La verdad era que no quería quitarle las manos de encima. Hiroshi se retorcía de angustia. —No nos sirvió de nada, ¿verdad? —murmuró él, pegando su boca caliente al delicado cuello y besando el latido de su yugular, tan insistente como la música. Inhalando fuertemente su dulce aroma, tan delirante y seductor como la noche.El deseo se disparó dentro de ella, elevándola por encima de la tierra como siempre le había pasado con él, cada vez que la tocaba.Fue dolorosamente consciente en ese instante de que su cuerpo seguía siendo de Hiro. Siempre había sido de él y solo de él. Se deshizo entre sus brazos con la misma facilidad de siempre, como si solo hubieran pasado minutos y no años desde que la tocara por última vez con sus hábiles manos.Sintió cómo se tensaban sus pechos y endurecían sus pezones cuando el deslizó las manos bajo su top de gasa. Se quedó sin aliento al sentirlo acariciar la piel de su vientre. Después, su mano fue subiendo lentamente hasta cubrir sus pechos.Dejó
Cuando Aiko se apartó de él y salió de prisa de la cabina de la discoteca, Hiro dejó que se marchara.Trató de convencerse de que quería que se fuera. No le cabía en la cabeza la posibilidad de querer lo contrario.Para empezar, ni siquiera había querido volver a verla. Todo había sido idea de ella y estaba dispuesto a dejar que se fuera y que siguiera haciendo lo que se le antojara. Si quería salir de allí y perderse entre la multitud de la discoteca, no era asunto suyo. Se negaba a creer lo que le decía, no podía aceptar que ella le hubiera mentido cuando le dijo que le había sido infiel. Estaba harto de ella y de sus falsedades.No quería tener que volver a mirarla a la cara y ver dolor en sus ojos. Pero, muy a su pesar, no conseguía quitársela de la cabeza.Esos enormes ojos color café…eran su perdición. Había visto mucho dolor en ellos y sabía que, esa vez, él había sido el culpable.Sabía que no tenía ningún motivo para creerle. Se acercó a la cristalera de la cabina y observó c
—De acuerdo, me rindo, Hiroshi. Al final has conseguido hacerme daño. Estarás orgulloso. ¿Quieres que te felicite? —susurró Le pareció que ella sonaba distinta. No era la fría reina de hielo en la que se había convertido ni la chica abierta y risueña con la que se había casado. Esta Aiko, la que tenía de frente, parecía una mujer muy cansada y dolida. «Por fin. He logrado sacarla de su caparazón.» —¿Qué pensabas que iba a pasar? —le preguntó furioso. Por primera vez en mucho tiempo, no le importaba quién pudiera estar mirándolos o escuchando su conversación. No se paró a pensar en que pudieran acabar en la portada de alguna revista de chismes que quisiera revelar sus trapos sucios al resto del mundo. No le importaba nada, solo quería negar que él pudiera tener la culpa de algo de lo que había pasado entre ellos dos. —Yo no te he acusado de nada, Hiro. Sus palabras eran como balas. Podía sentirlas golpeándolo, perforando su piel y adentrándose en sus entrañas. —No te he acusado
— Yo te amaba, Aiko—replicó él con la sangre hirviéndole en las venas.Él se negó a responder su pregunta porque pensaba que ese era precisamente el quid de la cuestión.—Te amaba y tú me destrozaste el corazón —agregó sin dejar de mirarla.—Ese es el problema, que lo que dices no ocurrió, nunca te traicioné —susurró entonces Aiko.—Ese era también otro problema entre nosotros , ¿No? Que nos amabamos… Pero, nunca nos lo decíamos uno al otro, y creo que los dos sabemos que eso sucedía porque éramos unos cobardes.Ella retrocedió un paso y después, otro más. Se envolvió los brazos alrededor del cuerpo como si tuviera frío, pero sabía que no podía ser. Era una noche muy cálida.Y, de alguna manera, toda esa ira que lo había dominado se fue desvaneciendo entonces. No se fue del todo, sino que cambió, se transformó en otra cosa. En ese momento, se sintió sobre todo muy cansado y tan destrozado que creyó que se quedaría sin fuerzas y. Pero se sentía más que nada triste.Fue entonces cuando
