¿Mi esposo estaba allí, en mi casa? Automáticamente mi mirada cayó sobre mi hijo en los brazos de Kary. ¿Podría decirle que teníamos un hijo? No. Absolutamente imposible. Seguramente, tal como estaban las cosas entre nosotros, no creería que fuese suyo. —Quédate aquí. No permitas que llore. Y levantándome de la cama, corrí a vestirme. Me cambié el vestido de la fiesta por un sencillo vestido de terciopelo blanco, y después de cepillarme el cabello, me despedí de mi bebé. Besé su cabecita y le sonreí ahora que estaba despierto. —Por favor, no alarmes a papá. Con una última mirada a Kary, salí de la habitación y bajé las escaleras. Me detuve un momento a la mitad de un escalón, apreciando al hombre abajo. Vestía su habitual abrigo blanco de piel, sobre el típico traje oscuro. De espaldas a mí, estudiaba la amplia sala de muebles importados, los cuadros costosos de mi madre, las estatuillas que mi padre solía coleccionar. Inhalé hondo una vez y terminé de bajar. Solo cuando me
Caí sobre el sillón, con él encima. Pero ni aun así dejé de besarlo, y él tampoco se apartó. Todos los deseos de un año, estaban saliendo a flote por fin. Como un desesperado, acarició mi cintura, subiendo por mis costillas, tomando mis senos entre sus palmas. Mi espalda se arqueó cuando llevó sus labios a mi cuello, pegando su cuerpo al mío hasta que fuimos plenamente conscientes de cada parte del otro. Mi esposo respiró agitadamente contra mi piel, explorando mi cuerpo con las manos, mientras mis dedos se aferraban a los oscuros cabellos de su nuca. Lo abracé con las piernas, y la tela de mi vestido resbaló hasta dejar mis muslos al desnudo. Gimió en mi oído, restregándose contra mí, llevando una gran mano a mis piernas. El deseo hizo que mi temperatura corporal fuera en ascenso, y que mi corazón se volviera errático. Incluso a través de la tela de su camisa, pude sentir el mismo efecto en él; su pecho ardía, y su corazón golpeaba mi palma. —¿Lo ves? Eres mía, y no solo ante la
Me llevé los dedos a los labios rojos, sintiendo la fina tela de satín de los guantes. Con la otra mano, toqué la gargantilla de diamantes que había pertenecido a mi madre. Me estaba preparando para salir a cenar con algunas mujeres, esposas de importantes banqueros. Me encontraría con Gustave en la cena, y él me diría si estaba dispuesto a guardar mi secreto. Ese día que me descubrió con mi bebé, se fue molesto y confundido, diciendo que tenía tanto en qué pensar. ¿Podría mi amigo delatarme? ¿Qué pensaba de mí ahora que sabía sobre mi hijo? ¿Adivinaría que su padre era el señor Riva? No lo sabía, pero me moría por averiguarlo. Así que, cuando terminé de arreglarme el cabello en definidas ondas doradas y coloqué sobre él un elegante tocado blanco con plumas y redecilla fina, me volví hacia Kary. Ella me ajustó los finos tirantes de mi rojo vestido, antes de sonreír, aunque con nerviosismo. —Suerte, señorita Campbell. Le sonreí también, luego me acerqué a la cuna donde dormía mi b
Me sujetó del rostro, antes de besarme con desbordante pasión. Suspiré en sus labios, y fue inevitable que mis brazos rodearan su cuello. Le devolví el beso sin pensarlo, solo reaccionando a su tacto, como siempre. —Dilo, ¿me amas aun? —insistió tirando sutilmente de mi labio inferior—. ¿O te casaras con ese chico como amenazaste? Me pegué a él, sintiendo los irregulares ladrillos del muro a mis espaldas. Lo amaba, claro que sí. Él era mi esposo, el hombre que me había salvado de una vida miserable, el padre de mi bebé. Sin embargo... Había tantas cosas rotas entre nosotros: entre ellas, la confianza y los secretos. —Dilo, Dulce. No puedes mantenerme al filo para siempre. Jugueteé con su lengua, acariciándola con la punta de la mía, mientras mi cuerpo se arqueaba contra el suyo. Deseé decirle que lo amaba, aún más que antes, pero sí lo hacía, ¿qué pasaría después? —Acepta que aún me amas, y vuelve a casa conmigo. Si aceptaba amarlo, ¿todo volvería a ser como antes? ¿Él olvidar
