El avión aterrizó entre nubes grises y una llovizna persistente. Londres los recibió con su clima habitual: frío, húmedo, como si nada hubiera cambiado desde la última vez que Victoria estuvo allí. Apenas bajó del avión con los dos niños, una mezcla de sensaciones la golpeó con fuerza.
Caminó por los pasillos del aeropuerto con Diana en brazos y Santiago aferrado a su abrigo. Sentía un nudo en la garganta que no terminaba de deshacerse. Todo le resultaba familiar , jamás pensó que volvería al lugar que había prometido no regresar nunca más. Le temblaron las manos por un momento, pero se obligó a mantener el paso firme. No era tiempo de quebrarse. No delante de los niños. Salieron del aeropuerto y tomó un taxi. Dio la dirección del departamento que había alquilado en línea mientras estaban en el avion con voz baja pero firme. El conductor apenas le respondió, mientras arrancaba por la autopista envuelta en neblina. Santiago miraba por la ventana, curioso mientras Diana dormía en su regazo, agotada. Victoria, en cambio, no podía mirar afuera sin sentir cómo los recuerdos empezaban a apretarle el pecho. Cada calle, cada cruce, cada edificio le traía algo de vuelta. Como si Londres le hablara en susurros incómodos. El taxi dobló por una avenida conocida y ahí, sin poder evitarlo, Victoria se perdió en su memoria, justo en el momento después en que su padre había fallecido…. FLASHBACK El salón principal de la mansión estaba a media luz. Cortinas pesadas, alfombras gruesas, y un silencio denso, solo interrumpido por su llanto. Victoria se aferraba a Enzo como si se le fuera la vida en ello, hundida en su pecho, temblando. —¿Cómo… cómo pudo pasar esto? —sollozaba—. Ayer hablé con él. Estaba bien. Solo un poco cansado. ¿Cómo puede alguien… morir así, de repente? Sus palabras salían entrecortadas, rotas. No podía entenderlo. No quería. Su padre era fuerte. Inquebrantable. Y ahora estaba muerto. Enzo le acariciaba el cabello con una suavidad que, en otro momento, hubiera sido reconfortante. —Tranquila, mi amor —le susurró, fingiendo ternura—. Todo está bien. Estoy contigo. Vamos a superar esto juntos, ¿sí? Victoria levantó la cabeza, sus ojos rojos y húmedos buscando consuelo en los de él. —Gracias, Enzo… No sé qué haría sin vos. Selene, sentada a pocos pasos, los observaba en silencio. Luego se acercó con un pañuelo entre los dedos y se arrodilló frente a Victoria. —Yo también me siento destrozada —dijo, con una voz temblorosa pero ensayada—. Lo quería tanto… era como un padre para mí. No sé cómo voy a vivir con este dolor. Victoria asintió, limpiándose la cara con torpeza. —Gracias, Selene… sé que lo querías. —Claro que sí. Pero no te preocupes —agregó con una sonrisa apenas disimulada—. Siempre voy a estar para ti , como una hermana mayor. Enzo y Selene se miraron con una astucia disimulada por un segundo como si compartieran una mentira , algo que victoria no noto en lo absoluto mientras estaba sumida en su dolor .. Algo se quebró dentro de ella. Sin decir más, se levantó torpemente del sofá. —Necesito… necesito estar sola un momento. Corrió por el pasillo, subiendo las escaleras hasta su habitación, donde por fin soltó un grito ahogado en su habitación . Victoria se dejó caer contra ella, como si todo su cuerpo hubiese perdido la fuerza. Las lágrimas caían silenciosas mientras se deslizaba lentamente hasta quedar sentada en el suelo, abrazando sus piernas. El silencio la envolvía como una manta pesada. Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Su padre, su pilar, ya no estaba. Y la casa, tan grande y lujosa, se sentía vacía. Como si su ausencia hubiera borrado el calor de todo lo que alguna vez fue un hogar. Hundió el rostro entre las rodillas. Quería dormir y no despertar. Quería volver atrás, solo un día, solo unas horas, para decirle que lo amaba. Que lo necesitaba. Pero ya no podía. Y esa impotencia era lo que más dolía. Sentía que una parte de ella también había muerto con su padre. Mientras tanto, Selene observaba cómo Victoria desaparecía por el pasillo, frágil y devastada. En cuanto se aseguró de que estaba fuera de vista, tomó a Enzo de la mano con fuerza y lo arrastró hasta el despacho de Rayner. Cerró la puerta detrás de ellos sin delicadeza, giró sobre sus talones y se abalanzó sobre él. Lo besó con una pasión contenida, como si se hubiera estado reprimiendo durante horas. —Estoy harta de verte con esa mosca muerta —escupió contra sus labios—. No veo la hora de poder deshacerme de ella de una vez. Enzo le sostuvo el rostro con ambas manos y le devolvió el beso con la misma intensidad. —Selene… Tu eres la única en mi corazón —le susurró, sin el menor atisbo de culpa en la voz. Se separaron apenas unos centímetros. Selene lo miró con esa expresión que siempre llevaba cuando planeaba algo fría, segura, calculadora. —Todo va según lo previsto —dijo en voz baja—. Conspiré con algunos socios externos, gente con poder. Se encargaron de fracturar la cadena financiera del Grupo Kaiser desde adentro. Pronto todo va a colapsar. Y Victoria… Victoria no va a tener absolutamente nada y nosotros nos quedaremos con todo . Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. Enzo la abrazó por la cintura y la atrajo hacia él, con una mezcla de admiración y deseo. —Eres brillante, mi amor. Eres la mejor. Selene entrecerró los ojos, satisfecha. Le acarició el rostro con la yema de los dedos antes de volver a besarlo, más lento, más seguro, como quien sabe que el juego ya está ganado. FIN DEL FLASHBACK —¿Mamá? —La voz de Santiago la trajo de vuelta. Victoria parpadeó. No se había dado cuenta de que había estado conteniendo el aire. Volvió a mirar al frente, apretó la mandíbula. —¿Sí, mi amor? —¿Ya casi llegamos? —Sí. En unos minutos. Se obligó a respirar hondo. A dejar el pasado donde estaba. —Mami… ya llegamos _ Dijo Santiago unos minutos después . Victoria parpadeó un par de veces y levantó la vista justo cuando el auto se detenía por completo frente a un pequeño edificio de ladrillo claro. El chofer del taxi bajó del auto para ayudar, pero Victoria ya estaba saliendo. Tomó aire profundamente, como si preparara el cuerpo y el alma para esta nueva etapa. Sujetó la mano de Santiago con una, mientras cargaba a Diana en el otro brazo. Colgó su bolso del hombro y arrastró como pudo la maleta con las pocas pertenencias que llevaban. Entraron al edificio y subieron en un ascensor antiguo, cuyo zumbido metálico llenaba el silencio. Santiago la miraba en silencio, con curiosidad. Diana jugaba con su dedo, medio dormida. Cuando llegaron al piso, Victoria sacó la llave del bolsillo de su chaqueta, la miró un momento y luego la introdujo en la cerradura. La puerta se abrió con un leve chirrido. El apartamento era pequeño, pero limpio y acogedor. Un aroma a madera nueva aún flotaba en el aire. Había dos habitaciones con luz tenue, un baño diminuto, una cocina funcional y una sala de estar con una ventana grande por donde entraba la luz de las farolas de la calle. No era lujoso, pero era suficiente. Justo lo necesario. —Bueno… —murmuró, mirando a los niños—. Este es nuestro nuevo hogar. Los pequeños se metieron a explorar, corriendo de un lado al otro. Victoria dejó escapar una sonrisa cansada, mientras extendía unas