5. Alejandro Toscano

Victoria no podía quedarse allí un segundo más. Tomó las bolsas con las compras con una mano temblorosa y abrazó a Diana con el otro brazo, mientras Santiago la seguía en silencio, aún confundido. Caminó con pasos rápidos hasta salir del centro comercial. Afuera, el aire frío le golpeó la cara como un baldazo de realidad, pero al menos la ayudó a calmar el ardor que sentía en los ojos.

Pidió otro taxi, sin mirar atrás. Mientras los niños se acomodaban en el asiento trasero, cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Necesitaba serenarse, aunque por dentro estuviera hecha pedazos.

—Vamos a casa —murmuró .

Pero antes de volver al departamento, hizo una parada más. Con la poca energía que le quedaba, entró a una tienda de muebles usados y buscó lo esencial: una cama para ella, dos camas pequeñas para los niños, un sofá sencillo y una mesa con sillas. Todo lo más económico posible. Pagó con lo poco que le quedaba y pidió que se lo enviaran ese mismo día.

Cuando finalmente llegaron al departamento, ya comenzaba a oscurecer. El cielo londinense se había vuelto aún más gris, como si compartiera el peso de su ánimo.

Victoria subió con los niños y las bolsas de las compras. Apenas cruzaron la puerta, todo volvió a ese silencio denso que tan bien conocía. Aquel apartamento, aunque acogedor, ahora le parecía más frío que nunca. Pero se obligó a mantenerse firme.

—Vayan a lavarse las manos. Ahora preparo algo de comer —les dijo con una sonrisa suave, mientras dejaba las bolsas sobre la mesa.

Los muebles no tardaron en llegar. Con la ayuda de los transportistas, instaló las camas en la habitación. Acomodó el sofá en la sala, puso las sillas alrededor de la pequeña mesa de comedor, y al menos por fuera, el lugar empezó a parecer un hogar.

Pero por dentro… por dentro todo seguía temblando.

Después de cenar algo liviano con los niños, los arropó y les dio un beso en la frente. Se quedaron dormidos en pocos minutos, agotados por el día agitado. Victoria se sentó al borde de su nueva cama, la habitación apenas iluminada por la luz del pasillo.

La imagen de Selene riendo, de Enzo tomándola de la cintura, seguía dándole vueltas en la cabeza como una pesadilla de la que no podía despertar. Las palabras, el tono burlón y las miradas de la gente… todo se repetía en su mente como una cinta rota.

Se llevó una mano al rostro. Las lágrimas, silenciosas, comenzaron a rodar.

—No voy a dejar que me destruyan otra vez —susurró en la oscuridad—. No esta vez.

(....)

A la mañana siguiente, Victoria se despertó con un solo pensamiento en la cabeza: tenía que inscribir a los niños en una guardería. No podía seguir cuidándolos todo el día si pretendía buscar trabajo en serio. Les preparó un desayuno sencillo y los vistió con lo mejor que tenían. Luego, salieron nuevamente al frío de Londres.

Encontró una guardería modesta pero confiable a unas cuantas cuadras del departamento. El lugar era cálido, colorido, lleno de dibujos y risas infantiles. Después de hablar con la encargada, firmó los papeles y dejó a Santiago y Diana en manos de las cuidadoras. Les dio un beso a cada uno y los vio entrar, con un nudo en la garganta.

Cuando salió del lugar, abrió su cartera para tomar el último billete que quedaba… y se dio cuenta de que no había más. Nada. Ni una moneda.

Volvió al departamento con el estómago revuelto y las manos frías. Apenas cerró la puerta detrás de sí, se apoyó contra ella y dejó caer la cabeza hacia atrás. Quería llorar, pero ya ni lágrimas le salían.

Se obligó a moverse. Tomó su vieja computadora portátil, se sentó en la pequeña mesa del comedor y abrió un documento nuevo. Con los dedos torpes, empezó a redactar su currículum. Le costaba. Mucho. Había sido criada como una princesa, con la mejor educacion pero , nada de eso servía en un mundo real donde lo urgente era saber vender, organizar, producir.

“¿Qué puedo ofrecer yo?”, pensaba mientras escribía. Pero no se detuvo.

Aplicó a ocho empresas. Ocho. Todas las que encontró con puestos administrativos, de asistente, de atención al cliente… lo que fuera. Envió los correos uno por uno, tratando de no pensar en que probablemente no era lo que buscaban.

Los días pasaron.

Y con cada notificación que llegaba al correo, su ansiedad crecía. Rechazo tras rechazo. Uno a uno, como si el mundo entero le estuviera diciendo que no tenía lugar. Que estaba sola. Que no era suficiente.

Cada noche se acostaba junto a sus hijos sintiendo que el tiempo se le escapaba de las manos. Pronto no tendría con qué alimentarlos.

Hasta que…

Una tarde, mientras lavaba un par de platos en la pequeña cocina, escuchó el sonido de una nueva notificación. Dejó todo, secándose las manos con rapidez, y corrió hacia la computadora.

Leyó el nombre del remitente una vez, luego dos veces mas , apenas podía creer lo que veia .

Corporativo Toscano.

Parpadeó, incrédula.

Era la empresa Toscano . El corporativo más poderoso de todo el país y prácticamente del extranjero . Líderes en finanzas, tecnología, inversiones. Era el tipo de lugar en el que solo entraban las personas con los currículums más brillantes y las conexiones más fuertes.

