Diez días más tarde, Hiroshi estaba tenso y tenía ganas de estrangular a alguien o más explícitamente a la metiche de su hermana.Siempre había estado absorto con sus metas, pero entonces contrató a Aiko para gestar a su bebé, y desde ese momento su brújula no apuntaba al norte, sino a ella. Había tantas cosas que debían arreglar entre ellos, pero le era imposible, porque la metiche de su hermana no los dejaba a solas.Sofía se había mudado con ellos, y acaparaba la atención de su muñequita todo el día, e incluso durante la noche. Hacía días que no cenaban juntos, porque su hermana pedía que les sirvieran la cena en la habitación de Aiko.Aquello reavivó su ira.¿Cómo podía convencer a Aiko de quedarse a su lado luego de que el contrato de surrogación terminara, si Sofía no dejaba de interponerse entre ellos?Sí, estaban casado, y sí, Aiko era su esposa legalmente, pero eso no le daba seguridad ninguna de nada.Empujó su plato, había perdido el apetito por completo.Una mujer como
Aiko se sentía abrumada. Por lo visto, Hiroshi tenía su propio jet y su propio yate para llevarlos a una pequeña isla en mitad del océano. Se estaba volviendo loca. Y se lo estaba pasando como nunca. Habían pasado el día caminando por la arena, comiendo manjares del lugar y explorando el pequeño mercado de la isla. Había mucha humedad y hacía calor, pero el agua era maravillosa y transparente. Él yacía sobre una tumbona, siguiendo con la mirada los movimientos de ella, que merodeaba sin rumbo fijo en las aguas poco profundas de la orilla. Con un sencillo bikini blanco, sus curvas resultaban más tentadoras que nunca, y su vientre era evidentísimo sobre la parte inferior de su bikini. La joven se dio la vuelta, sonriendo de oreja a oreja y apartándose el cabello de los ojos. El corazón le dio un vuelco a Hiro y memorizó aquella imagen, sintiéndose como un monstruo por haber interrumpido su rutina y su comodidad, pero sabiendo que no le quedaba otro remedio a menos que quisiera suf
Su habitación de hotel estaba a unos pocos metros de la playa. Ella estaba sentada en una tumbona en la cubierta, mirando las olas, cuando Hiro la llamó. Al pasar por el salón, echó un vistazo en la primera habitación, que era la suya, y su corazón dio un vuelco al ver la puerta que conducía a la de él. No le hacía ninguna ilusión dormir sola. Él apareció por el otro lado y Aiko sonrió instintivamente al verle. —¿Qué hacemos hoy? Hiro deseaba tomarla en sus brazos de nuevo. No podía sacudirse la sensación de su delicada piel bajo sus dedos, la forma en la que relucía, como si estuviera hecha de las fina porcelana. —Estaba pensando que podíamos quedarnos en el hotel. Hacer algo juntos. —¿ Algo como qué?— Su expresión flaqueó cuando él volvió a colocar la mano en su brazo. Fue un movimiento automático. Se dio cuenta de que se estaba inclinando hacia ella, y ella hacia él. —Quedarnos todo el día aquí encerrados, y pidiendo lo que querramos a servicio a la habitación, no sé... Aiko
Luego de desayunar, se fueron caminando por la orilla de la playa. Tomados de la mano. Hiro nunca había sentido tal sensación de plenitud y paz en su vida. Sin embargo, en su mente aún quedaba un aguijón de duda. Sabía que ya que estaba allí, en aquella Isla, había una visita que no podría postergar ni evitar. Su corazón retumbaba de lntro de su pecho, y no precisamente de júbilo. Se acercaba al sitio con una sensación de trepidación recorriendo sus venas. Sobre una escalinata pequeña se hallaba parada una mujer. Ella observaba a la pareja que se acercaba con una expresión divertida en su rostro. Él viento había ondular su largo y negro cabello, en el cual resaltaban ya algunas que otras canas. Hiro le tendió su mano a Aiko y poco a poco la ayudó a subir los escasos y pequeños peldaños que sabía que lo alejarían de la playo y lo acercarían al refugio paradisíaco donde vivían sus padres. — Madre...— salufoó a la mujer que los esperaba.— imagino que recuerdas a Aiko Yamamoto, mi e
