★ Aria. —¡Demonios, demonios, se me hizo tarde! —exclamé, levantándome de la cama con una rapidez frenética al ver que ya eran las nueve de la mañana. No puede ser, entro a las ocho, ¡ya debería de estar en la oficina! Corrí al baño, dándome una ducha a la velocidad de la luz. El agua fría despertó mis sentidos, y me vestí lo más rápido posible, luchando por coordinarme. En mi apresurada carrera hacia la puerta, me puse los primeros tenis que encontré. Por suerte, el par azul oscuro combinaba bastante bien con mi camiseta de elefante, esa camiseta ridículamente cómoda que, aunque me había propuesto dejar de usar, seguía adorando. Mientras descendía por las escaleras de dos en dos, intentaba peinarme con una mano. El cabello se desordenaba en la prisa, y el cepillo apenas tocaba las hebras rebeldes. La urgencia de salir de casa y llegar a la oficina era lo único que me importaba en ese momento. —¡Lo siento! —grité, esquivando a algunos vecinos que se cruzaron en mi camino mientra
Aria temblaba contra mí, sus ojos reflejaban deseo. Mis dedos se movían dentro de ella, explorando y reclamando lo que era mío por derecho. Cada jadeo y suspiro que salía de sus labios alimentaba a la bestia dentro de mí, a mi lobo, que rugía por tomar el control y hacerla suya de una vez por todas. —Damien... —susurró, su voz apenas era un hilo de aliento. Sentía cómo sus piernas temblaban, y el ascensor parecía encogerse a nuestro alrededor, cada pared cerrándose, y cada espacio llenándose de nuestra tensión. —Calla, gatita —le ordené, con mi bos baja y ronca. Mordí su labio inferior, saboreando su esencia. Ella gemía suavemente, y podía sentir su resistencia cediendo poco a poco, sus defensas comenzaban a derrumbándose bajo mi toque. Mis instintos primitivos estaban en alerta máxima. Todo en mí gritaba que la tomara aquí y ahora, que le mostrara quién era el alfa y que ella me pertenecía, sin importar sus lazos con Arthur, ella era mi hembra. La fuerza de mi deseo era casi abr
★ Arthur Helga estaba inquieta, caminando de un lado para otro en la sala del consejo. Sus movimientos eran rápidos y tensos, reflejando la urgencia de la situación. Sus ojos estaban llenos de preocupación, se movían de un anciano a otro, buscando respuestas. —Aún no averiguamos quién es la humana que se vinculó con el alfa. Necesitamos destruirla. Así nos libraremos de una gran amenaza y debilitaremos a la manada Volkov. Un alfa débil pierde su poder —dijo con firmeza, mientras los demás en el consejo murmuraban entre ellos, discutiendo nuevas estrategias para acabar con la amenaza. A mí, simplemente, no me interesaba. Nunca me habían interesado las cuestiones humanas; las encontraba mediocres e insignificantes. Para mí, los humanos eran meros insectos, destinados a ser aplastados bajo el peso de la superioridad. —Arthur, ¿no piensas decir nada? —preguntó Helga, mirándome fijamente. Todo el consejo volteó a verme, esperando una respuesta. Me recosté en mi asiento, dejando que una
Mi sonrisa se ensanchó. No había mayor placer que ver a un hombre roto, suplicando por la muerte como una liberación. —Eso es lo que esperaba escuchar —dije, soltando su cabello y levantándome. Hice un gesto a mis cazadores, quienes trajeron un frasco de ácido. Sabía que el ácido corroía la carne lentamente, era un castigo doloroso y prolongado. Verterían el líquido en las heridas abiertas, haciendo que el dolor se multiplicara. El primer contacto del ácido con la piel del traidor fue un espectáculo fascinante. Su cuerpo se convulsionó violentamente, y sus gritos alcanzaron un nuevo nivel de agonía. El ácido burbujeaba y chisporroteaba, la carne se disolvía lentamente, y el olor a carne quemada llenaba el aire. A mi alrededor, los miembros del consejo observaban en silencio, algunos con satisfacción, otros con una mezcla de horror y fascinación. Para mí, era un recordatorio de mi poder, una demostración de lo que les esperaba a aquellos que se atrevían a traicionarme. El espectácu
