2. Traicion

*Flashback*

Fue un día gris sombrio para victoria , apenas días después del funeral. Victoria estaba en su habitación en la mansión, sentada frente a la ventana con la mirada perdida. Llevaba horas sin moverse, con el mismo suéter amplio que usaba desde la muerte de Rayner , envuelta en una tristeza tan densa que apenas sentía su cuerpo.

El cielo nublado parecía reflejar lo que sentía por dentro: un paisaje estéril y gris. No hablaba con nadie , no comía bien , no dormía. Solo existía, atrapada en una rutina de pena muda. Entonces, la puerta de su habitación se abrió con suavidad.

—Vicki… —dijo una voz dulce, familiar.

Selene.

Victoria no se giró de inmediato. Escuchó los pasos acercarse, ligeros, casi cuidadosos, y luego sintió cómo el colchón se hundía un poco cuando su hermana adoptiva se sentó junto a ella.

—No puedes seguir así —murmuró Selene, y le pasó un brazo por los hombros—. Lo sé… todo duele ahora, pero papá no querría verte así.

Victoria apretó los labios. Su garganta ardía de tanto callar. Solo quería que el mundo se detuviera un momento. Un segundo más para respirar sin que doliera.

—¿Y qué quieres que haga? —susurró sin mirarla—. Nada tiene sentido sin él.

Selene suspiró y apoyó su cabeza en el hombro de Victoria, como si compartiera el dolor. Su perfume caro flotó en el aire: jazmín, madera suave… y una nota oculta que Victoria no supo identificar entonces, pero que ahora reconocía como falsedad.

—Lo sé, Vicki. Créeme que yo también lo extraño. Pero hay cosas que no pueden esperar. El mundo sigue girando, incluso cuando se nos rompe el alma. Y… tenemos una reunión hoy. Con antiguos socios de papá. Dijeron que querían hablar contigo .

Victoria frunció levemente el ceño.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Porque eres la hija legitima de Rayner Kaiser —respondió Selene con una sonrisa serena, acariciándole el cabello—. Solo necesitas levantarte, aunque sea un poco.

Victoria bajó la mirada. Le costaba pensar, tomar decisiones. Pero en ese momento, Selene se sentía como un faro guiandola entre la neblina. Su tono cálido, su cercanía… todo parecía sincero. Como si de verdad quisiera ayudarla. No vio la astucia en sus ojos. No vio la forma en que la observaba con un brillo frío, calculador, oculto tras una máscara perfecta de compasión.

—Está bien —dijo al fin, con voz temblorosa—. Dame unos minutos.

Selene sonrió, la abrazó con fuerza y le besó la mejilla.

—Eso es lo que quería oír. Te espero en el coche. Te traje un vestido. Está sobre la cama. Te verás hermosa. Papá estaría orgulloso.

Y salió de la habitación con la misma suavidad con la que había entrado. Victoria la observó irse sin saber que acababa de dar el primer paso hacia una trampa cuidadosamente tejida. Se levantó con lentitud, se cambió de ropa sin pensar demasiado. Se peinó lo mejor que pudo, aplicó un poco de maquillaje para disimular la palidez y el cansancio.

Quería sentirse útil. Quería creer que algo de su mundo aún podía salvarse.

Al salir de la mansion . El aire estaba fresco la calma del exterior pareció aliviar un poco la pesadez que llevaba sobre los hombros.

Selene la esperaba junto al auto, la figura de siempre, perfecta, con su sonrisa amable y serena, como si todo estuviera en orden. La invitó a subir con un gesto cálido, casi maternal, y Victoria, sin pensarlo mucho, accedió. Subió al asiento del copiloto, dejando que la puerta se cerrara tras ella. Selene arrancó el motor con suavidad, y el coche comenzó a avanzar por las calles que conocia .

Victoria observaba el paisaje mientras se perdía en pensamientos dispersos, pero pronto notó que algo no cuadraba. La ciudad parecía desvanecerse lentamente en algo más oscuro, menos familiar. Las luces del centro se quedaban atrás, y las calles comenzaban a volverse más vacías, más sombrías.

