Mañana PRIMEROS SENTIMIENTOS. Gracias por apoyar la historia. Disfruta de los últimos capítulos.
“... El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Luego de colocarme el accesorio, el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comenzó a abrir.
¿Su hermana? Esa era la primera vez que hablaba de ella. En el penhouse no había ninguna foto suya, ningún rastro de que hubiese existido. —La última vez que vi la vi, yo acababa de cumplir 15, y ella solo tenía 18. Tu misma edad, Evelyn. Intenté alejarme de él, pero estaba atrapada entre la cabecera de la cama y su cuerpo. No podía huir. Solo podía observar con dolor cómo su mirada pasaba del sufrimiento a una indescriptible agonía. —¿Crees que Marco es un pobre viejo sin culpa en todo esto? —inquirió, clavándome los dedos en la piel—. Cariño, lamento decepcionarte, pero él es la causa de que estés aquí, conmigo. Me tembló el labio inferior. —¿Marco? ¿Qué tiene qué ver él...? Callé cuando soltó una risita cargada de dolor. Y aflojando su agarre en mi mandíbula, apoyó su frente en la mía. Acerqué una mano a su mejilla, estaba frio. —¿Sebastián? —¿Cómo crees que murió mi hermana? —preguntó con tormento—. ¿Quién crees que provocó su muerte? Inhalé hondo, la mano que
“... El “primer cliente” deslizó las manos a lo largo de mi espalda desnuda, expuesta por el holgado vestido de lentejuelas. Gimió mientras yo hacía lo posible para no romperme. —Hace años, cuando ese imbécil de Daniels me golpeó y corrió de su casa después de tocar a su zorra, juré que tomaría algo suyo, algo que amara al grado de enloquecer al perderlo. Hablaba de Katerin, de la historia que me había contado Madame Marie, la ama de llaves: Hace años, hubo una pequeña fiesta aquí, y en un descuido del señor, uno de sus invitados trató de propasarse con la chica. La pobrecilla lloró toda la noche y el señor le dio una verdadera golpiza al hombre antes de mandarlo a la calle. Ese invitado de años atrás, era el mismo hombre que en ese momento me tocaba. —Tú y yo haremos que enloquezca de rabia y celos. Haremos que se arrepienta de ser tan prepotente. Temblé de repulsión cuando me besó un hombro. Pero cuando sus manos se colaron por las aberturas a los costados del vestido, ya
“... La navaja rozó mi cuello. —¡Escúchame, idiota, no se te ocurra intentar...! De un ágil movimiento, Demián levantó su arma y disparó una vez. Cerré los ojos y contuve un grito. Un segundo después, el hombre me liberó. Vi su mano soltar la navaja y casi al mismo tiempo, escuché su pesado cuerpo impactarse contra el suelo. Temerosa, no me volví, aunque sabía que había muerto. Solo permanecí allí, de pie, temblando cómo una hoja. Apenas un instante más tarde, Demián llegó hasta mí y me abrazó con fuerza. Yo no le devolví el abrazo, aunque tampoco me negué. —Tranquila, ya estoy aquí —musitó acariciándome la cabeza—. Lamento haberme tardado tanto. Al principio no reaccioné, solo miré a sus hombres recorrer la casa entre disparos, gritos, órdenes, y mucho tumulto. ¿Estaban matando a todos lo que se hallaban allí? Parecía ser así. —¿Livy...? Demián se alejó un poco para poder verme a la cara. Entonces, cuando vi su ceño fruncido a causa de la preocupación y la angustia
