–¿Te gustan los hospitales? –Adriana levantó por fin los ojos de su regazo y se encontró con los de Fernando, llevaban casi veinte minutos en la sala de espera del hospital, todo impecable y solo.
–Disculpe. –Lo había escuchado con claridad pero necesitaba tiempo para asimilar su mirada.
–Pregunte si te gustan los hospitales.
Fernando llevaba rato observándola, las manos en el regazo, mirada baja, ojos bien abiertos, falda un poco subida, una cuarta de la rodilla, escote discreto.
–¿A quién le podría gustar un hospital? –Se encogió de hombros–Definitivamente no,no me gustan.
–Yo estuve hace poco con mi padre en uno, dormí un par de noches ahí y me pareció tan calmado, silencioso, relajante.
–Existen otros lugares silenciosos y tranquilos, los prefiero a un hospital.
–¿Cómo
Apenas había podido cerrar los ojos. Tuvo que recoger todo lo del niño, desde juguetes hasta ropa, doblarla y llevar o a lavar o a sus gavetas. La mayoría del tiempo el día se terminaba en cuando comenzaba, había tanto quehacer atendiendo al pequeño Fernando, ayudando a la señora Gracia en sus cuidos personales, sumándole la casa y todas las necesidades que esta exigía, desde limpieza hasta orden, siguiendo con la comida, tenía suficiente trabajo para que el día pasara a gran velocidad sin descuidar por supuesto al bebé de tres años. El señor llegaba pasadas las seis y salía antes de la siete, a él lo atendía con charlas. Le pedía que le hablara en italiano para no olvidar su lengua y ella lo complacía, eran conversaciones breves, el clima,los juegos de Fernando, pero a él le parecía bien considerando que venían de la joven de serv
– ¿José puedes detenerte por favor? Mira ya estamos lejos de la casa...por favor para y hablemos. –Miré adelante, era una noche espesa, las luces de su coche se abrían camino en la neblina, tomaba el volante como él, como José y su pié derecho pisaba a fondo el acelerador.Llevaba rato viendo su perfil en la penumbra, su ropa fina entallada,el cuello elegante, su olor y su respiración agitada, muy agitada,como si en vez de conducir corriera.–Lleguemos a un luga rmás seguro.–Oríllate aquí. –Le pedí señalándole un claro a mi derecha, lejos de los árboles de naranja, a unos doscientos metros de la carretera principal. José dudó, me miró inquisitivo y luego miró de nuevo el camino.–Está bien. –Solté el aire, por supuesto que bajarme y correr no era una salida, él me alcan
Una caverna. Me sentía ahí, a oscuras y sin cerillos. Con madera mojada, piedras lisas,mucho calor, sofocante calor, mis orejas estaban calientes, eso podía sentirlo en la caverna. Estaba solo, con las piernas entumecidas,entonces sentí frío, angustia y mucha pena por los hombres de las cavernas. Esos que corrían buscando abrigo, refugio, techo, y sólo encontraban la soledad en sitios tan inhóspitos, tan oscuros, tan solitarios, tan húmedos que pasaban del calor al frío, tan tenebrosos como la soledad eterna, sin pareja, sin la protección del abrazo, con enemigos afuera esperando sólo que saliera para devorarlo o simplemente matarlo y dejarlo ahí, desaparecerlo sin dejar rastro de él sobre la tierra, en la historia, en la vida.Si sentía mis orejas mis orejas tan calientes sentía entonces el fuego que ella había encendido, esa luz cálida que me hab&iac
