Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio. Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo. —¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás. Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya. Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada. —Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo. Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó.
Livy... yo también te amo... Mi última respiración antes de despertar, fue profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abrieron con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acababa de tener, comenzó a desaparecer de mi mente rápidamente. Solté un suspiro, y noté cómo una pequeña gota rodaba por mí mejilla. ¿Qué había sido esa sensación? ¿Por qué me era tan familiar? Al principio, mi visión fue borrosa y difusa, pero conforme parpadeaba, poco a poco todo se volvió cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras. Con una mueca de dolor me llevé ambas manos a la cabeza. Me sorprendió notar que estaba vendada. Pero más me sorprendió ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama. —¿Sabes cuál es tu nombre? —preguntó de pronto una voz, sobresaltándome. A pesar del fuerte dolor, giré la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estuve a punto de gritar. Recostado contra el
Apenas logré levantarme de esa cama, de dirigí al baño y me miré al espejo. Mi cabello ligeramente rizado de las puntas, era largo y de un llamativo color salmón; mi rostro ovalado era pequeño y de piel cremosa, aunque con algunos moretones amarillentos, indicios de que había sido golpeada. Y no era una chica alta, pero tampoco demasiado bajita. Mucho menos era una belleza, solo de apariencia delicada y dulce. Nada en mí insinuaba que hubiese sido una mujer... de ese tipo. Sin embargo, ese vestido y la historia del lugar dónde Sebastián me había encontrado, decían otra cosa. —Livy, te dejé algo para que te vistas. No le respondí, pero cuando lo escuché cerrar la puerta de la habitación al salir, yo me apresuré a salir del baño. En la cama había dejado un sinfín de bolsas de compras. De una de ellas saqué un pequeño vestido rosa claro de olanes y unas sandalias blancas; todo al gusto de mi patrocinador, quien parecía ser un perfeccionista y adicto al orden. Incluso el aspecto
Al día siguiente, apenas tuve oportunidad de asimilar esa nueva vida. Pues al terminar mi desayuno, Sebastián fui a mi habitación y me pidió ir con él. Lo hice a regañadientes. En silencio subimos al elevador. Pero cuando presionó el botón de la recepción, no pude reprimir mi curiosidad. —¿A dónde vamos? Él no dijo nada al principio, esperó hasta que las puertas comenzaron a abrirse. Entonces me tomó de la mano y tiró de mí fuera del elevador. —Aun eres una desconocida —dijo con simpleza, llevándome hasta la salida del edificio. Me puse levemente roja ante las miradas sorprendidas que la gente en la recepción nos dirigió—. No puedes seguir permaneciendo en el anonimato. En la calle nos esperaba un pulcro coche negro, que parecía que acababa de dejar la agencia. Y a su lado, un hombre en un traje que hacía juego con el color del auto. Al vernos salir, abrió educadamente la puerta del pasajero. Sin una palabra Sebastián me empujó dentro. —Maneja con cuidado —le dijo al ch
Apenas las puertas del elevador se abrieron en el penhouse, yo salía deprisa y me senté en el suelo, me abracé a mí misma. En mi cabeza seguía repitiéndose la última fase que Isaac había dicho, antes de que Sebastián le pidiera salir de la oficina. … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... … hay que tener en cuenta al bebé que estaba esperando... Sentí a Sebastián dejarse caer a mi lado. Por un rato ambos permanecimos callados. Yo quería llorar, pero no era capaz de hacerlo, estaba en shock. —Lo siento, no quería que te enteraras tan pronto. Sabía que sería un gran golpe. Apoyé la frente en las rodillas, me picaban los ojos, aunque de ellos no brotaba ninguna lágrima. Solo era capaz de pensar en las palabras Bebé y Estaba. —¿Es... verdad? —articulé despacio—. ¿Yo en verdad... esperaba un bebé? Lo escuché exhalar largamente. Y su respuesta me rompió el corazón. —Lo estabas, pero lo perdiste cuando esa bala perforó tu abdomen. El doctor dijo que tenías alred
¿Un asesino? Sí ya tenía poder y fortuna siendo heredero de un conglomerado, ¿por qué se dedicaba a algo tan cruel cómo acabar con vidas? ¿El hombre de la casa donde había ocurrido el enfrentamiento, había sido su objetivo al ir allí? Parecía que sí. Y, aun así, yo no quería creerlo. Apreté las manos en puños sobre las rodillas. Cuando Abril vio mi muda reacción al revelarme la profesión de mi marido, se levantó de la mesa con una sonrisa y se marchó del penhouse. Al quedarme sola, solo pude permanecer sentada en esa mesa varios minutos. Hasta que escuché a alguien llegar. Rápidamente me levanté y oculté mis temblorosas manos en la espalda. Sebastián se detuvo al verme de pie en el comedor. Y yo me pregunté sí él había logrado su objetivo de asesinar a ese hombre. ¿Lo había matado antes de encontrarme a punto de morir? Y, sobre todo, me pregunté sí él había estado involucrado en ese enfrentamiento. Al verme nerviosa, su ceño se frunció ligeramente. —¿Qué ocurre? … Debería
Cuando adinerados hombres invitaron a Sebastián a beber un trago para celebrar nuestro matrimonio; yo decidí salir a tomar un poco de aire fresco en la terraza del penhouse. Desde esa gran altura, la vista era maravillosa. La noche era iluminada por las luces de la gran ciudad y sus increíbles espectaculares; desde allí no se escuchaba el ruido de los autos ni de la gente, pero podía verlo todo y sentir el aire fresco en rostro. —A qué es maravillosa, ¿no lo crees? Su voz fue tan repentina que di un respingo y tuve que sujetarme a la barandilla de cristal. Había estado tan deslumbrada por la vista, que no me había percatado que ella también se encontraba allí. —¿Y bien? —inquirió ladeando la cabeza y estrechando su verde mirada—. ¿Ya tuviste oportunidad de probar si miento... o digo la verdad? Intenté no sentirme intimidada por su actitud, pero no pude hacer nada ante su apariencia. Abril era más alta que yo, con un cuerpo fino y esbelto, no demasiado curvado, pero con las p
No supe sí los invitados se marcharon. Tampoco supe cómo llegamos a mi habitación. Solo sentí cuando me tomó por las piernas y me apoyó contra la pared bruscamente, haciéndome jadear. Todo en mi cabeza daba vueltas y vueltas a un ritmo vertiginoso, pero aun así me las ingenié para abrazar mis piernas a sus caderas al tiempo que él me levantaba el vestido. En medio de todo lo que me estaba haciendo sentir, apenas podía recordar mi nombre; no, no podía recordarlo. Yo no era Evelyn, y quizá tampoco me llamaba Livy. Y cuando sus manos recorrieron mis muslos, yendo más y más arriba. Me olvidé de todo. Fui incapaz de formar un pensamiento coherente. Sebastián rozó la cara interna de mis muslos con los dedos, y sin dejar de besarme, hizo mi ropa interior a un lado. Algo muy dentro de mí se sintió mal cuando me separé un poco para poder mirarlo a los ojos. Su miraba destellaba de excitación, y se encontraba tan perdida cómo la mía. Y quizá se debió a la gran cantidad de alcohol en mi s