La casa estaba más resplandeciente que nunca esa noche, con un aire de celebración que no lograba disipar la tensión que Emma sentía en el ambiente. La velada prometía ser una de las más grandes del año, con invitados selectos de la alta sociedad y un aire de opulencia que flotaba entre las lámparas de araña y los arreglos florales.
Los tíos de las chicas habían estado organizando esta fiesta por semanas, con el propósito no tan oculto de encontrar un pretendiente para Emilia, solo para deshacerse de una de sus sobrinas al menos. A sus veintitrés años, era el objetivo principal de los rumores de la familia, quienes no podían entender por qué no había aceptado a ninguno de los muchos pretendientes que la habían cortejado.
Por otro lado, Emma observaba el salón desde una esquina, con las manos temblorosas y el corazón oprimido. Aunque llevaba puesta una de las hermosas joyas que le había prestado su tía, y un vestido lujoso que ocultaba su figura, se sentía más expuesta que nunca. Sabía que Leonardo estaría allí, y sabía que tarde o temprano lo vería con su nueva prometida, una joven rica y de buen linaje que su familia había aprobado sin objeciones.
Mientras trataba de calmar sus pensamientos, la puerta principal se abrió con el eco inconfundible de pasos firmes. Por ella entraron varios hombres uniformados, todos pertenecientes a las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Entre ellos, destacaba un hombre alto, con una presencia imponente. El mayor Matthew Harrington, de veintiocho años, servía en el ejército en una rama de operaciones especiales de la Fuerza Aérea. Era parte de un grupo élite encargado de misiones secretas y altamente peligrosas.
Su llegada hizo que más de una persona en el salón se volviera para mirarlo, impresionados por su porte. No era solo un militar, era el ejemplo vivo de la disciplina y el sacrificio por la nación.
Matthew era amigo del primo de Emma y Emilia, Oswald, quien lo había invitado a la fiesta con la esperanza de que se interesara en Emilia. Pero Emilia, siempre esquiva y desconfiada de los hombres que sus tíos trataban de presentarle, lo notó de inmediato y sintió una incomodidad creciente. No porque Matthew no fuera atractivo o digno de admiración (lo era, y mucho), sino porque no deseaba que su vida se limitara a ser la esposa de un militar que estaría ausente la mayor parte del tiempo. Había visto cómo vivían otras mujeres en esa situación, y no era la vida que soñaba para ella.
Matthew, sin embargo, no la perdía de vista. Desde que llegó, sus ojos la habían seguido con interés, observando cómo se movía entre los invitados, tratando de evitar el contacto visual con él y con todos los hombres que la halagaban. No era un hombre que se dejara intimidar fácilmente, pero algo en Emilia lo desconcertaba. Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna había sido tan evasiva como ella. Decidido, se acercó cuando la vio de pie junto a una mesa, aparentemente revisando las copas de champaña.
—Buenas noches —dijo con una voz firme, pero amable—. ¿Emilia, cierto?
Emilia levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de Matthew por un segundo antes de apartarlos rápidamente.
—Sí, así es —respondió, con una sonrisa forzada—. Usted es el mayor Harrington, ¿verdad?
—Solo Matthew, por favor —dijo él, sonriendo con una facilidad que desarmaba—. Es un placer conocerte. He escuchado mucho sobre ti.
Emilia apenas contenía un suspiro de frustración. Sabía muy bien que lo que había escuchado era parte de los planes de sus tíos para casarla. Pero antes de que pudiera responder, un hombre más joven, de veintisiete años, apareció junto a Matthew. Era su amigo, el capitán Evan Williams, un hombre igualmente apuesto, pero con una mirada más suave, menos severa.
—Matthew, no acapares a la señorita —bromeó Evan, dirigiendo una mirada a Emilia y luego a su alrededor. Pero en lugar de continuar la conversación, sus ojos se posaron en una figura más apartada.
Era Emma, quien se había alejado del grupo y ahora estaba sola, observando a la multitud con una expresión vacía, sus ojos tristes y eso solo le provocó más deseos de conocerla, como si toda ella lo llamara a protegerla.
Evan sintió un inexplicable interés por ella. Había algo en la forma en que estaba de pie, la manera en que miraba a su alrededor como si quisiera desaparecer, que lo hizo querer acercarse. Pero antes de que pudiera decir algo, la atención de Emma fue desviada por una voz familiar y despreciable.
Leonardo había llegado, y lo hizo de la manera más estruendosa posible. A su lado, su nueva prometida lucía radiante, completamente inconsciente del pasado que compartía su futuro esposo con Emma. Mientras Leonardo pasaba entre los invitados, sus ojos se encontraron con los de Emma, y una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Con pasos decididos, se acercó a ella.
