Capítulo 56: Promesas eternas.

Aquellas tierras, seguían teniendo aquel melancólico aroma de la lavanda en el viento. Los árboles, más altos de lo que alguna vez fueron según sus memorias, lo recibían en aquellos parajes que lucían tristemente desolados. Los viejos caminos se encontraban casi en su totalidad cubiertos de maleza, dejando ver pequeños caminos de deseo, que el trajín de los animales había dejado a su paso. Entrando en aquellas tierras abandonadas y solitarias, Giles dibujó una sonrisa cargada de tristeza en su rostro, y un deje de lágrimas se asomó en sus ojos violáceos, al caminar entre las ruinas apenas perceptibles de lo que alguna vez fue un pueblo lleno de vida.

El aroma de las lavandas en las praderas descuidadas, se mesclaba un poco con el de la ceniza; aún quedaban vestigios en pie de aquellas casonas en donde los Levana vivían y criaban a sus hijos. Apartados del mundo entero, viviendo en completo aislamiento del mundo de los humanos, y llevando una vida armoniosa de sana y dichosa convivenci
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