frazadas sobre el suelo de la habitación más grande e improvisaba una cama donde pudieran dormir los tres. Esa noche, mientras arropaba a Santiago y a Diana con delicadeza, pensaba en todo lo que necesitaban: muebles, comida, leche de fórmula para los niños , ropa de abrigo... La lista era larga. Se sentó al borde de la manta, mirando la habitación casi vacía. Sabía que el dinero que había ahorrado con tanto esfuerzo apenas alcanzaría para un par de semanas. Como mucho. Tenía que encontrar trabajo, y debía hacerlo pronto. Acarició la frente de sus hijos, que ya dormían profundamente, y susurró para sí misma: —Lo vamos a lograr. Cueste lo que cueste. Luego, apagó la lámpara y se acostó junto a ellos . (....) A la mañana siguiente, Victoria se levantó antes de que el sol saliera por completo. Se vistió a toda prisa y luego fue a despertar a los niños con suaves caricias. Les preparó un baño rápido, los secó con cuidado y les puso la ropa más abrigada que tenían. Mientras les daba leche tibia en unas tazas de plástico, ella solo comió un pedazo de pan viejo que había quedado de la noche anterior. No era el desayuno más digno, pero era lo que había. No se quejaba. Una vez listos, abrigó bien a Diana y Santiago, se colocó su abrigo y bajaron los tres a la calle. Tomaron un taxi rumbo al centro comercial. Había una lista en su cabeza: leche de fórmula, ropa de invierno para los niños, comida enlatada, productos básicos. Lo urgente. Mientras caminaban por los pasillos iluminados del centro comercial, Victoria los observaba con ternura. Diana señalaba los escaparates con asombro y Santiago hacía preguntas curiosas sobre todo lo que veía. A pesar del cansancio, Victoria sentía orgullo. Su padre la había criado como a una princesa, con dignidad, con valores, con fuerza. Y ella haría lo mismo con sus hijos. No importaba lo difícil que fuera. Mientras escogía ropa para ellos, algunas personas comenzaron a mirarlos. Algunos se detenían a sonreírles, otros incluso tomaban fotos disimuladamente con sus teléfonos. Sus hijos eran hermosos, llamaban la atención sin querer. Como pequeños soles. Pero entonces, algo cambió. Mientras doblaba unos suéteres para Santiago, levantó la mirada… y su estómago se encogió. A lo lejos, entre la multitud, estaban Selene y Enzo. Caminaban uno al lado del otro, demasiado cerca. Él llevaba su mano en la espalda baja de ella. Riendo. Cómodos. Cómplices. La imagen fue como un puñal al pecho. Sintió cómo la sangre le bajaba de golpe. Quiso girarse y salir corriendo, pero fue tarde. Selene la había visto. Y venía hacia ella. —Hermana… cuánto tiempo sin verte. ¿Acaso no me vas a saludar? —dijo Selene, con esa sonrisa burlona que Victoria conocía demasiado bien. Victoria apretó la mandíbula y trató de seguir caminando, pero Selene la detuvo, colocándole una mano en el brazo. —¿Aún guardas resentimiento? Eso ya quedó en el pasado —dijo con una falsa amabilidad. Victoria la encaró . —Yo no soy tu hermana. Selene soltó una carcajada. Entonces sus ojos bajaron hacia los niños, y su sonrisa se volvió más cruel. —¡Enzo, mira esto! Victoria dio a luz a los hijos bastardos de aquel hombre con el que se acostó esa noche. _ Siempre supe que eras una zorra, bien hice en no casarme contigo _ dijo mientras destilaba. veneno . Victoria sintió que algo explotaba dentro de ella. Todo el centro comercial se había quedado en silencio. Todos los ojos puestos en ellos. —¡Mis hijos no son bastardos! —gritó, con la voz rota por el enojo y la humillación. Selene fingió sorpresa, llevándose una mano al pecho. —¿Ah, no? Entonces dime, hermana, ¿quién es el padre? ¿No