DEMONIOS IMPLACABLES

Esa inquietud fue lo que una noche me impulsó a aceptar una de las tantas invitaciones que se acumulaban en mi buzón. De la mano de Gustave, asistí a la primera; se trataba de una lujosa cena en una mansión cerca de la costa.

Antes de reunirnos con el resto de los invitados, me detuve y apreté su mano, miré el tranquilo mar y la gran mansión cerca. Gustave pareció notar mi ansiedad, ya que se volvió hacía mí con una tranquilizadora sonrisa.

—Estás preciosa, como nadie más —musitó acomodándome el chal negro sobre los blancos hombros—. Y me tienes a mí, ahora yo estaré para ti. No hay de qué angustiarse.

Con su suave mirada en la mía, tomó mi mano y depositó un amable beso en el dorso. Ese gesto mitigó un poco mis nervios.

—Gracias por estar aquí, Gus.

Cuando se irguió, delineó mis labios rojos con suavidad.

—Gracias a ti, Caramel, por recordarme y por permitirme acompañarte.

En las oscuras ventanillas del coche, miré mi reflejo para ganar confianza; Gus tenía razón, yo lucia b
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