El día era fresco y soleado. Emilia y Emma caminaban por la avenida principal del centro comercial, disfrutando de una pausa en la tormenta de emociones que las rodeaba. Emma llevaba el carrito de compras, mientras Emilia sostenía algunas bolsas y admiraba el ambiente tranquilo a su alrededor. Esta era la primera vez en semanas que ambas se sentían relativamente en paz, a pesar de que Matthew seguía con sus detalles sencillos para reconquistarla.
—¡Mira esto, Emma! —exclamó Emilia, sacando un vestido pequeño de una de las bolsas—. No he podido resistirme, es tan lindo. Imagínate cuando tu bebé lo use.
Emma sonrió, con una mano en su vientre abultado y los ojos brillantes de emoción.
—Va a estar preciosa, Emilia. Gracias por todo. Tú eres la verdadera experta en compras de bebé.
Ambas se rieron, sintiendo que ese momento ligero y
La cafetería tenía un ambiente cálido y acogedor que contrastaba con el viento frío que soplaba afuera. Emilia estaba en la caja, observando la pequeña fila de clientes que aún quedaban antes de la hora del cierre. Marco, siempre atento, había cambiado toda la disposición de su área de trabajo para que ella no tuviera que moverse demasiado. Incluso había traído una silla acolchada especialmente para ella y se había asegurado de que todo quedara a su alcance.Una vez que la fila de clientes disminuyó y el bullicio empezó a calmarse, Marco se acercó, aprovechando el momento de tranquilidad. Se sentó en la silla al lado de Emilia, bastante cerca, apoyando los codos sobre la barra y mirándola con una sonrisa amable.—¿Cómo te sientes hoy? —le preguntó con genuina preocupación, sus ojos fijos en ella&mda
Los días pasaban y, a pesar de la ausencia de Matthew, Emilia lo sentía presente en cada rincón de su vida. No había un solo día en que no recordara las palabras que le susurró antes de partir, ni ese pequeño pero significativo detalle de la almohada para embarazadas. Mucho menos en aquel beso que le había dejado esa cosquilla que hace mucho no sentía. Sin embargo, el gesto que más la conmovía era recibir, todas las mañanas, una rosa junto a una pequeña nota que encontraba en su puerta. Cada una de esas frases era como una caricia a su alma, palabras llenas de ternura que le recordaban cuánto había significado para ambos el amor que compartieron.Eran mensajes sencillos, pero que al leerlos la hacían suspirar: «Eres mi refugio, mi hogar», «Cada día contigo es un regalo», «Te extraño con
Esa noche, cuando Emilia cerró la puerta de la cafetería tras terminar su turno, encontró a Evan esperándola junto a su auto. Él sonrió al verla, y ella no pudo evitar devolverle el gesto con una gratitud silenciosa. Evan siempre estaba ahí para ella y Emma, ofreciéndoles un refugio de calma en medio de sus turbulencias.—¿Lista para ir a casa? —preguntó él, mientras le abría la puerta del auto.—Sí… bueno, en realidad —titubeó un instante, pero decidió no reprimirse—, ¿te importaría si antes vamos a ver a Matthew?Evan asintió sin dudarlo y arrancó en silencio. La quietud dentro del auto, solo interrumpida por el sonido del motor, se tornaba densa mientras avanzaban por las calles vacías. Emilia miraba por la ventana, absorta en sus pensamientos, preguntándose si rea
Con el paso de los días, la relación entre Matthew y Emilia había empezado a sanar en un ritmo suave, como un par de amantes redescubriéndose. Aunque ambos aún vivían separados, Matthew no perdía oportunidad de verla y recordarle cuánto la amaba, conquistándola una vez más a través de pequeños gestos y palabras sinceras. Emilia, por su parte, comenzaba a bajar la guardia y a permitirse la esperanza de un futuro junto a él y su bebé. De algún modo, el tiempo separados les había dado una nueva oportunidad para reencontrarse, y, en sus corazones, ambos lo sabían.Sin embargo, aquella calma aparente no duraría mucho. Una mañana, Evan y Matthew recibieron órdenes para una misión urgente, una que requería su presencia de inmediato. La seriedad en los rostros de sus superiores dejaba claro que la misión no era
Tras el pasar de las horas, lo inevitable llegó y ellas no pudieron hacer nada más que aceptar un funeral sin féretros y llorar. El día de la ceremonia simbólica llegó envuelto en un aire de incredulidad y tristeza. Emilia y Emma, vestidas en tonos oscuros, caminaban en silencio hacia el sitio donde la base militar rendiría un último homenaje a los hombres que tanto amaban. Aunque el protocolo indicaba que los declararían oficialmente muertos, ambas se negaban a aceptarlo. Sus corazones se aferraban a la promesa de su regreso, a la posibilidad de que, de algún modo, sus destinos aún no estuvieran sellados.La atmósfera en la base era solemne y llena de un dolor contenido. Las personas se alineaban en filas ordenadas, y el sonido de las botas al caminar resonaba como un eco triste en la mente de Emilia. Los altos mandos, uno por uno, relataban las hazañas de Matthew y Evan,
El departamento estaba en silencio, envuelto en una quietud que solo era rota por el murmullo suave de los padres de Evan. Emma estaba sentada en la sala junto a ellos, y aunque la atmósfera era cálida, un toque de tristeza seguía presente. Ella sabía que los padres de Evan se quedarían con ella hasta el nacimiento de la bebé, algo que la llenaba de alivio en esos momentos difíciles.—Hemos pensado en retrasar nuestro regreso a casa, querida —comentó la madre de Evan, con voz dulce y compasiva, sosteniendo la mano de Emma—. Estábamos planeando quedarnos una semana más, pero creo que debemos estar aquí contigo, al menos hasta que la bebé nazca.Emma intentó sonreír, agradecida de no tener que enfrentar sola los próximos días. Estaba muy agradecida de tener a la familia de Evan con ella, para acompañarla en este momento ll
Emilia ajustó su delantal y echó un vistazo rápido al reloj en la pared. La tarde había avanzado, y el café estaba lleno de clientes que buscaban un momento de descanso entre tazas humeantes y dulces tentaciones. En los últimos días, la rutina del trabajo en la cafetería se había convertido en su refugio, le permitía distraer su mente y llenar sus días de tareas que exigían su atención.Desde que Evan y Matthew habían partido a la misión, dejando tras de sí un vacío difícil de ignorar, ella había preferido regresar a la casa que compartió con su esposo. Allí, entre sus recuerdos y con la compañía de su cuñada, esperaba cualquier señal de regreso, alguna noticia que devolviera la esperanza de que Matthew, algún día, cruzaría nuevamente la puerta.Para Emilia, el c
La cena en casa de Emilia se desenvolvía en un ambiente acogedor. Marco llegó puntualmente, con flores frescas en una mano y una caja de chocolates en la otra. Al abrir la puerta, Emilia lo recibió con una sonrisa, y él, en un gesto algo tímido, le entregó primero los chocolates.—Para ti, Emilia, como agradecimiento por la invitación —dijo él.—¡Gracias, Marco! No era necesario —respondió ella con una sonrisa sincera. Luego, él giró hacia Aurora y, con un poco más de nerviosismo, le ofreció el ramo de flores.—Y estas son para ti… —Marco vaciló, intentando no parecer muy atrevido ante Emilia y su cuñada, pero ese era el gesto que le había nacido tener con ellas—. Aurora, espero que te gusten.Aurora, visiblemente sorprendida y encantada, tomó el ramo, oliendo las flores con una c&aac