son esos los hijos del tipo con el que te acostaste mientras estabas comprometida? —lo dijo en voz alta, como para asegurarse de que todos la escucharan. Victoria estaba paralizada, pero sintió cómo Santiago jalaba de su abrigo. —Mami… ¿quién es esta señora? ¿Por qué dice eso? ¿Qué es un bastardo? Victoria no supo qué responder. Solo lo abrazó con fuerza, tragando el nudo que se le formaba en la garganta. —Mami… no me gusta esta señora —dijo Diana, escondiéndose detrás de su pierna. Selene los miró de arriba abajo con desdén. Luego tomó la mano de Enzo y pasó junto a ella, dejándole caer una última puñalada. —Hermana, pronto será nuestra boda. Espero que asistas… siempre serás bienvenida —dijo, soltando una carcajada antes de alejarse junto a Enzo. Victoria se quedó inmóvil. Los miró… y sintió cómo el mundo se desmoronaba otra vez, pedazo a pedazo. Un nudo le apretó el pecho, y las lágrimas le quemaban los ojos. No podía creerlo. Después de tanto tiempo, después de todo el dolor, tenía que enfrentarlos de nuevo. A ellos. A las dos personas que más la habían destrozado. Y aunque quería convencerse de que era más fuerte, en ese instante no pudo fingir. El pasado la alcanzó con toda su fuerza, y por un momento, se sintió igual de rota o peor que antes.Victoria no podía quedarse allí un segundo más. Tomó las bolsas con las compras con una mano temblorosa y abrazó a Diana con el otro brazo, mientras Santiago la seguía en silencio, aún confundido. Caminó con pasos rápidos hasta salir del centro comercial. Afuera, el aire frío le golpeó la cara como un baldazo de realidad, pero al menos la ayudó a calmar el ardor que sentía en los ojos.Pidió otro taxi, sin mirar atrás. Mientras los niños se acomodaban en el asiento trasero, cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Necesitaba serenarse, aunque por dentro estuviera hecha pedazos.—Vamos a casa —murmuró .Pero antes de volver al departamento, hizo una parada más. Con la poca energía que le quedaba, entró a una tienda de muebles usados y buscó lo esencial: una cama para ella, dos camas pequeñas para los niños, un sofá sencillo y una mesa con sillas. Todo lo más económico posible. Pagó con lo poco que le quedaba y pidió que se lo enviaran ese mismo día.Cuando finalmente llegaron al
POV : Victoria KaiserLo miró. Por varios segundos más, Alejandro Toscano no apartó su mirada de mí. Sentí cómo sus ojos se clavaban como agujas heladas, explorándome, analizándome, … No había expresión en su rostro, solo una intensidad que me dejó clavada en el lugar.Luego, como si de pronto le molestara haberme dedicado tanto tiempo, frunció el ceño con fastidio y caminó con pasos firmes y rápidos hacia la oficina del fondo. Las puertas se abrieron solas, gracias a uno de sus guardaespaldas, y él desapareció sin volverse.Me quedé helada, con las manos aún aferradas al borde del escritorio. Sentía que había dejado de respirar por unos segundos. Cuando pude moverme de nuevo, me acerqué con cautela a Claudia, que estaba revisando unos papeles sobre una carpeta.—Disculpe, señora… —dije en voz baja—. Pero… ¿quién es ese hombre?Ella alzó la vista, con evidente sorpresa.—¿No sabes quién es? —preguntó, frunciendo apenas el ceño—. Es Alejandro Toscano, nuestro jefe. El presidente del co
