Ultimo capitulo. El EPILOGO lo subiré el día de Octubre. Gracias por haber leído y seguido MIÉNTEME Y ÁMAME. Tenía pensado extender la historia un poco más, para abarcar temas que quedan en el aire, así como explicar más detalladamente la historia y verdadera personalidad de Sebastián. Pero, desafortunadamente, no me será posible. Así que espero leas la Primera parte de esta historia: Compláceme y destrúyeme, y la disfrutes. Asimismo, espero leas Señorita Negro, disponible en físico y digital por Amazon, Buscalibre y UniversoLux, te aseguro que disfrutaras cada aspecto de este manipulador y calculador romance, así como la naturaleza audaz y confiada de su protagonista Alessa.
—Lo siento, pero no quiero... volver allí —murmuré con lágrimas en los ojos—. Deseo ver a mi hermana, pero no creo estar lista para verla bajo una lápida. Y menos... creo estar preparada para encontrarme en esa vida de nuevo. Demián vino hacia mí y me abrazo. —Livy, por favor —suplicó besándome en la coronilla—. Ven a casa conmigo. Ese es tu lugar, conmigo, no con él. ¿De verdad era así? Demián y yo estábamos listos para formar una vida antes que Sebastián apareciera; pero también, todo en nuestra relación estaba mal: él era autoritario y explosivo, no me veía como una compañera o pareja, sino como una propiedad de su exclusivo uso. Y yo ya estaba harta de ser usada, de ser un objeto de placer y venganza. —Lo siento, Demián, pero no puedo —respondí y zafándome delicadamente de sus brazos, retrocedí un paso. Lo miré con autentico dolor. —Creo que, si volviera contigo, nada sería lo mismo. Yo ya he estado con otro hombre, y no creo que puedas vivir con ello... —Lizbeth, n
En cuanto puse un pie en la propiedad, supe que algo no andaba bien. Había al menos 10 coches en la entrada, y un puñado de hombres vigilando. Y del interior de la casa, emergía una serie de gritos de terror puro. Temblé mientras salía del Moserati. —¡Livy! Volteé inmediatamente, sorprendida de encontrarme a Isaac allí. —No puedo creerlo, volviste —dijo, deteniéndose a un paso de mí. Sonrió —. Realmente volviste. Le devolví la sonrisa. Me había tardado un poco más de lo planteado en regresar, pero, elegir a Sebastián no había sido sencillo. Nada sencillo. —Lo siento, había tanto que solucionar antes de volver... Un agudo grito agónico escapó de la casa y me hizo estremecer hasta los huesos. Miré la propiedad con temor. —Isaac, ¿qué ocurre? —murmuré. Él exhaló profundo, mirando la casa con inquietud. —Es Sebastián —dijo—. Cuando pasó un mes y no había rastro de que volverías, él simplemente dejó de esperarte, pareció que no le importabas. Dejó de hablar de ti y volvió al pasado
Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio. Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo. —¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás. Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya. Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada. —Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo. Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó.