—Vaya, ¿si no es la pequeña Emma? —dijo en voz baja, con una sonrisa burlona—. Luces diferente, casi como si estuvieras... no sé, ¿subida de peso?
Emma sintió como su corazón se detenía. El pánico la envolvió porque sabía a dónde estaba apuntando con sus palabras, y antes de que pudiera contestar, Leonardo soltó una risa seca.
—Deberías dejar de comer tanto o no encontrarás marido —continuó—. Y eso sí que sería una lástima para tus tíos.
Emma apretó los puños, luchando por no romper a llorar frente a todos. Pero antes de que pudiera defenderse, una figura apareció a su lado.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Emilia, con una mirada feroz hacia Leonardo.
—Nada de importancia, solo me sorprendía de lo... cambiada que está tu hermana —respondió Leonardo, envenenando cada palabra con su tono.
En ese momento, Emma comenzó a sentirse mal y las náuseas que habían sido producto de su estado, en ese momento se volvieron la consecuencia de los nervios, el temor horrible de verse expuesta delante de todas esas personas que la juzgarían sin conocerla ni un poco.
Emilia notó mal a su hermana y tomó a Emma del brazo, la apartó rápidamente de todos hasta quedar alejadas de la fiesta. Al llegar a un lugar más discreto, la miró con preocupación.
—Emma, ¿qué te pasa? Hace días que te veo mal, y ahora esto... —la voz de Emilia se suavizó, llena de preocupación—. Por favor, dime la verdad. Soy tu hermana mayor, sabes que puedes confiar en mí.
Emma bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de su hermana. Las palabras se atascaban en su garganta, pero sabía que no podía seguir ocultándolo. Con un hilo de voz, finalmente se atrevió a ver a su hermana a los ojos y confesó.
—Estoy embarazada…
Emilia mantuvo la mirada fija en los ojos de Emma, esperando pacientemente a que hablara. El silencio que las rodeaba era abrumador, y el sonido lejano de la música de la fiesta solo hacía más palpable la tensión entre las dos. Emma bajó la vista al suelo, como si el peso de su secreto fuera demasiado para cargarlo sola.—Emma… —insistió Emilia suavemente—. ¿Quién es el padre? Nunca me dijiste que tenías novio.Emma tembló ligeramente, su garganta cerrada por la vergüenza y el miedo. Sabía que su hermana no la juzgaría, pero el simple hecho de pronunciar el nombre de Leonardo la paralizaba. ¿Cómo decirle a Emilia que el hombre al que amó la había traicionado de la manera más cruel?—No puedo decírtelo —murmuró Emma, su voz apenas un susurro.Emilia suspiró, sabiendo que no podría sacarle más información. Por un momento, pensó en presionar más, pero al ver la expresión de angustia en el rostro de su hermana, decidió dejarlo estar. No era el momento de forzar respuestas. Lo importante a
El día había llegado. Emilia no había dejado de pensar en la visita de Matthew durante toda la semana, y aunque trataba de mostrarse indiferente frente a sus tíos, por dentro sentía una mezcla de ansiedad y emoción. Oswald, su primo, la había puesto al tanto de la visita, mencionando entre bromas que Matthew parecía interesado, y que había comentado varias veces sobre su última conversación con ella en la fiesta.Cuando la puerta principal de la casa se abrió esa tarde, el sonido de las botas de Matthew resonó por el pasillo. Emilia, quien había estado esperando en la sala con las manos entrelazadas sobre su regazo, se puso de pie rápidamente al escuchar su voz. El mayor Harrington tenía una presencia tan imponente como recordaba, pero esta vez no la intimidaba; al contrario, había algo reconfortante en su porte.—Emilia —dijo Matthew, saludándola con una sonrisa cálida—. Espero no haber llegado muy temprano.—Para nada, mayor Harrington —respondió ella, tratando de mantener la compos
El aire dentro del departamento de Matthew estaba cargado de una mezcla de anticipación y nerviosismo. Emilia se sentía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, una parte de ella no podía evitar emocionarse. Sentada en el sillón, veía cómo Matthew se movía por el pequeño espacio, abriendo un gabinete de la cocina.—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó él, girándose para mirarla con una sonrisa tranquila, como si supiera lo nerviosa que estaba y quisiera calmarla.Emilia asintió, su voz atascada en la garganta. Su mente iba a mil por hora, y aunque sabía que lo que estaba por suceder podía cambiarlo todo, no se detuvo. Sabía que debía asegurarse de que Matthew se comprometiera con ella, no solo por ella misma, sino también por Emma.Matthew volvió con dos copas de vino y se sentó a su lado, ofreciéndole una. Los primeros sorbos fueron silenciosos, pero la tensión en el ambiente creció a medida que las miradas se volvían más intensas. Emilia sentía que su corazón latía más rápido, como si
