Al día siguiente, apenas tuve oportunidad de asimilar esa nueva vida. Pues al terminar mi desayuno, Sebastián fui a mi habitación y me pidió ir con él. Lo hice a regañadientes.
En silencio subimos al elevador. Pero cuando presionó el botón de la recepción, no pude reprimir mi curiosidad.
—¿A dónde vamos?
Él no dijo nada al principio, esperó hasta que las puertas comenzaron a abrirse. Entonces me tomó de la mano y tiró de mí fuera del elevador.
—Aun eres una desconocida —dijo con simpleza, llevándome hasta la salida del edificio. Me puse levemente roja ante las miradas sorprendidas que la gente en la recepción nos dirigió—. No puedes seguir permaneciendo en el anonimato.
En la calle nos esperaba un pulcro coche negro, que parecía que acababa de dejar la agencia. Y a su lado, un hombre en un traje que hacía juego con el color del auto.
Al vernos salir, abrió educadamente la puerta del pasajero. Sin una palabra Sebastián me empujó dentro.
—Maneja con cuidado —le dijo al chofer al tiempo que se sentaba a mi lado.
Por más de un cuarto de hora recorrimos la ciudad, y yo por más que me esforcé, no logré reconocer nada en ella. Era una ciudad hermosa, llena de enormes conglomerados y parques hermosos, pero nada era familiar para mí.
Cuando al fin el auto se detuvo, lo hizo frente a uno de esos deslumbrantes conglomerados. Al salir, tuve que alzar la vista y entrecerrar los ojos; el edificio era enorme, brillante e imponente, tanto que eclipsaba al resto.
Sí, sin duda es rico, me dije llevándome una mano al pecho. No solo rico, sino exitoso.
Sebastián volvió a tomarme de la mano y me arrastró tras él. Yo lo seguí con la cabeza gacha, ya arrepentida de estar allí.
—¡Sebastián! —exclamó una apasionada voz femenina apenas entramos.
Alcé la mirada justo a tiempo para ver a una guapa chica acercarse a nosotros. Era sumamente bonita; de ojos de un intenso color verde y un cabello castaño oscuro, tan largo y lacio que le llegaba hasta la cintura.
Se detuvo a medio metro de nosotros, sonriente en un elegante vestido negro muy ajustado. Era muy profesional.
—¿Qué sucedió contigo? —preguntó frunciendo el ceño, tenía una voz muy fina—. No he sabido de ti desde que fuiste a ese viaje.
Sebastián apretó mi mano, entonces la chica al fin se fijó en mí. Su expresión se volvió incomoda al verme.
—¿Quién es esta chica? —inquirió con interés.
Sebastián tiró de mí hasta colocarme a la par de él. Luego inhaló profundo antes de hablar.
—Abril, lamento no habértelo contado antes. Ella es Evelyn, mi esposa.
El rostro de ella mostró primero sorpresa, luego conmoción. Y finalmente, un dolor que no pudo ocultar, y que me hizo sentir terrible.
—Sebastián, ¿te... casaste? Debes estar bromeando, es una locura... —profirió una risita baja, temblorosa—. ¡No pudiste ser capaz!
Él me soltó la mano cuando a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. La abrazó con fuerza. Estaba claro que no eran solo amigos, sino algo más.
—Lo lamento mucho, Abril —musitó con ternura, besándole la mejilla—. Solo pasó. Perdóname.
Cuando ella no respondió, él la soltó. Y cuando ella salió apresuradamente de la empresa, Sebastián maldijo entre dientes y volvió a tomar mi mano. Me llevó hasta el elevador más cercano y presionó el botón del último piso.
—Ella... era tu novia.
Mis palabras le hicieron esbozar una sonrisa dolida. Todo ese tiempo había aparentado despreocupación, cómo sí casarse no supusiera un gran problema; pero era todo lo contrario, casarse conmigo sí le estaba ocasionando conflictos.
—Nuestros padres crearon esta empresa de bienes raíces juntos, así que Abril y yo crecimos siendo cercanos.
Inhaló profundo y apoyó la cabeza en el acero del elevador. Pude ver su manzana de Adán moverse cuanto trago saliva.
—Pero nunca fuimos novios, manteníamos una relación informal. Hasta ahora me doy cuenta de lo que en realidad había entre ambos.