~( Narrador Omnisciente )Alejandro la miraba.La miraba como si cada línea de su rostro, cada curva de su cuerpo, cada mínimo detalle de su presencia tuviera algo que le interesara más de lo que estaba dispuesto a admitir.El café aún humeaba sobre su escritorio, pero sus ojos no se apartaban de Victoria.Bajo su atento escrutinio, ella comenzó a sentirse incómoda.Era como si él pudiera ver más allá de su apariencia . Era como si esos ojos grises, fríos y calculadores, pudieran desnudarla hasta el alma, exponiendo todos sus secretos.Victoria sintió que el corazón le latía demasiado rápido, como si quisiera salirse de su pecho.Pero no dijo nada.Alejandro tampoco. Solo la miró unos segundos más, con un brillo en la mirada que parecía tan peligroso como hipnotizante.Entonces, con un leve movimiento de cabeza, le indicó que se marchara.Victoria asintió de inmediato y giró sobre sus talones con torpeza, sosteniendo aún la bandeja vacía. Salió de la oficina con una mano en el pecho,
El aire era denso en el pequeño departamento. Apenas eran las nueve de la noche , pero las paredes ya parecían encogerse sobre sí mismas, como si quisieran aplastarla lentamente. Victoria Kaiser estaba en el suelo del baño, con la espalda apoyada contra la fría cerámica, las rodillas encogidas contra el pecho y los dedos temblorosos aferrados a un pedazo de plástico blanco. La prueba de embarazo marcaba un resultado claro, innegable. Positivo. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, no dejaban de mirarla como si, con suficiente fuerza de voluntad, el resultado pudiera cambiar. Pero no lo hacía. Seguía ahí. Una simple palabra impresa que desmoronaba lo poco que quedaba de su mundo. Las lágrimas no salieron de inmediato. Fue como si su cuerpo estuviera en shock, congelado entre la incredulidad y el terror. Pero cuando por fin empezó a llorar, lo hizo con un dolor tan profundo que parecía nacer desde sus entrañas. Sollozaba con la boca cerrada, tragándose los gritos, mientras su pecho
*Flashback* Fue un día gris sombrio para victoria , apenas días después del funeral. Victoria estaba en su habitación en la mansión, sentada frente a la ventana con la mirada perdida. Llevaba horas sin moverse, con el mismo suéter amplio que usaba desde la muerte de Rayner , envuelta en una tristeza tan densa que apenas sentía su cuerpo. El cielo nublado parecía reflejar lo que sentía por dentro: un paisaje estéril y gris. No hablaba con nadie , no comía bien , no dormía. Solo existía, atrapada en una rutina de pena muda. Entonces, la puerta de su habitación se abrió con suavidad. —Vicki… —dijo una voz dulce, familiar. Selene. Victoria no se giró de inmediato. Escuchó los pasos acercarse, ligeros, casi cuidadosos, y luego sintió cómo el colchón se hundía un poco cuando su hermana adoptiva se sentó junto a ella. —No puedes seguir así —murmuró Selene, y le pasó un brazo por los hombros—. Lo sé… todo duele ahora, pero papá no querría verte así. Victoria apretó los labios.
Victoria despertó con un dolor punzante en la sien. Todo le dolía. Su cuerpo estaba cubierto de moretones y lleno de marcas rojas , y el vestido que llevaba estaba rasgado, sucio, desgarrado y lo peor de todo era que no recordaba nada . Se incorporó lentamente , temblando, con la garganta seca y los ojos desorbitados. —¿Qué fue lo que pasó...? —murmuró con voz quebrada—. ¿Qué fue lo que me hicieron? Las lágrimas comenzaron a caerle sin control mientras observaba la habitación. El aire tenia un olor extraño , a sudor y colonia cara . En la mesa habia un fajo de billetes mal apilados. Al lado, una copa vacía. Y en la cama, justo donde había estado recostada, una mancha de sangre roja, húmeda, fresca. El grito salió solo, desgarrado. Se levantó de golpe, tambaleándose, y corrió hacia la puerta. Bajó las escaleras del hotel casi a trompezones , empujando a quien se interpusiera en su camino, hasta que cruzó la salida. El flash de las cámaras la cegó al instante. Una decena de pe