11. CONEJA.

—¿Qué haces aquí?

—Llevas dos semanas sin ir a terapia.

—¿Y? —digo ya fastidiado.

—No puedes faltar y lo sabes —lo escucho suspirar, está cansado y yo igual—. Aunque te hagas el desentendido.

—No, no te equivoques. No puedo faltar porque tu así lo quieres. Pero no necesito ir a terapia.

—Eso no dice tu terapista.

—Y nunca te va a decir lo contrario, pagas una alta suma de dinero. Eres como un cajero automático para esa mujer.

—Aiden, hijo. Es por tu bien. Es porque te amamos, tu madre está preocupada y ahora más.

—¿Por qué?

—Alice regresó.

—¿Y?

—Y eso no es bueno para ti, para nadie en la familia en realidad.

—¿Qué tanto sabes de su regreso? —pregunto intrigado, aunque ya se la respuesta, conozco a mi padre perfectamente y es más controlador que yo.

—Aiden —me dice de manera recriminatoria.

—Papá —le digo aburrido y mirando por la ventana de mi apartamento.

—No queremos volver a pasar por lo mismo, no lo mereces. Ni tu, ni tu madre, ni mucho menos yo.

—Ya sé que soy una carga para ust
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