Bajé la vista y comencé a frotarme las manos. No podía sentirme más culpable.
—Yo... lo siento mucho, Sebastián.
Él suspiró.
—Mi decisión no fue tu culpa —dijo con firmeza y yo alcé la cabeza para poder mirarlo, sorprendida—. Y no te preocupes, no me arrepiento de nada. Abril ya no forma parte de mi vida, ha quedado atrás.
Mis labios se entreabrieron un poco cuando me regaló una pequeña sonrisa juguetona.
—Da igual cómo haya pasado, me casé contigo, y estoy satisfecho con eso.
Ruborizada, guardé silencio hasta que el elevador se abrió de nuevo, en el último nivel de la empresa. Allí ya nos esperaba un hombre, era tan joven cómo Sebastián, y casi tan apuesto cómo él.
Me saludó con una leve inclinación, y miró a Sebastián sin expresión.
—Así que esta es la chica por la que le rompiste el corazón a mi hermana.
Sebastián exhaló con pesadez. Y yo de nuevo me sentí mal.
—Basta ya, Isaac. Sabes bien cómo pasó todo. Mejor dime de una vez sí lograste averiguar algo.
Isaac frunció el entrecejo, me miró con intriga. Luego asintió.
—Será mejor que vayamos a tu oficina.
Sentí algo de angustia, pero aun así los seguí por un amplio corredor. A lo largo del camino, pude sentir una que otra mirada curiosa por parte de los empleados, aunque ninguno dijo nada.
Finalmente, Isaac nos hizo entrar en una gran habitación, decorada a un estilo muy parecido al del penhouse. La oficina de Sebastián era ridículamente amplia; tenía una magnifica vista de la ciudad, sillones de cuero blanco, un bar lleno de licores y un enorme escritorio de cristal.
Además, en el centro de la oficina, había un prototipo a escala de la construcción de un edificio.
—Bien, ahora dime qué lograste averiguar.
Isaac sacó un juego de papeles y nos los entregó. En ellos aparecía la foto de una gran casa construida al estilo antiguo, junto a la foto de un hombre robusto, de unos 50 años o más.
—Este era el dueño de la casa dónde se dio el enfrentamiento entre la mafia y el Ejercito. El hombre fue asesinado por un peligroso miembro de la mafia, un hombre poderoso.
Las manos comenzaron a temblarme. Y la pregunta, ¿quién solía ser yo? se reavivó en mi mente.
—Isaac, todo esto ya lo sé —dijo Sebastián con irritación—. Estuve allí. Lo vi por mí mismo.
Isaac respiró profundo, luego me miró. Esbozó una pequeña sonrisa amable.
—Livy, ¿no recuerdas nada en absoluto, además de que te llamas Livy?
Quise decirle cualquier cosa, lo que sea que sirviera para saber mi identidad. Pero solo pude negar.
—Está bien, ya lo averiguaremos con el tiempo. Por ahora, creo que deberías saber esto.
Se sentó en un sillón y Sebastián y yo hicimos lo mismo. Luego me pasó una hoja, en ella aparecía la foto de una chica morena y un hombre de rostro maduro y malhumorado. Bajó las fotos, aparecía el título “Asesinados durante enfrentamiento”.
—Él solía ser el dueño de un exclusivo burdel, y ella era una prostituta.
Miré a la chica en la foto por un largo rato, tratando de recordarla o recordarme en ella, pero me fue imposible.
—Isaac, ¿es posible que Livy fuese una prostituta? —preguntó Sebastián, arrebatándome la hoja y estudiándola a detalle—. ¿Es probable que Livy estuviese en esa casa ese día, acompañada por estas dos personas?
Cerré los ojos y reprimí un gemido; yo no podía haber sido una prostituta, era imposible. Yo no tenía madera para eso. Sin embargo, estaban esas fotos, la ropa y las joyas, y sobretodo, el hecho de casi haber muerto allí.
—Creo que es una posibilidad —respondió Isacc en tono pensativo—. Además, hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando...
Todo mi cuerpo se volvió hielo cuando escuché esa última oración. No fui capaz de respirar, pero mi corazón dolió, sorprendentemente, dolió mucho.
