Gracia suspiró tres veces frente al espejo del pasillo. Cuando ya pensaba que tenía todobajo control surgía esto y traía de regreso a Yvonne.
Al siguiente día de su llegada a Madeira se encontró con unas conocidas en la farmacia y le refirieron lo felices que estaban por el regreso de la hija mayor yde paso con prole. Algo verdaderamente desagradable.
El último aire que tomó fue para entrar a la habitación donde su esposo la esperaba.Estaba de pie mirando por la ventana y cuando entró se volteó con indiferencia.
–Contigo quería hablar.
–Sabes dónde encontrarme, no estoy en condiciones de correr ni de esconderme. –Le respondió él tranquilo y con tono tan pesado como el de ella.
–Por lo menos no estas sentado en esa ridícula silla. –La señaló.
–Por lo menos tú no tienes que gui
–¿Es tan obvio queme encanta su vino? –Le pregunté levantando la copa y sonriéndole amistoso. Sin embargo, amistad no era justamente lo que esta señora buscaba y ni siquiera lo inspiraba. Sus ojos azules llevaban delineador negro, esta señora estaba maquillada a toda hora,inclusive dentro de la casa, su hija menor también tenía cierto rubor en las mejillas y los ojos resaltados, Graciela tenía ojos de cielo despejado, de días soleados, de océano tranquilo, de olas cálidas, definitivamente nada que ver con los de esta mujer.–Es obvio que necesitas algo para drenar la ansiedad de salir de esta casa, de regresar a tu país.Fue directa. No esperaba menos de ella. Se acercaba a mí elegantemente, con ademan es de señora de edad que no pierde el estilo ni en los peores momentos,ni en esos donde tiene que mirar a la cara a un yerno con el que no congenia.
–¿Te gustan los hospitales? –Adriana levantó por fin los ojos de su regazo y se encontró con los de Fernando, llevaban casi veinte minutos en la sala de espera del hospital, todo impecable y solo.–Disculpe. –Lo había escuchado con claridad pero necesitaba tiempo para asimilar su mirada.–Pregunte si te gustan los hospitales.Fernando llevaba rato observándola, las manos en el regazo, mirada baja, ojos bien abiertos, falda un poco subida, una cuarta de la rodilla, escote discreto.–¿A quién le podría gustar un hospital? –Se encogió de hombros–Definitivamente no,no me gustan.–Yo estuve hace poco con mi padre en uno, dormí un par de noches ahí y me pareció tan calmado, silencioso, relajante.–Existen otros lugares silenciosos y tranquilos, los prefiero a un hospital.–¿Cómo
Apenas había podido cerrar los ojos. Tuvo que recoger todo lo del niño, desde juguetes hasta ropa, doblarla y llevar o a lavar o a sus gavetas. La mayoría del tiempo el día se terminaba en cuando comenzaba, había tanto quehacer atendiendo al pequeño Fernando, ayudando a la señora Gracia en sus cuidos personales, sumándole la casa y todas las necesidades que esta exigía, desde limpieza hasta orden, siguiendo con la comida, tenía suficiente trabajo para que el día pasara a gran velocidad sin descuidar por supuesto al bebé de tres años. El señor llegaba pasadas las seis y salía antes de la siete, a él lo atendía con charlas. Le pedía que le hablara en italiano para no olvidar su lengua y ella lo complacía, eran conversaciones breves, el clima,los juegos de Fernando, pero a él le parecía bien considerando que venían de la joven de serv