En cuanto me había soltado a llorar en medio del sexo, Sebastián salió de mí y se marchó de la habitación sin siquiera mirar atrás. Pero envió a una empleada para que me diera de cenar, apenas pude probar bocado. De esa manera trascurrió otro día, y cuando creí que habíamos alcanzado un punto sin retorno, la empleada volvió a visitarme. Pero en lugar de traer consigo una bandeja de comida, lo que traía era una gran caja negra. —He preparado en baño para usted, señora —dijo y depositó la caja sobre la cama. Al verme mirarla con desconfianza y recelo, ella señaló —. Y esto, el señor quiere que baje y cene con él. Además, ha dicho que no admite replicas ni negativas. Alejé la mirada de ella y de la caja hasta que el baño estuvo listo, entonces no me quedó más que entrar en la bañera y esperar que no volviéramos a discutir. Porque, a pesar de desconocerlo y temerle, él y yo aun seguíamos juntos. Aún era mi marido, y aun lo amaba. A pesar de todo, y aunque deseaba no hacerlo más, yo
Apagué el motor a las afueras de su hotel y apoyé la frente en el volante un momento. Aun no lo creía, pero Sebastián realmente me había dejado ir. Incluso me había dejado llevarme su Moserati. Incluso me había llevado hasta el coche y despedido con una sonrisa triste. Incluso me había besado y dicho que me esperaría hasta que decidiera regresar a su lado, aun sí eso nunca ocurría. Minutos después, levanté la mirada y miré largamente el edificio a mi lado. Ya no quería seguir así. Ahora que al fin había conocido ese lado atemorizante de Sebastián, y ahora que recordaba toda mi relación al lado de Demián; finalmente había alcanzado un punto sin retorno. Estaba ocurriendo lo que Abril había anticipado tiempo atrás: “... Ya quiero ver a quién destruyes, Evelyn Isfel, o más bien, Lizbeth Ricci. Seguro tu decisión será un escándalo y, quizás, traiga consigo todo un caos. Ninguno de esos dos hombres te dejará ir tan fácilmente. Recuerda que ninguno es un ángel, los dos son terribles
Después de todo lo sucedido antes del enfrentamiento entre mafias y después de mi matrimonio con Sebastián, jamás hubiese imaginado que volvería a estar con Demián. Jamás me hubiese imaginado abrazándolo y permitiéndole tocarme. Jamás me hubiese visto en esa situación: dejando que me estrechara entre sus brazos mientras, sorpresivamente, me besaba con intensidad. Jadeé contra sus labios, incapaz de respirar, incapaz de pedirle que se detuviera. —Mi Livy —musitó besándome, apretándome contra sí—. Gracias por volver. Gracias por estar aquí. Por un breve minuto, no me opuse al beso, todo lo contrario, dejé que mis labios exploraran los suyos, que reconocieran al hombre que había marcado mi vida con tantas emociones. Dejé que mis manos acariciaran sus anchos hombros y descendieran por sus fuertes brazos, mientras sus manos bajaban por mi espalda, hasta alcanzar mis caderas. Pero cuando sentí como me sujetaba firmemente contra su cuerpo, al tiempo que intensificaba nuestro beso, t
—Lo siento, pero no quiero... volver allí —murmuré con lágrimas en los ojos—. Deseo ver a mi hermana, pero no creo estar lista para verla bajo una lápida. Y menos... creo estar preparada para encontrarme en esa vida de nuevo. Demián vino hacia mí y me abrazo. —Livy, por favor —suplicó besándome en la coronilla—. Ven a casa conmigo. Ese es tu lugar, conmigo, no con él. ¿De verdad era así? Demián y yo estábamos listos para formar una vida antes que Sebastián apareciera; pero también, todo en nuestra relación estaba mal: él era autoritario y explosivo, no me veía como una compañera o pareja, sino como una propiedad de su exclusivo uso. Y yo ya estaba harta de ser usada, de ser un objeto de placer y venganza. —Lo siento, Demián, pero no puedo —respondí y zafándome delicadamente de sus brazos, retrocedí un paso. Lo miré con autentico dolor. —Creo que, si volviera contigo, nada sería lo mismo. Yo ya he estado con otro hombre, y no creo que puedas vivir con ello... —Lizbeth, n