CUENTOS IRREALES

Esa noche, el señor Riva me llevó a casa. Incluso se despidió de mí con un beso. Y yo no pude evitar sentir que todo estaba yendo a la mar de bien, y que quizás pronto volveríamos a vivir como un matrimonio.

—Piénsalo, Dulce —susurró besándome—. Podemos solucionar nuestros problemas en casa, como pareja, no aquí como un par de extraños.

Asentí, acariciando su definida mandíbula con los dedos.

—Prometo pensarlo. Solo... deme tiempo —le pedí, alejándole de mí.

Él me sonrió una última vez, antes de subir a su auto y marcharse. Me quedé frente a la puerta de mi residencia un momento, dejando que el clima nocturno enfriara mis mejillas.

Luego me volví y entré, aun sonriendo. Pero, esa sonrisa se borró al ver quién me esperaba dentro de la mansión de mi familia.

—Ese hombre, debe ser el padre de tu hijo —aventuró, acertando.

Apreté los labios y cerré la puerta detrás de mí. Gustave no intentó acercarse, y yo tampoco avancé hacia él.

—Realmente, no imaginé que ese hombre y tú tuviese
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