—Selene... —dijo Victoria, frunciendo el ceño mientras miraba el camino por el que iban—. El camino a la empresa no es por aquí. Creo que te has equivocado.

Su tono era suave, pero en su voz se notaba una ligera duda, algo en su intuición le decía que algo no estaba bien. Selene, sin perder la calma, giró levemente la cabeza hacia ella. Sus ojos, grandes y brillantes, reflejaban esa calma perfecta que siempre la caracterizaba.

—Tranquila, Vicki —respondió Selene con su sonrisa dulce, esa que siempre le había mostrado cuando quería calmarla—. Solo voy a visitar a un viejo amigo antes de ir a la empresa. No te preocupes, no tardaremos mucho.

Victoria la miró, con el ceño aún fruncido, pero algo en la forma en que Selene habló le hizo relajar los hombros, al menos por un momento. La dulzura de su voz, esa calma que siempre la había envuelto, la hizo dudar de sus propios pensamientos. Quizás estaba equivocada, pensó .

—Está bien... —murmuró, sin mucha convicción, mientras se recostaba contra el asiento y miraba por la ventana, tratando de tranquilizarse.

El coche siguió avanzando, y Victoria se aferró a la idea de que todo tenía una explicación lógica. Pero las calles que se cruzaban ante ellas eran cada vez más desconocidas, y las luces de la ciudad se iban alejando como si las arrastrara una marea oscura.

Después de varios minutos más de conducción, el coche finalmente se detuvo frente a un edificio que no había visto nunca antes. El letrero en neón parpadeaba en una luz roja, y las paredes del lugar, aunque elegantes, tenían algo turbio, algo que hizo que el estómago de Victoria se retorciera.

—Selene... —dijo, el ceño fruncido nuevamente, la incomodidad creciendo en su pecho—. ¿Qué hacemos aquí?

Selene, por su parte, no pareció notar la inquietud en la voz de su hermana. Abrió la puerta con una sonrisa tranquila, como si no hubiera nada raro en lo que estaba sucediendo. Giró hacia Victoria, que la miraba desconcertada, y sus ojos brillaron con una seguridad casi inquebrantable.

—Vamos, Vicki. No te preocupes. No tardaremos. Es solo un pequeño favor, nada más. —Selene le sonrió ampliamente, una sonrisa que parecía casi demasiado perfecta, como si todo estuviera bajo control.

Victoria dudó, una sensación extraña en el estómago. Miró el edificio nuevamente, esa fachada iluminada por luces rojas, y la incomodidad creció en su interior. No podía entender qué hacía allí. Pero la mirada de Selene, tan cálida y segura, la hizo vacilar. Era su hermana, siempre tan protectora, tan atenta.

Selene la observó con esa paciencia que siempre la caracterizaba. la misma calma que, en ese momento, la estaba manipulando sin que ella lo supiera.

Finalmente, con un suspiro que soltó sin querer, Victoria salió del coche. Se ajustó la chaqueta con manos temblorosas y, aunque su mente seguía enredada en dudas, decidió seguir a Selene. La miró una última vez, buscando alguna pista, algún indicio de que algo no estaba bien. Pero no lo encontró.

Ambas entraron al edificio, y Victoria sintió cómo su cuerpo se tensaba con cada paso que daba hacia el interior. Las luces rojas del lugar brillaban como si intentaran devorarla. Algo en el ambiente le resultaba sofocante, como si el aire estuviera cargado de una tensión desagradable.

No entendía por qué Selene la había traído aquí. No entendía nada.

Dos hombres fornidos, vestidos de negro y armados con fusiles, les dieron la bienvenida .

Un sudor frío recorrió la espalda de Victoria. Su instinto gritaba que algo andaba muy mal.

—Selene… no quiero estar aquí. Quiero regresar —susurró, alarmada, deteniéndose en seco.

