8. ESCUDOS.

Estaba frente a la casa de la familia Harper, las rejas eran tan imponentes como las de la casa en la que yo había crecido. No sabía si me dejarían entrar luego de anunciar mi llegada, habían pasado dos días desde mi encuentro en el parque con Alice. Casi parecía que los años no habían pasado, sus ojos brillaban con esa chispa que me había enamorado desde el primer día que la vi, allí mismo sentada y lanzando comida a los patos.

Cuando las rejas se abren, para que podamos ingresar a la enorme propiedad, mi corazón late muy deprisa. No sé qué va a suceder.

Al bajarme del auto, veo en la puerta al señor Harper, con esa sonrisa tan amable y cálida de siempre.

—Aide, hijo, que placer volver a verte luego de tantos años.

—Señor Harper, es un gusto verlo.

—No me digas señor, sabes que puedes llamarme por mi nombre.

—Gracias por la confianza.

—Sigue, sigue. Tenemos mucho que conversar.

Ingresamos y la casa es muy diferente, pasamos por las puertas y reconozco la que era la habitación de Alic
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