Todo había cambiado en un par de horas. La habitación estaba demasiado iluminada, contrastaba con la oscuridad que habían tenido en el club y después en el puente. Y Aiko nunca se había sentido tan desnuda, tan vulnerable y expuesta. Ya no estaba temblando, pero se sentía aún más destrozada y dolida. Y viendo cómo estaba Hiro, se sentía peor aún. Él le sostenía la mirada desde el otro lado de la habitación. Todas las mentiras, las traiciones y los estúpidos juegos se interponían entre los dos. Recordó en ese momento aquellas primeras semanas de su matrimonio. Habían pasado esos días disfrutando de la compañía del otro y enamorándose perdidamente. Entonces, había creído que lo que tenían era algo tan mágico y tan grande que nunca se iba a terminar.Nunca se podría haber imaginado que iban a acabar de ese modo, como estaban en ese momento. Le costaba creer lo que estaba pasando. Ella misma había provocado que sucediera. Pero, aun así, no terminaba de aceptar que su plan pudiera hab
Cuando Hiro se despertó a la mañana siguiente en la que había sido la habitación que compartía con su esposa, descubrió que su vida se había convertido en un enorme circo. Tenía un montón de mensajes de los líderes de las familias del clan. Lo habían llamado los ancianos, al parecer cundía el pánico y no solo eso, también se habían atrevido a dejar mensajes de voz en su celular. —Su hermana está intentando contactar con usted, señor Yamamoto —le decía su ama de llaves. "¿Qué pasa con usted y esa m*****a mujer?'' leyó uno de los mensajes, y luego otro que decía: "¿Por qué tiene que seguir participando en sus juegos cuando sabe perfectamente cuánto afectan al prestigio de la organización?" Y otro más: "¿Por qué no acepta que lo que pasó con ella fue un terrible error, se divorcia de ella y pasa la página?" Hiroshi todo los ojos. Al parecer todos los miembros de las familias criminales de la Yakuza tenían su propia opinión de lo que estaba pasando. Dejó el móvil en la cama, s
Él recordaba demasiado bien todo lo que había sucedido en esa precisa sala y sobre ese preciso sofá. —Es imposible no sentir cierta nostalgia, ¿verdad? —le preguntó él sin moverse de la puerta—.Es una lástima que tuviera que deshacerme de todos los jardines que mandé a sembrar para ti. Ella se volvió para mirarlo por encima del hombro. Sus ojos café centellearon furiosamente. —¿Cómo puedes bromear? —repuso ella con incredulidad—. La prensa habla de nosotros, especulando con todo tipo de cosas e insultándonos. Supongo que fuiste tú mismo el que avisó a los paparazzi de nuestro reencuentro en Fiji. De otro modo, ¿cómo iban a saber que me alojaba en el Harrington? Pero tú, en vez de hablar de ello, ¿prefieres hablar del sexo que tuvimos en los jardines? — Muñequita, no creo que encuentres a un solo hombre al que no le parezca ese tema mucho más interesante que cualquier otro —respondió él con media sonrisa—. Y, por mucho que intentes despreciar lo que pasó, recuerda que fue una locur
Le pareció que había conseguido afectarla de verdad con sus palabras, pero Aiko no tardó en recuperarse. — ¿Y si no lo hago?— interrogó ella, altaneramente. Él se encogió de hombros. —Me gustaría que nos concentráramos los dos en el hecho de que, como ves, volvemos a llenar las portadas de las revistas de chisme —le recordó ella con firmeza. A Hiro le dio la impresión de que le estaba costando hablar de ello con él. Y le gustó ver que todo aquello era difícil para ella. Pensaba que, si le resultaba tan molesto, era porque ella tenía mucho que perder. Se negó a tratar de analizar por qué el que ella se sintiera miserable, era tan importante para él. —No —susurró él. —¿No crees que deberíamos estar preocupados al ver que nos acechan los paparazzi y la prensa sensacionalista? —le preguntó ella con incredulidad—. ¿No has leído las historias melodramáticas y falsas que están contando sobre nosotros? —Sí, pero no me importa . Ninguno de nosotros es una persona común a la que estos
