—Creo que por eso te terminó Emily; sales demasiado de viaje —le comenté, y él sonrió de manera enigmática.—Sí, creo que mi trabajo no me permitirá tener una novia estable. ¿Y tú, ya sales con ese idiota que quería invitarte a salir en la librería? —preguntó con un tono burlón.—No, por ahora no salgo con nadie —mentí, sintiendo cómo su mirada penetrante me analizaba.—Mentirosa —dijo, con una sonrisa perspicaz.¿Por qué todos dicen que soy una mentirosa? ¿A caso se nota?—No miento —dije con firmeza.—Entonces estás enamorada. Lo puedo ver en tus ojos, tienes una especie de brillo en ellos, Aria —mencionó, y yo sonreí, sintiéndome expuesta ante su percepción aguda.—Me gusta alguien en el trabajo —admití.—Solo espero que no sea tu jefe —murmuró en voz baja, con un matiz de preocupación.—¿Mi jefe? Damien no es una persona mala, es muy bueno él… —me di cuenta de que estaba hablando de más.—¿Él corresponde a tus sentimientos? —su expresión se volvió fría y calculadora.—Arthur, siem
—Romina, mira —le dije mientras ella estaba pensativa, señalando un hermoso vestido color esmeralda que colgaba en el escaparate de una boutique. Sabía que le encantaría, pero ella no me prestó atención, perdida en sus pensamientos. —¿Pasa algo? —le pregunté, inclinándome ligeramente para buscar sus ojos. Ella me miró fijamente. —No estoy en mis cinco sentidos ahora, Aria. ¿Crees que Nikolai quiera algo serio conmigo? —preguntó con una voz temblorosa, como si temiera la respuesta. —La verdad es que me sorprendí cuando me enteré de que salías con él, porque cuando lo conocí me parecía un engreído —dije, recordando mi primera impresión de Nikolai. —Mira quién habla. Tú sales con el jefe. Me impresiona que Luna esté tan calmada —comentó con una sonrisa sarcástica—. Seguro no sabe que estás saliendo con él. —¿Luna, la mujer que llegó con ellos el otro día? ¿La hermana de Nikolai? —pregunté, recordando a la mujer alta y elegante que había visto brevemente. —Sí. Por cómo mira al
Arthur abrió la puerta para mí y me acomodé en el asiento, sintiendo el olor a cuero desgastado y un toque de colonia masculina. —¿Tobi tiene cachorros? —preguntó Arthur con interés mientras encendía el motor. —Sí, tenía una relación con una perra salvaje y tuvo cachorritos. Soy abuelita de cinco cachorritos. Como es una perra salvaje y aún no se acostumbra a los humanos, decidí dejarla en ese lugar. La visito algunos días para que vea que puede confiar de nuevo, y no solo en Tobi. Así que bueno, soy una abuela responsable —expliqué, sintiendo un orgullo cálido por mis «nietos». Arthur sonrió mientras manejaba, sus ojos verdes brillaban bajo la luz de las farolas que pasaban rápidamente. Nos dirigimos hacia el lugar donde estaba la cueva de la perra. En cuanto llegamos, la perra enseñó sus colmillos. —No está acostumbrada a la gente, comprende —le expliqué, tratando de calmar a la perra. —Lomi —llamé a la perra, y ella volteó a verme, acercándose y restregando su cabeza en mi pec
★ Aria. —¡Demonios, demonios, se me hizo tarde! —exclamé, levantándome de la cama con una rapidez frenética al ver que ya eran las nueve de la mañana. No puede ser, entro a las ocho, ¡ya debería de estar en la oficina! Corrí al baño, dándome una ducha a la velocidad de la luz. El agua fría despertó mis sentidos, y me vestí lo más rápido posible, luchando por coordinarme. En mi apresurada carrera hacia la puerta, me puse los primeros tenis que encontré. Por suerte, el par azul oscuro combinaba bastante bien con mi camiseta de elefante, esa camiseta ridículamente cómoda que, aunque me había propuesto dejar de usar, seguía adorando. Mientras descendía por las escaleras de dos en dos, intentaba peinarme con una mano. El cabello se desordenaba en la prisa, y el cepillo apenas tocaba las hebras rebeldes. La urgencia de salir de casa y llegar a la oficina era lo único que me importaba en ese momento. —¡Lo siento! —grité, esquivando a algunos vecinos que se cruzaron en mi camino mientra
