Luna de hielo (Hunter)
Luna de hielo (Hunter)
Por: ANGGIE VILLALOBOS
Origen

INTRODUCCIÓN A LA SERIE

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EXPERIMENTO L-05

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ARGUMENTO GENERAL

Cuando tenía seis no podía ver maldad en absolutamente nada, ver a mi abuelo golpeando a un niño muy raro con aspecto asustadizo y colmillos de animal solo se reducía a que el niño se había portado muy mal con el abuelo... o eso me decían.

Al tener doce años todo eso era algo más común, según mi tía Eleni quien era dos años mayor que yo, los golpeados eran bestias aborrecibles a los ojos de Dios y yo no podía más que asentir a eso. Ellos eran absolutamente fuera de lo común a pesar de que sus grandes y aterradores dientes habían sido limados para que se parecieran a los dientes de las personas normales. Se comportaban como animales salvajes, mi abuelo decía que no podía acercarme nunca a sus celdas o ellos me harían mucho daño y yo obedecía... hasta que cumplí los quince y uno de ellos me habló cuando pasé frente a él.

Enseguida quedé perpleja, ni siquiera sabía que pudieran hablar, sus ojos llamativos como los de un gato se quedaron fijos en mí, él se veía mayor que yo, tan grande y fuerte, pero no fue eso lo que llamó mi atención, sino sus facciones masculinas, de no ser por sus ojos gatunos él hubiese pasado por humano, fue inevitable acercarme a él con curiosidad, pero en el momento donde me tocó y volvió a hablarme supe la verdad sobre los suyos, sobre los míos y sobre el daño que les hacían.

Ahora yo estaba de su parte, iba a salvarlos, así condenara con ello a mi familia y a mí misma en el proceso.

CAPÍTULO I

13 de diciembre de 1968

Catarina respiró entrecortadamente debido a lo rápido que se apartó del lugar, sus ojos picaban por las ganas vehementes de llorar, sin embargo, inhaló profundo para evitar el inútil lagrimeo.

Ella lo había hecho finalmente, había puesto a su familia trás las rejas.

Su procedencia era una vergüenza pero al menos ella no estaría ligada a ellos por más tiempo.

Después de tantos años de crueldad había salvado a muchos de una vida llena de dolor y tristeza.

No entendía siquiera como podía ser parte de su familia, desde sus abuelos, tíos y padres habían escapado de Alemania salvando sus traseros, pero para ellos no fue suficiente, siguieron con sus maldades salvo que esta vez se aseguraron de llevarlo en silencio, convirtiendo a criaturas inocentes en feroces animales no obstante estos mismo animales tenían más corazón que cada uno de su clan.

Ellos buscaban desesperadamente el soldado perfecto, experimentando con humanos y haciéndoles daño en el proceso, incluso muchos morían sin poder convertirse.

Le aterraba llevar su misma sangre sucia y corrompida pero ahora era libre tanto como los cambiaformas.

Aquello tampoco lo entendía ella, ¿Cómo habían sido capaces de inyectar ADN animal en ellos y de esa forma lograr que simples seres humanos lograran convertirse en el animal que les habían inyectado? Y no solo era eso. Ellos tenían un instinto animal como si lo fueran, cazaban, mataban y no traicionaban, se dejaban llevar por la supervivencia. Ellos no eran en absoluto como el resto de seres humanos en el mundo.

Por ello sus secretos no debían ser divulgados a los humanos, salvo las autoridades competentes para mantenerlos a salvo, darles un nombre y un hogar.

-Nieta de un nazi -gimió apoyándose en la pared -, Dios mío pensé que todos habían muerto.

Se avergonzaba de no haberlo sabido antes y también del dolor que le había causado con su indiferencia.

¿Cómo ellos podían ser tan crueles? Incluso ella aún no podía olvidar la última mirada que le dio su abuelo.

-Señorita Achterberg, en nombre de los de mi especie queremos darle un agradecimiento por todo lo que ha hecho por nosotros.

La voz del cambiaformas la hizo sobresaltar y enseguida ella lo miró.

Por sus ojos supo que animal estaba en su ADN además de que ya conocía al mitad león que ahora había tomado el nombre de Leonardo.

Muy apropiado.

-No ha nada que agradecer, hice lo correcto, ahora... debo irme.

Su corazón dolió ante aquello de una manera sobrenatural, como si no tuviera que hacerlo, como si se condenara al irse de allí.

Con el cuerpo tembloroso se las arregló para pasar a un lado del león y fue entonces inevitable que su mirada chocara con la de él. Siempre que estaban juntos en una habitación las chispas volaban y su magnetismo era tan fuerte para ellos como para quienes los vieran juntos.

Él, quien le había abierto los ojos, aquel hombre que la había hecho suspirar más de una vez durante esos cuatro años que lo conocía.

Él era el amor de su vida, el motivo más importante para salvar a los cambiaformas de los nazis y sus descendientes.

Rápidamente corrió hasta ella y la estrechó entre sus fuertes brazos para después besarla con anhelo, deseo y sobre todo amor, un amor en el que absolutamente nadie se interpondría.

Ya no había más nada que decir, su bestia la reclamaba posesiva y rugiendo en su interior por su hembra, por su compañera, Catarina era suya y ambos lo sabían.

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