Él no me obligó, yo lo busque

—¡Eso es lo que mereces! ¡Después de lo que le hiciste a mi hija!— Lisandro se sintió un golpe en el estómago por parte del señor Eduardo. Sabía que había lastimado a Irene, pero no se esperaba esta reacción.

—Señor, por favor, déjeme explicar— susurra con dificultad porque ese golpe le sacó el aire.

—No hay nada que explicar. Mi hija lloró durante noches enteras por tu culpa. ¿Crees que puedes estar frente a mí y esperar que todo esté bien?— Lisandro se dio cuenta de que estaba en peligro. Su suegro estaba fuera de sí, y no sabía qué podría hacer.

—Lo siento, señor. No quise lastimar a Irene—Lisandro mira a Irene, pero ella no puede enfrentarlo; tiene su rostro oculto en el pecho de su madre, llorando desconsoladamente. El rostro del señor Georgiou está congestionado por la ira.

—No quiero oír tus disculpas. Vas a lamentar haber lastimado a mi hija. Tengo ganas de darte un disparo en tus bolas por lo poco hombre que eres

—Usted tiene razón, señor… Fui poco hombre, pero no fui el únic
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