ya estamos lejos de la casa...por favor para y hablemos. –Miré adelante, era una noche espesa, las luces de su coche se abrían camino en la neblina, tomaba el volante como él, como José y su pié derecho pisaba a fondo el acelerador.Llevaba rato viendo su perfil en la penumbra, su ropa fina entallada,el cuello elegante, su olor y su respiración agitada, muy agitada,como si en vez de conducir corriera.–Lleguemos a un luga rmás seguro.–Oríllate aquí. –Le pedí señalándole un claro a mi derecha, lejos de los árboles de naranja, a unos doscientos metros de la carretera principal. José dudó, me miró inquisitivo y luego miró de nuevo el camino.–Está bien. –Solté el aire, por supuesto que bajarme y correr no era una salida, él me alcan
Una caverna. Me sentía ahí, a oscuras y sin cerillos. Con madera mojada, piedras lisas,mucho calor, sofocante calor, mis orejas estaban calientes, eso podía sentirlo en la caverna. Estaba solo, con las piernas entumecidas,entonces sentí frío, angustia y mucha pena por los hombres de las cavernas. Esos que corrían buscando abrigo, refugio, techo, y sólo encontraban la soledad en sitios tan inhóspitos, tan oscuros, tan solitarios, tan húmedos que pasaban del calor al frío, tan tenebrosos como la soledad eterna, sin pareja, sin la protección del abrazo, con enemigos afuera esperando sólo que saliera para devorarlo o simplemente matarlo y dejarlo ahí, desaparecerlo sin dejar rastro de él sobre la tierra, en la historia, en la vida.Si sentía mis orejas mis orejas tan calientes sentía entonces el fuego que ella había encendido, esa luz cálida que me hab&iac