3. Retorno

Victoria despertó con un dolor punzante en la sien. Todo le dolía. Su cuerpo estaba cubierto de moretones y lleno de marcas rojas , y el vestido que llevaba estaba rasgado, sucio, desgarrado y lo peor de todo era que no recordaba nada . Se incorporó lentamente , temblando, con la garganta seca y los ojos desorbitados.

—¿Qué fue lo que pasó...? —murmuró con voz quebrada—. ¿Qué fue lo que me hicieron?

Las lágrimas comenzaron a caerle sin control mientras observaba la habitación. El aire tenia un olor extraño , a sudor y colonia cara . En la mesa habia un fajo de billetes mal apilados. Al lado, una copa vacía. Y en la cama, justo donde había estado recostada, una mancha de sangre roja, húmeda, fresca.

El grito salió solo, desgarrado. Se levantó de golpe, tambaleándose, y corrió hacia la puerta. Bajó las escaleras del hotel casi a trompezones , empujando a quien se interpusiera en su camino, hasta que cruzó la salida.

El flash de las cámaras la cegó al instante. Una decena de periodistas la rodearon como buitres hambrientos, lanzándole preguntas uno tras otro .

—¡Victoria! ¿Dónde estuviste anoche?

—¿Es cierto que estuviste en este hotel con un hombre que no era tu prometido ?

—¿Qué tienes que decir sobre los rumores?

—¡Selene me vendió! —gritó con furia y desesperación—. ¡Me tendieron una trampa! ¡Yo no... no sé qué pasó...! ¡Llamen a la policía! ¡Fui víctima de algo horrible!

Pero nadie la escuchó.

Los periodista estallaron en carcajdas mientras se burlaban de victoria .

Los micrófonos se apartaron, las cámaras se enfocaron en su vestido roto, en su rostro lleno de lágrimas y heridas.

Solo decían “La heredera Kaiser es solo una niña rica descontrolada.”

Y en medio del escándalo, la voz de victoria se perdió en el ruido.

No le quedó otra opción que correr, descalza, por las calles húmedas y frías. Cada paso le arrancaba un gemido: sus pies sangraban, cubiertos de cortes y ampollas. El vestido rasgado ondeaba al viento, y su respiración era un jadeo angustiado.

Cuando por fin llegó a la mansión, lanzó un grito desgarrador.

—¡Mamá!

Elena apareció en lo alto de la escalera y, al verla, descendió con rapidez. Pero no con compasión. La bofetada fue seca, brutal. Victoria cayó al suelo, sin aliento.

—Eres una desgracia —escupió Elena, con furia—. Tu padre debe de estar revolcándose en su tumba. Me avergüenza haber traído al mundo algo tan bajo como tú.

Victoria sintió que las palabras le atravesaban el alma. El dolor no era solo físico. Era algo más profundo, más cruel.

Pero no tuvo tiempo de reponerse. Selene entró por la puerta principal, tomada del brazo de Enzo. Iban sonrientes, radiantes, como si nada hubiera pasado.

Victoria se obligó a levantarse, tambaleante.

—¿Qué... qué significa esto? —preguntó, sin creer lo que veía.

Selene se acercó, con una sonrisa venenosa.

—¿Sorpresa, hermana? Enzo y yo hemos estado juntos desde siempre. Estamos enamorados.

—Así es, Victoria —añadió Enzo, con burla en la mirada—. Jamás me casaría con alguien como tú... una cualquiera.

Y ahí, de pie frente a ellos, Victoria sintió cómo el mundo se le venía abajo. Otra vez.

La puerta de la mansión se abrió con fuerza. Elena apareció furiosa, arrastrando las maletas de Victoria por el mármol pulido.

—¡Lárgate! —gritó, con una rabia que cortaba el aire—. No quiero volverte a ver. ¡Ya no tienes madre!

Con un empujón seco, lanzó las maletas escaleras abajo. Estas golpearon los escalones y se abrieron, dejando caer ropa y recuerdos por el suelo. Victoria, aún temblando, se arrodilló entre sus cosas, recogiendo lo poco que le quedaba con manos temblorosas y ojos llenos de lágrimas.

Nadie vino a ayudarla. Nadie dijo una palabra.

