Te invito a leer SEÑORITA NEGRO, disponible en físico y ebook por Amazon, Buscalibre y UniversoLux. Igualmente, puedes leerla por Play Libros. "Era insegura por naturaleza, y que me dijera que me amaba me hacía sentir el doble de vulnerable, aunque, también me llenaba de emociones hasta la garganta. Podría morir ahogada en el mar de sensaciones que Joyce provocaba en mí"
—¿Ahora me dirás el motivo por el que me salvaste? —musité apenas me acorraló entre la pared y su cuerpo. Jadeé en su boca—. ¿Me dirás... la verdadera razón? Aún con todo lo que había ocurrido esa noche en el evento, no se me olvidaba nuestra conversación pendiente, y mucho menos las palabras que me había dirigido Gisel antes de mi encuentro con Demián. “... ¿Por qué me salvaste?” Dígame, señora Evelyn Isfel, ¿ya ha comenzado a hacerle esa pregunta a su sangriento marido? Es más, ¿ya le ha preguntado por qué tiene un hobbie tan despiadado cómo ese? ...” Me abracé a su cuello cuando repentinamente me tomó por los muslos y me levantó del suelo. Anclé mis piernas a sus caderas al tiempo que lo sentía destrozarme las bragas. Nos miramos fijamente, ambos ansiosos y respirando agitadamente, ambos deseando arrancarnos la ropa. —¿Realmente deseas saberlo? —inquirió con cierta renuencia—. Me temo que no te gustará. Fruncí las cejas y emití una risita baja al ver su repentina cara se
“... Reprimí un escalofrío. —¿Tú también irás? Pocos meses antes, jamás me habría imaginado que, después de graduarme de la preparatoria, terminaría en una mansión llena de despiadados mafiosos, todos buscando el mismo objetivo: matar a un hombre. Y más que nada, nunca habría imaginado que yo estaría enamorada de uno de ellos, y esperando un bebé suyo. —Livy, escúchame bien —se arrodilló al lado de mi silla—. Volveré mañana a más tardar. Justo lo que había asegurado Dianna. —Esto será rápido. Mientras estoy fuera, tú debes permanecer en la mansión, ¿lo comprendes? No puedes salir. No puedes alejarte de este lugar por ningún motivo. Asentí despacio. Demián apoyó una mano en mi fría mejilla, me acarició con ternura. —Recuerda que juraste que siempre permanecerás a mi vista, dónde yo o mis hombres podamos verte. No quería mentirle ni traicionar su confianza, pero ella era mi hermana. Y yo debía saber su paradero. Saber sí se encontraba bien. Debía reunirme con Gisel a
—¿Una vida... retorcida? —musité poniéndome pálida. No me gustó la sensación que comenzaba a formarse en mi pecho. No me gustaba ese hombre, nada de él me hacía sentir bien. El regordete tío de mi esposo amplió más su sonrisa y me apretó la mano hasta casi lastimarme. —Pocos días antes de casarse contigo, él desapareció por días, pero todo continuó moviéndose a su voluntad. Hizo grandes cambios desde la distancia. Fruncí el entrecejo, mirando de reojo cómo cada vez más y más personas se fijaban en nosotros. ¿También seríamos noticia al día siguiente? ¿Qué dirían? —Durante el tiempo que él estuvo ausente, los negocios cambiaron de rumbo, incluso su vida pasó de ser un escándalo cada semana, a volverse sobria y pasiva. Intenté zafar mi mano, no pude. Él solo la apretó más fuerte entre las suyas. Hice una mueca de dolor. —Sus empleados fueron enviados a amueblar el nuevo penhouse de este hotel —continuó con pasión—. Se deshicieron de las mujeres con las que su jefe salía a
