Te invito a leer Señorita Negro, ya disponible en AMAZÓN (en tabla blanda y digital) ¡Y POR BUSCALIBRE Y FORMATO FISICO! Señorita Negro, por tatty G.H. "La justicia que imparte el sistema proviene de un obsoleto modo de pensar, y los castigos actualmente son blandos para los crímenes crueles. ¿Acaso un acto inhumano no merece un castigo del mismo nivel? ¿Una reclusión de años aliviará el sufrimiento de la víctima y modificará significativamente el modo de pensar del agresor? —Sí ellos habían tomado mi vida para destruirla, ¿por qué yo no podía tomar las suyas?" ALESA ES UNA CHICA OSCURA EN UNA HISTORIA ROMANTICA. ¿Crees que las personas malas también merecen finales felices?
Con una vista maravillosa a la ciudad nocturna, Sebastián cerró las puertas del balcón del segundo piso, y sonriendo me tomó por los muslos. Me hizo sentarme sobre la delgada barandilla. A mis espaldas, coches entraban y dejaban la residencia. —Me gustas, Livy Ricci —declaró, jadeando contra mis labios—. Y vestida así, no sabes cuanto tuve que contenerme para no arrancarte la ropa. No tienes idea de lo dura que me la pones. Sonriendo como una tonta, anclé mis piernas a sus caderas y lo atraje aún más hacía mí, hasta que todo espacio entre ambos desapareció. Pude sentir su erecto miembro presionar mi pelvis. —Ámame, Sebastián... —murmuré en voz baja, meciéndome suavemente contra él, provocando que gruñera y me apretará contra sí—. Hazme tuya hasta que no quede nada de mí. Solo deseo eso. Con una mano sujetándome firmemente, coló una mano entre nuestros cuerpos. Pude sentir cómo se bajaba el cierre del pantalón. Y sentí más claramente cuando guio su miembro hacía mí, con el g
¿Podría el socio y ex prometido de Gisel Keller, haber tenido algo que ver conmigo cuando yo era una prostituta? ¿Por eso ella parecía odiarme? ¿Por eso su compromiso estaba roto? El solo pensarlo me hizo sentir nauseas. Yo no pude haber sido ese tipo de mujer, me dije camino a casa en el Moserati. Yo jamás me relacionaría con alguien comprometido. Yo no soy así. Esa noche, Sebastián me llevó hasta la Suite, y después de darme un suave beso de despedida, regresó a la fiesta. Yo me senté en la sala y decidí esperarlo hasta que volviera, sin embargo, en algún punto de la noche caí dormida. ...—¿Irme con usted? ¿Por qué haría algo así? —me escuché preguntar... En mi sueño, estaba de rodillas frente a alguien, pero no podía verle el rostro. Solo podía escucharle. Era la misma voz que en mis recuerdos anteriores, alguien a quien yo llamaba “mi señor. ...—Dime qué prefieres: pagar tu descomunal deuda aquí, siendo follada durante años por varios hombres hasta el cansancio. Hombres
La expresión triunfadora de Abril lo decía todo. Ellos habían estado juntos la noche anterior. Sebastián le había marcado el cuello y ella me lo restregaba. ¿Esta es la razón por la que se ha comportado así toda la mañana? ¿Por eso me ve con culpa y remordimiento? No lo pensé más, solo me levanté y salí de allí. Mientras abandonaba la oficina, escuché a Sebastián maldecir y también ponerse de pie. Pero yo no me sentía capaz de enfrentarlo todavía, así que antes que me siguiera, tomé las escaleras y subí corriendo. No paré hasta terminar en la azotea del edificio. El viento helado me golpeó en el rostro apenas abrí la puerta, helándome las mejillas y aturdiéndome un poco; aunque también funcionó para despejarme la mente. Sebastián estuvo con Abril anoche, reconocí con dolor. Aun cuando me aseguró que ella ya no le interesaba, estuvo con ella. … Livy, aunque no te ame, prometo estar contigo y cuidar de ti hasta que ya no me necesites … Es cierto, me dije suspirando y tragánd
Los neumáticos de Moserati chillaron cuando Sebastián frenó a un palmo del elevador en el estacionamiento subterráneo. No me había llenado a la Suite de la torre, sino directo al penhouse en el hotel. Con una furiosa expresión que rayaba la locura, bajó del auto y abrió la puerta de pasajeros. Intentó sacarme. —¡Déjame! —chillé haciéndome un ovillo en el asiento—. ¡No quiero ir a ningún lado contigo! ¡No así! Él me apretó la muñeca. —¿Intentas llamar la atención de todo el personal del hotel? —siseó tirando de mí—. Bien, inténtalo y verás qué pasa. Desafíame. Zafé mi mano de su agarre y me pegué a la puerta contraria, alejándome lo más posible de él. Estreché mis llorosos ojos a la vez que Sebastián apretaba los dientes con clara rabia. —¿Crees que tienes derecho a enfadarte conmigo? —repliqué con el labio inferior tembloroso y el vestido a punto de revelar mi ropa interior—. ¡¿Crees que no lo sé?! ¡¿Crees que no sé qué estuviste con Abril anoche?! ¡Y aun así te comportas c
