Mañana Memorias Oscurecidas. Gracias por leer esta historia.
Encontrar información sobre el burdel Odisea, no me costó demasiado. Lo que me costó, fue escapar de la vergüenza. Al despertar, había corrido directo a mi habitación, dejando a Sebastián durmiendo solo en la sala. Durante el resto del día, él no fue a buscarme ni trató de hablar conmigo, y eso fue un alivio. Aun no sabía exactamente porqué me había acostado con él, pero empezaba a creer que mi marido comenzaba a gustarme... Me llevé las manos a la cara y reprimí un gemido. Y sí Sebastián en verdad me gustaba, ¿qué podría pasar entre nosotros? Yo ni siquiera sabía quién era antes de ser su esposa. Y mi primer recuerdo había sido una voz llamándome zorra de burdel. Diciendo que uso tragos serían suficiente para que yo bailara sobre... Ni siquiera fui capaz de pensarlo. En una página de internet, encontré varios artículos que hablaban sobre Odisea. Decían que era una cadena de exclusivos burdeles, dónde se cumplía cualquier capricho sexual que el cliente pidiese. Y esos client
—Yo... creo que me siento sofocada. Tuve que luchar con todas mis fuerzas para levantarme y salir de allí con calma, mientras por dentro me moría por correr y gritar. Y cuando dejé el restaurante apresuradamente, levantando más miradas y cuchicheos, no me importó en absoluto. Tampoco me detuve, no hasta que llegué a un vacío y enorme salón de eventos. Allí me quité los molestos tacones y me senté en el suelo. Suspiré hondo con la vista en el techo, luchando por no romper en llanto. —Lo siento mucho, Livy —musitó Sebastián desde las puertas del salón. No me di cuenta que había seguido—. Desearía que esa no fuese una posibilidad para ti. Sí todo eso era verdad, ¿significaba que yo había tenido una hermana? Nunca me había detenido a pensar en mi posible familia, hasta ese momento.... Hasta enterarme que quizás había crecido junto a una hermana, y que ahora ella ya estaba muerta. —Si resulta ser cierto que soy hermana de Katerin, ¿sabes... mi nombre? —murmuré con la voz quebrad
Me dolían las rodillas y las palmas de las manos, pero nunca pensé en decirle que parara. Cada movimiento de su cuerpo contra el mío, despertaba una nueva sensación en mí, y me hacía gritar. —Inclínate un poco más —gruñó clavándome los dedos en las caderas. Jadeante, le obedecí. Apoyé los brazos en el piso y ladeé la cabeza, entonces no pude evitar soltar un grito. En esa nueva postura, su miembro llegaba más profundo que antes; era tan doloroso como placentero. Mientras Sebastián arremetía sin piedad contra mí una y otra vez, yo comencé a sentir otro orgasmo aproximarse. Apreté los labios, sintiendo cómo se movía frenéticamente en mi interior, saliendo y entrando repetidas veces; sintiendo cómo empujaba sus caderas contra mí, dejándome roja la piel con cada embestida. Casi podía imaginarlo. —¡Oh, Sebastián... ! —exclamé cerrando los ojos, al tiempo que todo mi cuerpo se tensaba. Jadeando tan rápido como yo, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello, obligándome
Sin arrepentimiento alguno por lo que acababa de hacer, Sebastián se dio la vuelta y pasó de largo a mi lado, sin notarme. Con un nudo en el estómago, yo permanecí de pie en el corredor, mirando a Marco gruñir de dolor y lentamente palidecer conforme la mancha de sangre en su traje crecía y crecía. ¿Iba a morir? ¿Por qué le había disparado? Isaac no había mentido al decir que realmente lo odiaba. —¡Evelyn! —me llamó con voz demandante, sobresaltándome. Las manos me temblaban tanto que temí que en cualquier momento la sabana resbalara de mi cuerpo. —¡Maldita sea, déjalo y ven aquí! —exclamó con irritación. Antes de poder pensar qué hacer, Marco fijó sus ojos llenos de dolor en mí; su rostro se encontraba perlado de sudor y sus labios tan blancos como el papel. —¿Creíste que... que te habías casado con un ... buen tipo? —inquirió apretándose el costado y hablando con sumo esfuerzo—. Te lo dije... Sebastián es impredecible e impulsivo... Es un maldito... loco asesino. Trag
