42. Capítulo

—No tengas miedo, estoy aquí, piccolina —repite, recordatorio tranquilizador que encarcela el miedo. El apelativo no lo paso desapercibido, ahora no me animo a preguntar al respecto.

Esto me hace tan bien que quiero quedarme así una eternidad. Es increíble todo lo que causa Rossi, un aliciente indescriptible, que se siente en lo más hondo y se queda por siempre el efecto. Cuando se retira nos quedamos viendo a los ojos, vuelvo a ser consciente de los hematomas y su labio roto.

—¿Y qué te ha dicho el doctor a ti?

—Me atendieron, es solo cuestión de tiempo para que se baje la hinchazón —se encoge de hombros.

—Dejame ver.

—Que no es nada malo —insiste abriendo la puerta para mí —. Vamos, súbete.

No rechisto.

...

Estoy cansada, caigo sobre la cama casi dormida, nada que me ronde la cabeza impide que me vaya directo a la inconsciencia. Pero al día siguiente durante el desayuno, ya estoy liada de nuevo.

—No vayas a la universidad.

—No puedo dejar de ir. Estos días son importantes.
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