Mañana MEMORIAS DIVIDIDAS Gracias por leer y seguir COMPLÁCEME Y DESTRÚYEME.
“… Sí tú mismo provocaste todo eso, ¿por qué ayudarme? Sí mataste a quienes me protegían y me dejaste indefensa, ¿por qué no me mataste también? ...” En su momento, él nunca respondió a mi pregunta, y yo no insistí. Pero ahora conocía la escalofriante respuesta: Sebastián no me había matado porque yo era la causa por la que ese día estaba allí. Él había provocado todas esas muertes solo para tomarme. Mientras un chofer particular me llevaba directo a mi esposo, yo intentaba mantener la compostura y no echarme a llorar. Aunque era muy difícil pensar en todo lo que me había revelado Marco y, sobre todo, era difícil pensar y no sentir cómo me consumía la rabia y el dolor. Me dolía reconocerlo, pero, ahora muchas cosas tenían sentido. El mismo Sebastián me había confesado que sabía de mí mucho antes de casarnos: “...—Hace un tiempo, se me hizo muy interesante un rumor que emergió desde lo más bajo de la ciudad —susurró muy cerca de mis labios—. Era un rumor bastante curioso, sobre
¿Por qué hiciste todo eso? Todo lo había hecho por mí. Ahora lo sabía. Contuve el aliento cuando volteé a verlo. Se encontraba de pie en lo alto de los escalones de la empresa, rodeado por un grupo de empresarios; usaba un traje negro hecho a medida, sobre un largo abrigo gris. Lucía poderoso, imponente y, sobre todo, lucía como alguien capaz de ocasionar un cruel enfrentamiento. Al verme mirarlo, Sebastián despidió a todos y se aproximó a mí. Depositó un suave beso en mis labios y luego me obsequió una de sus perfectas sonrisas. —¿Qué haces aquí? —inquirió envolviéndome en un abrazo, ignorando al chofer cerca mío—. Deberías estar en el penhouse. ¿Por qué me salvaste?, quise preguntarle. ¿Por qué yo fui la razón de que hayas causado ese enfrentamiento que casi acaba con mi vida? —Yo solo... —balbuceé, intentando ocultar mis emociones tras una vacilante sonrisa—. Solo quería verte. Mientras abrazaba a mi esposo, miré a Isaac, parado a unos pasos de nosotros. Y me pregunté
“... El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Luego de colocarme el accesorio, el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comenzó a abrir.
“... El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Luego de colocarme el accesorio, el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comenzó a abrir.
¿Su hermana? Esa era la primera vez que hablaba de ella. En el penhouse no había ninguna foto suya, ningún rastro de que hubiese existido. —La última vez que vi la vi, yo acababa de cumplir 15, y ella solo tenía 18. Tu misma edad, Evelyn. Intenté alejarme de él, pero estaba atrapada entre la cabecera de la cama y su cuerpo. No podía huir. Solo podía observar con dolor cómo su mirada pasaba del sufrimiento a una indescriptible agonía. —¿Crees que Marco es un pobre viejo sin culpa en todo esto? —inquirió, clavándome los dedos en la piel—. Cariño, lamento decepcionarte, pero él es la causa de que estés aquí, conmigo. Me tembló el labio inferior. —¿Marco? ¿Qué tiene qué ver él...? Callé cuando soltó una risita cargada de dolor. Y aflojando su agarre en mi mandíbula, apoyó su frente en la mía. Acerqué una mano a su mejilla, estaba frio. —¿Sebastián? —¿Cómo crees que murió mi hermana? —preguntó con tormento—. ¿Quién crees que provocó su muerte? Inhalé hondo, la mano que
“... El “primer cliente” deslizó las manos a lo largo de mi espalda desnuda, expuesta por el holgado vestido de lentejuelas. Gimió mientras yo hacía lo posible para no romperme. —Hace años, cuando ese imbécil de Daniels me golpeó y corrió de su casa después de tocar a su zorra, juré que tomaría algo suyo, algo que amara al grado de enloquecer al perderlo. Hablaba de Katerin, de la historia que me había contado Madame Marie, la ama de llaves: Hace años, hubo una pequeña fiesta aquí, y en un descuido del señor, uno de sus invitados trató de propasarse con la chica. La pobrecilla lloró toda la noche y el señor le dio una verdadera golpiza al hombre antes de mandarlo a la calle. Ese invitado de años atrás, era el mismo hombre que en ese momento me tocaba. —Tú y yo haremos que enloquezca de rabia y celos. Haremos que se arrepienta de ser tan prepotente. Temblé de repulsión cuando me besó un hombro. Pero cuando sus manos se colaron por las aberturas a los costados del vestido, ya
“... La navaja rozó mi cuello. —¡Escúchame, idiota, no se te ocurra intentar...! De un ágil movimiento, Demián levantó su arma y disparó una vez. Cerré los ojos y contuve un grito. Un segundo después, el hombre me liberó. Vi su mano soltar la navaja y casi al mismo tiempo, escuché su pesado cuerpo impactarse contra el suelo. Temerosa, no me volví, aunque sabía que había muerto. Solo permanecí allí, de pie, temblando cómo una hoja. Apenas un instante más tarde, Demián llegó hasta mí y me abrazó con fuerza. Yo no le devolví el abrazo, aunque tampoco me negué. —Tranquila, ya estoy aquí —musitó acariciándome la cabeza—. Lamento haberme tardado tanto. Al principio no reaccioné, solo miré a sus hombres recorrer la casa entre disparos, gritos, órdenes, y mucho tumulto. ¿Estaban matando a todos lo que se hallaban allí? Parecía ser así. —¿Livy...? Demián se alejó un poco para poder verme a la cara. Entonces, cuando vi su ceño fruncido a causa de la preocupación y la angustia
En cuanto me había soltado a llorar en medio del sexo, Sebastián salió de mí y se marchó de la habitación sin siquiera mirar atrás. Pero envió a una empleada para que me diera de cenar, apenas pude probar bocado. De esa manera trascurrió otro día, y cuando creí que habíamos alcanzado un punto sin retorno, la empleada volvió a visitarme. Pero en lugar de traer consigo una bandeja de comida, lo que traía era una gran caja negra. —He preparado en baño para usted, señora —dijo y depositó la caja sobre la cama. Al verme mirarla con desconfianza y recelo, ella señaló —. Y esto, el señor quiere que baje y cene con él. Además, ha dicho que no admite replicas ni negativas. Alejé la mirada de ella y de la caja hasta que el baño estuvo listo, entonces no me quedó más que entrar en la bañera y esperar que no volviéramos a discutir. Porque, a pesar de desconocerlo y temerle, él y yo aun seguíamos juntos. Aún era mi marido, y aun lo amaba. A pesar de todo, y aunque deseaba no hacerlo más, yo