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Al final, Sebastián no había respondido mi pregunta: ¿Por qué me salvaste? Y mucho menos: ¿Por qué hiciste todo eso? Al final, solo se había divertido conmigo, y a la mañana siguiente, se comportó como siempre. Cómo sí él y sus actos no fuesen un misterio para mí, cómo si no tuviésemos una conversación pendiente, cómo si no importara todo lo que había descubierto acerca de él. Al final, sí se había aprovechado de mi incapacidad para pensar y solo me había usado para saciar su apetito sexual. Qué tonta fui al seguirle el juego y aceptar hablar mientras teníamos relaciones. —Vamos. Su voz amable y algo burlona, me hizo dejar de fruncir el ceño y salir del Moserati. —Sigues enfadada —no lo preguntó, solo fue un comentario acompañado de una reprimida sonrisita. Fruncí los labios. —Este es un coctel importante —dijo y me arregló el collar de perlas en el cuello. Suspiró con nostalgia—. Es en motivo del aniversario de fallecimiento de mi padre. No me gustaría verte disgustada
“... Al ver su cara, mi boca se abrió ligeramente. Realmente era hermosa, su delgado rostro era pálido y sus labios sumamente rojos, pero su cabello era brillantemente dorado y largo, que equilibraba muy bien su apariencia. —Oh, vaya —sonrió de repente—. Así que los rumores de los vecinos son ciertos. Madame (el ama de llaves de la casa) abrió la boca para hablar, pero con un gesto de mano la guapa mujer la hizo callar. Sin despegar sus ojos de los míos, se levantó del sillón dónde estaba entada y comenzó a acercarse a mí. —¿Cómo te llamas, niña? —quiso saber, a pesar de que parecía tener apenas pocos años más que yo. Además de bonita, tenía una espectacular figura curvilínea; figura que resaltaba bajo un ajustado vestido blanco de escote profundo y mangas largas, tan elegante como ella. —Liz... Livy Ricci —le contesté y retrocedí un paso cuando tomó un mechón de mi cabello entre sus finos dedos. Mi titubeante respuesta la hizo ampliar su sonrisa, pero esta se volvió agr
—Evelyn, hoy te ves maravillosa. Más que nunca. Mi vestido lo había escogido expresamente Sebastián, solo para esa ocasión luctuosa y a la vez festiva: era un vestido largo de seda, de un profundo negro, sin mangas y con un elegante escote de corazón. Era lo más formal y distinguido que había usado hasta el momento. —Estás preciosa esta noche, Livy. Perfecta. Tragué fuerte, sin saber sí aceptar su cumplido o no. Y aunque no quería, esas dulces palabras que me dedicó despertaron otro recuerdo de esa vida juntos: “... Le sonreí y él no dudo en ir a mi encuentro. —¿Quién eres? —inquirió tomando mi mano, enfundada en un largo guante negro. Me besó el hombro y yo acerqué mis labios a su oído. Con esos tacones tan altos, casi estaba a su altura. —¿Qué... le parece? —susurré con voz seductora, mientras todos a nuestro alrededor murmuraban sobre mi aspecto, sobre quién era yo, sobre el señor Demián. Pero, para mi sorpresa, mi tono seductor le hizo soltar una divertida risita.