Livy... yo también te amo... Mi última respiración antes de despertar, fue profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abrieron con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acababa de tener, comenzó a desaparecer de mi mente rápidamente. Solté un suspiro, y noté cómo una pequeña gota rodaba por mí mejilla. ¿Qué había sido esa sensación? ¿Por qué me era tan familiar? Al principio, mi visión fue borrosa y difusa, pero conforme parpadeaba, poco a poco todo se volvió cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras. Con una mueca de dolor me llevé ambas manos a la cabeza. Me sorprendió notar que estaba vendada. Pero más me sorprendió ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama. —¿Sabes cuál es tu nombre? —preguntó de pronto una voz, sobresaltándome. A pesar del fuerte dolor, giré la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estuve a punto de gritar. Recostado contra el
Apenas logré levantarme de esa cama, de dirigí al baño y me miré al espejo. Mi cabello ligeramente rizado de las puntas, era largo y de un llamativo color salmón; mi rostro ovalado era pequeño y de piel cremosa, aunque con algunos moretones amarillentos, indicios de que había sido golpeada. Y no era una chica alta, pero tampoco demasiado bajita. Mucho menos era una belleza, solo de apariencia delicada y dulce. Nada en mí insinuaba que hubiese sido una mujer... de ese tipo. Sin embargo, ese vestido y la historia del lugar dónde Sebastián me había encontrado, decían otra cosa. —Livy, te dejé algo para que te vistas. No le respondí, pero cuando lo escuché cerrar la puerta de la habitación al salir, yo me apresuré a salir del baño. En la cama había dejado un sinfín de bolsas de compras. De una de ellas saqué un pequeño vestido rosa claro de olanes y unas sandalias blancas; todo al gusto de mi patrocinador, quien parecía ser un perfeccionista y adicto al orden. Incluso el aspecto
Al día siguiente, apenas tuve oportunidad de asimilar esa nueva vida. Pues al terminar mi desayuno, Sebastián fui a mi habitación y me pidió ir con él. Lo hice a regañadientes. En silencio subimos al elevador. Pero cuando presionó el botón de la recepción, no pude reprimir mi curiosidad. —¿A dónde vamos? Él no dijo nada al principio, esperó hasta que las puertas comenzaron a abrirse. Entonces me tomó de la mano y tiró de mí fuera del elevador. —Aun eres una desconocida —dijo con simpleza, llevándome hasta la salida del edificio. Me puse levemente roja ante las miradas sorprendidas que la gente en la recepción nos dirigió—. No puedes seguir permaneciendo en el anonimato. En la calle nos esperaba un pulcro coche negro, que parecía que acababa de dejar la agencia. Y a su lado, un hombre en un traje que hacía juego con el color del auto. Al vernos salir, abrió educadamente la puerta del pasajero. Sin una palabra Sebastián me empujó dentro. —Maneja con cuidado —le dijo al ch
Apenas las puertas del elevador se abrieron en el penhouse, yo salía deprisa y me senté en el suelo, me abracé a mí misma. En mi cabeza seguía repitiéndose la última fase que Isaac había dicho, antes de que Sebastián le pidiera salir de la oficina. … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... Sentí a Sebastián dejarse caer a mi lado. Por un rato ambos permanecimos callados. Yo quería llorar, pero no era capaz de hacerlo, estaba en shock. —Lo siento, no quería que te enteraras tan pronto. Sabía que sería un gran golpe. Apoyé la frente en las rodillas, me picaban los ojos, aunque de ellos no brotaba ninguna lágrima. Solo era capaz de pensar en las palabras Bebé y Estaba. —¿Es... verdad? —articulé despacio—. ¿Yo en verdad... esperaba un bebé? Lo escuché exhalar largamente. Y su respuesta me rompió el corazón. —Lo estabas, pero lo perdiste cuando esa bala perforó tu abdomen. El doctor dijo que tenías alred
¿Un asesino? Sí ya tenía poder y fortuna siendo heredero de un conglomerado, ¿por qué se dedicaba a algo tan cruel cómo acabar con vidas? ¿El hombre de la casa donde había ocurrido el enfrentamiento, había sido su objetivo al ir allí? Parecía que sí. Y, aun así, yo no quería creerlo. Apreté las manos en puños sobre las rodillas. Cuando Abril vio mi muda reacción al revelarme la profesión de mi marido, se levantó de la mesa con una sonrisa y se marchó del penhouse. Al quedarme sola, solo pude permanecer sentada en esa mesa varios minutos. Hasta que escuché a alguien llegar. Rápidamente me levanté y oculté mis temblorosas manos en la espalda. Sebastián se detuvo al verme de pie en el comedor. Y yo me pregunté sí él había logrado su objetivo de asesinar a ese hombre. ¿Lo había matado antes de encontrarme a punto de morir? Y, sobre todo, me pregunté sí él había estado involucrado en ese enfrentamiento. Al verme nerviosa, su ceño se frunció ligeramente. —¿Qué ocurre? … Debería