Apenas las puertas del elevador se abrieron en el penhouse, yo salía deprisa y me senté en el suelo, me abracé a mí misma. En mi cabeza seguía repitiéndose la última fase que Isaac había dicho, antes de que Sebastián le pidiera salir de la oficina. … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... Sentí a Sebastián dejarse caer a mi lado. Por un rato ambos permanecimos callados. Yo quería llorar, pero no era capaz de hacerlo, estaba en shock. —Lo siento, no quería que te enteraras tan pronto. Sabía que sería un gran golpe. Apoyé la frente en las rodillas, me picaban los ojos, aunque de ellos no brotaba ninguna lágrima. Solo era capaz de pensar en las palabras Bebé y Estaba. —¿Es... verdad? —articulé despacio—. ¿Yo en verdad... esperaba un bebé? Lo escuché exhalar largamente. Y su respuesta me rompió el corazón. —Lo estabas, pero lo perdiste cuando esa bala perforó tu abdomen. El doctor dijo que tenías alred
¿Un asesino? Sí ya tenía poder y fortuna siendo heredero de un conglomerado, ¿por qué se dedicaba a algo tan cruel cómo acabar con vidas? ¿El hombre de la casa donde había ocurrido el enfrentamiento, había sido su objetivo al ir allí? Parecía que sí. Y, aun así, yo no quería creerlo. Apreté las manos en puños sobre las rodillas. Cuando Abril vio mi muda reacción al revelarme la profesión de mi marido, se levantó de la mesa con una sonrisa y se marchó del penhouse. Al quedarme sola, solo pude permanecer sentada en esa mesa varios minutos. Hasta que escuché a alguien llegar. Rápidamente me levanté y oculté mis temblorosas manos en la espalda. Sebastián se detuvo al verme de pie en el comedor. Y yo me pregunté sí él había logrado su objetivo de asesinar a ese hombre. ¿Lo había matado antes de encontrarme a punto de morir? Y, sobre todo, me pregunté sí él había estado involucrado en ese enfrentamiento. Al verme nerviosa, su ceño se frunció ligeramente. —¿Qué ocurre? … Debería
Cuando adinerados hombres invitaron a Sebastián a beber un trago para celebrar nuestro matrimonio; yo decidí salir a tomar un poco de aire fresco en la terraza del penhouse. Desde esa gran altura, la vista era maravillosa. La noche era iluminada por las luces de la gran ciudad y sus increíbles espectaculares; desde allí no se escuchaba el ruido de los autos ni de la gente, pero podía verlo todo y sentir el aire fresco en rostro. —A qué es maravillosa, ¿no lo crees? Su voz fue tan repentina que di un respingo y tuve que sujetarme a la barandilla de cristal. Había estado tan deslumbrada por la vista, que no me había percatado que ella también se encontraba allí. —¿Y bien? —inquirió ladeando la cabeza y estrechando su verde mirada—. ¿Ya tuviste oportunidad de probar si miento... o digo la verdad? Intenté no sentirme intimidada por su actitud, pero no pude hacer nada ante su apariencia. Abril era más alta que yo, con un cuerpo fino y esbelto, no demasiado curvado, pero con las p
No supe sí los invitados se marcharon. Tampoco supe cómo llegamos a mi habitación. Solo sentí cuando me tomó por las piernas y me apoyó contra la pared bruscamente, haciéndome jadear. Todo en mi cabeza daba vueltas y vueltas a un ritmo vertiginoso, pero aun así me las ingenié para abrazar mis piernas a sus caderas al tiempo que él me levantaba el vestido. En medio de todo lo que me estaba haciendo sentir, apenas podía recordar mi nombre; no, no podía recordarlo. Yo no era Evelyn, y quizá tampoco me llamaba Livy. Y cuando sus manos recorrieron mis muslos, yendo más y más arriba. Me olvidé de todo. Fui incapaz de formar un pensamiento coherente. Sebastián rozó la cara interna de mis muslos con los dedos, y sin dejar de besarme, hizo mi ropa interior a un lado. Algo muy dentro de mí se sintió mal cuando me separé un poco para poder mirarlo a los ojos. Su miraba destellaba de excitación, y se encontraba tan perdida cómo la mía. Y quizá se debió a la gran cantidad de alcohol en mi s