Comieron el refrigerio, sonriendo y en un ambiente ameno. Aiko se sorprendió, de la cálida bienvenida que había recibido por parte de sus suegros.Había esperado que la rechazaran o negaran debido a sus antecedentes. — Bueno, no me quiero imponer, considero que lo mejor es que ustedes decidan como llamar al pequeño.— concluyó Valy, bebiendo su té. Liu sonrió, feliz de lo juiciosa que era su mujer. La conversación versó sobre muchos temas, hasta que de algún modo Aiko terminó explicándole a sus suegros los detalles de su programa de estudios en Harvard. —…sí, será un cambio muy grande para mí. Hay muy pocas mujeres con doctorados en mi rama y no había sido capaz de obtener ese nivel hasta ahora ...— tragó saliva—por falta de becas. Hiro sabía que el dinero iba a cambiar su vida, y se alegraba de haber podido ayudarla. Valery escuchó atentamente su animada explicación y evitó hacer una mueca de incredulidad. No... Si la expresión tormentosa en el rostro de su hijo era alguna in
Un par de semanas después, durante el desayuno, Hiroshi le dijo: — Necesito un gran favor tuyo, muñequita. Aiko lo miró, extrañada de aquellas palabras. Hiro le sonrió. — Tengo un primo en Italia, bueno, de hecho son tres, pero en fin...resulta que a mi primo, el mayor de los tres le han saboteando un viñedo cuya cosecha era bastante cara y me ha enviado una muestra del hongo con que hicieron el sabotaje. Ella asintió. — Comprendo. ¿Quieres que examine la muestra? — Sí, eso exactamente. Aiko arrugó el entrecejo. — Pero Hiro, no tengo lo necesario para hacer algo así aquí en casa. Para saber exactamente qué tipo de hongos se necesitaría... — Sandro dice en su mensaje que es una Botritis cinerea, ni idea de qué demonios es eso, pero le gustaría saber porqué este género destrozó su viñedo en veinte y cuatro horas cuando generalmente el hongo toma semanas en expandirse. Aiko elevó las cejas, intrigada. — Por los medios para analizarlo no te preocupes. Esta mañana después del de
Tres matones jugaban a las cartas dentro del taller de reparaciones abandonado en lo que el resto montaba guardia afuera. Caminando de un lado para otro. Aiko entornó los ojos, intentando descifrar a qué pandilla pertenecían esos hombres. La tenían atada de pies a manos a una silla y amordazada.Intentaba respirar profundamente por la boca, porque si lo hacía sucumbiría al pánico. Habían pasado veinte y cuatro horas desde que la habían secuestrado, y sin embargo aún no contactaban con Hiroshi para pactar un rescate. Intentó no ponerse nerviosa de más, pero aquello no le daba buena espina. Si los secuestradores no tenían intensión de negociar por si libertad, entonces...¿Planeaban asesinarla? Pasaban las horas, y aunque luchaba por no perder la fe, Aiko se veía cada vez más perdida. *** Por sobre el suelo de la mansión Yamamoto, roja, tibia y pegajosa, corría la sangre... Hiroshi Yamamoto caminaba descalzo por sobre ella, la expresión en su rostro una de rabia. El arma en su
Muy pocas veces en su vida le tembló la mano al lider de la Yakuza a la hora de disparar contra un enemigo, pero cuando llegó a aquel taller abandonado y vio a su hermano, oculto tras la máscara del demonio rojo sosteniendo un puñal , casi a punto de clavarlo en el vientre de su esposa, Hiroshi Yamamoto conoció el verdadero terror. Quería a su hermano, eso era cierto. Sus padres los habían criado para ser líder y ejecutor, solo vivían y respiraban para engrandecer a la Yakuza, cada uno a su manera, pero no podía permitir que por el motivo que fuese su propia familia dañara a la mujer que amaba. Dirigió la mirilla de su revolver al rostro del demonio rojo y disparó. *** Cuando recuperó la consciencia, se encontraba en el suelo, desatada y algo apartada de la silla donde la habían tenido prisionera. A su lado habían dos hombres muertos, dos hombres que reconocía bien, porque formaban parte del equipo de seguridad de Hiroshi. Por todos lados lados llovían los balazos y reinaba un