Él no se enderezó en el sofá ni hizo nada que pudiera entenderse como una reacción a su cercanía, pero a ella no podía engañarla, podía ver el hambre que había en sus ojos. Y eso hizo que su deseo ardiera con más fuerza aún, consumiéndolo todo a su paso. Eso era lo único que importaba en ese momento. Aiko dejó de moverse cuando llegó frente a él, arrodillándose entre sus piernas y se tomó su tiempo, llevándose las manos a la nuca, arqueando la espalda para que sus pechos se apretaran contra el corpiño del vestido, quitándose una a una las horquillas del moño. Lo hizo poco a poco, sin dejar de mirarlo a los ojos. Los mechones fueron cayendo sobre sus hombros y, cuando quitó la última horquilla, pasó los dedos por su melena, dejando que las ondas castañas cayeran donde quisieran. Mientras tanto, Hiroshi la observaba como si estuviera teniendo una experiencia religiosa, con los brazos extendidos, pero agarrando el respaldo del sofá con las manos. Ella pudo ver la fuerza que hacía co
Hiroshi estuvo a punto de perder el control cuando sintió que ella lo rodeaba con su boca. Se sentía como el adolescente inexperto que había sido en un pasado muy lejano. Ella tenía una boca perversa y tan cálida…una boca de mentirosa. Se movía sobre él como si estuviera tratando de recordar su anatomía. Se estremeció al sentir su dulce lengua, el leve roce de sus dientes… Estaba muy dentro de ella, ella agarró la base de su pene y él echó hacia atrás la cabeza, soltó elbaire que había estado conteniendo y trató de fingir que aquello era simple, que solo estaban teniendo un momento de debilidad al que les había llevado la atracción que seguían sintiendo el uno por el otro. Quería creer que ella lo deseaba y por eso estaba haciendo aquello, que no tenía segundas intenciones. Con ella entre sus piernas y esa boca que era algo sagrado y diabólico al mismo tiempo, casi podía engañarse a sí mismo y creerlo.De un modo y otro, no le importaba. En ese momento, nada le importaba y habría que
Cuando por fin recobró el aliento y regresó al presente, se dio cuenta de que nunca se había sentido tan fuera de sí, nunca había deseado tanto a alguien. El fuego y la pasión recorrían a mil por hora en sus venas. Lo necesitaba. Pero no tuvo que decirle nada, Hiro ya lo sabía. Le hablaba en murmullos, diciéndo palabras que le parecían casi conjuros mientras se sentaba en el sofá y tiraba de ella para colocarla a horcajadas sobre él. Sujetó con firmeza sus caderas para tenerla justo donde la quería. Estaba cada vez más desesperada. Pero sonrió, porque también ella lo tenía justo donde lo quería. Se quedó sin aliento cuando sintió su miembro, duro y caliente, a la entrada de su sexo. Estaba torturándola, haciéndole esperar cuando ya no aguantaba más, cuando su necesidad estaba haciendo que no pudiera dejar de temblar. —Hiro —le susurró entonces—. Por favor… No tuvo que decirle nada más, porque él se deslizó dentro de ella con un solo movimiento y sintió que volvía a estar completa.
—Si sigues mirándome así, con el ceño fruncido, me veré obligado a pensar que la pequeña burbuja de paz en la que hemos estado protegidos todo el día ha explotado. Y yo no sé tú, Muñequita, pero creo que yo no estoy listo para hacer frente a las cosas a las que vamos a tener que enfrentarnos cuando termine esta tregua —le dijo Hiroshi con suavidad. —Lo que dices suena tan... mimoso —repuso ella forzando la voz para que no reflejara su preocupación. —No era esa mi intención. En absoluto —le aseguró él—. Me estaba limitando a ser realista. Se le acercó y tomó su mano, jugando distraídamente con los anillos que él mismo había colocado allí. Era algo que siempre había hecho. Era casi como si la estuviera reclamando de esa forma o como si estuviera tratando al menos de recordarlo el propio Hiro. No sabía si quería saber qué estaba pensando en ese instante. Cuando la miró de nuevo, había cierta determinación en su mirada oscura y apretaba con fuerza los labios. Pero ella no estaba lista.