Sola, rota y desprestigiada, miró una última vez la mansión que antes fue su hogar… y sin mirar atrás, tomó sus cosas y se fue.

Ese mismo día compró un pasaje. No sabía a dónde, solo sabía que debía irse lejos de todo aquello que la lastimo .

*Fin del Flashback*

Dos años después

La luz de la mañana se colaba suave por las cortinas delgadas, pintando destellos dorados sobre los muebles viejos del pequeño apartamento. Victoria deslizaba el paño húmedo sobre la superficie de la mesa con movimientos lentos, casi automáticos, mientras sus ojos se desviaban hacia la alfombra donde Santiago y Dania jugaban entre risas y susurros.

Los observó con una mezcla de ternura y nostalgia. Ellos eran lo mejor que la vida le había dado. Su refugio. Su razón. Mientras limpiaba, pensó en todo lo que había dejado atrás para protegerlos, en todo lo que había perdido, pero también en ese rincón de paz que había construido para los tres.

Se dejó caer con suavidad en el borde del sillón, el trapo aún en la mano, y miró hacia la cocina. Los dibujos de sus hijos seguían ahí, apilados sin orden, desbordando colores en papeles arrugados. Esa vida simple que había elegido... esa decisión de no volver la vista atrás... ¿era real? ¿Podía sostenerla por más tiempo? ¿O solo estaba pretendiendo que lo pasado no dolía?

Los niños jugaban en la alfombra con bloques de colores . Santiago armaba una especie de torre que Diana derribaba con carcajadas cada vez más fuertes. Victoria, en la pequeña sala, pasaba un trapo húmedo por el viejo mueble de madera que le había regalado una vecina. Tenía música suave de fondo y por un momento todo parecía tranquilo .

Hasta que el sonido de una notificación vibró en su teléfono, que estaba sobre la repisa. No lo iba a revisar, había tomado la costumbre de ignorar las noticias. Especialmente aquellas que tuvieran que ver con “ellos”. Pero algo en ese pitido la hizo mirar.

Se secó las manos en el delantal, tomó el celular y desbloqueó la pantalla. El titular apareció de inmediato: “Selene Kaiser, nueva directora ejecutiva del Grupo Rayner, promete llevar el legado familiar a la cima”.

Victoria se quedó inmóvil. El corazón le dio un vuelco. Apretó el teléfono con fuerza, como si pudiera aplastarlo. Había decidido no buscar nada, no mirar, no revolver el pasado. Había jurado mantenerse al margen, vivir una vida sencilla y proteger a sus hijos. Pero el pasado siempre encontraba con volver y torturarla .

No pudo evitar abrir la nota. Al hacerlo, la imagen le saltó a la cara: Selene estaba vestida de blanco, sonriendo ante las cámaras, con una mano levantada en señal de victoria. Y a su lado, Enzo se encontraba Sonriendo también. Aquel traidor que juraba amarla pero que la habia engañado y a sus espaldas mantenia una relacion secreta con Selene .

Un odio profundo, espeso, le subió por el pecho. Por todo lo que le habían quitado. Su padre , su madre , su apellido , su familia , Todo.

Se sentó en el borde del sillón con el trapo todavía en la mano. Miró hacia la cocina, donde los dibujos de sus hijos seguían apilados, caídos unos sobre otros. Esa vida tranquila que había elegido, esa decisión de no mirar atrás... ¿podía mantenerla? ¿Podía seguir fingiendo que nada de eso le importaba?

Pasó el resto del día en silencio, ayudando a los niños, cocinando, doblando ropa. Pero su mente volvía una y otra vez a esa imagen. Selene en el poder. Enzo a su lado. Y ella, escondida en un rincón del mundo.

No sabía qué iba a hacer.

(...)

La noche había caído .El pequeño apartamento estaba en silencio, apenas iluminada por el reflejo de la luna que se colaba por las rendijas de las cortinas. Victoria dormía boca arriba, con el cuerpo cansado hundido en el colchón y una pierna colgando fuera de las sábanas. Había tenido un día difícil , desde que había visto aquella noticia .

Un sonido seco la sacó abruptamente del sueño. Una Tos repetida y áspera. Tardó un par de segundos en reaccionar, desorientada, pero al escuchar el quejido leve de su hija, se levantó de golpe.