Selene se volvió lentamente hacia ella con una sonrisa finjida y peligrosa. Le tomó del brazo con fuerza y la jalo hacia ella .

—Tranquila, hermana… ya estamos aquí. No podemos volver ahora —dijo con voz suave, pero con una presión amenazante en su agarre.

La llevo al interior, a un espacio bañado en luces tenues, humo espeso y música decadente. El olor a licor, cigarro y perfume caro era casi insoportable. Los pasillos alfombrados estaban custodiados por hombres robustos y mujeres de mirada vacía.

Desde el fondo del salón principal, un hombre rechoncho, de baja estatura, se levantó de un sillón. Llevaba varias cadenas doradas colgando del cuello, un traje de diseñador que no podía disimular su barriga prominente, y un cigarro encendido que balanceaba en los labios. Sus ojos pequeños y brillantes se fijaron de inmediato en Victoria, y una sonrisa depravada se dibujó en su rostro sudoroso.

—Ahhh… señorita Selene, ya está aquí —dijo el hombre, con voz rasposa y aceitosa.

—Así es, Roco —respondió Selene con satisfacción, dando unos pasos al frente.

El tal Roco desvió la mirada hacia Victoria y se quedó boquiabierto. Sus ojos se abrieron con descaro al ver la silueta perfecta de la joven, sus curvas delicadas, su rostro angelical y su piel tersa.

—Esta es la chica, ¿eh? —dijo con voz babeante—. Es más hermosa de lo que imaginé. Sin duda… me pagarán muy bien por ella.

Victoria palideció al instante. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

Selene, al notar la incomodidad de su hermana, se acercó a ella y la apoyó suavemente en el hombro, como si tratara de tranquilizarla. Pero la mirada de Victoria no dejaba de fijarse en Roco, y una creciente sensación de peligro comenzaba a apoderarse de ella.

—Sí, Roco —respondió Selene, su tono suave, pero cargado de una extraña seguridad—. Ella es Vicki, mi hermana. Y como te prometí, estoy cumpliendo mi parte del trato.

—¿D-de qué está hablando…? —dijo entrecortadamente, volviéndose hacia Selene con el rostro lleno de confusión y miedo—. ¿Qué quiere decir este hombre…?

Victoria, confundida y cada vez más aterrada, miró a Selene, buscando respuestas, pero no las encontró en su rostro, que seguía inmutable. Fue entonces cuando algo dentro de ella, una intuición que hasta ese momento había querido ignorar, comenzó a gritarle que las cosas no eran como parecían.

—Selene... ¿Qué está pasando aquí?—preguntó, su voz temblorosa. El miedo comenzó a hacerse un nudo en su estómago, pero lo que más la aterraba era la completa falta de reacción de su hermana.

Selene la miró fijamente, y por un momento, su mirada pareció suavizarse, como si fuera a explicarle algo, pero en un instante, todo cambió. Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel y amarga. Su expresión, que siempre había sido cálida, pasó a ser fría y despiadada.

—¿Qué está pasando? —repitió Selene, sus ojos brillando con algo más que simple frialdad—. Lo que está pasando, querida Vicki, es que ya no soy tu hermana. Y nunca lo fui. Todo esto... —dijo, señalando el lujoso entorno alrededor de ellas—... todo esto es mi venganza.

Victoria dio un paso atrás, sus ojos se abrieron con incredulidad mientras el dolor comenzaba a apoderarse de su pecho. Su hermana... Su hermana había estado planeando todo esto. Había fingido todo, todo este tiempo.

—No... —susurró Victoria, sus manos temblando mientras intentaba aferrarse a algo, a cualquier cosa, para que todo fuera una pesadilla—. No, estás mintiendo. Eso no es cierto.

Selene la observó con desprecio, su cara transformada en una máscara de odio. Dio un paso hacia ella, y al hacerlo, la energía que irradiaba de su cuerpo parecía desbordarse, una furia contenida que ahora ya no podía ocultar.

