Matthew despertó en su cuarto de la base, con la cabeza martillándole como si alguien estuviera golpeando su cráneo desde dentro. Apretó los ojos, maldiciendo la resaca que lo había embargado tras la noche anterior. El licor no había sido suficiente para hacerle olvidar, ni siquiera para adormecer el dolor lo suficiente. Cada pensamiento, cada imagen de Emilia y su mentira, lo perseguía como una pesadilla que se negaba a desaparecer.Se incorporó lentamente, pasándose una mano por el rostro, notando la barba incipiente que había crecido en su mandíbula durante los últimos días de descuido. No podía quedarse ahí. Necesitaba irse. Lo más lejos posible.Con esfuerzo, se levantó y se puso el uniforme. Su mente solo tenía un propósito en ese momento: alejarse de todo lo que le recordaba a Emilia. Salió del cuarto con paso firme, aunque internamente se sentía como un hombre roto. Cada paso que daba era pesado, pero se obligó a seguir adelante.Llegó al despacho del coronel poco después. Toc
Evan había regresado de una misión corta algo cansado, pero con el ánimo elevado. Había estado pensando en Emma cada día que estuvo fuera, imaginando el momento perfecto para tener una conversación que había postergado por demasiado tiempo. Después de todo lo que habían vivido juntos, sentía que finalmente era el momento de dar un paso más. Al llegar a la casa donde vivían Emma y Emilia, su mente ya estaba completamente decidida.—Emma, ¿te gustaría que te lleve a cenar esta noche? —le preguntó suavemente en medio de su paseo habitual por el jardín, con una sonrisa que dejaba entrever su emoción.Emma lo miró, sorprendida. Desde que Matthew se había ido, su vida había estado sumida en una mezcla de preocupaciones y el dolor de ver a su hermana destrozada. Aunque la idea de salir le resultaba tentadora, no podía evitar sentirse culpable por dejar a Emilia sola en ese estado.—Evan, no sé si sea buena idea. Emilia ha estado mal, y no quiero dejarla s
—¿Evan...? —murmuró Emma, su voz entrecortada por la emoción, apenas conteniendo las lágrimas.Él seguía arrodillado, con los ojos fijos en ella, la esperanza brillando en su mirada. Emma respiró hondo, sintiendo que todo lo que había vivido hasta ese momento la había llevado a este instante. Cada paso, cada desafío, todo tenía sentido ahora.—Sí... —dijo finalmente, con una sonrisa amplia y lágrimas en los ojos—. Sí, Evan. Quiero ser tu esposa.Evan exhaló, aliviado y emocionado a la vez, y se levantó con una sonrisa radiante. Con delicadeza, colocó el anillo en su dedo, y ambos se miraron, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos. El amor que habían compartido en silencio durante tanto tiempo ahora se materializaba en ese momento, en ese compromiso de futuro juntos.El rest
Al día siguiente, Evan llegó temprano a la casa, más temprano de lo que Emma había imaginado. Llevaba un ramo de flores en la mano y una sonrisa que iluminaba su rostro. Estaba decidido a dar el siguiente paso en su relación con Emma, y sabía que para continuar, debía hablar con Emilia.—¿Emilia? —preguntó al entrar, encontrándola en la cocina, preparándose una taza de té. Emma estaba arriba, acomodando las habitaciones.Emilia giró y le sonrió débilmente, aunque la tristeza todavía nublaba sus ojos por todo lo que había sucedido con Matthew. Aun así, Evan no pudo evitar notar que el brillo en sus ojos se avivó al verlo.—Evan, ¿todo bien? —preguntó mientras se sentaba en una silla. Se veía cansada, pero intentaba mantenerse firme por su hermana.—Sí, to
Unos días después de aquel incidente, Evan se había marchado temprano esa mañana para una misión corta, prometiendo que volvería en pocos días. Emma lo despidió con un abrazo largo, su corazón dividido entre el miedo de perderlo y la ilusión de un futuro juntos. Después de todo, estaban a punto de casarse. Pero mientras tanto, ella y Emilia habían decidido aprovechar el día para hacer algo que las distraería y emocionaría, ir de compras para la boda.La ceremonia sería sencilla, tal como lo fue la de Emilia y Matthew. No había necesidad de grandes lujos, solo de estar rodeados por quienes más amaban. Las dos hermanas caminaban por las calles del centro, observando las tiendas con vitrinas decoradas para la temporada. La luz del sol las bañaba y, por un momento, todo parecía estar en calma.—Estoy muy feliz por t
Pasaron algunos minutos hasta que Emilia salió nuevamente de la cafetería, con una pequeña sonrisa en el rostro.—Me han dicho que puedo empezar mañana mismo —dijo, su tono mezclando alivio y una pequeña chispa de emoción.Emma la abrazó, sintiendo una profunda mezcla de orgullo y alivio. A pesar de todos los desafíos, al menos Emilia estaba comenzando a tomar las riendas de su vida.—Estoy tan orgullosa de ti —murmuró Emma, sin poder contener las lágrimas—. Sé que todo va a salir bien. Y recuerda, siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.Emilia asintió, abrazándola con fuerza.—Gracias, Emma. No sé qué haría sin ti —respondió Emilia, su voz suave, cargada de emoción.Ambas comenzaron a caminar de regreso a casa, compartiendo un silencio c&oac
El ambiente entre los primos se volvió tenso tras la ida de Leonardo. Oswald se quedó de pie, con los brazos cruzados, mirando a Emma y Emilia con una mezcla de preocupación y determinación. Sus ojos oscuros, normalmente tranquilos, estaban llenos de preguntas, pero también de la firme intención de protegerlas. Las dos hermanas intercambiaron una mirada, sabiendo que era el momento de decirle la verdad. No podían seguir ocultándole lo que estaba pasando, especialmente después de que había intervenido para defenderlas.—Oswald —comenzó Emma, su voz temblando ligeramente—, hay muchas cosas que no sabes, y es hora de que te lo contemos todo.Emilia permanecía en silencio, con la mirada baja, sabiendo que lo que estaban a punto de confesar no sería fácil de procesar para su primo. Oswald se paró frente a ellas, tomándola por los br
Había pasado ya una semana desde que Emilia había comenzado a trabajar en la pequeña cafetería. A pesar de los malestares propios del embarazo, se sentía contenta de tener algo en lo que enfocarse, algo que la distraía de los problemas que pesaban sobre su vida. El ambiente cálido del lugar y la rutina diaria le brindaban una especie de refugio. Cada día, se levantaba temprano, caminaba hasta su trabajo y se dedicaba a aprender con dedicación, siempre con una sonrisa, aunque por dentro los sentimientos encontrados la desgastaban.El joven jefe de la cafetería, un hombre de unos veintiocho años llamado Marco, la trataba con una amabilidad que iba más allá de la simple cortesía laboral. Él sabía que Emilia estaba embarazada y, aunque no conocía todos los detalles de su vida personal, percibía que ella atravesaba una situación dif&iac