—¿Desquitarme contigo? —musitó acariciando la línea de mi mandíbula con la punta de su nariz—. ¿Estás segura de querer eso? Esta vez no puedo prometer que vaya a gustarte. Con esfuerzo inspiré hondo, con el corazón en un puño. Sí iba a ser solo para su placer, ¿qué tal duro sería conmigo? —Estoy.... segura. Al instante, Sebastián se irguió sobre mí y alejó la mano de mi garganta. Yo al fin pude respirar un poco. —Aun sí terminas odiándome más de lo que ya lo haces... —yo no te odio, deseé decirle—, recuerda tus palabras, Evelyn. Esbozando una sonrisa maligna, tomó mi pierna derecha por el tobillo y después de plantar un brusco beso en la cara interna de mi muslo, la colocó en el respaldo del asiento; separando mis piernas al límite. Mirándome a los ojos con desafío, se posicionó entre mis muslos de un empujón, acoplando su cuerpo perfectamente al mío. Preparándose para lo que iba a hacerme. Sin consideración me destrozó las panties y arrojo sus restos en la parte delante
Aunque me esforzaba, me fue imposible no hundir el rostro en el asiento y gritar entre lloriqueos. Escuchaba el golpe de su piel contra mi trasero, sentía sus dedos clavarse en mis glúteos y sujetarme contra su pelvis. Me dolían las rodillas y mi corazón estaba a punto de explotar. Sentía un creciente placer centrándose en mi bajo vientre, aumentando y aumentando conforme su miembro me penetraba frenéticamente enrojeciéndome la piel con sus bruscas embestidas y empujando mi cabeza contra la puerta del auto. Y cuando mis gemidos se volvieron más intentos y mi espalda se arqueó, a punto de correrme... Sebastián salió de mi interior y tiró de un extremo de su corbata. Jadeando por la falta de oxígeno, me llevé una mano a la garganta y tosí. Él apoyó el pecho sobre mi espalda y me besó justo en la nuca. —¿De nuevo intentas lo mismo? —suspiró y arremetió con fuerza una vez, clavándome su miembro por completo hasta que solté un grito acompañado de unas cuantas lágrimas—. Te lo dije, ere
Sentada frente al espejo, me dediqué por un buen rato a cubrir con maquillaje las marcas que Sebastián había dejado en mi piel ese día en el Moserati. Me había marcado el cuello, la espalda, el escote, los muslos, los senos... Todo mi cuerpo estaba repleto marcas rojas, y esa noche habría una cena en el penhouse para celebrar la firma de contrato entre el conglomerado de mi marido y la empresa de Gisel Keller. Todo mundo estaría allí, desde Abril hasta el socio de Gisel, el señor Daniels. Tragué fuerte, pasándome la plancha caliente por mis rizos cobrizos hasta dejar mi cabello completamente lacio. No quería asistir, todos ellos habían visto a Sebastián enloquecer y sacarme de la empresa a la fuerza. ¿Qué pensarían de mí? ¿Intuirían la descarada manera en la que nos habíamos reconciliado en el estacionamiento del hotel? —¿Lista? Su repentina voz me hizo tener un pequeño sobresalto. Miré su expresión juguetona en el reflejo; él estaba parado detrás de mí. —Yo... Yo en realid
Muda y totalmente congelada, solo pude observar con los ojos bien abiertos cuando el señor Daniels entró a la terraza y cerró la puerta corrediza tras él, encerrándonos a los tres fuera del penhouse. Con paso firme, se aproximó a Gisel, ignorándome a mí por completo. —¿Qué rayos ha salido de tu boca? —le siseó tomándola por el cuello. Pero, contrario a lo que creí, Gisel sonrió aún más y me señaló con un gesto de cabeza. —Te lo dije, querido. Te dije que la encontraría, y eso hice. La mano del señor Daniels apretó con más fuerza la garganta de ella, hasta que su rostro comenzó a enrojecer. Dentro de mí, deseé poder gritarle que la dejara, pero era incapaz de decir nada. Solo podía observar en silencio. —Demián, no... pareces nada feliz —dijo ella, jadeante—. Encontré a tu preciada zorra de burdel. ¿Por qué esa expresión tan miserable? Deberías estar más que agradecido conmigo. Retrocedí despacio, hasta toparme con la pared. Y de pronto, mi cerebro lo entendió todo: El se