“… Sí tú mismo provocaste todo eso, ¿por qué ayudarme? Sí mataste a quienes me protegían y me dejaste indefensa, ¿por qué no me mataste también? ...” En su momento, él nunca respondió a mi pregunta, y yo no insistí. Pero ahora conocía la escalofriante respuesta: Sebastián no me había matado porque yo era la causa por la que ese día estaba allí. Él había provocado todas esas muertes solo para tomarme. Mientras un chofer particular me llevaba directo a mi esposo, yo intentaba mantener la compostura y no echarme a llorar. Aunque era muy difícil pensar en todo lo que me había revelado Marco y, sobre todo, era difícil pensar y no sentir cómo me consumía la rabia y el dolor. Me dolía reconocerlo, pero, ahora muchas cosas tenían sentido. El mismo Sebastián me había confesado que sabía de mí mucho antes de casarnos: “...—Hace un tiempo, se me hizo muy interesante un rumor que emergió desde lo más bajo de la ciudad —susurró muy cerca de mis labios—. Era un rumor bastante curioso, sobre
¿Por qué hiciste todo eso? Todo lo había hecho por mí. Ahora lo sabía. Contuve el aliento cuando volteé a verlo. Se encontraba de pie en lo alto de los escalones de la empresa, rodeado por un grupo de empresarios; usaba un traje negro hecho a medida, sobre un largo abrigo gris. Lucía poderoso, imponente y, sobre todo, lucía como alguien capaz de ocasionar un cruel enfrentamiento. Al verme mirarlo, Sebastián despidió a todos y se aproximó a mí. Depositó un suave beso en mis labios y luego me obsequió una de sus perfectas sonrisas. —¿Qué haces aquí? —inquirió envolviéndome en un abrazo, ignorando al chofer cerca mío—. Deberías estar en el penhouse. ¿Por qué me salvaste?, quise preguntarle. ¿Por qué yo fui la razón de que hayas causado ese enfrentamiento que casi acaba con mi vida? —Yo solo... —balbuceé, intentando ocultar mis emociones tras una vacilante sonrisa—. Solo quería verte. Mientras abrazaba a mi esposo, miré a Isaac, parado a unos pasos de nosotros. Y me pregunté
“... El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Luego de colocarme el accesorio, el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comenzó a abrir.
“... El dueño me hizo bajar de una camioneta cerrada a base de bruscos empujones. Cuando tuve ambos pies en el suelo, me arrancó la tela que me había cubierto los ojos durante todo el viaje. Pestañeé hasta acostumbrarme a la luz, luego miré en torno. La casa frente a nosotros era de un antiguo estilo, pero muy bien conservada. Sus jardines resplandecían gracias a los últimos rayos del sol. —Toma esto. Me entregó un antifaz tipo carnaval, en brillantes colores a negro y dorado. El accesorio era una gran y ostentosa ala de mariposa en el lado derecho, diseñada para cubrir por completo esa mitad del rostro. Mientras que, el lado izquierdo era sencillo y común, con detalles simples pero elegantes alrededor del ojo. Un cliente, un burdel y un antifaz... Todo era exactamente cómo al comienzo. Luego de colocarme el accesorio, el dueño me tomó del brazo y nos acercamos a la gran puerta. Aunque no hubo necesidad de tocar, pues apenas subimos los escalones, ésta se comenzó a abrir.
¿Su hermana? Esa era la primera vez que hablaba de ella. En el penhouse no había ninguna foto suya, ningún rastro de que hubiese existido. —La última vez que vi la vi, yo acababa de cumplir 15, y ella solo tenía 18. Tu misma edad, Evelyn. Intenté alejarme de él, pero estaba atrapada entre la cabecera de la cama y su cuerpo. No podía huir. Solo podía observar con dolor cómo su mirada pasaba del sufrimiento a una indescriptible agonía. —¿Crees que Marco es un pobre viejo sin culpa en todo esto? —inquirió, clavándome los dedos en la piel—. Cariño, lamento decepcionarte, pero él es la causa de que estés aquí, conmigo. Me tembló el labio inferior. —¿Marco? ¿Qué tiene qué ver él...? Callé cuando soltó una risita cargada de dolor. Y aflojando su agarre en mi mandíbula, apoyó su frente en la mía. Acerqué una mano a su mejilla, estaba frio. —¿Sebastián? —¿Cómo crees que murió mi hermana? —preguntó con tormento—. ¿Quién crees que provocó su muerte? Inhalé hondo, la mano que