Miré las finas manos blancas de Isabela descender por el pecho de mi esposo y colarse bajo su abrigo, yendo más allá de su camisa. Observé como su esbelta espalda se arqueaba contra él. Escuché su agitada respiración mientras lo besaba con frenesí, tocándolo sin pudor. —Te echaba de menos, querido —jadeó ella, restregándose contra él—. Extrañaba estos momentos... Te extrañaba a ti... Y, más que nada, observé como él la mantenía sujeta por la cintura. Cómo le devolvía el beso, a la vez que la mantenía presa entre la pared y su cuerpo. Observé cómo ambos jadeaban, apenas controlando sus acciones, sus deseos. Mis ojos comenzaron a humedecerse, al tiempo que esa escena me partía el alma. Así que, esa era la razón por la que Lila me pidió subir sola y dejarle a mi hijo. Se lo agradecí, de haberlo llevado conmigo, hubiese sido más insoportable. Mientras observaba sin poder moverme, noté mi piel ponerse roja como un tomate, luego blanca como el papel. Sentí mi corazón detenerse al verlos
Abracé a mi bebé, sentí su aroma y la suavidad de su piel. Deseaba poder reconfortarme abrazándolo más fuerte, hasta que dejara de llorar por él. Pero, mi bebé era pequeño, frágil, y todo su mundo era yo. —¿Cómo... supiste lo que encontraría arriba? —le pregunté a Lila, meciendo a mi bebé en mis piernas mientras ella bebía el vino del hotel. Ella exhaló, mirándome con una sonrisa en los ojos. —Yo también me hospedo aquí. Saber eso me hubiese sorprendido, pero ya había perdido toda emoción. Todo había dejado de importarme, a excepción de mi hijo. —Vi al señor Riva un par de veces —continuó cruzando sus torneadas piernas—. Y a Isabela, la vi muchas veces más. Al principio se mantenían alejados del otro, él era cortante con ella y no le permitía ningún contacto. Pero, desde hace poco más de una semana, simplemente empezó a beber y beber... Ladeó la cabeza, pensativa. —Llegaba de madrugada a su habitación, a veces incluso no aparecía. Y esta mañana, los encontré charlando en el cor
No supe cómo llegué a la mansión de mi familia, solo de repente Kary me abrió la puerta. Me miró con alarma y preocupación al ver mi rostro. —Madame, ¿Dónde estaba? ¿Qué ocurrió? ¿Por qué parece haber llorado? No respondí, me temblaban los labios. Y si los abría, rompería a llorar de nuevo. —¿Por qué se llevó al bebé? ¡Alguien pudo haberla visto! Con cuidado, le entregué a mi hijo, quién volvía a dormir plácidamente, como si nada hubiese pasado, como si nunca hubiese salido de casa. Kary lo cargó, y me siguió hasta la sala. Allí, para mi leve conmoción, estaba Gustave. Al igual que Kary, sus cejas se fruncieron en señal de preocupación al verme. De inmediato vino hacia mí. —Dulce, ¿qué ocurre? ¿A dónde fuiste? Alcé los ojos hacia los suyos. Vi el reconfortante otoño en su mirada, limpio y claro, una prometedora nueva estación, llena de cosas nuevas y agradables. El otoño significa un nuevo comienzo, todo lo antiguo en la naturaleza muere, solo para darle la bienvenida a algo me
Revisé por última vez mi aspecto en la ventanilla del coche. Revisé que el vestido rojo de terciopelo luciera bien, que los guantes blancos se ajustaran bien a mis brazos, y que el brillo labial siguiera en su lugar. Antes de tomar la mano de Gustave, cubrí la espalda descubierta del vestido con un chal blanco. —Tengo un regalo para ti —dijo, sacando una caja pequeña del auto. Al abrirla, vi que se trataba de una ostentosa horquilla para el cabello; hecha de diamantes en forma de flequillos que descendían por el pelo, junto con una especie de diadema, elaborada con pequeños rubies rojos. A juego con la horquilla, Gustave me colocó un largo collar de perlas blancas en el cuello. Sonrió. —Ahora eres absolutamente hermosa. Sonreí apenas. —Gracias, Gus. Cuando verifiqué mi aspecto, tomé el brazo de Gustave y juntos entramos al teatro. Esa noche era la premier de una gran obra teatral, un musical famoso, pero totalmente desconocido para mí. Naturalmente, estaría presente la crema y