Él se acercó a ella y la agarró del codo. Ella trató de apartarse, pero no pudo hacerlo. La apretaba con demasiada fuerza. —Camina o tendré que arrastrarte —le dijo él casi gruñendo—. Del humor del que estoy ahora mismo, no lo dudes, te llevaré a rastras si no me dejas otra opción. Aiko supo que hablaba en serio y decidió andar. Él mantenía un control férreo sobre ella y trató de convencerse de que no le importaba. Pero sí corazón se compromiso dolorosamente al pensar en todas las mujeres que él había tocado con esas mismas manos, quizás incluso esa noche, antes de que ella lo encontrara. Suponía que sabía dónde estaban esas discretas cabinas en esa discoteca porque las había utilizado y, obviamente, no solo con ella. Se le revolvía el estómago al pensar en ello. Y también cuando pensaba en que todo lo que estaba pasando era culpa suya. Por mucho que se lo echara en cara a él, creía que ella era la que los había colocado en esa situación. Pero ser consciente de ello no había hec
Todo había cambiado en un par de horas. La habitación estaba demasiado iluminada, contrastaba con la oscuridad que habían tenido en el club y después en el puente. Y Aiko nunca se había sentido tan desnuda, tan vulnerable y expuesta. Ya no estaba temblando, pero se sentía aún más destrozada y dolida. Y viendo cómo estaba Hiro, se sentía peor aún. Él le sostenía la mirada desde el otro lado de la habitación. Todas las mentiras, las traiciones y los estúpidos juegos se interponían entre los dos. Recordó en ese momento aquellas primeras semanas de su matrimonio. Habían pasado esos días disfrutando de la compañía del otro y enamorándose perdidamente. Entonces, había creído que lo que tenían era algo tan mágico y tan grande que nunca se iba a terminar.Nunca se podría haber imaginado que iban a acabar de ese modo, como estaban en ese momento. Le costaba creer lo que estaba pasando. Ella misma había provocado que sucediera. Pero, aun así, no terminaba de aceptar que su plan pudiera hab
Cuando Hiro se despertó a la mañana siguiente en la que había sido la habitación que compartía con su esposa, descubrió que su vida se había convertido en un enorme circo. Tenía un montón de mensajes de los líderes de las familias del clan. Lo habían llamado los ancianos, al parecer cundía el pánico y no solo eso, también se habían atrevido a dejar mensajes de voz en su celular. —Su hermana está intentando contactar con usted, señor Yamamoto —le decía su ama de llaves. "¿Qué pasa con usted y esa m*****a mujer?'' leyó uno de los mensajes, y luego otro que decía: "¿Por qué tiene que seguir participando en sus juegos cuando sabe perfectamente cuánto afectan al prestigio de la organización?" Y otro más: "¿Por qué no acepta que lo que pasó con ella fue un terrible error, se divorcia de ella y pasa la página?" Hiroshi todo los ojos. Al parecer todos los miembros de las familias criminales de la Yakuza tenían su propia opinión de lo que estaba pasando. Dejó el móvil en la cama, s
Él recordaba demasiado bien todo lo que había sucedido en esa precisa sala y sobre ese preciso sofá. —Es imposible no sentir cierta nostalgia, ¿verdad? —le preguntó él sin moverse de la puerta—.Es una lástima que tuviera que deshacerme de todos los jardines que mandé a sembrar para ti. Ella se volvió para mirarlo por encima del hombro. Sus ojos café centellearon furiosamente. —¿Cómo puedes bromear? —repuso ella con incredulidad—. La prensa habla de nosotros, especulando con todo tipo de cosas e insultándonos. Supongo que fuiste tú mismo el que avisó a los paparazzi de nuestro reencuentro en Fiji. De otro modo, ¿cómo iban a saber que me alojaba en el Harrington? Pero tú, en vez de hablar de ello, ¿prefieres hablar del sexo que tuvimos en los jardines? — Muñequita, no creo que encuentres a un solo hombre al que no le parezca ese tema mucho más interesante que cualquier otro —respondió él con media sonrisa—. Y, por mucho que intentes despreciar lo que pasó, recuerda que fue una locur