Normalmente actualizo por la plataforma, hasta ayer vi el aspecto de los capítulos en la app. Y solo me queda disculparme si la coherencia les parece confusa a quiénes leen MIÉNTEME Y ÁMAME por la app (a mí también me lo pareció). Los capítulos no lucen cómo yo los subo, lamento sí esto es una molestia a la hora de seguir la historia.
La expresión triunfadora de Abril lo decía todo. Ellos habían estado juntos la noche anterior. Sebastián le había marcado el cuello y ella me lo restregaba. ¿Esta es la razón por la que se ha comportado así toda la mañana? ¿Por eso me ve con culpa y remordimiento? No lo pensé más, solo me levanté y salí de allí. Mientras abandonaba la oficina, escuché a Sebastián maldecir y también ponerse de pie. Pero yo no me sentía capaz de enfrentarlo todavía, así que antes que me siguiera, tomé las escaleras y subí corriendo. No paré hasta terminar en la azotea del edificio. El viento helado me golpeó en el rostro apenas abrí la puerta, helándome las mejillas y aturdiéndome un poco; aunque también funcionó para despejarme la mente. Sebastián estuvo con Abril anoche, reconocí con dolor. Aun cuando me aseguró que ella ya no le interesaba, estuvo con ella. … Livy, aunque no te ame, prometo estar contigo y cuidar de ti hasta que ya no me necesites … Es cierto, me dije suspirando y tragánd
Los neumáticos de Moserati chillaron cuando Sebastián frenó a un palmo del elevador en el estacionamiento subterráneo. No me había llenado a la Suite de la torre, sino directo al penhouse en el hotel. Con una furiosa expresión que rayaba la locura, bajó del auto y abrió la puerta de pasajeros. Intentó sacarme. —¡Déjame! —chillé haciéndome un ovillo en el asiento—. ¡No quiero ir a ningún lado contigo! ¡No así! Él me apretó la muñeca. —¿Intentas llamar la atención de todo el personal del hotel? —siseó tirando de mí—. Bien, inténtalo y verás qué pasa. Desafíame. Zafé mi mano de su agarre y me pegué a la puerta contraria, alejándome lo más posible de él. Estreché mis llorosos ojos a la vez que Sebastián apretaba los dientes con clara rabia. —¿Crees que tienes derecho a enfadarte conmigo? —repliqué con el labio inferior tembloroso y el vestido a punto de revelar mi ropa interior—. ¡¿Crees que no lo sé?! ¡¿Crees que no sé qué estuviste con Abril anoche?! ¡Y aun así te comportas c
—¿Desquitarme contigo? —musitó acariciando la línea de mi mandíbula con la punta de su nariz—. ¿Estás segura de querer eso? Esta vez no puedo prometer que vaya a gustarte. Con esfuerzo inspiré hondo, con el corazón en un puño. Sí iba a ser solo para su placer, ¿qué tal duro sería conmigo? —Estoy.... segura. Al instante, Sebastián se irguió sobre mí y alejó la mano de mi garganta. Yo al fin pude respirar un poco. —Aun sí terminas odiándome más de lo que ya lo haces... —yo no te odio, deseé decirle—, recuerda tus palabras, Evelyn. Esbozando una sonrisa maligna, tomó mi pierna derecha por el tobillo y después de plantar un brusco beso en la cara interna de mi muslo, la colocó en el respaldo del asiento; separando mis piernas al límite. Mirándome a los ojos con desafío, se posicionó entre mis muslos de un empujón, acoplando su cuerpo perfectamente al mío. Preparándose para lo que iba a hacerme. Sin consideración me destrozó las panties y arrojo sus restos en la parte delante
Aunque me esforzaba, me fue imposible no hundir el rostro en el asiento y gritar entre lloriqueos. Escuchaba el golpe de su piel contra mi trasero, sentía sus dedos clavarse en mis glúteos y sujetarme contra su pelvis. Me dolían las rodillas y mi corazón estaba a punto de explotar. Sentía un creciente placer centrándose en mi bajo vientre, aumentando y aumentando conforme su miembro me penetraba frenéticamente enrojeciéndome la piel con sus bruscas embestidas y empujando mi cabeza contra la puerta del auto. Y cuando mis gemidos se volvieron más intentos y mi espalda se arqueó, a punto de correrme... Sebastián salió de mi interior y tiró de un extremo de su corbata. Jadeando por la falta de oxígeno, me llevé una mano a la garganta y tosí. Él apoyó el pecho sobre mi espalda y me besó justo en la nuca. —¿De nuevo intentas lo mismo? —suspiró y arremetió con fuerza una vez, clavándome su miembro por completo hasta que solté un grito acompañado de unas cuantas lágrimas—. Te lo dije, ere