Miré los pequeños diamantes de 18 kilates adornando la sortija dorada en mi dedo; era grande, hermosa, y seguramente única. Apreté el puño, sintiendo el oro y el peso de esa joya. —¿Te gusta? —inquirió, ignorando lo pálida que estaba. Después de tan inesperado anuncio, el coctel continuó. Y ahora, solo Gustave y yo permanecíamos en un rincón. —¿Por qué dijiste que estuvimos juntos en el extranjero? —le pregunté, evadiendo su propia pregunta. Él me acarició el cabello, rozando la horquilla en mi peinado. —¿Te molesta, Caramel? —inquirió suavemente—. Solo preparo todo, para cuando se revele la existencia del niño. No queremos que hablen de más, y supongan cosas. ¿Era realmente así? Si lo había hecho por mí, no podía reclamarle más. —Gustave, con el compromiso, no quisiera pensar que una boda... Sin oírme en absoluto, me acorraló en una esquina del salón. Mirándome con fijeza, apoyó una mano en mi mejilla. Nos miramos, él embelesado, y yo queriendo escapar. —Caramel, me gustas m
En algún punto del sexo, cambiamos de posición. Tenía la cabeza en los cielos, más allá de mi control y cualquier remordimiento. El alcohol inundaba mi sangre, y todo lo que hacía estaba fuera de mi control. Empujándolo del pecho, lo hice sentarse sobre la silla, solo para colocarme a horcajadas sobre sus piernas. Le aparté algunos cabellos del bronceado rostro, mientras nos mirábamos con los labios entreabiertos. Sonreí como una tonta. —¿Lo he sorprendido de nuevo, mi señor? Acaricié su mandíbula con las uñas, suspirando cerca de su boca. —¿Temía que pudiera hacer todo esto con Gustave? —le dije, llevando mi mano a su entrepierna, solo para tomarlo y acariciarlo con destreza. Él medio gruñó, disfrutando la noche tanto como yo. —Estando ebria, eres demasiado buena —aceptó sujetando mano por la muñeca—. Mucho mejor que cualquier prostituta, es como si fueses una ninfómana por naturaleza. Que me llamara adicta al sexo, insaciable y depravada, me llenó de un extraño orgullo. Me h
¿Lo adivinaría? ¿Desentrañaría mis ebrias palabras y llegaría a mi mansión exigiendo ver a su hijo? Nerviosa como nunca, mecí a mi bebé sobre mis piernas. Lo miré abrir sus rosados labios y bostezar, mirando con sus grises ojos todos los colores y texturas de la habitación; todo era nuevo para él, un descubrimiento a cada minuto. —Las empleadas comienzan a cuchichear sobre el origen del bebé —comentó a mis espaldas, erizándome la piel—. Han creado rumores, preguntándose de quién es el hijo oculto de Madame Campbell. Mantuve los ojos en mi hijo, incluso cuando Gustave se acercó y posó una mano en mi hombro. Sabía que debería sentirme horrible, culpable por haberle sido infiel la misma noche de habernos comprometido. Pero esa era exactamente mi vergüenza: no sentirme culpable. —Y por supuesto, las críticas, les gusta hablar sobre la clase de mujer que debes ser, como para haber dado a luz a un hijo, siendo una dama de alta clase soltera. Contuve el aliento, observando los ojos de
Antes de que Isabela saliera de su conmoción, yo me di la vuelta y corrí al piso superior, con el llanto de mi bebé inquietándome el corazón. Cuando llegué a mi habitación, Kary ya lo tomaba en brazos y lo mecía con energía, intentando tranquilizarlo. Al verme entrar, de inmediato se acercó. —Lo siento, Madame. Se despertó con los gritos. Sin dudarlo tomé a mi bebé de sus brazos, y comencé a arrullarlo con suavidad. Paseé por la habitación, tratando de calmarlo. —Tranquilo, pequeño... No pasa nada. La escuché entrar, antes de voltear y mirarla. Pero Isabela no me veía a mí, sino al bebé que cargaba. Aun parecía sorprendida, más que eso, impresionada. Kary se colocó a mi lado, mirando a Isabela con los ojos bien abiertos. —Un niño... —murmuró Isabela, sujetándose al marco de la puerta. Estaba cada vez más pálida. —Un hijo secreto, ¿me equivoco? Este niño es lo que ocultas dentro de estos muros. Me sentí atrapada, mientras los ojos ausentes de Isabela subían lento, hasta que vo