El muy estúpido aún tenía el cinturón puesto, se estiraba, giraba a verme y hasta se impulsaba sobre mi...¿con el cinturón puesto? Para mi mejor. Cuando salté sobre él me sentía eufórica , ya estaba cansada de que en mi tierra, en mi casa menospreciaran mi capacidad de ser mujer.Primero mamá ignorando mis sufrimientos, mis talentos, mis necesidades, luego papá siendo solidario pero justificando el comportamiento de mamá. María culpándome por ser madre y ahora este majadero dándoselas de Don uan para convencerme que era mejor partido que Ensuan, nadie era mejor que él para mí, nadie, esperaba convencerlo de eso.Lo ataqué con todo mi peso, de frente, rodeé su cuerpo con mis piernas y con mi mano abierta choqué su perfilada nariz, mientras mi tronco lo acorralaba contra el asiento.Se sorprendió, se confundi&oac
Desde que arrancásemos el silencio reinó dentro del vehículo. Fernando no escatimó en la velocidad, cosa que le agradecí. Atrás Graciela tomaba fuerte por el cuello a Adriana, sin conocerla. Estaba asustada. Vanda por su parte, miraba en todas las direcciones.–Fernando ¿Cuántos carros viste a tu llegada? –Le preguntó estirando el cuello fuera de la ventana viendo a lo lejos la entrada donde el enorme árbol recibió el impacto.–Sólo el de María de Lourdes.–Hay otro muy cerca desde aquí puedo verlo.Saqué la cabeza por mi ventanilla y vi el auto.–Quizás fue alguien que quiso auxiliarlos. –Comentó Adriana, su tono era de gran preocupación.–No, ese es el carro donde José se llevó a Yvonne. ¡Para Fernando!Se detuvo de golpe y bajé, ellos me si
María, con toda su frustración, dio un batazo a Vanda y la obligó a caer. Grité y traté de atajarla pero a pesar de que logré rozarla, sólo rozarla,cayó al suelo, empujada también por María que venía por elsegundo impacto como si se tratara de una piñata.–¡Nooo! –Metí la mano y recibí parte del golpe que iba directo a la cabeza de Vanda.¿Qué pretendía hacer mi hermana? ¿Convertirse en una asesina enserie? No dudé entonces que Antonio estuviese muerto, María venía con todo.–¡Muéranse ya!–¡María!Cuando te cuentan algo así, al principio no lo crees y luego piensas que hubieses hecho tú.Varias teorías abordan tu mente, juzgamos los otros comportamientos.Decidimos que hubiese sido mejor en ese momento. Lo cierto es que existen situacion
Un bate. Las luces del auto alejándose. El sonido de los huesos de sus manos quebrarse. La detonación de un arma. ¡Salte! Estaba solo en la habitación del cómodo departamento de Adriana.Seguramente Yvonne se quedó hablando sola después que llegamos del hospital y me recosté en la cama mientras ella le daba una compota a Graciela.Me estaba conversando algo sobre su madre, o sea, Vanda.Había sido mi idea que se fuera a Betel con nosotros, no era justo que se quedara con un futuro incierto ahora que conocíamos la verdad. De hecho era parte e la felicidad que necesitaba Yvonne para nunca más extrañar Madeira.Con los días el calor había disminuido y el clima ahora templado me agradaba.Continué sentado en la orilla de la cama, los últimos días habían resultado una pesadilla familiar, algo que pudo haber terminado muy mal y que
Con mucho gusto hubiese permanecido en la cama. Retozando después de por poco perder el peinado con cintillo que con tanto esmero me había hecho Vanda, osea, mi madre. Mi verdadera madre, mi real madre, la de verdad, no Gracia, Vanda.Significaba más que un ejercicio sentimental uno mental. Vivir toda una vida con la imagen de una madre y poder llamarla ahora por su nombre, o peor aún, no querer pronunciar ni siquiera su nombre era peor que las contusione ssufridas.Vanda, llevaba en brazos a su nieta que miraba y señalaba todo a su paso desde la entrada con cadenetas de flores y papeles alegóricos. Una abuela muy bien arreglada gracias a Fernando que le compró un vestido verde gua y pidió a Adriana que la peinara hasta que su castaño cabello brillara. Mi antigua secretaria nos maquilló a las dos. La manera en que lo hacía me hizo recordar a Andrea cuando nos arreglaba a Isabel y a mí,