UNA ESPERANZA

Amanda caminaba de un lado al otro en la habitación, con las manos temblorosas y los ojos llenos de preocupación. Su respiración estaba acelerada, y aunque Luke intentaba calmarla, cada vez que pensaba en lo que estaba por venir, el nudo en su pecho crecía. El sobre con la citación al juzgado seguía sobre la mesa, como un recordatorio silencioso de que el tiempo se acababa.

—Amanda, por favor, tienes que tranquilizarte. Esto no es bueno para ti ni para el bebé —dijo Luke, acercándose a ella y tomándola por los hombros.

—¿Cómo me pides que me tranquilice? —exclamó ella, apartándose de sus manos—. Estás enfrentando cargos gravísimos, Luke. ¡Y yo estoy aquí sin poder hacer nada!

Luke suspiró, intentando mantenerse calmado. Sabía que Amanda tenía razón, pero la presión ya lo estaba desgastando lo suficiente como para agregar más discusiones al panorama.

—Amanda, escúchame —dijo suavemente, tomando su rostro entre sus manos—. No voy a dejar que esto te afecte más de lo que ya lo ha hecho.
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