Esa noche, el señor Riva me llevó a casa. Incluso se despidió de mí con un beso. Y yo no pude evitar sentir que todo estaba yendo a la mar de bien, y que quizás pronto volveríamos a vivir como un matrimonio. —Piénsalo, Dulce —susurró besándome—. Podemos solucionar nuestros problemas en casa, como pareja, no aquí como un par de extraños. Asentí, acariciando su definida mandíbula con los dedos. —Prometo pensarlo. Solo... deme tiempo —le pedí, alejándole de mí. Él me sonrió una última vez, antes de subir a su auto y marcharse. Me quedé frente a la puerta de mi residencia un momento, dejando que el clima nocturno enfriara mis mejillas. Luego me volví y entré, aun sonriendo. Pero, esa sonrisa se borró al ver quién me esperaba dentro de la mansión de mi familia. —Ese hombre, debe ser el padre de tu hijo —aventuró, acertando. Apreté los labios y cerré la puerta detrás de mí. Gustave no intentó acercarse, y yo tampoco avancé hacia él. —Realmente, no imaginé que ese hombre y tú tuviese
Contuve el aliento y me llevé las manos a la cara, escondiendo mi felicidad entre las rodillas. Encogí los dedos en la bañera, nerviosa como una niña. A cada minuto, hora y día, lo que habíamos hecho esa tarde, volvía a mí con viveza, poniéndome rojas las orejas y haciéndome apretar los muslos. Realmente había estado con mi marido, nos habíamos besado, tocado, susurrado y... Suspiré deslizándome dentro del agua. Apenas y recordaba la visita de Gustave, en realidad, agradecía no recordarlo. Esa noche me había besado sin mi permiso, y aunque después de había disculpado, yo no quería verlo por el momento. —Nunca la había visto tan feliz, Madame —comentó Kary sentándose al borde de la bañera. No respondí, pero estuve de acuerdo con ella. Las únicas veces que había sido feliz por completo, fueron cuando nació mi bebé y antes de eso, cuando vivía con Rafael. —Entonces, ¿aceptará la propuesta del señor y volverá con él? —inquirió Kary, pasándome una bata de baño. La miré entre dedos, y
Miré las finas manos blancas de Isabela descender por el pecho de mi esposo y colarse bajo su abrigo, yendo más allá de su camisa. Observé como su esbelta espalda se arqueaba contra él. Escuché su agitada respiración mientras lo besaba con frenesí, tocándolo sin pudor. —Te echaba de menos, querido —jadeó ella, restregándose contra él—. Extrañaba estos momentos... Te extrañaba a ti... Y, más que nada, observé como él la mantenía sujeta por la cintura. Cómo le devolvía el beso, a la vez que la mantenía presa entre la pared y su cuerpo. Observé cómo ambos jadeaban, apenas controlando sus acciones, sus deseos. Mis ojos comenzaron a humedecerse, al tiempo que esa escena me partía el alma. Así que, esa era la razón por la que Lila me pidió subir sola y dejarle a mi hijo. Se lo agradecí, de haberlo llevado conmigo, hubiese sido más insoportable. Mientras observaba sin poder moverme, noté mi piel ponerse roja como un tomate, luego blanca como el papel. Sentí mi corazón detenerse al verlos
Abracé a mi bebé, sentí su aroma y la suavidad de su piel. Deseaba poder reconfortarme abrazándolo más fuerte, hasta que dejara de llorar por él. Pero, mi bebé era pequeño, frágil, y todo su mundo era yo. —¿Cómo... supiste lo que encontraría arriba? —le pregunté a Lila, meciendo a mi bebé en mis piernas mientras ella bebía el vino del hotel. Ella exhaló, mirándome con una sonrisa en los ojos. —Yo también me hospedo aquí. Saber eso me hubiese sorprendido, pero ya había perdido toda emoción. Todo había dejado de importarme, a excepción de mi hijo. —Vi al señor Riva un par de veces —continuó cruzando sus torneadas piernas—. Y a Isabela, la vi muchas veces más. Al principio se mantenían alejados del otro, él era cortante con ella y no le permitía ningún contacto. Pero, desde hace poco más de una semana, simplemente empezó a beber y beber... Ladeó la cabeza, pensativa. —Llegaba de madrugada a su habitación, a veces incluso no aparecía. Y esta mañana, los encontré charlando en el cor