Sentada frente al espejo, me dediqué por un buen rato a cubrir con maquillaje las marcas que Sebastián había dejado en mi piel ese día en el Moserati. Me había marcado el cuello, la espalda, el escote, los muslos, los senos... Todo mi cuerpo estaba repleto marcas rojas, y esa noche habría una cena en el penhouse para celebrar la firma de contrato entre el conglomerado de mi marido y la empresa de Gisel Keller. Todo mundo estaría allí, desde Abril hasta el socio de Gisel, el señor Daniels. Tragué fuerte, pasándome la plancha caliente por mis rizos cobrizos hasta dejar mi cabello completamente lacio. No quería asistir, todos ellos habían visto a Sebastián enloquecer y sacarme de la empresa a la fuerza. ¿Qué pensarían de mí? ¿Intuirían la descarada manera en la que nos habíamos reconciliado en el estacionamiento del hotel? —¿Lista? Su repentina voz me hizo tener un pequeño sobresalto. Miré su expresión juguetona en el reflejo; él estaba parado detrás de mí. —Yo... Yo en realid
Muda y totalmente congelada, solo pude observar con los ojos bien abiertos cuando el señor Daniels entró a la terraza y cerró la puerta corrediza tras él, encerrándonos a los tres fuera del penhouse. Con paso firme, se aproximó a Gisel, ignorándome a mí por completo. —¿Qué rayos ha salido de tu boca? —le siseó tomándola por el cuello. Pero, contrario a lo que creí, Gisel sonrió aún más y me señaló con un gesto de cabeza. —Te lo dije, querido. Te dije que la encontraría, y eso hice. La mano del señor Daniels apretó con más fuerza la garganta de ella, hasta que su rostro comenzó a enrojecer. Dentro de mí, deseé poder gritarle que la dejara, pero era incapaz de decir nada. Solo podía observar en silencio. —Demián, no... pareces nada feliz —dijo ella, jadeante—. Encontré a tu preciada zorra de burdel. ¿Por qué esa expresión tan miserable? Deberías estar más que agradecido conmigo. Retrocedí despacio, hasta toparme con la pared. Y de pronto, mi cerebro lo entendió todo: El se
Entreabrí los labios, observando a Sebastián con expresión interrogante e inquieta. Pero, en lugar de explicarme nada, me sonrió y apoyó su frente en la mía. —¿Qué hiciste con él en la terraza? Jadeé cuando me estrechó con más fuerza entre sus brazos. Podía sentir la mirada desconcertada de Isaac, la sonrisa de Gisel y los penetrantes ojos dorados del señor Daniels. Todos mirándonos fijamente. —Na-nada. Solo, solo me dijo... —¿Te dijo que eres Lizbeth Ricci, su prostituta personal? —alzó una ceja y yo apreté los labios—. ¿Acaso te gustó saberlo? Estaba celoso, me di cuenta. Muy enfadado y muy celoso; además de ebrio. No había rastro de su desenfadada personalidad. —Por favor, Sebastián —musité conteniendo las lágrimas. Con cada segundo que pasaba, atraíamos más y más miradas—. Hablemos en otro lugar, te lo ruego. Yo estaba a punto de colapsar. Sentía las piernas débiles y el corazón en un puño. Todo era muy abrumador, y tenía la sensación que, de seguir allí, las cosas te
Grité contra su cuello, aferrandome a su espalda con las uñas. Cada arremetida era más fuerte y devastadora que la anterior. Cada jadeo suyo me hacía gemir más alto. —¡Maldición, qué estrecha estás! —gruñó Sebastián, apretandome contra sí con tal fuerza que comenzarón a dolerme las costillas—. Harás que me corra antes de tiempo. Sonreí abrazandome a él, disfrutando la sensación de su miembro moviendose dentro de mí. El suave sonido que producían nuestros cuerpos iba acompañado del ritmido sonido de los resortes de la cama. Con los labios entreabiertos, apoyé la cabeza en las almohadas y fijé la mirada en la puerta. La encontré entreabierta, y más alla de ella, la figura de una persona. Todo mi cuerpo se puso rigido. —¿Qué ocurre? —jadeó mi marido y arremetió tan fuerte que mi cabeza golpeó la cabecera. Gemí sin poder contenerme a la vez que él me subía un poco más el vestido, hasta dejar al desnudo toda la parte inferior de mi cuerpo. Mis ojos y los del señor Daniels se encontraro