Aria temblaba contra mí, sus ojos reflejaban deseo. Mis dedos se movían dentro de ella, explorando y reclamando lo que era mío por derecho. Cada jadeo y suspiro que salía de sus labios alimentaba a la bestia dentro de mí, a mi lobo, que rugía por tomar el control y hacerla suya de una vez por todas. —Damien... —susurró, su voz apenas era un hilo de aliento. Sentía cómo sus piernas temblaban, y el ascensor parecía encogerse a nuestro alrededor, cada pared cerrándose, y cada espacio llenándose de nuestra tensión. —Calla, gatita —le ordené, con mi bos baja y ronca. Mordí su labio inferior, saboreando su esencia. Ella gemía suavemente, y podía sentir su resistencia cediendo poco a poco, sus defensas comenzaban a derrumbándose bajo mi toque. Mis instintos primitivos estaban en alerta máxima. Todo en mí gritaba que la tomara aquí y ahora, que le mostrara quién era el alfa y que ella me pertenecía, sin importar sus lazos con Arthur, ella era mi hembra. La fuerza de mi deseo era casi abr
★ Arthur Helga estaba inquieta, caminando de un lado para otro en la sala del consejo. Sus movimientos eran rápidos y tensos, reflejando la urgencia de la situación. Sus ojos estaban llenos de preocupación, se movían de un anciano a otro, buscando respuestas. —Aún no averiguamos quién es la humana que se vinculó con el alfa. Necesitamos destruirla. Así nos libraremos de una gran amenaza y debilitaremos a la manada Volkov. Un alfa débil pierde su poder —dijo con firmeza, mientras los demás en el consejo murmuraban entre ellos, discutiendo nuevas estrategias para acabar con la amenaza. A mí, simplemente, no me interesaba. Nunca me habían interesado las cuestiones humanas; las encontraba mediocres e insignificantes. Para mí, los humanos eran meros insectos, destinados a ser aplastados bajo el peso de la superioridad. —Arthur, ¿no piensas decir nada? —preguntó Helga, mirándome fijamente. Todo el consejo volteó a verme, esperando una respuesta. Me recosté en mi asiento, dejando que una
Mi sonrisa se ensanchó. No había mayor placer que ver a un hombre roto, suplicando por la muerte como una liberación. —Eso es lo que esperaba escuchar —dije, soltando su cabello y levantándome. Hice un gesto a mis cazadores, quienes trajeron un frasco de ácido. Sabía que el ácido corroía la carne lentamente, era un castigo doloroso y prolongado. Verterían el líquido en las heridas abiertas, haciendo que el dolor se multiplicara. El primer contacto del ácido con la piel del traidor fue un espectáculo fascinante. Su cuerpo se convulsionó violentamente, y sus gritos alcanzaron un nuevo nivel de agonía. El ácido burbujeaba y chisporroteaba, la carne se disolvía lentamente, y el olor a carne quemada llenaba el aire. A mi alrededor, los miembros del consejo observaban en silencio, algunos con satisfacción, otros con una mezcla de horror y fascinación. Para mí, era un recordatorio de mi poder, una demostración de lo que les esperaba a aquellos que se atrevían a traicionarme. El espectácu
★ Aria Walker. “¿Que no era claustrofóbica?”, me preguntaba mientras volteaba a mirar el ascensor. Caminaba de la mano de Damien, tratando de ignorar la tensión. No sé por qué estaba tan molesto, pero no me dediqué a preguntar, solo comencé a caminar hacia su auto. Sentía su mano apretando la mía, como si intentara contener algo. —¿A dónde vamos? —pregunté, intentando romper el silencio incómodo. —¿Quieres tener una cita? —mencionó, su voz sonaba distante, como si estuviera perdido en sus pensamientos. —¿Qué, una cita? —realmente estaba confundida. Hace unos minutos estaba enojado porque conozco a Arthur, hace un momento me daba como cajón que no cierra en el ascensor y ahora me lleva a una cita. No entendía nada. —¿No quieres? —preguntó mientras ponía el auto en marcha, su expresión era difícil de leer. —Claro que quiero, pero necesito un baño, huelo a… y tú tienes mi olor en tus dedos —respondí, recordando el momento íntimo que habíamos compartido en el ascensor. Él sonrió