Te invito a leer Señorita Negro, ya disponible en AMAZÓN (en tabla blanda y digital) ¡Y FISICO POR BUSCALIBRE, Y FORMATO FISICO PARA COLOMBIA! Señorita Negro, por tatty G.H. "Sí pudieras cambiar tu pasado a cambio de ti mismo, ¿lo harías? Esto es lo que Alessa le ofrece a Joyce a cambio de sí mismo. Siendo una chica de apenas 17 años, demasiado astuta para ser confiable y con un pasado que esconde misterios sombríos, Alessa no cree necesitar nada más allá de sí misma. Su carácter firme la hace pensar en la soledad como una vida a la que este destinada´; sin embargo, esta idea dará un vuelco cuando conozca a Joyce. Ella buscará obtener algo de emoción a través de él. Y él, un escape que lo libre de sus errores". ¿Crees que las personas malas también merecen finales felices?
Sentada frente al espejo, me dediqué por un buen rato a cubrir con maquillaje las marcas que Sebastián había dejado en mi piel ese día en el Moserati. Me había marcado el cuello, la espalda, el escote, los muslos, los senos... Todo mi cuerpo estaba repleto marcas rojas, y esa noche habría una cena en el penhouse para celebrar la firma de contrato entre el conglomerado de mi marido y la empresa de Gisel Keller. Todo mundo estaría allí, desde Abril hasta el socio de Gisel, el señor Daniels. Tragué fuerte, pasándome la plancha caliente por mis rizos cobrizos hasta dejar mi cabello completamente lacio. No quería asistir, todos ellos habían visto a Sebastián enloquecer y sacarme de la empresa a la fuerza. ¿Qué pensarían de mí? ¿Intuirían la descarada manera en la que nos habíamos reconciliado en el estacionamiento del hotel? —¿Lista? Su repentina voz me hizo tener un pequeño sobresalto. Miré su expresión juguetona en el reflejo; él estaba parado detrás de mí. —Yo... Yo en realid
Muda y totalmente congelada, solo pude observar con los ojos bien abiertos cuando el señor Daniels entró a la terraza y cerró la puerta corrediza tras él, encerrándonos a los tres fuera del penhouse. Con paso firme, se aproximó a Gisel, ignorándome a mí por completo. —¿Qué rayos ha salido de tu boca? —le siseó tomándola por el cuello. Pero, contrario a lo que creí, Gisel sonrió aún más y me señaló con un gesto de cabeza. —Te lo dije, querido. Te dije que la encontraría, y eso hice. La mano del señor Daniels apretó con más fuerza la garganta de ella, hasta que su rostro comenzó a enrojecer. Dentro de mí, deseé poder gritarle que la dejara, pero era incapaz de decir nada. Solo podía observar en silencio. —Demián, no... pareces nada feliz —dijo ella, jadeante—. Encontré a tu preciada zorra de burdel. ¿Por qué esa expresión tan miserable? Deberías estar más que agradecido conmigo. Retrocedí despacio, hasta toparme con la pared. Y de pronto, mi cerebro lo entendió todo: El se
Entreabrí los labios, observando a Sebastián con expresión interrogante e inquieta. Pero, en lugar de explicarme nada, me sonrió y apoyó su frente en la mía. —¿Qué hiciste con él en la terraza? Jadeé cuando me estrechó con más fuerza entre sus brazos. Podía sentir la mirada desconcertada de Isaac, la sonrisa de Gisel y los penetrantes ojos dorados del señor Daniels. Todos mirándonos fijamente. —Na-nada. Solo, solo me dijo... —¿Te dijo que eres Lizbeth Ricci, su prostituta personal? —alzó una ceja y yo apreté los labios—. ¿Acaso te gustó saberlo? Estaba celoso, me di cuenta. Muy enfadado y muy celoso; además de ebrio. No había rastro de su desenfadada personalidad. —Por favor, Sebastián —musité conteniendo las lágrimas. Con cada segundo que pasaba, atraíamos más y más miradas—. Hablemos en otro lugar, te lo ruego. Yo estaba a punto de colapsar. Sentía las piernas débiles y el corazón en un puño. Todo era muy abrumador, y tenía la sensación que, de seguir allí, las cosas te
Grité contra su cuello, aferrandome a su espalda con las uñas. Cada arremetida era más fuerte y devastadora que la anterior. Cada jadeo suyo me hacía gemir más alto. —¡Maldición, qué estrecha estás! —gruñó Sebastián, apretandome contra sí con tal fuerza que comenzarón a dolerme las costillas—. Harás que me corra antes de tiempo. Sonreí abrazandome a él, disfrutando la sensación de su miembro moviendose dentro de mí. El suave sonido que producían nuestros cuerpos iba acompañado del ritmido sonido de los resortes de la cama. Con los labios entreabiertos, apoyé la cabeza en las almohadas y fijé la mirada en la puerta. La encontré entreabierta, y más alla de ella, la figura de una persona. Todo mi cuerpo se puso rigido. —¿Qué ocurre? —jadeó mi marido y arremetió tan fuerte que mi cabeza golpeó la cabecera. Gemí sin poder contenerme a la vez que él me subía un poco más el vestido, hasta dejar al desnudo toda la parte inferior de mi cuerpo. Mis ojos y los del señor Daniels se encontraro