★ Aria Walker. “¿Que no era claustrofóbica?”, me preguntaba mientras volteaba a mirar el ascensor. Caminaba de la mano de Damien, tratando de ignorar la tensión. No sé por qué estaba tan molesto, pero no me dediqué a preguntar, solo comencé a caminar hacia su auto. Sentía su mano apretando la mía, como si intentara contener algo. —¿A dónde vamos? —pregunté, intentando romper el silencio incómodo. —¿Quieres tener una cita? —mencionó, su voz sonaba distante, como si estuviera perdido en sus pensamientos. —¿Qué, una cita? —realmente estaba confundida. Hace unos minutos estaba enojado porque conozco a Arthur, hace un momento me daba como cajón que no cierra en el ascensor y ahora me lleva a una cita. No entendía nada. —¿No quieres? —preguntó mientras ponía el auto en marcha, su expresión era difícil de leer. —Claro que quiero, pero necesito un baño, huelo a… y tú tienes mi olor en tus dedos —respondí, recordando el momento íntimo que habíamos compartido en el ascensor. Él sonrió
★ Damien Volkov. —¿Con una loba? ¿En serio? —pregunté, mirando a Arthur con desdén. Este maldito infeliz es el culpable de varias bajas en mi manada, y ahora tenía el descaro de aparecer aquí. —¿Tú y Aria? Así que la humana con la que te vinculaste es ella. ¿No crees que es peligroso que un cazador como yo lo sepa? —preguntó con indiferencia, estaban sus ojos llenos de frialdad y arrogancia. Su tono despreciativo me irritó aún más. —Algo me dice que no le harías daño —mencioné, y él sonrió de lado. En un momento, ambos pensamos lo mismo; cada uno tomó un cuchillo y casi lo clavamos en la mano del otro. Nuestros reflejos eran igual de rápidos, pero la tensión era evidente. Podía ver la misma rabia y desprecio reflejados en sus ojos. —Sabes, ya sé cómo morirás, Damien. Llevo años imaginando tu muerte —dijo Arthur con una voz llena de odio, con su mirada fija en la mía. —Si muero, Aria sufrirá, y como no me gusta hacer sufrir a mi hembra, no moriré —respondí con firmeza—. No pienso
Ella rió, como si mis negaciones fueran una broma. Su actitud despreciativa me sacaba de quicio. —Claro que sí, Arthur. Sé que me amas. Es por eso que estás tan atormentado. —Esto no tiene nada que ver con amor. Se trata de mantener mi poder y mi estabilidad. Si mueres, yo me debilitaré, y no estoy dispuesto a perder mi dominio por culpa de una simple loba. —Tengo todo bajo control —dijo Emily con una confianza que me parecía casi ofensiva. —No parece que lo tengas bajo control. Si otras manadas están buscando tu ruina, estás en un peligro que supera tu capacidad para manejarlo. Ella se encogió de hombros, su actitud despectiva solo avivaba mi furia. —He lidiado con situaciones mucho peores. No necesito que me cuides como si fuera una carga para ti. —¡No puedes evitar el hecho de que tu muerte debilitaría nuestro vínculo! —exclamé, sintiendo que mi control se desmoronaba—. No puedo permitir que algo tan trivial como tus problemas me debilite. Emily se detuvo y me miró con una i
La pelea era feroz. Cada hechizo y golpe resonaban con tal intensidad que hacían temblar las paredes de la habitación. Las ondas de choque provocaban grietas en la estructura, y los objetos estallaban en mil pedazos alrededor de nosotros. El suelo se sacudía bajo el peso de nuestro conflicto, y los ecos de nuestros poderes se entrelazaban en una sinfonía caótica y descontrolada. En medio de ese caos, logré superar a Emily. Con un movimiento rápido, conjuré un hechizo potente que la lanzó contra el suelo con una fuerza que hizo vibrar el aire. Me adelanté rápidamente y me encontré encima de ella, atrapándola bajo mi peso. La visión de su piel desnuda, brillando con el sudor y el desorden de la batalla, era hipnótica y primitiva. Transformada de nuevo en su forma humana, estaba tendida bajo mí, su respiración estaba agitada y sus ojos ardían con desafío y vulnerabilidad. La habitación estaba en ruinas, pero en ese momento, la única realidad que existía era la conexión cruda e inque