—Te odio tanto, Victoria —dijo, su voz llena de rencor y amargura—. Siempre has sido mejor que yo en todo. Nuestros padres te consintieron mientras a mí solo me daban las sobras. Fingían que yo también era su hija, pero eso era solo de la boca para afuera. No lo sentían en verdad.

La rabia se reflejaba en su rostro, y el aire entre ellas se volvió denso, como si un peso enorme estuviera presionando sobre la atmósfera. Victoria, paralizada por las palabras, apenas podía procesarlas.

—¿Y sabes qué? —continuó Selene, sus palabras ahora saliendo como un veneno de su lengua—. Durante años, juré quitarte todo lo que tenías. Todo lo que amaras. Prometí dejarte sin nada. Escucha bien, perra: voy a quitarte todo.

Victoria, con el corazón latiendo frenéticamente en su pecho, dio un paso atrás, chocando con una mesa cercana. Las palabras de Selene retumbaban en su cabeza, y la incredulidad que sentía la dejó sin aliento. No podía creerlo. No podía creer que la mujer que había llamado hermana, que había cuidado de ella, ahora le hablara de esa manera, con esa crueldad desgarradora.

—No... —susurró, la incredulidad reflejada en su rostro mientras retrocedía, sus ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué...?

Selene, al ver la reacción de Victoria, dio un paso hacia ella, con la mirada fija, implacable, como si ya no quedara ni un vestigio de la hermana amorosa que alguna vez conoció.

—Porque te odio, Victoria. Y porque por fin voy a obtener lo que siempre he querido: todo lo que tú tenías. Todo lo que amas.

Victoria, con los ojos llenos de lágrimas y el pecho apretado por el dolor y el shock, miró a su hermana. Cada palabra era un golpe, cada mirada una daga que atravesaba su corazón. No podía creer lo que escuchaba.

Ella nunca imaginó que la peor traición vendría de la persona que más confiaba.

—Oh, vamos. No me mires así dijo Selene con burla mientras estallaba en carcajadas Victoria, temblando, giraro sobre sus talones y trato de correr hacia la salida. Pero no llegó lejos.

Dos de los guardias de Roco la atraparon con rapidez, sujetándola por los brazos como si fuera un simple paquete. Ella gritó, pataleó, luchó con desesperación.

—¡Suéltenme! ¡Selene, maldita seas! ¡Esto no puede estar pasando!

Selene se quedó quieta por un momento, mirando a Victoria con una expresión de odio absoluto. No había ninguna piedad en sus ojos, solo una frialdad inhumana .

Victoria, completamente desbordada por el dolor, intentó dar un paso hacia ella, sus manos temblorosas alzándose como si pudieran detenerla .

—¡No te vayas! —gritó, su voz rasposa y llena de desesperación. Sus palabras salieron como un sollozo, una súplica que reflejaba toda la impotencia que sentía en ese momento. Quería entender, quería que Selene le diera alguna explicación, que le dijera que aún había una oportunidad, que todo lo que había dicho no era más que una broma cruel.

Pero Selene no se detuvo. Se giró lentamente, con una sonrisa burlona que le deformaba el rostro. Su figura, antes tan cercana y cálida, ahora parecía distante, ajena, como si estuviera mirando a una desconocida.

—Espero que te diviertas, hermanita —dijo con un tono cargado de sarcasmo, casi canturreando las palabras. No se molestó en girarse completamente, solo levantó la mano y la agitó de manera despectiva .

—¡Suficiente parloteo! —gruñó Roco al ver que Victoria seguía llorando—. ¡Enciérrenla!

Los guardias asintieron y, sin miramientos, arrastraron a Victoria por uno de los pasillos del casino. Ella no tenía ya fuerzas para luchar, solo sollozaba, murmurando palabras incoherentes entre dientes.

La llevaron a una puerta de metal al fondo de un corredor mal iluminado, la abrieron y la empujaron con fuerza adentro. Era un cuarto pequeño, con una cama oxidada, paredes de concreto sin ventanas y una cámara en la esquina.