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas cuando Emilia se quedó mirando fijamente la prueba de embarazo que sostenía en sus manos. El resultado era negativo. Un alivio inmediato recorrió su cuerpo, pero no pasó mucho tiempo antes de que otro sentimiento la invadiera: desilusión. Una parte de ella había comenzado a imaginar cómo sería llevar en su vientre el hijo de Matthew, el hombre por el que sentía algo cada vez más profundo. A pesar del alivio, no podía negar que algo en su interior había deseado que ese resultado fuera diferente.Suspiró, dejando la prueba sobre el lavabo, y luego se dirigió a la habitación de su hermana. Emma no estaba, seguramente aún dormía en el jardín o la biblioteca, como acostumbraba en las mañanas, pero Emilia sabía lo que buscaba. En silencio, abrió el cajón donde Emma guardaba sus cosas personales y allí encontró lo que buscaba: la prueba de embarazo que su hermana había hecho días atrás.Tomó la prueba positiva y, sin pensarlo mucho, la guardó
El sol brillaba con fuerza aquel día, presagiando una boda perfecta. Matthew había aceptado sin dudar la condición que Emilia le impuso para casarse. De hecho, no solo la aceptó con alegría, sino que le aseguró que jamás intentaría separarlas. En los días previos a la boda, Emilia pudo ver cómo él estaba más consciente de la forma en que sus tíos las trataban. Los comentarios críticos y la falta de afecto de sus tíos no pasaban desapercibidos, y Matthew comprendió que mantener a Emma cerca de Emilia no solo era lo correcto, sino también una protección que ambas necesitaban.El día de la boda llegó rápidamente, apenas dos semanas después del compromiso. Los preparativos habían sido intensos, pero Matthew se había asegurado de que todo saliera a la perfección. El salón de la mansión estaba decorado con elegancia y flores blancas adornaban cada rincón, mientras que la familia y los amigos cercanos de Matthew llenaban el lugar con sonrisas y charlas animadas. Emilia, en su habitación, se
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión cuando Matthew y Emilia se acercaron al grupo. Emilia, percibiendo la incomodidad en el rostro de su hermana, no dudó ni un segundo en intervenir.—Emma, ven conmigo —dijo suavemente, pero con la suficiente firmeza para que Emma se apartara del agarre de Leonardo. Mientras lo hacía, Matthew, de pie junto a Emilia, observaba la escena con ojos fríos.—Es mejor que te vayas de nuestra fiesta —dijo Matthew, su tono no admitía discusión.Leonardo, claramente alterado, frunció el ceño y dio un paso adelante, con la intención de imponer su presencia.—¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? —espetó, su voz llena de resentimiento.Antes de que Matthew pudiera responder, Evan intervino. Dio un paso hacia adelante, situándose entre Emma y Leonardo, sus ojos fijos en el hombre que había estado molestando a Emma toda la noche con sus miradas y comentarios.—No me importas ni tú ni tus amenazas —dijo Evan con una calma aterradora
El suave crepitar de la madera bajo sus pies llenaba la casa vacía mientras Emma caminaba de una habitación a otra, supervisando los últimos detalles. Desde que Emilia y Matthew se habían ido de luna de miel, la casa había quedado en sus manos. Era una tarea monumental, pero Emma se había refugiado en ella, intentando mantenerse ocupada y, sobre todo, distraída.La casa que Matthew había comprado era amplia, con suficiente espacio para que todos pudieran vivir cómodamente. Los muebles comenzaban a llegar, y Emma se aseguraba de que cada pieza estuviera en su lugar, siguiendo las indicaciones de su hermana. Pero no estaba sola en esta labor. Evan había estado presente en casi todos los pasos del proceso, ofreciéndose voluntario para ayudar en lo que fuera necesario.La presencia de Evan, aunque reconfortante, también la inquietaba. Desde la boda, había sentido un cambio en su relación con él. No era solo que él la mirara de una manera diferente, como si tratara de leer los secretos que
El roce cálido del brazo de Evan contra su cuerpo hizo que el corazón de Emma martilleara en su pecho. Sus ojos permanecían cerrados, esperando lo inevitable: ese beso que parecía flotar entre ellos, inminente, pero aún no consumado. Podía sentir el calor de su respiración, el leve temblor de sus propios labios al borde de la rendición.Pero el beso nunca llegó.Evan se apartó con una suavidad dolorosa, liberándola de su abrazo protector. Emma abrió los ojos lentamente, encontrándose con su mirada, una mezcla de confusión y algo más… ¿Resignación? Evan parecía debatirse internamente, como si supiera que algo lo detenía, que no todo estaba dicho entre ellos.—Perdón —murmuró él, su voz ronca, rompiendo la burbuja de tensión que los rodeaba—. No quer&iac