– ¿José puedes detenerte por favor? Mira ya estamos lejos de la casa...por favor para y hablemos. –Miré adelante, era una noche espesa, las luces de su coche se abrían camino en la neblina, tomaba el volante como él, como José y su pié derecho pisaba a fondo el acelerador.Llevaba rato viendo su perfil en la penumbra, su ropa fina entallada,el cuello elegante, su olor y su respiración agitada, muy agitada,como si en vez de conducir corriera.–Lleguemos a un luga rmás seguro.–Oríllate aquí. –Le pedí señalándole un claro a mi derecha, lejos de los árboles de naranja, a unos doscientos metros de la carretera principal. José dudó, me miró inquisitivo y luego miró de nuevo el camino.–Está bien. –Solté el aire, por supuesto que bajarme y correr no era una salida, él me alcan
Una caverna. Me sentía ahí, a oscuras y sin cerillos. Con madera mojada, piedras lisas,mucho calor, sofocante calor, mis orejas estaban calientes, eso podía sentirlo en la caverna. Estaba solo, con las piernas entumecidas,entonces sentí frío, angustia y mucha pena por los hombres de las cavernas. Esos que corrían buscando abrigo, refugio, techo, y sólo encontraban la soledad en sitios tan inhóspitos, tan oscuros, tan solitarios, tan húmedos que pasaban del calor al frío, tan tenebrosos como la soledad eterna, sin pareja, sin la protección del abrazo, con enemigos afuera esperando sólo que saliera para devorarlo o simplemente matarlo y dejarlo ahí, desaparecerlo sin dejar rastro de él sobre la tierra, en la historia, en la vida.Si sentía mis orejas mis orejas tan calientes sentía entonces el fuego que ella había encendido, esa luz cálida que me hab&iac
El muy estúpido aún tenía el cinturón puesto, se estiraba, giraba a verme y hasta se impulsaba sobre mi...¿con el cinturón puesto? Para mi mejor. Cuando salté sobre él me sentía eufórica , ya estaba cansada de que en mi tierra, en mi casa menospreciaran mi capacidad de ser mujer.Primero mamá ignorando mis sufrimientos, mis talentos, mis necesidades, luego papá siendo solidario pero justificando el comportamiento de mamá. María culpándome por ser madre y ahora este majadero dándoselas de Don uan para convencerme que era mejor partido que Ensuan, nadie era mejor que él para mí, nadie, esperaba convencerlo de eso.Lo ataqué con todo mi peso, de frente, rodeé su cuerpo con mis piernas y con mi mano abierta choqué su perfilada nariz, mientras mi tronco lo acorralaba contra el asiento.Se sorprendió, se confundi&oac
Desde que arrancásemos el silencio reinó dentro del vehículo. Fernando no escatimó en la velocidad, cosa que le agradecí. Atrás Graciela tomaba fuerte por el cuello a Adriana, sin conocerla. Estaba asustada. Vanda por su parte, miraba en todas las direcciones.–Fernando ¿Cuántos carros viste a tu llegada? –Le preguntó estirando el cuello fuera de la ventana viendo a lo lejos la entrada donde el enorme árbol recibió el impacto.–Sólo el de María de Lourdes.–Hay otro muy cerca desde aquí puedo verlo.Saqué la cabeza por mi ventanilla y vi el auto.–Quizás fue alguien que quiso auxiliarlos. –Comentó Adriana, su tono era de gran preocupación.–No, ese es el carro donde José se llevó a Yvonne. ¡Para Fernando!Se detuvo de golpe y bajé, ellos me si
María, con toda su frustración, dio un batazo a Vanda y la obligó a caer. Grité y traté de atajarla pero a pesar de que logré rozarla, sólo rozarla,cayó al suelo, empujada también por María que venía por elsegundo impacto como si se tratara de una piñata.–¡Nooo! –Metí la mano y recibí parte del golpe que iba directo a la cabeza de Vanda.¿Qué pretendía hacer mi hermana? ¿Convertirse en una asesina enserie? No dudé entonces que Antonio estuviese muerto, María venía con todo.–¡Muéranse ya!–¡María!Cuando te cuentan algo así, al principio no lo crees y luego piensas que hubieses hecho tú.Varias teorías abordan tu mente, juzgamos los otros comportamientos.Decidimos que hubiese sido mejor en ese momento. Lo cierto es que existen situacion