La puerta se cerró de golpe, y el sonido del cerrojo resonó como una sentencia. En la oscuridad, Victoria cayó de rodillas al suelo, temblando, abrazándose a sí misma.

Y por primera vez, verdaderamente sola… sintió que su vida, tal como la conocía, había terminado.

El silencio era espeso, opresivo, como si el aire mismo se negara a moverse dentro de aquel cuarto sin ventanas. Victoria se encontraba en el suelo, con las piernas dobladas contra su pecho, temblando como una hoja sacudida por el viento. Su vestido, sucio por el forcejeo y el suelo áspero, se aferraba a su cuerpo sudado. La habitación estaba sumida en penumbra, con apenas la luz roja parpadeante de una cámara en la esquina, como un ojo constante y sin compasión.

Sus dedos, fríos, se enterraban en sus propios brazos mientras se balanceaba ligeramente hacia adelante y hacia atrás, intentando calmarse sin éxito. El miedo le calaba los huesos. Lloraba en silencio, pero de forma incontenible, con el rostro enterrado entre las rodillas, mientras su cuerpo entero vibraba con espasmos de pánico.

—No… no… no… —repetía apenas en un susurro, con los labios temblorosos.

El sudor frío le recorría la espalda. Sentía el estómago vacío, revuelto, y una punzada de náusea en la garganta. Cada sonido —un crujido, una pisada lejana, el zumbido de la cámara— le hacía estremecer como si una corriente eléctrica le recorriera el cuerpo.

“¿Qué van a hacerme?”, pensaba, ahogándose en pensamientos oscuros. “¿Me tocarán? ¿Me venderán a alguien más? ¿Me obligarán a…?”

La palabra se atascó en su garganta.

—No… no puedo… no quiero… prefiero morir… —dijo en voz baja, temblando más fuerte.

Unas horas despues el mismo hombre inrrumpe en su habitacion —Vamos, muñeca —dijo el hombre, tomándola del brazo con brusquedad—. Es hora.

La obligó a caminar por los pasillos hasta llegar a una salida lateral, donde una furgoneta negra esperaba con el motor encendido. Sin darle opción, la empujó dentro del vehículo. Victoria se sentó en una esquina, con los brazos cruzados sobre su pecho y las piernas apretadas.

Temblaba. El miedo le recorría la sangre como veneno.

El hombre la miró, sacó una pastilla pequeña de su bolsillo, la sostuvo con dos dedos y le levantó el mentón con fuerza.

—Abre la boca.

—No… —susurró ella, sacudiendo la cabeza.

—¡He dicho que la abras! —gritó, con una mirada que destilaba odio, y sin darle opción, le forzó la mandíbula y le metió la pastilla a la fuerza.

Victoria intentó escupirla, pero al ver su mano ir hacia la pistola, tragó con dificultad.

El efecto fue casi inmediato. Un calor súbito empezó a extenderse por su cuerpo, desde el pecho hacia las extremidades. Su respiración se volvió más rápida y un escalofrío le erizó la piel.

Sabía lo que era.

—No… —susurró—. Me han drogado…

Victoria sintio como el aire le faltaba . El mareo le nublaba la vista, y el zumbido constante en sus oídos no cesaba. Los hombres encapuchados no dijeron una palabra mientras la sacaban de la furgoneta y la guiaban por los pasillos de un hotel lujoso . Todo parecía moverse a cámara lenta. Sintió el contacto frío de una llave en su mano antes de que la empujaran suavemente hacia una habitacion .

La puerta se cerró tras ella con un clic metálico. El silencio era denso, opresivo.

Victoria tambaleó hasta la cama y se dejó caer en esta , respirando con dificultad. Cerró los ojos por un instante, solo para sentir una presencia. No podía ver quien era o de quien se trataba , pero . Lo sabía. Alguien la observaba .

Intentó incorporarse, pero el cuerpo no respondía. Un escalofrío le recorrió la columna. El aire se volvió más pesado. Un susurro, apenas un aliento, le rozó la nuca.

Y todo se volvio oscuridad para ella de repente .

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