Nos dirigimos a una parte de la ciudad muy lejana del penhouse. Allí Sebastián estacionó el Moserati, frente a las puertas de una torre enorme e impresionante. —También es un hotel de mi propiedad —dijo llevando el Moserati hasta un estacionamiento en la parte subterránea del edificio. El lugar estaba vacío y parecía ser privado—. Nos quedaremos aquí un par de días. Luego volveremos a casa, te lo prometo. Cuando bajamos del coche, me di cuenta que varios empleados ya nos esperaban. Una mujer madura se adelantó y me ofreció una manta oscura y una pequeña maleta de mano. Al mirar en su interior, vi que había ropa aun con la etiqueta puesta. —La Suite principal ya está lista, señor Isfel —dijo un hombre, adelantándose al grupo y evitando mirarme a mí. Con toda esa gente alrededor, me puse roja y me pegué a Sebastián tanto como pude. Todos eran muy conscientes de que yo estaba descalza y desnuda bajo la sabana. —Yo soy el gerente del hotel, nos avisaron que vendría. Ya lo hemos p
Me pasó la lengua a lo largo del cuello, pegándose a mí y restregando su sexo contra la parte baja de mi vientre. Jadeé con las mejillas rojas y tiré del suave cabello de su nuca, apenas recordando como respirar debidamente para no morir en el momento. —Desnúdate para mí. Mi corazón galopó en mi pecho en una carrera infinita. Sebastián me complementaba a la perfección; era seguro de sí mismo, capaz, atrevido, juguetón y demandante. —¿A- aquí mismo? —mis palabras fueron temblorosas a causa de la mano que acababa de colar bajo mi vestido. Rió contra mi cuello. —He reservado esta sala. Nadie pondrá un pie en ella hasta que yo lo ordene. Dicho esto, me hizo retroceder un paso. Estábamos en una habitación privada, con una mesa llena de platillos y bebidas. Pero apenas habíamos entrado en ella, Sebastián me había sentado sobre sus piernas y nos habíamos olvidado del resto. Con la puerta a mis espaldas y un atractivo hombre sentando delante de mí, no tuve más remedio que llevar
Tamborileé los dedos sobre la mesa, impaciente y ansiosa. Esa mañana, un empleado de la torre le había comunicado a Sebastián un mensaje por parte de Abril. Ella le dijo que se celebraría en ese mismo hotel una importante cena con la CEO de una empresa de infraestructura, y que él debía asistir cómo CEO de su empresa y en ausencia de Marco (quién hasta entonces manejaba el negocio en representación de Sebastián). Saber que Abril estaría allí, me ponía muy insegura. —¿Todo bien? —inquirió Sebastián y apretó mi mano suavemente. Forcé una sonrisa. Esa era una cena importante, así que se había puesto un traje de etiqueta negro con una corbata plateada; se veía muy guapo, demasiado para sentirme más confiada. —Sebastián, a mí me... Callé de golpe cuando miré a Abril acercarse. Su vestido negro era largo y entallado, de cuello largo sobre hombros descubiertos, y con una caída que resaltaba muy bien sus curvas. Al llegar a la mesa, esbozó una profesional sonrisa carente de vida.
Gisel Keller no me dijo nada más, solo se marchó sonriendo. Yo permanecí allí un rato más, y cuando volví a la mesa, tanto Gisel como Abril ya se estaban despidiendo. Miré a la Ceo con intriga mientras ella me daba la mano. —Fue un gran placer conocerte, Evelyn Isfel. No le contesté, pero esto a ella no pareció molestarle. —Espero que podamos reunirnos mientras esté aquí —agregó, aunque Sebastián frunció el entrecejo en señal de desacuerdo—. Sería un desperdicio no salir a beber un trago juntas. Cuando ella se marchó, Abril solo me hizo un gesto de despedida. Pero sus ojos se posaron sobre Sebastián por un momento, lo miró con intensidad, y a pesar de que él no reaccionó a su gesto, ella le sonrió antes de irse. Puede que él ya no la amara, pero ella a él sí. Eso era muy obvio, y a Abril no le importaba demostrarlo. Apenas Sebastián y yo nos quedamos a solas, me volví a sentar. Él permaneció de pie, pensativo. Al parecer, la mujer Ceo le preocupaba tanto cómo a mí. —¿Qu