Corrió hacia la habitación de los niños, empujando la puerta con fuerza. Diana estaba hecha un ovillo, temblando bajo las sábanas, su carita roja, empapada en sudor. Tosía sin parar. Su respiración era pesada y cada exhalación parecía dolerle.

—Diana… —Victoria se agachó a su lado, le tocó la frente y sintió el ardor de la fiebre de inmediato—. No, no… mi amor, tranquila, mamá está aquí.

La levantó con cuidado en brazos. Su piel ardía. Santiago, medio dormido, se sentó en la cama frotándose los ojos.

—¿Qué pasa con Diana? —preguntó, asustado.

—Nada grave, mi amor. Tiene fiebre. Vamos al hospital, ¿sí? Te necesito conmigo —le dijo con voz suave pero firme mientras lo tomaba de la mano con la otra.

Con la manta más gruesa que encontró, envolvió a Diana, que se quejaba en voz baja. Cruzaron la puerta del apartamento en medio de la oscuridad y se subieron al pequeño auto que Victoria apenas mantenía funcionando. Manejó rápido, más de lo que debería, con una sola mano en el volante y la otra sobre Diana, chequeando que siguiera respirando bien.

El hospital del pueblo era chico y modesto.

Una enfermera la recibió de inmediato y se llevó a Diana con rapidez, mientras otra sentaba a Santiago en una sala contigua con una taza de leche tibia.

Pasó una hora. Larga y eterna.

Cuando la pediatra finalmente se acercó, Victoria se puso de pie de inmediato. La médica tenía una expresión serena.

—Ya está fuera de peligro —le dijo con una sonrisa cansada—. Fue otra inflamación de amígdalas. Está respondiendo bien al tratamiento, pero esto ya ha pasado varias veces, ¿no es así?

Victoria asintió, con los ojos llenos de cansancio.

—Sí… cada vez con más fuerza.

—Exacto. Ya no es seguro dejarlo pasar. Lo ideal sería que la lleves a un hospital más grande donde puedan operar a la niña si hace falta o al menos darle el seguimiento que necesita. Aquí estamos muy limitados, Victoria. Lo sabés.

Victoria tragó saliva y asintió de nuevo. Miró hacia el pasillo donde Diana dormía, con su cuerpito chiquito bajo una sábana blanca. Sentía una punzada en el estómago y un dolor profundo en el corazón al ver a su pequeña princesa en ese estado .

Pasaron unos minutos más hasta que una enfermera le entregó a Diana envuelta en una mantita limpia. Estaba adormilada, con los párpados pesados y el cuerpo más tranquilo, aunque seguía respirando con dificultad. Victoria la abrazó fuerte, como si pudiera protegerla de todo solo con ese gesto. La pediatra le entregó una receta y una hoja con indicaciones.

—Seguí esto al pie de la letra —le dijo—. Pero piensa en lo que hablamos. No esperes a que vuelva a pasar.

Victoria asintió sin decir nada. Agradeció en voz baja y tomó de nuevo la mano de Santiago, que ya bostezaba sin parar. Los tres salieron del hospital con el cielo comenzando a aclararse apenas en el horizonte.

Cuando llegaron al apartamento, todo estaba en silencio. Victoria recostó a Diana en su cama, le puso un paño húmedo en la frente y la arropó con cuidado. Santiago se quedó dormido en el sillón, rendido.

Victoria se sentó al borde de la cama de su hija y la miró fijamente, sin moverse. Pensaba en las palabras de la doctora. “Ya no es seguro dejarlo pasar.” Y tenía razón. Diana no podía seguir viviendo entre hospitales precarios y tratamientos a medias. Ya no. Había huido lo suficiente. Había evitado el pasado durante dos años. Pero esto no se trataba de ella. Se trataba de sus hijos. De lo que necesitaban. De lo que merecían.

Y en ese momento, lo decidió.

Volvería a Londres.

Aunque cada calle estuviera impregnada de recuerdos. Aunque esa ciudad le recordara la traición, el dolor, todo lo que había perdido. No importaba. Haría lo que fuera necesario por Diana. Por Santiago. Por los dos.

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