“… No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci...” Todavía escuchando el eco de sus últimas palabras, apreté los labios y lo obligué a soltarme. Nada de eso era correcto; yo no podía estar con él. Y mucho menos irme. Simplemente no podía. —Livy... —musitó intentando tocarme de nuevo. Pero yo retrocedí. Él me confundía. —Será mejor que te vayas. Sí la prensa deja el evento y nos ven aquí juntos... —aparté la mirada y dejé el resto en el aire. Al principio, Demi
—¿Ahora me dirás el motivo por el que me salvaste? —musité apenas me acorraló entre la pared y su cuerpo. Jadeé en su boca—. ¿Me dirás... la verdadera razón? Aún con todo lo que había ocurrido esa noche en el evento, no se me olvidaba nuestra conversación pendiente, y mucho menos las palabras que me había dirigido Gisel antes de mi encuentro con Demián. “... ¿Por qué me salvaste?” Dígame, señora Evelyn Isfel, ¿ya ha comenzado a hacerle esa pregunta a su sangriento marido? Es más, ¿ya le ha preguntado por qué tiene un hobbie tan despiadado cómo ese? ...” Me abracé a su cuello cuando repentinamente me tomó por los muslos y me levantó del suelo. Anclé mis piernas a sus caderas al tiempo que lo sentía destrozarme las bragas. Nos miramos fijamente, ambos ansiosos y respirando agitadamente, ambos deseando arrancarnos la ropa. —¿Realmente deseas saberlo? —inquirió con cierta renuencia—. Me temo que no te gustará. Fruncí las cejas y emití una risita baja al ver su repentina cara se
“... Reprimí un escalofrío. —¿Tú también irás? Pocos meses antes, jamás me habría imaginado que, después de graduarme de la preparatoria, terminaría en una mansión llena de despiadados mafiosos, todos buscando el mismo objetivo: matar a un hombre. Y más que nada, nunca habría imaginado que yo estaría enamorada de uno de ellos, y esperando un bebé suyo. —Livy, escúchame bien —se arrodilló al lado de mi silla—. Volveré mañana a más tardar. Justo lo que había asegurado Dianna. —Esto será rápido. Mientras estoy fuera, tú debes permanecer en la mansión, ¿lo comprendes? No puedes salir. No puedes alejarte de este lugar por ningún motivo. Asentí despacio. Demián apoyó una mano en mi fría mejilla, me acarició con ternura. —Recuerda que juraste que siempre permanecerás a mi vista, dónde yo o mis hombres podamos verte. No quería mentirle ni traicionar su confianza, pero ella era mi hermana. Y yo debía saber su paradero. Saber sí se encontraba bien. Debía reunirme con Gisel a
—¿Una vida... retorcida? —musité poniéndome pálida. No me gustó la sensación que comenzaba a formarse en mi pecho. No me gustaba ese hombre, nada de él me hacía sentir bien. El regordete tío de mi esposo amplió más su sonrisa y me apretó la mano hasta casi lastimarme. —Pocos días antes de casarse contigo, él desapareció por días, pero todo continuó moviéndose a su voluntad. Hizo grandes cambios desde la distancia. Fruncí el entrecejo, mirando de reojo cómo cada vez más y más personas se fijaban en nosotros. ¿También seríamos noticia al día siguiente? ¿Qué dirían? —Durante el tiempo que él estuvo ausente, los negocios cambiaron de rumbo, incluso su vida pasó de ser un escándalo cada semana, a volverse sobria y pasiva. Intenté zafar mi mano, no pude. Él solo la apretó más fuerte entre las suyas. Hice una mueca de dolor. —Sus empleados fueron enviados a amueblar el nuevo penhouse de este hotel —continuó con pasión—. Se deshicieron de las mujeres con las que su jefe salía a
“… Sí tú mismo provocaste todo eso, ¿por qué ayudarme? Sí mataste a quienes me protegían y me dejaste indefensa, ¿por qué no me mataste también? ...” En su momento, él nunca respondió a mi pregunta, y yo no insistí. Pero ahora conocía la escalofriante respuesta: Sebastián no me había matado porque yo era la causa por la que ese día estaba allí. Él había provocado todas esas muertes solo para tomarme. Mientras un chofer particular me llevaba directo a mi esposo, yo intentaba mantener la compostura y no echarme a llorar. Aunque era muy difícil pensar en todo lo que me había revelado Marco y, sobre todo, era difícil pensar y no sentir cómo me consumía la rabia y el dolor. Me dolía reconocerlo, pero, ahora muchas cosas tenían sentido. El mismo Sebastián me había confesado que sabía de mí mucho antes de casarnos: “...—Hace un tiempo, se me hizo muy interesante un rumor que emergió desde lo más bajo de la ciudad —susurró muy cerca de mis labios—. Era un rumor bastante curioso, sobre