Y sin embargo, allí estaba el mensaje.

"Estimada Victoria Kaiser: Hemos revisado su solicitud y nos gustaría agendar una entrevista presencial para el puesto de asistente ejecutiva. Por favor, confirme su disponibilidad..."

Se quedó helada.

Pasaron unos segundos antes de que reaccionara. Luego gritó.

—¡Lo logré! ¡Lo logré, lo logré!

Corrió hasta la habitación donde los niños jugaban.

—¡Mamá consiguió una entrevista de trabajo!

Santiago la miró con los ojos muy abiertos.

—¿De verdad?

Victoria asintió, sonriendo con lágrimas en los ojos. Los abrazó a los dos con fuerza, apretándolos como si fueran lo más valioso del universo. Porque lo eran.

—Vamos a estar bien. Mamá va a hacer todo lo posible por ustedes. No se preocupen, mis amores… esto es solo el comienzo.

Al amanecer, Victoria se levantó con los nervios desbordándole el pecho. Era el día de la entrevista.

Abrió su pequeño armario y eligió con cuidado: una falda lápiz negra que le quedaba justa pero elegante, y una camisa blanca que había logrado planchar la noche anterior. Dejó su cabello suelto, cayéndole en ondas suaves sobre los hombros, dándole un aire de sencillez y belleza natural. Se miró en el espejo y respiró hondo. No se veía obstentosa , pero sí decidida. Y eso era suficiente.

Tomó su bolso —el único que tenía— y llevó a los niños a la guardería. Les dio un beso a cada uno y les sonrió con ternura fingida.

—Deseénme suerte, mis amores.

Luego, comenzó a caminar.

No tenía dinero para un taxi ni para el bus. Así que fue a pie.

Las calles frías de Londres la acompañaron mientras avanzaba con paso firme, aunque por dentro estaba temblando. Después de casi una hora, llegó al edificio.

Y se detuvo.

El Corporativo Toscano era una obra maestra de arquitectura: imponente, brillante, moderno. Torres de cristal que se alzaban como titanes, esculturas en mármol, fuentes de agua danzando en la entrada. Cada rincón gritaba poder y lujo.

Victoria tragó saliva y entró, sintiendo que su presencia desentonaba con todo ese brillo. Al cruzar las puertas, las miradas se volvieron hacia ella. Hombres con trajes a medida y mujeres de elegancia impecable la observaron, algunos con curiosidad, otros con interés. Victoria no era consciente de lo hermosa que lucía, pero todos lo notaban.

 Se acercó a la recepción con paso seguro.

—Hola, soy Victoria Kaiser. Tengo una entrevista programada.

La recepcionista asintió con una sonrisa profesional.

—Claro, señorita Kaiser. Por aquí.

La guió a través de pasillos interminables, alfombras lujosas y paredes decoradas con obras de arte auténticas. Finalmente, se detuvo frente a una oficina amplia y elegante.

—La está esperando la señorita Claudia, asistente personal del señor Toscano.

Victoria respiró hondo y entró.

Claudia era una mujer de unos cuarenta años, elegante, precisa, con una mirada analítica. Le ofreció asiento y comenzó con las preguntas. Sobre su experiencia, sus habilidades, su disponibilidad… Victoria respondió con honestidad, sin pretensiones. No sabía fingir lo que no era.

Claudia la escuchó en silencio y luego, para sorpresa de Victoria, asintió con una sonrisa leve.

—Está contratada.

Victoria se quedó inmóvil.

—¿En serio?

—En serio. Tendrá un periodo de prueba de dos semanas. Si demuestra que puede con la presión, el puesto será suyo de forma definitiva.

Victoria se puso de pie de golpe, conteniendo las lágrimas de emoción.

—Gracias… de verdad, gracias.

Claudia solo hizo un gesto con la mano y se puso de pie.

—Ven, te mostraré tu lugar de trabajo.

Salieron juntas de la oficina. Victoria sentía que flotaba. Claudia la llevó por otro corredor hasta un amplio espacio donde había una gran fila de escritorios ocupados por al menos veinte secretarias, todas alineadas frente a una oficina principal con puertas dobles de vidrio .

—Este será tu escritorio —dijo Claudia señalando una esquina con buena vista al interior.

Pero justo cuando Victoria iba a sentarse, un silencio tenso cayó sobre la sala.

Una a una, todas las secretarias comenzaron a levantarse y a inclinar ligeramente la cabeza.

Victoria, desconcertada, no entendía qué pasaba.

Entonces lo sintió.

Un aura imponente. Una presencia que se imponía como una sombra.

Se giró lentamente… y lo vio.

Un hombre super alto, de espalda recta y paso autoritario, vestido con un traje de diseñador oscuro que delineaba su cuerpo musculoso. Su rostro era severo, de belleza imponente. Tenía los ojos más fríos y crueles que Victoria jamás había visto, y el ceño fruncido como si el mundo entero le molestara.

Diez guardaespaldas lo seguían en silencio.

Y entonces, él la miró.

Los ojos de Alejandro Toscano se posaron en Victoria como cuchillas de hielo.

Ella se quedó paralizada.

Porque algo en él… le resultaba inquietantemente familiar.

Como si ya lo hubiera visto antes. Como si su presencia estuviera ligada a aquella noche oscura, caótica, traumática… que había intentado enterrar para siempre.

En ese instante un escalofrío le recorrió la espalda.

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