Los hombres se giraron hacia Stella, sus rostros reflejaban sorpresa y molestia. Era evidente que no esperaban ser interrumpidos.—No es asunto suyo, señorita. Estos perros son una molestia y deben irse de aquí —gruñó uno, con tono agresivo.Stella no vaciló. Se plantó frente a ellos, su postura firme y desafiante.—¿Molestia? —espetó, con una ceja arqueada—. Son seres vivos, no basura. Si tanto les incomodan, hay formas más humanas de alejarlos.El hombre frunció el ceño, claramente incómodo con las palabras de Stella. Pero antes de que ella pudiera responder, Guillermo dio un paso adelante, su figura imponente, añadiendo un peso silencioso pero efectivo a las palabras de Stella.—La señorita tiene razón. No hay necesidad de actuar con violencia —dijo Guillermo, su voz, aunque baja estaba cargada de autoridad.Uno de los perros, un cachorro con los ojos tristes y el pelaje lleno de lodo, avanzó hacia Stella con pasos cautelosos. Ella se inclinó y lo acarició con ternura, como si quis
Alicia sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría. Las palabras de Miranda resonaron en sus oídos, haciendo que su corazón se acelerara aún más. Sin embargo, se esforzó por mantener la calma, enderezando su postura y mirando directamente a los ojos de la mujer frente a ella con una expresión de frialdad, aunque por dentro la llama de la ira había empezado a arder."¿Exesposa?", pensó Alicia, su mente trabajando a toda velocidad. "¿Acaso Axel ya ha iniciado los trámites de divorcio?", sin embargo, no estaba dispuesta a dejarse intimidar y mucho menos humillar por esa mujer.Se dio cuenta que había algo calculado en la forma en que se acercó, esa sonrisa medida, esa mirada que parecía buscar una grieta para colarse. Pero Alicia era fuerte, más de lo que incluso Axel podía imaginar. Enderezó los hombros, levantando la barbilla con una expresión de calma deliberada.—Creo que hay un error —respondió Alicia con voz firme, aunque por dentro sentía que temblaba—. Sigo siendo la
Miranda sostenía el teléfono con una sonrisa que reflejaba tanto triunfo como malicia.—Axel, querido —pronunció con dulzura calculada, sus palabras claramente dirigidas a Alicia, más que al hombre al otro lado de la línea.Alicia sintió un calor abrasador recorrer su cuerpo. Sus manos, que descansaban a los costados, se tensaron en puños, pero sus ojos permanecieron fijos en los de Miranda, fríos y desafiantes.—Sí, estoy aquí en el centro comercial —continuó Miranda en un tono que rozaba lo teatral—. Claro, siempre tengo tiempo para ti.Las palabras resonaban como cuchillos en los oídos de Alicia. Dio un paso hacia atrás, su mente, luchando por procesar lo que escuchaba. Pero antes de que pudiera alejarse por completo, Miranda volvió a hablar, elevando la voz lo suficiente para asegurarse de que Alicia escuchara cada sílaba.—¿Me estás invitando a cenar? ¡Qué detalle tan caballeroso, Axel! ¿Sabes que no puedo negarme a una invitación tuya?La risa de Miranda llenó el aire, cargada d
Alicia llegó a la villa con el corazón pesado. Cerró la puerta detrás de ella y dejó caer su bolso sobre la mesa de entrada. La rosa, que aún sostenía, terminó en el mismo lugar, olvidada.Caminó hacia la sala, intentando calmarse, pero los pensamientos seguían agolpándose en su mente. ¿Por qué Axel no contestó su llamada? ¿Y por qué Miranda parecía tan segura de su posición?Se dejó caer en el sofá, tratando de calmar la tormenta que se desataba en su pecho. La conversación con Miranda había sido suficiente para sacudir su mundo, aún cuando ella no quería permitírselo.De repente recorrió la sala con sus ojos y notó un sobre deslizado bajo la puerta. Frunció el ceño, insegura de sí recogerlo. Algo en su interior le dijo que no lo hiciera, pero su curiosidad ganó. Se agachó, lo tomó y lo abrió con dedos temblorosos.Dentro del sobre había fotografías. La primera imagen le robó el aliento, Axel y Miranda, sentados demasiado juntos en lo que parecía ser un restaurante elegante, sus post
