—¡No! ¡No puede ser! — Génesis gritó histérica.Tomando una hermosa y delicada jabonera de plata que yacía sobre el azulejo del lavamanos, la arrojo con fuerza sobre el antiguo espejo que se hizo añicos.Sus sollozos se habían transformado en un llanto agudo y amargo que le nació desde lo más profundo de su alma. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué daño le había causado a Artem para merecer tal insulto? No lo soportaba más, aquella marca en su pecho era el peor símbolo de humillación que una loba podría recibir y la mayor vergüenza para una hembra. Dejándose caer sobre el suelo, se cubrió su hermoso rostro con las manos en un intento burdo de calmar las lágrimas de rabia y dolor que no dejaban de caer desde sus ojos grises. Su reflejo le era devuelto miles de veces en aquellos trozos de cristal del espejo que acababa de romper, y cada uno de ellos la hacía sentirse avergonzada y humillada.La marca se estaba completando, y era tan visible que todos podrían verla con facilidad.Artem la habí
El frío comenzaba a calar más profundo en las montañas con la llegada del otoñó, y Artem había salido de cacería junto a sus lobos para asegurar alimento suficiente para todos. Dentro de pocas semanas, aquel lugar se pintaría de blanco con las nevadas, y sobrevivir en aquel extremo sería difícil con tantas bocas que alimentar, pero no podrían permitirse ir a un lugar más cálido y cómodo con Giles Levana siguiendo el rastro de Génesis.Mirando en silencio como aquel regordete ciervo pastaba, el lobo negro se aproximo sigiloso para de un furtivo y efectivo ataque con sus garras, acabar con su vida y así llevarlo junto a todo lo demás que habían logrado reunir para resistir el invierno. Inclinándose ante el animal para mostrar respeto por su sacrificio, lo tomó con un solo brazo y lo cargo en la carreta de alimentos.—Señor, ¿En verdad pasaremos aquí todo el invierno? ¿No sería más sencillo tomar a la Luna Génesis para que el Levana no pueda reclamarla nunca más y así poder regresar a la
El olor del viento, había cambiado. Nápoles se había quedado atrás, y Ayla se dirigía hacia donde supuestamente Artem Kingsley se encontraba. No tenía que pensar demasiado para deducir lo que estaba pasando; el Alfa Artem la estaba despistando a propósito, porque ya no la quería cerca de él. Sabía bien que se había reunido de nuevo con Génesis, y aun cuando al comienzo le divertía el juego de las escondidas, ya había dejado de ser divertido. Los efectos de la pócima que le había estado dando durante todos esos años, ya habían perdido por completo su efecto; no había logrado darle la nueva dosis, debido a su repentino “viaje”, que no fue otra cosa más que una vil excusa para escapar de sus manos y buscar a la loba blanca.Mirando el reloj en su muñeca, vio aquel enorme edificio que pertenecía a los Kingsley, y en donde Artem se había ocultado muy bien los últimos meses, y subiendo el elevador, se sintió cada vez más furiosa al notar que el aroma de su macho, era tenue y apenas percepti
La larga noche había llegado.Giles, observaba a la luna llena, que resplandecía como la plata. Aquella fuerza natural de los Levana, los únicos y verdaderos hijos de la luna, la sentía recorrer cada una de sus venas. Afilando su garra, el lobo blanco cortó un poco su palma, para ver como la sangre blanca se derramó, antes de que la herida se cerrara por completo.Una gran sonrisa, se dibujó en su rostro.—El momento ha llegado, Celtigar, finalmente, soy libre. — dijo el lobo blanco tomando aquel collar en su cuello, que le impedía salir de aquellos territorios malditos debido a un cruel hechizo realizado por las brujas lobas del bosque.Sin mayor esfuerzo que el que hace un niño al tirar del cordón de sus zapatos, Giles se arrancó aquel collar, y lo arrojó lejos de sí. En ese momento, el lobo blanco sintió como todo aquel poder contenido, se liberaba de golpe, y extendiendo sus brazos hacia el cielo mirando a la hermosa luna que lo había liberado, al albino sonrió.—Gracias, madre. —
