CAPÍTULO 59

Porque el amor no reclama posesiones, solo da libertad…

—Gianna… —ella levantó la vista cuando escuchó su nombre.

Lo escuchó a lo lejos, como si alguien hubiese susurrado lentamente en el oído, y hubiese calmado su angustia.

Ella miró hacia todas partes y solo vio un pasillo vacío, y luego de que se levantó del asiento, comenzó a escuchar algunos gritos.

Caminó rápidamente buscando a dónde ir, sabía que estaba en el hospital, pero ¿Por qué estaba sola?

Ella llegó al final del pasillo y cuando empujó la puerta, pudo notar a ese mismo hombre parado frente a ella, mientras le apuntaba.

Sentía el mismo terror, el mismo zumbido y la falta de oxígeno que ahora mismo la estaba agobiando. Es como si estuviese dentro del agua, y no pudiera respirar, y aunque trataba de tomarlo, su pecho cada vez se comprimía más, hasta que sintió que sus pulmones ardieron.

El hombre comenzó a disparar varias veces, y cuando se vio las manos ensangrentadas, comenzó a gritar sin contemplación.

—¡No! ¡No!

—¡Gian
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