El silencio que siguió a la salida de Axel era denso, casi palpable. Alicia se dejó caer en el sofá, su cuerpo temblando ligeramente mientras las lágrimas finalmente corrían libres por sus mejillas, y ella no podía dejar de preguntarse si alguna vez había conocido realmente a Axel. ¿Había sido todo un espejismo, una construcción de su esperanza desesperada?Stella se apresuró a sentarse a su lado, rodeándola con un brazo protector.—Alicia, ¿qué pasó? —preguntó Stella con suavidad, su voz teñida de preocupación.Guillermo, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se acercó y recogió las fotografías esparcidas por el suelo. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver su contenido.—Creo que encontré la razón —murmuró, mostrándole las imágenes a Stella.Stella jadeó al ver las fotos, su rostro, una mezcla de incredulidad y enojo. —No puedo creer que Axel haya hecho esto —dijo, apretando los puños—. ¿Cómo pudo?Alicia, entre sollozos, les contó sobre su encuentro con Miranda en
Axel salió de la villa como un huracán, con los puños apretados y la rabia bullendo en su interior. El aire fresco de la tarde no lograba calmar el incendio en su pecho. Cada paso que daba resonaba con fuerza en el pavimento, como si con ello intentara aplastar las emociones que lo consumían.“¿De dónde demonios salieron esas malditas fotografías?”, pensó, mientras se subía al auto y cerraba la puerta de un golpe.Apretó el volante con fuerza, sus nudillos tornándose blancos.La imagen de Alicia lanzándole las fotos, llena de furia y dolor, no dejaba de repetirse en su mente. Cada mirada herida que le había dirigido era un dardo envenenado que se incrustaba más profundamente en él.Una parte de él estaba enfurecida porque Alicia había dudado de él tan fácilmente, cuando jamás le había sido infiel, pero no podía ignorar la voz de su conciencia, que le susurraba implacable. “¿Cómo iba a confiar en ti cuando durante años te has comportado como un completo idiota? Te ha visto con sus prop
Stella no pudo dormir esa noche, estaba inquieta, no podía evitar que las imágenes de Alicia en el hospital, pálida y vulnerable, estas se repetían una y otra vez en su mente.Recordó cómo, a pesar del peligro inminente, Alicia la había salvado e intervino sin dudar, enfrentándose al gánster con una valentía que Stella nunca había visto antes. Fue ese día cuando juró que, si alguna vez Alicia necesitaba de ella, no dudaría en protegerla con la misma determinación.Cuando los primeros rayos del sol se filtraron por la ventana, ya había tomado una decisión. Era su turno de devolverle el favor, a cualquier costo.Se levantó con determinación y comenzó a hacer llamadas. Primero, contactó a un viejo amigo que trabajaba en una clínica privada. Después de explicarle la situación, él accedió a recibir a Alicia en un sitio especial para continuar su tratamiento, designando a una enfermera y a un médico para cuidar a Alicia. Lejos del escándalo y el estrés.Luego, llamó a su abogado de confianz
Cuando finalmente reaccionó, su voz salió como un gruñido bajo y peligroso.—¿Una orden de restricción? ¿Quién demonios se atrevió a hacer eso?El doctor mantuvo su compostura profesional, aunque se podía notar cierta tensión en su postura. —Lo siento, señor Thorne, pero no puedo darle más detalles. La orden es clara y nosotros estamos obligados a respetarla.Axel sintió que la furia lo consumía. Sin pensarlo, agarró al doctor por las solapas de su bata.—¡Es mi esposa! ¡Lleva a mi hijo! ¡No pueden alejarla de mí!El gesto del doctor reflejaba una mezcla de sorpresa y miedo, mientras dos guardias de seguridad se acercaban rápidamente. Separaron a Axel del médico con firmeza. El Dr. Ramírez, visiblemente sacudido, dio un paso atrás.—Señor Thorne, si no se calma, tendré que llamar a la policía.Axel respiró hondo, tratando de controlar su ira. Sabía que perder los estribos no lo ayudaría. Con un esfuerzo supremo, logró calmarse lo suficiente para hablar con voz controlada.—Doctor. Ne