—¿Me puedes explicar que es lo que ha ocurrido? ¿Por qué abandonaste la mansión Kingsley? Recibí esto esta mañana en mi hotel. — Ayla entraba en una vieja finca propiedad de su padre, quien la miró con seriedad mientras le hacía aquel reproche.La loba de piel morena, sin embargo, se quedó en silencio al notar a los ancianos del consejo, que sirvieron al Alfa Maserati. Se le había enviado un aviso advirtiéndole de no acercarse a la mansión Kingsley y con la nueva dirección en donde se encontraba su padre, sin ninguna explicación.—Me alegra que estés a salvo. — dijo Adolphus invitando a su hija a pasar.—¿Qué está ocurriendo aquí? — cuestionó Ayla sorprendida y confundida.Acercándose a su hija, Adolphus la miró a los ojos.—Giles Levana ha escapado de su prisión, y tanto el viejo consejo como yo, debatimos sobre lo que habrá de hacerse con Giles y Artem Kingsley. — respondió.Sorprendida, Ayla retrocedió un par de pasos, notan a sus primos, los favoritos de su padre, mirándola con bu
Los grises cielos ocultaban la luz de un nuevo día que recién daba comienzo, gotas de lluvia, pequeñas, imperceptibles, de a poco iban empapando los prados de trigo y lavanda que permanecían escondidos hasta la próxima primavera. El viento comenzaba a mecer las altas copas de los árboles con gran violencia, y las hojas secas eran arrastradas en el aire sin piedad, marcando el rumbo de lo que estaba a punto de comenzar. Una tormenta iniciaba y con ella, lobos caminaban lento, pero firme, hacia aquella vieja mansión de un clan siempre respetado.Ayla, frustrada, arrojaba madera seca al fuego de la chimenea que ardía abrazador consumiéndolo todo. Sus sentimientos por Artem, aun cuando se lo había entregado todo y le había dado beber de aquella pócima de dominio, habían sido rechazados al final de cuentas. Se sentía miserable, completamente sola en aquella casona plagada de habitaciones vacías que tan solo le traían malos recuerdos, los recuerdos de su infancia. Su padre le había ordenado
Aquellas tierras, seguían teniendo aquel melancólico aroma de la lavanda en el viento. Los árboles, más altos de lo que alguna vez fueron según sus memorias, lo recibían en aquellos parajes que lucían tristemente desolados. Los viejos caminos se encontraban casi en su totalidad cubiertos de maleza, dejando ver pequeños caminos de deseo, que el trajín de los animales había dejado a su paso. Entrando en aquellas tierras abandonadas y solitarias, Giles dibujó una sonrisa cargada de tristeza en su rostro, y un deje de lágrimas se asomó en sus ojos violáceos, al caminar entre las ruinas apenas perceptibles de lo que alguna vez fue un pueblo lleno de vida.El aroma de las lavandas en las praderas descuidadas, se mesclaba un poco con el de la ceniza; aún quedaban vestigios en pie de aquellas casonas en donde los Levana vivían y criaban a sus hijos. Apartados del mundo entero, viviendo en completo aislamiento del mundo de los humanos, y llevando una vida armoniosa de sana y dichosa convivenci
El linaje lo era todo. Aquello era lo que a Niccolo Salvatore le habían enseñado desde que era un niño, pero al ver a su padre casi arruinado y a su madre huyendo a los brazos de un hombre lobo, sentía vergüenza de aquel linaje al que su padre solía hacerle tanto alarde. Estando en la penumbra de su habitación, mantenía las cortinas abajo para evitar que cualquier ápice de luz solar se colara a sus aposentos. Había perdido las ganas de ver el sol, junto a sus ganas de vivir, y solo aquel sentimiento que le exigía una retribución por sus sentimientos heridos, lo mantenía de pie y embravecido, dispuesto a todo para tomar su venganza.Mirando las fotografías de su madre; una hermosa y fina dama de cabellos rubios y encantadores ojos azules llenos de vida, sintió que aquel odio por años oculto, resurgía como una fiera imposible de contener. Era tan solo un niño pequeño cuando la vio hacer sus maletas y marcharse, era demasiado pequeño para entender porque su madre lo estaba abandonando, c