Me senté sobre la cama con los ojos bien abiertos, cubriéndome el cuerpo con las sábanas de satín. Acababa de despertar, pero sentía que algo en mí era diferente, que algo había cambiado durante la noche. Hice una mueca y entrecerré los ojos, me dolía mucho la cabeza, casi tanto como la primera vez que desperté en esa cama. Y, extrañamente, tenía un tirante dolor en los muslos... Pero más extraño fue ver lo que había a los pies de la cama; era la chaqueta de Sebastián, junto a la camisa que llevaba puesta el día anterior. ¿Su ropa? Me dije frunciendo la frente. ¿Por qué su ropa está aquí en ...? En una milésima de segundo, millones y millones de recuerdos vividos invadieron por completo mi cabeza: eran caricias, besos, sonidos que me ruborizaron y voces acompañadas de... Cerré los ojos y me cubrí la cara con las manos, avergonzada hasta el alma. —Tal vez es impresión mía, pero luces arrepentida —dijo Sebastián de pronto. Había entrado a la habitación sin previo aviso, que d
Unos pocos días despues de reunirnos con Isaac, Sebastián hizo sus maletas y se marchó, diciendo que tenía una cita urgente con un cliente. Mientras desde la terraza lo veía subir a su lujoso Moserati italiano e irse, me pregunté sí ese “cliente” se trataba de una persona que pronto moriría gracias a él. Aun no me atrevía a preguntarle el porqué se dedicaba a algo tan cruel, teniendo una vida perfecta. Me asustaba qué diría. Me asustaba descubrir esa parte de su vida. Con un suspiró dejé la terraza y después de vagar por todo el penhouse y sus tantas habitaciones, terminé en la piscina. Era tan extensa cómo un pequeño lago, pero a 50 pisos del suelo, con una vista panorámica de toda la ciudad. Si que es una vida perfecta, casi irrealista, pensé entrando en el agua tibia con todo y ropa. Con una vida así, ¿qué busca Sebastián siendo un asesino? ¿Por qué lo hace...? —Estabas embarazada. Su comentario me provocó un dolor tan repentino, que dejé de moverme y estuve a punto de aho
Aun conmigo sirviéndole de apoyo, a Sebastián le costó mucho moverse. Su cuerpo estaba lleno de golpes; podía ver algunos moretones sobresalir bajo su camisa entreabierta. Y cuando intenté llevarlo hasta su recamara, tiró de mí y trastabilló por el corredor de la planta baja, hasta que llegamos a la piscina. Allí me soltó y cómo sí estuviese borracho, se dirigió al agua al tiempo que se arrancaba la camisa. Cuando la arrojó al suelo, pude ver con horror heridas sangrantes y profundos cortes marcar su piel; estaban a lo largo de todo su abdomen, espalda y pecho. ¿Cómo se había hecho tanto daño sí solo se había marchado un día? ¿A dónde había ido para terminar así? —Se- Sebastián, quizás debería traer a un doct... —No —me cortó con gravedad—. Te lo prohíbo. —Pero... —¡Dije que no! Incapaz de hacer nada, lo miré entrar en el agua y teñirla de rojo. Mientras se empapaba el cabello y se limpiaba la sangre del cuerpo, yo solo pude contemplarlo, mitad asustada y mitad... De repe
Encontrar información sobre el burdel Odisea, no me costó demasiado. Lo que me costó, fue escapar de la vergüenza. Al despertar, había corrido directo a mi habitación, dejando a Sebastián durmiendo solo en la sala. Durante el resto del día, él no fue a buscarme ni trató de hablar conmigo, y eso fue un alivio. Aun no sabía exactamente porqué me había acostado con él, pero empezaba a creer que mi marido comenzaba a gustarme... Me llevé las manos a la cara y reprimí un gemido. Y sí Sebastián en verdad me gustaba, ¿qué podría pasar entre nosotros? Yo ni siquiera sabía quién era antes de ser su esposa. Y mi primer recuerdo había sido una voz llamándome zorra de burdel. Diciendo que uso tragos serían suficiente para que yo bailara sobre... Ni siquiera fui capaz de pensarlo. En una página de internet, encontré varios artículos que hablaban sobre Odisea. Decían que era una cadena de exclusivos burdeles, dónde se cumplía cualquier capricho sexual que el cliente pidiese. Y esos client