MIRADAS TRAIDORAS

Miré las finas manos blancas de Isabela descender por el pecho de mi esposo y colarse bajo su abrigo, yendo más allá de su camisa. Observé como su esbelta espalda se arqueaba contra él. Escuché su agitada respiración mientras lo besaba con frenesí, tocándolo sin pudor.

—Te echaba de menos, querido —jadeó ella, restregándose contra él—. Extrañaba estos momentos... Te extrañaba a ti...

Y, más que nada, observé como él la mantenía sujeta por la cintura. Cómo le devolvía el beso, a la vez que la mantenía presa entre la pared y su cuerpo. Observé cómo ambos jadeaban, apenas controlando sus acciones, sus deseos.

Mis ojos comenzaron a humedecerse, al tiempo que esa escena me partía el alma. Así que, esa era la razón por la que Lila me pidió subir sola y dejarle a mi hijo. Se lo agradecí, de haberlo llevado conmigo, hubiese sido más insoportable.

Mientras observaba sin poder moverme, noté mi piel ponerse roja como un tomate, luego blanca como el papel. Sentí mi corazón detenerse al verlos
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