Mañana HISTORIA FALLIDA. Gracias por leer y seguir MIÉNTEME Y ÁMAME.
En cuanto me había soltado a llorar en medio del sexo, Sebastián salió de mí y se marchó de la habitación sin siquiera mirar atrás. Pero envió a una empleada para que me diera de cenar, apenas pude probar bocado. De esa manera trascurrió otro día, y cuando creí que habíamos alcanzado un punto sin retorno, la empleada volvió a visitarme. Pero en lugar de traer consigo una bandeja de comida, lo que traía era una gran caja negra. —He preparado en baño para usted, señora —dijo y depositó la caja sobre la cama. Al verme mirarla con desconfianza y recelo, ella señaló —. Y esto, el señor quiere que baje y cene con él. Además, ha dicho que no admite replicas ni negativas. Alejé la mirada de ella y de la caja hasta que el baño estuvo listo, entonces no me quedó más que entrar en la bañera y esperar que no volviéramos a discutir. Porque, a pesar de desconocerlo y temerle, él y yo aun seguíamos juntos. Aún era mi marido, y aun lo amaba. A pesar de todo, y aunque deseaba no hacerlo más, yo
Apagué el motor a las afueras de su hotel y apoyé la frente en el volante un momento. Aun no lo creía, pero Sebastián realmente me había dejado ir. Incluso me había dejado llevarme su Moserati. Incluso me había llevado hasta el coche y despedido con una sonrisa triste. Incluso me había besado y dicho que me esperaría hasta que decidiera regresar a su lado, aun sí eso nunca ocurría. Minutos después, levanté la mirada y miré largamente el edificio a mi lado. Ya no quería seguir así. Ahora que al fin había conocido ese lado atemorizante de Sebastián, y ahora que recordaba toda mi relación al lado de Demián; finalmente había alcanzado un punto sin retorno. Estaba ocurriendo lo que Abril había anticipado tiempo atrás: “... Ya quiero ver a quién destruyes, Evelyn Isfel, o más bien, Lizbeth Ricci. Seguro tu decisión será un escándalo y, quizás, traiga consigo todo un caos. Ninguno de esos dos hombres te dejará ir tan fácilmente. Recuerda que ninguno es un ángel, los dos son terribles
Después de todo lo sucedido antes del enfrentamiento entre mafias y después de mi matrimonio con Sebastián, jamás hubiese imaginado que volvería a estar con Demián. Jamás me hubiese imaginado abrazándolo y permitiéndole tocarme. Jamás me hubiese visto en esa situación: dejando que me estrechara entre sus brazos mientras, sorpresivamente, me besaba con intensidad. Jadeé contra sus labios, incapaz de respirar, incapaz de pedirle que se detuviera. —Mi Livy —musitó besándome, apretándome contra sí—. Gracias por volver. Gracias por estar aquí. Por un breve minuto, no me opuse al beso, todo lo contrario, dejé que mis labios exploraran los suyos, que reconocieran al hombre que había marcado mi vida con tantas emociones. Dejé que mis manos acariciaran sus anchos hombros y descendieran por sus fuertes brazos, mientras sus manos bajaban por mi espalda, hasta alcanzar mis caderas. Pero cuando sentí como me sujetaba firmemente contra su cuerpo, al tiempo que intensificaba nuestro beso, t
—Lo siento, pero no quiero... volver allí —murmuré con lágrimas en los ojos—. Deseo ver a mi hermana, pero no creo estar lista para verla bajo una lápida. Y menos... creo estar preparada para encontrarme en esa vida de nuevo. Demián vino hacia mí y me abrazo. —Livy, por favor —suplicó besándome en la coronilla—. Ven a casa conmigo. Ese es tu lugar, conmigo, no con él. ¿De verdad era así? Demián y yo estábamos listos para formar una vida antes que Sebastián apareciera; pero también, todo en nuestra relación estaba mal: él era autoritario y explosivo, no me veía como una compañera o pareja, sino como una propiedad de su exclusivo uso. Y yo ya estaba harta de ser usada, de ser un objeto de placer y venganza. —Lo siento, Demián, pero no puedo —respondí y zafándome delicadamente de sus brazos, retrocedí un paso. Lo miré con autentico dolor. —Creo que, si volviera contigo, nada sería lo mismo. Yo ya he estado con otro hombre, y no creo que puedas vivir con ello... —Lizbeth, n
En cuanto puse un pie en la propiedad, supe que algo no andaba bien. Había al menos 10 coches en la entrada, y un puñado de hombres vigilando. Y del interior de la casa, emergía una serie de gritos de terror puro. Temblé mientras salía del Moserati. —¡Livy! Volteé inmediatamente, sorprendida de encontrarme a Isaac allí. —No puedo creerlo, volviste —dijo, deteniéndose a un paso de mí. Sonrió —. Realmente volviste. Le devolví la sonrisa. Me había tardado un poco más de lo planteado en regresar, pero, elegir a Sebastián no había sido sencillo. Nada sencillo. —Lo siento, había tanto que solucionar antes de volver... Un agudo grito agónico escapó de la casa y me hizo estremecer hasta los huesos. Miré la propiedad con temor. —Isaac, ¿qué ocurre? —murmuré. Él exhaló profundo, mirando la casa con inquietud. —Es Sebastián —dijo—. Cuando pasó un mes y no había rastro de que volverías, él simplemente dejó de esperarte, pareció que no le importabas. Dejó de hablar de ti y volvió al pasado
Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio. Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo. —¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás. Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya. Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada. —Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo. Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó.
Livy... yo también te amo... Mi última respiración antes de despertar, fue profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abrieron con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acababa de tener, comenzó a desaparecer de mi mente rápidamente. Solté un suspiro, y noté cómo una pequeña gota rodaba por mí mejilla. ¿Qué había sido esa sensación? ¿Por qué me era tan familiar? Al principio, mi visión fue borrosa y difusa, pero conforme parpadeaba, poco a poco todo se volvió cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras. Con una mueca de dolor me llevé ambas manos a la cabeza. Me sorprendió notar que estaba vendada. Pero más me sorprendió ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama. —¿Sabes cuál es tu nombre? —preguntó de pronto una voz, sobresaltándome. A pesar del fuerte dolor, giré la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estuve a punto de gritar. Recostado contra el
Apenas logré levantarme de esa cama, de dirigí al baño y me miré al espejo. Mi cabello ligeramente rizado de las puntas, era largo y de un llamativo color salmón; mi rostro ovalado era pequeño y de piel cremosa, aunque con algunos moretones amarillentos, indicios de que había sido golpeada. Y no era una chica alta, pero tampoco demasiado bajita. Mucho menos era una belleza, solo de apariencia delicada y dulce. Nada en mí insinuaba que hubiese sido una mujer... de ese tipo. Sin embargo, ese vestido y la historia del lugar dónde Sebastián me había encontrado, decían otra cosa. —Livy, te dejé algo para que te vistas. No le respondí, pero cuando lo escuché cerrar la puerta de la habitación al salir, yo me apresuré a salir del baño. En la cama había dejado un sinfín de bolsas de compras. De una de ellas saqué un pequeño vestido rosa claro de olanes y unas sandalias blancas; todo al gusto de mi patrocinador, quien parecía ser un perfeccionista y adicto al orden. Incluso el aspecto