Me llevé los dedos a los labios y le sostuve la mirada a Gisel. Ya habían trascurrido poco más de dos días desde la cena, y desde entonces, yo había recuperado algunos recuerdos. Aunque, también alucinaciones. —Demián se marchó en cuanto tú desapareciste con tu esposo —repitió con una media sonrisa—. En ningún momento subió al piso superior. Exhalé largamente, extrañamente aliviada. Eso significaba que el señor Daniels no nos había visto a Sebastián y a mí; más bien, que no me había visto acostándome con él. Todo había sido producto de mi imaginación. —¿Acaso, señora Isfel, le preocupa lo que pueda pensar Demián de usted? —inquirió Gisel ampliando su sonrisa. Crucé las piernas y apoyé los brazos sobre la mesa. Esa era la primera reunión entre el conglomerado de Sebastián y la empresa de Gisel cómo socios, y aunque él en ese momento se encontraba fuera de su oficina tratando asuntos con Isaac, me puso nerviosa que escuchará pregunta de su nueva socia. Y más porque no sabía
—¿Es tan necesario hacer esto? Asentí, mirando cómo cruzaba los brazos sobre él pecho y exhalaba con clara frustración. Sebastián había hecho salir a todos de la oficina en cuanto el señor Daniels me propuso hablar a solas. —Yo no tuve problemas cuando hablabas con Abril para resolver su relación —dije y también crucé los brazos—. Y tú me prometiste ayudarme, recuérdalo. Sin una palabra, se acercó a mí y abrazándome, apoyó el mentón en mi cabeza. —Lo sé, sé que toleraste mi cercanía con Abril, y también sé lo que te prometí. Es solo... solo no me gusta la idea que estés cerca de él. Yo tampoco quería estar a solas con ese hombre, pero tenía razón: yo quería saber cómo es que mi vida había cambiado tanto en tan poco tiempo. —Volveré por la tarde. Lo juro. Sin más me liberé de sus brazos y caminé hacía la puerta. —Sino vuelves, te buscaré, Evelyn —sentenció su voz grave a mis espaldas—. No olvides quién soy en realidad. No soy alguien paciente ni misericordioso. Ire por t
“FUE MI CULPA” Esa frase de 3 cortas palabras se repitió una y otra vez en mi cabeza, hasta que las lágrimas en mis ojos se secaron por completo. Lo miré fijamente, pero solo pude ver dolor y arrepentimiento marcar sus atractivas facciones. —Yo... No entiendo, no sé qué... —Todo lo que pasó contigo y con nuestro hijo, fue culpa mía —explicó—. Lo lamento, Lizbeth. Frunció sus marcadas cejas en señal de dolor. —Aún no sé cómo es que ocurrió todo esto. Por eso deseo que me escuches, que hablemos sobre ese día. Miré en torno, nerviosa por las numerosas miradas que no dejábamos de atraer. Ya casi podía ver una fotografía nuestra en una portada de alguna revisa empresaria, con el gran titular “Infidelidad con nuevo socio”. No quería involucrar a Sebastián en ese tipo de rumores. No era justo para él. —Livy, ¿te gustaría acompañarme al jardín? —ofreció con extrema amabilidad. ¿Acaso él me conocía tan bien que sabía todo lo que sentía en el momento? ¿Había notado lo incomod
Justo a la medianoche, cerré los ojos con fuerza y apoyé la espalda en el frío acero del ascensor; lo sentía moverse, llevándome al último piso del hotel, el penhouse del impredecible dueño. Mi esposo. Respiré hondo. Entonces fui capaz de verlo de nuevo. Cómo si fuese el presente. “… el señor Demián me tomó bruscamente del brazo y me arrastró hasta la ducha del dormitorio. Sin soltarme, abrió las llaves del agua, y después me empujó dentro. Temblé de frio al sentir la helada agua bañarme por completo. Por inercia intenté salir. —Ni se te ocurra —me amenazó entrando también a la ducha. Pronto el agua comenzó a calentarse. Inspiré hondo, abrazándome a mí misma. —¿Q-qué hace...? No me escuchó, sino que me arrinconó contra la pared y de un tirón, me destrozó el vestido. Sus ojos, antes fríos, ahora eran vivas brasas de ira. —Mi señor... —balbuceé temerosa. —Arrodíllate —ordenó echándose un poco para atrás. Mientras yo obedecía, él se quitó la chaqueta y la camisa, las arr